Diario las Américas Newspaper, February 17, 1957, Page 18

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Recife _se extiende sobre la costa y parece ocultarse a los ojos del visitante tras una cortina de cocoteros. El viajero que Nega a Recife por barco o tren no es recibido por una ciudad que despierta de la admiracién de los ojos an- siosos por lo pintoresco. Ninguin puerto maritimo brasilefio es mas reacio al turista El que lega de Rio o Bahia, ciudades francas, es- cenograficas, fotogénicas, con un permanente aire festivo, iglesias més gordas que las nuestras, ca- sas apretujadas como grupos hu- manos empefados en salir en una fotografia de revista, hospi- talarias, extrovertidas, quizds al comienzo se desilusione de Reci- fe, con su recato casi morisco, ciudad timida, escondida entre cocoteros, angulosa, con iglesias flacas y casas angostas. Urbe plana, sin prominencias que lla- - men la atencién, tendida en me- dio de las matas de bananos que sobresalen de los patios en las mansiones burguesas y los man- gos y zapotes de las casas aleda- fias. Recife se brinda mejor y pare- ee mas bien alegre al viajero que llega.en avién, pues las grandes pinceladas de agua ver- diazul alegran la vista Pero, la ciudad mo se entrega de inme- diato a nadie y parece justo que deje conquistar poco apoco su mayor encanto, pues es metrépo- li que prefiere los enamorados™ sentimentales a los admiradores impacientes. Pocos visitantes, sin embargo, se avienen a un asedio amoroso tan prolongado y aban- donan la ciudad con la unica y monétona impresién de sus ‘ca- lles soleadas, puentes modernos y gentes morenas. Los que desembarcan en et puerto ven primero a Olinda, ciudad gemela fundada sobre un farallén trece afios antes que Recife, de‘ la cual es hoy prac- ticamente un suburbio, pero con independencia administrativa. Bien vale la pena el viaje, en automévil o tranvia, para visitar- la, por su interés histérico y ef panorama. Las calles de Recife difieren mucho en aspecto, color y olor. Parecen a veces de ciudades ‘di- ferentes. Las hay perfectamente europeas. como la Avenida Rio Branco, © que recuerdan al Oriente, como la Estreita do Ro- sario —especialmente por la mo- che—, Beco do Cirigado, Beco do Marroquim, Rua do Fogo; otras que se parecen a las de Lis- boa, con sus casas de dos pisos, sus balcones, sus ventanas de vidrio, sus verdes, rojos y azules, - tal como la Larga do Rosario. Y las silenciosas: velhas ruas cimplices da treva e dos la- droes escuras ¢ estraitas, humildes pardieiros Viejas calles -cémplices de las tinieblas y los ladrones obscuras y estrechas, humildes y sérdidas, del poema de Joaquim Cardozo. Algunos barrios parecen de ciu- dades del Senegal, con sus chozas pajizas que, por cierto, no son tan antihigiénicas y sérdidas co- mo las congestionadas viviendas de los proletarios europeos, pues se benefician del aire y el sol que entran Jibremente por sus techos y paredes de .paja. - Por las esquinas de las viejas calles se puede ver todavia a los vendedores, en su mayoria cam- pesinos que llevan su maiz, fru- tas, vasijas de calabaza, man- ' dioca, cucharas de madera, som- breros de paja, zuecos; a- las negras gordas de vestido almi- donado, con sus muiiecas de tra- po o sus encajes; a las bahianas que asan maiz, frien pescado y preparan tapioca, mazamorra y eafé en sus hornillos de carbén, y a los hombres que ofrecen jaulas para pajaros; productos todos de una-sencillez primitiva, indigena o africana. Al amanecer ya pregonan: “jManzanas y pla- tanos maduritos! ;Mandioea! ;Hi- gos! Pescado fresco! El negro viejo con una enorme cesta so- bre la cabeza bocea: “jOstras 1Acabaditas de llegar j;Acabadi- taaaaas. . .! El vendedor de es- cobas entona un largo pregén con trémolos, como una can- cién napolitana:, “jOiga al esco- beroooo jEscobero pasaaaaa! Es- cobero se vaaaa”’. El turista no debe dejar de ver en el puerto una jangada, la balsa de una sola vela latina de los pescadores del nordeste, que es tan sencilla como las de los pueblos que los antropdélogos lla- man primitivos. Los pescadores son arrojados y en sus jangadas van a veces hasta Fernando de Noronha. Pasan noches enteras en alta mar, y cuentan que monstruosos peces sierra, capa- ces de cortar en dos la embar- cacién, a veces saltan a bordo. Se guian por las: constelaciones, las torres de la iglesias, los coco- teros. Para estos jinetes. del mar, el cielo estrellado es todo cami- nos. Adoran a la luna mas como creyentes que como romanticos. No cortan en noches de pleni- Iznio los maderos para la janga-. dao Ja choza, porque se pudren. No sefialan a la luna con el de- * do, porque ‘salen verrugas, en cambio le presentan'a los re- cién nacidos. Cren en Iemanja, Diosa del Mar, pero en Recife no le ofrecen sacrificios (como en Bahia), aunque nuestro pue- blo mestizo todavia rinde culto al mar, al agua y los astros. Na- da mas natural que adoren el agua las gentes de una ciudad que como una sirena surgiéd de ella! Los dos rios que alli con- “fluyen:la dividen en islas, y la marea llega casi hasta las casas, los huertos, los patios de las co- cinas, para dejar, con despren- dimiento franciscano, que las mu- jeres laven sus ropas y cacha- tros y los nifios jueguen y se bafien. Por el rio descienden toda- via piraguas casi iguales a las indigenas de 1500. También bar- cazas enormes, cargadas de azi- car, madera y pifias de los inge- nios, aserraderos y haciendas, y ladrillos de las alfarerias. Llevan nombres como Tu Maria, Luna,. Reina de las Aguas, Estoy Aqui. Mi Abuela, Me Voy. Las des- cargan en la cabeza negros, mu- latos y mestizos, que trabajan con el torso desnudo y “alta la frente”, sin perder jamas la dig- nidad y el buen humor. Recife es una ciudad mas de pintores, sin duda, que de misi- cos, escultores 0 arquitectos. Qui- z4s a causa de su luz. El holan- dés Franz Post pinté en el siglo XVIII aguas y arboles de Recife y las primitivas casas portugue- sas y holandesas, estas ultimas -mucho mas altas que las prime- ras y con despliegue de torres, Bra Re FE ‘ MI CIUDA Por GILBER! que los portugueses sdélo habfan consiruido en las iglesias. Teles Junior, paisajista del si- glo XIX, se deleit6, pintando aguas recifefias y revivié Ja tra- dicién pictérica de la ciudad, que databa de la época en que la villa fundada por los portugue- ses —mas_rurales que urbanos— se volvié holandesa. De Recife era Emilio Cardoso Aires, —qui- zas el mejor caricaturista brasi- Tefio—, que combiné con habili- das los fuertes colores tropicales cuyos. secretos aprendié en la nifiez mas del sol que ilumina la ciudad en forma unica que de sus maestros. Debido al éxito que al- canz6 en Paris, Jos artistas euro- peos conocieron a Recife. Hoy, Lula Cardoso Ayres, Francisco Brennand y Aloisio Magalhaes son famosos en Rio, Sao Paulo y en el exterior. Lula Cardoso Ay- res es el pintor por excelencia de Recife, asi como Mario Mota es su poeta, Anibal Fernandes su reportero, Benicio W. Dias su fotégrafo, José Antonio Gonsal- ves de Melo su historiador, Abe- lardo Rodrigues su colecciona- dor de arte, y Abelardo da Ho- ra su escultor (sus obras, que parecen ampliaciones de piezas de ceramica popular ‘se pueden ver entre los viejos arboles del Parque Dois Irmaos). Entre los buenos pintores y di- bujantes de Recife se encuen- tra Manoel Bandeira (no confun- dido con el poeta’ recifefio Ma- nuel Bandeira), maestro de la precision, pero con sentido prac- tico. Pinta también acuarelas de temas folkléricos _ y religiosos re- cifefios, en especial las famosas procesiones. Aunque los pintores locales pa- recen continuar la tradicién de Franz Post y de los holandeses de exactitud en el dibujo y co- lorido, los mds impresionistas se esfuerzan para combinar esa pre- ocupacion con el empefio de re- velar o sugerir una verdad que supere el simple realismo des- criptivo. También lo hacen los fotégrafos,. como Benicio W. Dias, quien parece revelar en sus YAIIAAAIIAAIANIIIIADAAA HE Reproducido por cortesia de “Américas”, revista de la Union Panamericana que se edita en inglés, espafiol y portugués. VAAANAALAFIAIAA IAI AIA AIDA obras lo “mas-real que lo irreal” de que habla Jean Cocteau, 0 Jo- sé Maria Carneiro de Albuquer- que, maestro del arte tipografi- co e impresor. de - primorosas - obras sobre temas recifefios. Hay otros artistas, continuadores de Teles Junior con estilo propio, que han pintado escenas de la ciudad —puentes sobre el Capi- beribe, viejas calles, casas, igle- sias, conventos y fuertes colo- niales—: Mario Nunes, Reinaldo, Baltazar da Camara, Elezier Xa- vier, Murilo Lagreca, Tilde Can- ti (cuyos azulejos son admira« bles). En el Museo del Estado, que ocupa una antigua mansién: del barrio Torre, se pueden ver va- rios paisajes de Teles Junior; en el de Arte’ Popular, muy bien organizado por el coleccionador Abelardo Rodrigues, se exhiben figuras auténticas de Ceramica popular, muchas policromas y en el del Instituto Arqueolégico, His- torico y Geograéfico Pernambuca- no se conservan entre otras re- liquias retratos al dleo de no- tables del estado y del Brasil. No existe en Recife ningin buen edificio de arquitectura mo- derna funcional. Perdone el tu- rista de buen gusto los horrores de la arquitectura nueva de nues- tra capital, pues ha sido victi- ma por afios de prefectos, go- pernadores y arquitectos poco sensibles a los complejos pro- blemas urbanos. Quizés el peor sea_-el Instituto de Educacién —le dicen el “monstruo”—, an- tigua Escuela Normal del Esta- do y centro de reformas docen- tes de proyecciones nacionales. Esto no quiere decir que la ur- be carezca en absoluto de mues- tras saludables y simpaticas de arquitectura moderna. Una se- rie de edificios da a la ciudad el aspecto funcional tan en bo- ga, pero choca ‘con el medio y la tradicién. La casa de la viuda de Aggeu Magalhaes, en Santa- ma, disefiada por un hijo arqui- tecto y decorada por, un hijo pintor, es una excepcién. La arquitectura de nuestros ho- teles, en particular, es deficien- te. Cuando el urbanista francés Alfred Agache visits entre 1920 y 30 el norte del Brasil, se dedi- eé a buscar junto con un mucha- La corona, espada del Baile del Car

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