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TRES LEYENDAS HAITIANAS Por Philippe Thoby-Marcelin y Pierre Marcelin LA FABULA DEL VIENTO alborotando el jardin de Man Si, madre de Ti Jean. Al alba Ti Jean se levanté y abrcié la puerta. Todas las plantas de maiz, todos los bananos estaban por tie- tra, adheridos a ella como mecho- nes de pelo himedo, Ti: la Noche soplé el viento Ti Jean dijo a su madre: —RMan Si, yo sé donde vive el viento. Su casa esta en aquella caverna en la montafa. Ahora esta durmiendo y yo me aprovecha- ré de eso para tapar la entrada de la caverna. Asi no podraé vol- ver a destruir tu jardin. Y bien, Ti Jean preparé un in- menso corcho, se lo eché al hom- bro y partié. Caminé mucho tiem- po. Caminé, caminé y caminé. Por fin lleg6é a la caverna. El viento se despert6é y vid el corcho. Se echéd entonces a los pies de Ti Jean. —jNo hagas eso, Ti Jean, te ruego que no lo hagas! Te daré una gallina magica. No tienes mas que pedirle orw y ella pondré para ti cuanto quieras. —Bueno —respondié Ti Jean—. Dame la gallina. E] viento le dié la gallina. Y Ti Jean se marché alegremente a su easa. Caminé largo tiempo. Mucho, mucho tiempo. Luego cayé la no- ehe. Ti Jean estaba cansado y le dolian los pies. Por fin lleg6 a wna cabafia donde vivia una an- ciana —Buenos noches, abuelita —le dijo—. Estoy cansado. ;Me permi- tes dormir aqui? —Por supuesto, Ti Jean —le respondié ella amablemente—. Puedes dormir aqui. Acuéstate en mi cama. La anciana tenia cara de per- sona honrada. Ti Jean le entre- g6 su gallina y le advirtid que tuviese cuidado de que nadie la robase. —Es una gallina que pone oro— le dijo. Ti Jean se acost6. Durmié hasta dr la mafiana siguiente. Cuando des- perté, la anciana le dié otra ga- llina igual a la suya. Ti Jean no advirtiéd el cambio. Agradecié a la anciana, siguid su camino y final- mente lleg6é a su casa. —ijEncerraste al viento? pregunt6 su madre. No, Man Si —contest6 Ti Jean—. Me dié en cambio una gallina que pone oro. —jNo me digas! —exclamé Man Si aténita. Ordené a la gallina que pusiera oro, pero solo le did excremento. Ti Jean estaba furioso. —Man Si —dijo—; e] viento me ha engafiado. Manana voy a tapar la entrada de su caverna. Y al dia siguiente se dirigiéd a la montafa. El viento volviéd a prosternarse a sus pies. —jNo hagas eso, Ti Jean! Te imploro que no lo hagas. Te daré un burro magico. No tienes mas que pedirle oro y te dara cuanto quieras. Ti Jean lo miré a los ojos. Com- prendié que el vieno no mentia. —Est4 bien —accedié—. Dame e] burro. El viento entregé el burro a Ti Jean. Ti Jean estaba muy conten- to. Inmediatamente inicié la jor- nada de regreso a su casa. Cami- né largo, largo tiempo. No tardé en caer la noche y Ti Jean se sen- tia cansado. Le dolian los pies. Se detuvo nuevamente en la ca- bana de la anciana. —Buenas noches, abuelita. Es- toy cansado. ;Puedo dormir aqui una vez mas? —Por supuesto, Ti Jean, puedes dormir aqui. Acuéstate en mi ¢a- ma. Ti Jean Je entregé el burro y le advirtié que tuviese mucho cui- dado de que nadie lo robase. —Es un burro que hace oro— le dijo. Ti Jean se fué a la cama. Dur- mié hasta la manana siguiente. Cuando despert6, la anciana le devolvié6 un burro que se parecia exactamente al suyo. Ti Jean no noto diferencia alguna. Did las gracias a la anciana y regresé a su casa. —Man Si —dijo al entrar a la cabaha—. No tapé la entrada de la caverna del viento. En cambio me did un burre que produce oro. ;Veamos! —contest6 dudosa la madre de Ti Jean. Pero el burro sdélo- hizo excre- mento. Ti Jean estaba furioso. —Man Si —exclamé—; mafana voy a tapar la entrada de la ca- verna del viento. Esta vez lo haré sin falta porque me ha engafado de nuevo. Al dia siguiente el viento vol- vié a arrodillarse a sus pies. —jNo hagas eso, Ti Jean! Te ruego que no lo hagas! Te daré una varita magica. No tienes mas que or ‘Tikiti’ y te dara diaman- ad todos los diamantes que quie- —le —Esta bien —contest6 Ti Jean— dame la varita. Pero peor para ti si vuelves a engafarme. Se marché, se detuvo a dormir en casa de Ja anciana y le confiéd la varita. —Esta vez, abuelita —le advirtié—; tienes que tener mucho cuidado. El duefio de esta varita slo tiene que decir ‘Tikiti’ y re- cibira cuantos diamantes quiera. —iPero de qué te preocupas? —contest6 la vieja—. Me diste a cuidar una gallina y un burro. ;Aca so no te los devolvi? —Es verdad —convino Ti Jean. Se acost6 y no tardé mucho en dormirse. A poco la vieja dijo a la varita: “Tikiti”. Pero en vez de darle diamantes la varita se precipitd sobre la mu- jer y empezé a darle de palos. La- vieja empezé a gritar. Ti Jean se despert6. —jQué pasa, abueli- ta? —pregunté. Ti Jean salié inmediatamente al patio, tomé su gallina y el burro, y con la varita bajo el brazo se dirigié orgulloso a casa de su ma- e. Y fué por esto que Ti Jean no tap6 la caverna del viento. Es por esto también que el viento an- da libre destruyendo todo el tra- bajo de los pobres campesinos de Haiti. —jSalvame, Ti Jean, sdlvame! —gritaba ella—. Sdlo dije ‘Tikiti’ a la varita y mira que ahora quie- re matarme. ;Salvame! Te devol- veré la gallina y el burro. Ti Jean no tuvo tiempo de in- tervenir. La varita did a la mu- jer un golpe em la sien y la de tribé al suelo, muerta. EL ORIGEN DE LA LAMPARA Hace Mucho Tiempo el cielo es- taba muy cerca de la tierra. Cuan- do llegaba la noche la gente no necesitaba lJaémparas para alum- brarse porque las estrellas resplan- decian con tanto brillo como el sol. Pero su luz era suave y de vn lindo color azul. Vivia en aquel tiempo una mu- jer muy alta, muy alta. Cuando se sentaba al borde del agua pa- ra lavar sus vestidos, su cabeza era todavia mas alta que las mon- - tafias. : Una manana cuando la mujer oarria su patio las nubes se entre- tenian en mortificarla, Je hacian cosquillas en el cuello y le tira- ban de las orejas. Estaban de buen humor ese dia porque el sol las habia revestido de hermosos tonos rosados y 4ureos. Pero la mujer no estaba acostumbrada a estas bromas y no las entendia del todo. No tard6é en encolerizarse. —jVamos, sinvergiienzas! jMe van a dejar tranquila? —grundé frunciendo el ceno. Pero era como si nada les hu- biera dicho. Las nubes la envol- vieron metiéndosele en las ore- jas, en la boca, en la nariz y en “los ojos. Empez6 a zumbarle la cabeza y no podia dejar de estor- nudar, toser y llorar. —Si no dejan de atormentarme - las voy a perseguir con mi escoba —les dijo. Las nubes se echaron a reir y siguieron molest4ndola cada vez orig —jVayanse! —grité ella por in. Y empezd a darles escobazos. Golpeaba, golpeaba y golpeaba. Las nubes huyeron. El cielo se asusté también y se puso a retro- ceder. Asi subié muy alto en el espacio, muy alto y muy lejos, muy lejos de la tierra, hasta donde to- davia se encuentra hoy. Y cuando el sol se puso, llegé la noche. Y Ja gente tuvo que encender lampuras para tener luz porque el cielo se habia alejado tanto de la tierra que las estrellas brillaban débilmente en la distan- cia y ya no se podia ver tan claro como antes. Y desde ese dia hemos tenido que encender JAmparas a la caida de la noche. ANAISE Y BOVI El Principe Bovi, hijo tnico del Tey, amaba a una de las criadas de palacio cuyo nombre era Anai- se. Era la moza més bella de to- do el pais y tenia una voz mara- villosa. El Principe Bovi queria casarse con ella. Pero cuando el rey lo supo sufrié un ataque de ira e hizo matar a la joven. Dos ahos mas tarde un pajaro aparecié en el jardin del palacio. Volaba de un rosal a otro. Al acercarsele el jardinero el ave can- to: Buenos dias, jardinero del rey. Quisiera noticias de Bovi. Buenos dias, jardinero del rey. Quisiera noticias de Bovi. Dile a Bovi que quiero saber de él. El jardinero comenz6 a bailar. Bzil6; bailé, bail6é. Luego se fué a buscar a la reina. —Senora reina —le dijo:— hay un pajaro en el jardin del rey que canta como una doncella. —iQué estés diciendo, jardine- ro del rey? —pregunté la reina. —Si no me creéis, sefora reina —respondié el jardinero—; venid y vedlo con vuestros propios ojos. La reina fué al jardin y el pa- jaro canté: Buenos dias, sehora reina. Quisiera noticias de Bovi. Buenos dias sefiora reina. Quisiera noticias de Bovi. Decid a Bovi que quiero saber de él. La reina empez6 a bailar. Bai- 16, bailé, bail6é. En seguida se fué a buscar al rey. —Sefior —le dijo—: hay un pé- jaro en vuestro jardin que canta como una doncella. iQué estais diciendo? —pregun- té el rey. —Si no me creéis —respondié la reina—; id a ver con vuestros propios ojos. El rey salié al jardin y el paja- ro canté: i Buenos dias, joh! buenos dias, mi Rey. Quisiera noticias de Bovi. Decid a Bovi que quiero saber de él. El rey empezé a bailar. Bailé y bailé y bailé. Luego el rey dijo: —Que venga mi hijo, .ya que el pajaro quiere saber de él. Llamaron al hijo del rey y el ave cant6: RE. en See ee Queria saber de ti. Buenos dias, Principe Bovi iOht Queria saber de ti. iTe dijeron que queria saber de ti? El Principe Bovi empezé a bai- lar. Bailé6 y bailo y bailé. Luego el ave se posd sobre su hombro. El rey dijo. —Pongan el pajaro en una jaula. Y mas tarde did un magnifico baile. Una orquesta acompafiaba al pajaro que canté toda la noche, El rey bailé hasta el amanecer, —Si este pajaro fuera mujer —dijo por fin—; lo casaria con mi hijo. Cuando oyé estas palabras el Principe Bovi casi no se contuvo de alegria. Fué en busca del ave, —{Eres ti, Anaise? —le pregun- to. —jOh! Bovi —suspiré el pdjaro iNo me habias reconocido'al ea bo de tanto tiempo? Si, soy Anak se. Pon la mano bajo mi ala, Encontraras ahi una aguja de pla- ta. Si quieres que vuelva a sey mujer s6lo tienes que picarme la cabeza con ella. El Principe Bovi estaba felfz, Brincaba como un nino. Brincabs y brincaba y brincaba. Batia lag manos. Finalmente fué a encom trar al rey. —Sefior —le pregunté—; si ef pajaro se convierte en mujer ymé@ dejaréis casarme con la? —Si —contesté el rey—; os pew mitiré desposaros. El Principe Bovi fué a buscar a Anaise, le picé levemente la e@- beza con la aguja y Anaise recupe ré su fens Ge de genicalia. El rey la cas6 con el Principe Bovi. Nosotros asistimos a la boda p@ ro como haciamos mucho ruid alguién nos dié un puntapié qu nos dejé aqui para contaries le historia. Eso és todo. raza ~ DOMINGO, 21 DE MARZO DE 1954. Pag. 6 HEMISFERIO