Diario las Américas Newspaper, November 18, 1956, Page 15

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N la paz de ese mediodia hasta se escuchaba el si- lencio. : Una calma chicha, ener- vante, achataba el paisa- je, agreste. Las quebradas y riscos, a la luz @et sol, seme- jaban un telén inmenso, con una brusca pincelada azul hacia arriba. Una columnita de humo se des- hilachaba perozosa en el espacio. Escapaba de la chimenea de un rancho metido alla abajo en una hondonada. Dentre de él habia dos mujeres. La bruja Lindora, en cuclillas, soplaba el fuego, murmurande | palabras incohe- rentes, que poco a poco hilva- naba en frases. A su lado, sen- tada en una silla de paja, com les brazos cruzados. al pecho, com mirada fija, Nemesia escuchaba: —El juego me dice. .”. no es naita. .. Ta muy turbio. . . Se jué. . . — repitid Nemesia como final de una plegaria. —Nod era pa ella... La Puna —continué la Lindora; — se jué muy lejos. ... con unos llameros. Cantaba una vidala la “imilla”. . . —agregé avivando la, llamita ya proxima a morir. Nemesia tuvo miedo. Al res- plandor amarillemto del fuego, la cara de la bruja parecia hecha de vejigas rotas, unidas por cos- turones color tierra. Un frio gla- cial le corrié por la espalda al ver ese rostro cadavérico que, apretando los labios, entonaba la vidala que cantara la “imilla’’. La puerta del rancho se abrid. — {Qué hace, mama? Nemesia se puso de pie. —Vine a pedirle unas yerbas p’al reumatismo. Los ojos de la Lindora brilla- ron ante la mentira de la ma- dre. —yYa si apagé el juego — ex- clamé la bruja escupiendo los tizones, —Tome pa tabaco — se despi- did Nemesia dandole unas mo- nedas. Y salié del ramcho acompanada de su hijo. A la luz del sol, Do- siteo miré a su madre. —iTa llorando, mama? « —No hijo; es que estoy en- candilada. — Y apreté el brazo del “chango”, secéd sus ojos con la palma de su mano libre, sin atreverse a mirarlo fijo. Caminaron un rato largo. Te- nia miedo que su hije le habla- ra de la “imilla”. —jAnde andaraé? — suspiréd Dositeo. —Ya golverd, no te aflijas. Poco después llegaron a su rancho, —Te juiste, abajefia — mur- muré Dositeo echandose en la cama, Dositeo era hijo de la una. maba las quebradas, los mon- es, el altiplano tode, como si ‘ DOMINGO 18 DE NOVIEMBRE DE 1956 HEMISFERIO cae nee ee van NE " early bie oe niebla fueran muy suyos. No queria que nadie mentase que el “yajte”, pajarito carpintero, cantaba de- sentonado, © que no valia la pe- na recoger una “amancay” para que lo luciera una mujer en su pelo. En las horas largas de su so- ledad, en su vagar de cabrero, acompaiiabase con las notas tris- tonas que arrancaba de la quena. Y el som melancélico de la cafia Nleg6é al ‘corazon de Brigida, la “milla” mas. “chura” de Coran- zuli. Marchaban juntos tras las ma- jadas; corrian alegres como chi- cos por las huellas que serpen- tean el altiplano. Jugando y rien- do retozaban como cabrites li- bres. Al adentrarse Brigida en el al- ma del “chango”, hizole conocer el dolor. Dositeo supo del amar- gor de los celos cuando ella le contaba los requiebros que, como flores de “puya-puya” arrojadas a su paso, le decian los arrieros. Conocié la tristeza y el escozor de la espera, al no estar a su lado, cuamdo en los dias de llu- via se quedaba encerrado en su rancho, aguardando a que escam- para. Pero sus pesares volaban como briznas agitadas por el “huaira”, al distinguirla de lejos, alto el brazo, saludandolo. Sus vidas se delizaban plenas de sol en el paisaje, llenas de la tibieza del carifio cantando al compas de las cajas y quenas. Desde hacia tres dias, una nie- bla escondia el sol. —Te juiste, abajefa. .., — re- pitié Dositee con amargura, ocul- tando su rostro em la aimohada. Bajé el sol, tifiédse de negro el altiplano, apagaronse das ultimas luces que como “tucu-tucus”’ ti- tilaban en la noche. A la manana siguiente, hacia ya rato que cantaban los pajaros cuando desperté el cabrero. Un murmullo se oia en el campo. Vo- ces broncas, lamentos de muje- res, juramentos sinceros escucha- ba Dositeo mientras se vestia presuroso. —Si ha perdiu la Brigida —~ comentaban. —Mir de la Virgencita para pedirle me la diguelva. . . — llo- raba la madre. Todos miraron inquisidores al “chango”, que salia en ese mo- mento. —iY? preguntabanle con los ojos. —Se jué. . oprimido, levantando los hom- bros. —Sigurito tenia otro novio — menté una mujer, vpservando de reojo a Dositeo. Sigurito — asintieron otros. La mafiana pasaba. —Hay que hacer alguito pa’ hallarla — exclamé el muchacho. i isa ayaa — tartamuded Por Jorge Noniero Lacasa Se dividieron en pequeiios gru- pos. Unos irian hacia los mon- tes; otros bajarian por los ata- jos; aquéllos. .. . Al mediodia, séle un nembre se escuchaba: —Briiiiiiigida. Nadita; ya no golvés “chun- quitay” — se lamentaba Dositeo, respirando hondo para ahogar los sollozos. ; - El cabrero salté come si lo hubiera pinchado un “churqui”. redondos los ojos, veia a Brigida que, rompiendo Ia inercia del paisaje, Hegaba hacia él, Ilustr6é Montero Lacasa . eco, como un sarcasmo, repetia el nombre querido. El cabrero era una sombra que vagaba por Jas quebradas. Las ojotas. deshechas, deshilachado el ponchito, “su panza’e burro” re- ventado. Castigado por el viento, que empezaba a correr, araiia- do por los “churquis”, hablaba entre dientes: —jMalhaya, abajena!. . . Aho- rita si te juiste pa siempre. . . Mil veces se habia repetido las Era una pledras con Ia boca abierta, Uitimas palabras de Ya moza pa- ra infundirse valor, para conven- cerse que debia continuar la bus- queda: —Giielvo en seguidita . . — le dijo bajando presurosa una - loma. Alarg6é la mano, y- con la palma le soplé un beso. XXXXKXXK —Se la tragé la tierra — mur- muré vencido, al regresar, —Pobre m’hijo, no la busques mas!..,

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