Diario las Américas Newspaper, November 25, 1956, Page 21

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» ak SRI Mi PN omer ee RS OS tres nos hallabamos en el compartimiento de un ferrocarril. Un mayo- rista en artefactos sani- tarios, un hombre con un libro y yo. El mayorista leia su diario. —Veo que ham fusilado a otros diez y nueve alla en Rusia — di- jo—. Es un asunto de sabotaje. —jQué gente sanguinaria! — exclamé. —iY quién sabe qué otro re- medio tendra Stalin? Alega que esos tipos que han fusilado des- truyeron toda una fabrica cum- pliendo ordenes de Hitler. —Lo que es por mi— respondi —no creo que el sabotaje merez- ca la pena capital en tiempo de™ paz. El hombre del libro nos habia estado escuchando. Dejé de leer. Lo miramos sin mayor interés; tenia la cabeza gris, el traje gris y, al parecer, un temperamento gris. también. ~Acabo de volver de Rusia— nos dijo. -—jEs usted un comunista?— pregunt6é el mayorista con cara de pocos amigos. —jOh, no! Soy un ingeniero quimico. Estuve alli ayudandoles a construir una fabrica de nitra- tos en Ukramia. —jzY dicen la verdad los dia- Trios sobré esas ejecuciones, esos fusilamientos? a —Si, debe ser verdad; en par- te por lo menos. —jQué quiere decir con eso? iEn qué parte es verdad? —Les diré. . . .Es el asunto del sabotaje lo que no esté muy claro —dijo el hombre del li- bro—. Estoy de acuerdo en que ha habido algunos casos de ver- dadero sabotaje, pero la mayo- ria de esos fusilamientos se de- be a que han tratado de cose- char peras del olmo. —jExpliquese, por favor! —Quiza convenga que les cuen- te algo que me ocurrié personal- mente. Asi les sera mas facil comprender. El hombre del libro se com- puso la voz y empezo su relato: —Esta fabrica donde yo me hallaba pertemecia a un pro- yecto hidroeléctrico sobre el rio Yoska. Nuestra fabrica de nitra- tos compartia la fuerza eléctrica con un gran taller para camiones ubicado en la otra ribera del rio. Todo aquel territorio es ain muy salvaje, pero hay un camino nue- vo a Desna, bien pavimentado, por donde se puede ir hasta Kiev. “Cuando mi trabajo habia ter- minado, el comisario a cargo del distrito —un joven muy decen- te, de nombre Rassioviestzky— -se ofrecié para llevarme en su auto hasta Desna. Cuando subi al automévil me sorprendié mu- cho ver a Miliukof, el gerente del taller de camiones, sentado alli dentro sobre los asientos au- xiliares. Estaba esposado a un hombre de rostro de piedra, sen- tado al lado suyo. Nos saluda- mos bastante cortados, por ser aquélla una situacién embarazo- sa. “Mi camarada Rassovietsky ocupé el asiento a mi lado, y emprendimos viaje por el cami- no a Desna. El chofer y un me- canico ocupaban el asiemto de- lantero, y ambos eran del tipo impasible de los campesinos. “__TLamento que usted se vea : obligado a viajar con un traidor —se excuso el comisario—. Pero lo van a fusilar esta noche mis- ma en Desna. x “Luego, sin tomar en conside- raciOn que el acusado nos podia escuchar, continuéd hablandome del asumto. Me dijo que en el taller de camiones no se habia cumplido con la cuota de traba- jo que se le habia asignado. Al investigar la merma en la pro- duccién, se descubrié que la ad- ministracién habia incurrido en tales errores, que no era posible creer que lo hacia por mera ca- sualidad o simplemente por te- ner mal criterio. “A pesar de todo no pudimos sospechar del camarada Miliukof hasta no descubrir que trataba® de sacar a su mujer y a sus hi- jos del pais. “Luego supimos que mantenia comunicaciones secretas com un primo en Alemania. De modo que ahora comprendemos por qué el camarada Miliukof cometio aque- llos errores en la adminissraci6n. “Durante este relato el pri- sionero no hablé, y solamente su rostro sonrojado dejaba ver que escuchaba. “_Tamento mucho que ésto haya ocurrido —dije yo, diri- giéndome mas bien a Miliukof—. Quiza ha habido un error en to- do ésto. Cambié el tema de la conver- sacién, pero mientras hablaba con el comisario estaba pensan- io en Miliukof. Traté de de- cir algo en su defensa, pero era inutil, pues yo no sabia nada en econéreto sobre aquel individuo. Su personalidad me habia im- presionado bien las pocas oca- siones que hube de tratar con él en la fabrica. —jCuando va a haber una re- volucién en su pais, mi amigo? —pregunté el comisario Rasso- vietsky. “_Creo que no habra ningu- na —contesté ce mal humor, ya cansado de responder tantas ve- ces a esa misma pregunta. — De todos modos, no sera igual a la de ustedes. “El comisario comenz6 a ar- gumentar como era’ costumbre hacer, pero en medio de su mo- nologo el auto se pardé en seco. Estabamos a varios kilémetros del pueblo mas cercano y com- pletamente solos en la estepa glacial. “El chofer y el mecanico sal- taron del auto deshaciéndose en disculpas ante el comisario, y comenzaron a revisar el motor. Trabajaron durante largo rato sin resultado apreciable. El co- misario Rassoviestky comenzo a jurar en ruso, y luego bajé del coche para supervisar las repara- ciones. Miliukoff y su guardia se mantenian mudos e inmoviles en sus asientos. Di unos golpecitos -en la espalda del prisionero. “__;Puedo hacer algo para ayu- darlo?—dije en voz baja. “Gracias. . .; no— dijo Milukoff sin darse vuelta. ; “Durante'los diez minutos que siguieron el comisario agoté su repertorio de insultos, pero el coche no daba muestras de po- nerse en marcha. “Yo comprendia suficiente ru- so como para entender que esta- ba retando al chofer y al meca- nico por deshonrar de ese modo a la,industria del Soviet ante un americano. “_~Por qué no pueden arre- glar el auto? — Vociferaba. — No eran expertos mecanicos de automévil, acaso? zNo estarian complotados con Jos alemanes para desacreditar a la Rusia So- viética? “Atemorizados, el chofer y el mecanieo trabajaban en forma desesperada con el motor. Obser- vé que, mientras los minutos iban pasando, el comisario Rassovie- etsky empezé a asustarse tam- bién. Eramos demasiado visibles apostados alli en el camino de- sierto. gQué pasaria si algun al- to personaje de Kiev nos en- contrase? —‘“jLes doy diez minutos mas —grité finalmente Rassovietsky —. Si el auto no anda los de- nunciaré al comité. “Yo bajé entonces del auto- movil. “__Quiza sea la ignicién — di- je al azar. "La ignicién, jelaro! — gri- t6 el comisario—. jArreglen la ignicién, o los denuncie! “El chofer, un campesino ro- busto que debid estar detras de un arado, interrumpié los gritos del comisario con una pregunta bien dirigida: Seguridad para Sus Ahorros... Dividendos Pagados Dos Veces Al Afio Tipo Actual del First Federal Savings de Miami ¢s Ja Asociacién Federal de Ahorros y Préstamos mas antigua en América, y una de las mas grandes y fuertes en la naci6n. Tiene sobrante y reservas de mas de 10 millones de dOlares. 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Des- pués de pasada una eternidad, el comisario anuncié que el des- perfecto no era eléctrico. Miré nuevamente la carretera blanca y desierta, y su rostro denotaba desesperacion. El deshonor o la muerte podrian sobrevenirles al comisario, al chofer y al mecani- co, si algin personaje pasara por el camino en ese momento. “_;No es usted un america- no entendido en automoviles? ~ me pregunté con voz patética. “Antes que yo pudiera contes- tar, una voz hablé a nuestras es- paldas. “Creo poder arreglar eso — decia. “Nos dimos vuelta. Era Miliu- koff, el hombre condenado a mo- rir. “Miliukoff necesit6 solamente seis minutos de trabajo para el arreglo- del desperfecto y poner el motor en marcha. Sin pro- nunciar palabra ni dirigirnos una mirada siquiera, volvid a ocupar su lugar en el auto. “El chofer y el mecanico eran hombres buenos y honrados y se sentian muy reconocidos. Sifuie- ron a Miliukoff y le dieron las gracias fervorosamente, tratando de besarle la mano, a la manera de. los campesinos rusos. Pero aquel hombre iba camino de la muerte y seguia mirando fija- mente hacia adelante, diciéndoles: “No es nada, no es nada. “Pero esta vez di con la ansia- da solucién del problema. “—Usted es un buen mecani- co, camarada Miliukoff — dije— pero un mal administrador de fabrica. Por eso fue que cometié aquellos errores. No estaba com- plotado contra los Soviets. Lo que pasa es que sus jefes le die- ron un empleo demasiado im- portante y complicado para us- ted ,No es asi? “Los ojos de Miliukoff se lle- naron de lagrimas, pero no tra t6 de hablar. Solamente asintié con la cabeza. “—_Pero si ahora me doy cuen- ta! —expliqué con entusiasmo—, Estos hombres que manejan el auto no son mecanicos, sino la- briegos. Este comisario no es un ingeniero eléctrico, sino un po- litico. Y, sin embargo, si fraca- san en sus empleos seran fusi- lados sin remedio. Eso es lo que ha estado ocurriendo en toda Rusia. Digo o no la verdad?; “Nuevamente el hombre que iba a ser fusilado’ asintié. Dos lagrimas rodaron por sus meji- las palidas. “Dirigi una mirada significa- tiva al comisario Rassovietsky, que esperaba al lado mio. Come reg antes, no era un mal hom- re. “—Regresaremos a Neyvna- grad, camara Miliukoff — dijo— Deseo... este... revisar con mayor prolijidad su case”. SQnIIDIpO ppp Dib ppp pb ppb bbbbbbibbbby GEMAS DE COLOMBIA (Viene de la Pagina 3) Se cree que es considerable si se compara el surtido de esmeral- das encontradas en los mercados de México, Estados Unidos y Eu- ropa con el dato que se otbie- ne de las licencias colombianas de exportacién. Agrega que los contrabandistas introducen las esmeraldas a Venezuela por la frontera “con la mayor facilidad” o las llevan a los puertos mariti- mos colombianos, donde tripu- lantes cémplices las transportan a México o los Estados Unidos. Las aduanas estadounidenses no pueden intervenir mientras se pague el impuesto del 5 por cien- - to fijado para las piedras tallas sin montar; las esmeraldas’ co- lombianas estén exentas de de- rechos. Para evitar los robos se toman diversas precauciones, Por ejem- plo, tan pronto como Ios mine- ros descubren la “morralla” o sea el mineral que contiene esmeral- das (en si poco valioso), el ins- pector llega de prisa. Vigila atentamente cuando los obreros desprenden las capas rocosas y recogen las esmeraldas a mano. Si anochece antes de agotada la “bolsa”, el inspector cierra la ve- ta con barro, sobre eI cual pone su firma. Luego se cubre con tie- rra y piedras de la plataforma su- perior y, a la mafiana siguiente, el mismo inspector vigila la lim- pieza y examina la firma antes de que se reanude la tarea. Una vez que en la mina se ha recogido suficiente cantidad de esmeraldas, el gerente pide a Bogota un fiscal del gobierno, quien pesa las gemas, las avalia, las coloca en un saco sellado de yute y las lleva al Banco de la Republica. Alli, otros funciona- rios las repesan y reavalian y, en el] caso de las minas de Chi- vor, que son de propiedad parti- cular, la oficina de la firma en Bogota recibe automaticamente la licencia de exportacién o de venta. Las esmeraldas de Muzo, de propiedad oficial, se guardan en las bévedas del Banco o se envian a los lapidarios contrata- dos por el Gobierno para que las tallen y se vendan. Alarmado por las proporciones del contrabando y el perjuicio que causa al fisco, el Ministerio de Minas esta preparando un nuevo reglamente para la explo- racién, extraccién y comercio de esmeraldas. El Dr. Dominguez dice que este reglamento no se aplicaré a la minas particulares y que segtin se espera, reduci- ra el contrabando en un 95 por ciento. Pero no es facil hacer cumplir la ley en un asunto como éste en que desde hace siglos ha ve- nido dominando el espiritu aven- turero .Y, como dice un funcio- nario: “Cualquiera puede escon- der una fortuna en esmeral- das entre los dedos de los pies, Frente a tal tentacion y si se presenta la oportunidad, muchos sucumben a la Fiebre Verde”. \ Pégina 9

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