Diario las Américas Newspaper, March 28, 1954, Page 16

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MARIA DE LOS ANGELES Por VIRGINIA CARRENO y CONSTANCIA DE MENESES N halito de hielo se filtraba por las viejas puertas, se pe- gaba al blanqueado de las paredes, se extendia sobre Jos pisos de la antigua casa de don Nicolas, en San Juan de la-Fron- tera. Maria de los Angeles, encogida en su taburete, Ilamaba en vano a Eulalia, que se eternizaba en la cocina. En lugar de acudir, con- testaba, de cuando en cuando, con un “Ya va” a la imperiosa voz de su ama. —jEulalia!—volvié a llamar—. jEulaliaaa! Nada se movi6 en la casa. —jLe voy a dar, negra saban- dija! —murmur6 Angeles, y dejan- do su bordado, se levanté a bus- carla, Iba irritada, rezongando. cada dia la negra estaba mas insolente. Si hasta cebar un mate le parecia demasiado trabajo. Como si la tu- viera de adorno. O como se sinttle- ra que la autoridad de la nifia era poca en la casa. Ya le iba a ense- nar ella quién mandaba. ;A fé que esta vez no se escaparia de una buena zurra! Al cruzar el patio murmurando con los labios apretados, Maria de los Angeles se detuvo bruscamen- te..De la habitacién de su padre, en los altos salia un rumor de vo- ces masculinas, interrumpidas, de cuando en cuando, por una tos interminable que ahogaba la con- versacion. ~De qué estarian hablando Ja- vier y Clemente con el padre? El tema debia de ser discutido, porque la tos del jefe de la familia solia hacer su aparicion como ar- ma de retorica. Maria de los Angeles, que com- partia con el padre una existen- cia solitaria. habia aprendido a conocer todas las manas, y cuan- do, en medio de una discusi6n, don Nicolas caia presa subitamen- te de un acceso de tos, no insis- tia en el asunto. En cambio, los hermanos casados y alejados, se dejaban coger siempre en la tram- pa y se preocupaban mucho de esos catarros intempestivos. Recobrando el aliento, don Ni- colds volvié a tomar la palabra, sin dar tiempo a sus hijos que re- cogieran sus argumentos, y Ange- les oy6é al vuelo algunos nombres familiares: Del Carril Lima, Na- varro... Respiré aliviada. Estaban ha- blando de politica. La discusién, por fortuna, no la afectaba, y de- j6 de prestar atencion, Estaba ya por darle otro grito a la criada, cuando un tanido de campanas le desvid nuevamente la atencién y levantd la cabeza para escuchar. En el afio 1824, en el pueblo de San Juan, las campanas sonaban eada ocho horas para recordar a las madres de hijos de pecho que debian darles agua. Maria de los Angeles se detenia siempre a oir- las porque le recordaban a su madre, ya fallecida, que habia te- nido la piadosa costumbre de mur- murar una rapica oracién cada vez que llegaba hasta ella ese mensaje de Dios. Hoy las campanas sonaban pa- ra Angeles con voz de lamenta- cidn, como un eco a la angustia indefinida que la embargaba. ““Ay, ay, ay, ay, ay! —parecian clamar—. jAy..., ay Y el viento llegaba hasta ella y Je echaba zarpazos, haciéndola es- tremecer, mientras una extrafa fiebre brotaba de su interior para hacerle frente y le subia en olas hasta la cabeza. iQué le pasaba? Estaba vieja; eso era... Estaba vieja. Con un gesto de infinito hastio, Maria de los Angeles se apoyé so- bre uno de los pilares que soste- nian el techado y se abandond a sus tristes pensamientos. Page 4 Era la hija soltera de don Nico- las una mujer de cerca de treinta anos. Su cuerpo magnifico, de al- tivo porte y carnes firmes, desapa- recia completamente bajo el ropa- je profuso de la época, y en su rostro, de piel cetrina, que pare- cia ponerse amarillo cada ano, sor- prendian los ojos claros, muy cla- ros, brillantes y dominadores. Toda ella era un contraste y un misterio, que nadie se intere- saba en desvelar. A veces, ante la opaca resignacién de su mirada, sus hermanos se declaraban indig- nados y le reprochaban haber da- do a la familia una solterona. Y, ademas, inservible. Las parientas viejas comentaban su indeferen- cia, y les extranaba que no salva- ra su buen nombre entrando en la vida religiosa. Otras veces parecian despertar en ella grandes tormentas de sen- timientos, y la violencia de sus pa- labras, la célera de sus gestos, ha- cian temblar a los criados y hasta al viejo amo, que se abstenia en- tonces de llevarle la contra. Pero ultimamente era muy raras estas demostraciones de caracter, y las tenia casi olvidadas. La sol- terona parecia haberse resignado definitivamente. Después de misa, la capilla que- daba casi desierta. Una anciana concluia sus ora- ciones y se levantaba de la alfom- brilla que le servia de reclinato- rio.... Una pecadora arrepentida se golpeaba el pecho ante la imagen de la Virgen. El sacristan entraba para llevarse dos candelabros de plata que era menester fregar... Angeles, con el corazon batien- te, esperaba al espafol, disimuldn- dose en las sombras del templo. —José— decia bajito. para aca- riciar ese nombre, que, desde la vispera, habia repetido cien ve- ces—, José De prento se le acercé un hom- bre que vacilé al verla. Era de elevada estatura y enjuto de car- nes, Angeles le miré ansiosa, desco- nociéndolo. —Soy José— dijo el hombre, y espero. Ella no supo como saludarlo. —Yo soy Maria de los Angeles— dijo al fin. EI se incliné. ~Como obtuvo permiso para ve- nir? —continuo Angeles—. No le esperaba hoy, tan pronto... —Tengo amistad con uno del cuartel— replicé el espafol en voz baja (j;qué extrano acento tenia!) —, y me dan algunas libertades. Angeles ni se atrevia a mirarlo. No acertaba a decirle por qué le habia dado cita, y seguia buscan- do afanosa, un tema de conversa- cion, mientras el espanol la mira- ba, francamente curioso. —Debo irme— dijo, al fin, An- geles—. ;Puede usted volver aqui manana, a esta misma hora?... El hombre hizo un gesto de du- a. —Tal vez esté en mis manos ayudarlo— insistié ella. El prisionero fruncié el cefio y clavé la mirada en los ojos de la moza, como si quisiera compren- der. ,Qué queria de él esa mujer? Su aire de beata, su ropaje oscuro, sus modales secos, tan desprovistos de coqueteria, y, sobre todo, el or- gullo y petulancia de su actitud, lo desconcertaban... De lejos le habia parecido- més humana.... y mas vie- ja. Entonces lo que pensé hubiera sido plausible... Indeciso, el espafiol movié la ca- beza. —De seguro no prometo. Pero si puedo...., tal vez. Se separaron sin que ninguno de los dos hubiese esbozado una sonrisa. Cuando, palida y resuelta, la hi- ja soltera de don Nicolas le anun- cié sus intenciones, el viejo puso el grito en el cielo. Tomando a sus antepasados por testigos, juré que jamas en la fa- milia habia habido una desvergon- zada igual... Le hizo pensar en lo que dirian Javier y Clemente, las parientes y el presbitero Albarra- cin. Le recordé las virtudes de su santa madre —jque Dios la tuvie- Dos escritoras argentinas Virginia Carreno y Constanza de Meneses, acometieron la empresa literaria de dar vida actual a un pedazo de histo- ria, tomando el escenario novencista de la ciudad de San Juan, en los valles andinos. En este esce- nario han movido unas recias y peculiares figu- ras, de clara raigambre y profunda hondura psicolégica, y han creado en su torno un sugesti- vo clima de resonancias pretéritas, dandole rea- lidad y vida presente. Todo ello cuajoé en una novela, de la que ofrecemos el extracto de algu- nos de sus capitulos, ligados con el mayor senti- do de unidad que puede caber en esta clase de condensaciones de obras. se en su gloria!— y se presenté anciano y achacoso, abandonado por su unica hija, que preferia al padre, un enemigo de su patria... Y como Angeles siguiera imperté- rrita, amenazé encerrarla, habién- dosele acabado todos sus argumen- tos sin visible efecto, cayé presa de un ataque de tos, que casi le asfixiaba realmente por el esfuer- zo que puso en él. Entonces Maria de los Angeles le hizo sentar y se senté frente al padre, erguida, y, sin rastro de ex- presion en la cara, declaré: —No tosa por mi, Tata, que es- toy resuelta a hacer lo que he pen- sado. De la sorpresa, el viejo no pudo responder en seguida, Cuando, por fin, comprendiéd lo que Angeles habia tenido la osadia de decirle, la colera le subi6é a la frente, qui- so responder, no encontré’ nada y le espetd: —No cuente conmigo para res- catar a ese godo.... Ni un real le daré, ni ahora ni nunca.. —No hace falta, Tata — dijo Angeles, con las manos cruzadas modestamente sobre la falda—. Tengo de mi pertenencia. No ha- bia pensado pedirle. 4No?— dijo el anciano, olvidan- do enojarse en su sorpresa. —No Tata — repitid Angeles. Juzgaba inutil entrar en porme- nores, pero en el curso de los afos habia conseguido ahorrar una pe- quena suma, en la que habian en- trado los regalos que le habia da- do. su madre y los ahorros que hizo siempre en el gasto de la ca- sa. Presentia que los reales de don Nicolas se habian escabullido, co- mo tantas fortunas en San Juan en esa época, y que el viejo se engafiaba a si mismo, y a sus hi- jos haciendo misterios alrededor de sus negocios, sobre los cuales jamas consultaba a nadie. Cierto es que de pronto se quejaba decla- rando estar arruinado.... pero era evidente que no esperaba ser crei- do. Angeles lo habia sospechado por su propia condicién de soltera, ya que todo padre, en la posicién de hacerlo, establecia a sus hijas, y jamas faltaban candidatos a las de familias con. un’ buen pasar. éQué podia haber sido, sino al au- sencia total de bienes, el secreto de su noviazgo, fracasado hacia ya tantos afios?’ Y desde entonces, ningun esfuerzo habia hecho don Nicolas por presentarla a quien hu- biera podido pretenderla. Por eso, el tener en sus manos el precio del rescate le daba fuer- s zas_ para resistir la voluntad pa- terna, —Aunque tenga su dinero, jse- lo prohibo! —afirmé don Nicolas; y ensayando la persuasién—: ,;No comprende, hija mia, el alcance de lo que se propone hacer? Todo San Juan tendria noticias de este insélito casamiento, y nada se sa- be de ese..., jese expulso! Muy dis- tinto seria si lo conocieran por cas ballero; pero no es asi.... ;Quiere usted que todo el pueblo nos sefiae le con el dedo? jTemo que no hae ya recordado de quién es hija! —Tata, ese hombre es hijodalk go; yo lo sé aunque nadie lo cas nozca. Si me da permiso iré @ ver a misia Clara y.., Don Nicolas dié un punetaze en la mesa. —jRebajarnos ante los del Cas rril...2 ,No le he prohibido acaso que los visite? ces, poniéndose en pie—, soy mus ces, ponéndose en pie—, soy muk jer hecha...., ya casi vieja. Mien. tras usted viva no tendra hija mas dedicada ni que mas lo quiera que yo; pero el dia que usted llegue a faltarme, tiemblo de pensar lo que sera de mi. Mis cuhadas no me quieren, y si debo vivir con ellas, haran de mi una criada. Javier y Clemente nada pueden; usted los ha visto alejarse de esta casa, sabe que nada podemos ni yo n usted contra sus mujeres. Sus his jos no son sus hijos, sino los dé ellas, y llegara un dia en que el apellido que usted nos legé quex dara relegado al olvido, para deg jar lugar al de ellas, que tiene a brillo de la fortuna y del que s@ enorgullecen, con desmedro para el nuestro... rs Y continué: a —Si Dios me manda hijos d@ esta unidn, en la cual veo su mag no, juro por la memoria de santa madre que honraran nuestr familia y llevaran con la frentg bien alta nuestro apellido, que jas mds tuvo manchas y que no né& cesita del oro para brillar. El anciano movié la cabeza inp deciso. Descubria a su hija, s@ enorgullecia y se asustaba de ellg al mismo tiempo. Veia en el ro® tro arrogante de la muchacha 5 propia juventud, tempestuosa en.los hijos, pero el destino le ha . bia hecho trampa, dando a los vas rones la mansedumbre de su e® posa y poniéndole polleras al home bre de la familia. —No sé, no sé— repitid conf so—. Tendré que hablar con sug hermanos—y, en. un-gesto de afece to, muy extrafio en él, besé la fret te de la hija soltera. i Dos meses habian pasado desde el casamiento de Maria de los At geles, y la vieja casa cambiaba tan. rapidamente como la mujeg que le daba su alma. Todo el dia, desde muy tempra no,. se oian por los patios rum@ res de actividad. La voz del ama, que habia obrado con enérgica rev sonancia, sacudia a los negros d@ su indolencia, obligandolos a po@ ner en practica cien ordenes di tintas. . —Aptrese con esa pintura. Vw mos andando a buscarme las plat tas. Corra a lo de don Javier, ne gra aharagana. Mueva los pies. Incansable y emprendedora, Arm geles ponia su casa a la altura de su felicidad. Por eso ya no le s» (Continda en la pagina 10) —_, HEMISFERIO DOMINGO 28 DE MARZO DE 1954. 4) po

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