Diario las Américas Newspaper, November 25, 1956, Page 18

Page views left: 0

You have reached the hourly page view limit. Unlock higher limit to our entire archive!

Subscribers enjoy higher page view limit, downloads, and exclusive features.

Text content (automatically generated)

“BE AY realmente algo en Sevilla que falta en el resto del mundo. Esta en’ el aire, en la luz del sol, en los ojos de las muje- res, en el oro brufido de Jos reta- — blos. En los tiestos de claveles, en el perfume y el color del vi- no, en el gracioso decir y el vis- POR PEDRO MICIANO LA toso vestir, en la alegria de Ja fiesta de toros, en el doloroso patetismo de los Cristos y las Ma- Rias,'en la armonia discorde del cante jondoe y en el desgarrador sollozar de la saeta, en el ale- gre bullicio de las ferias y en la enigmatica seriedad de los nazarenos en-las cofradias, en el DALUCIA LLISIMA.... mantén bordado y la mantilla de encaje. En el clima, en las gentes, en las cosas. ae A todo esto le llamé Reyles embruje. Tal vez su acierto con- sista en cubrir un misterio con otro. El hecho indiscutible es ese, el no sé qué de Sevilla, que cau- tiva. 4 Para el forastero, e] embrujo se revela en un ansia inconteni- “ple de ver, oir, tocar, gustar, y aun respirar hondamente el ai- re. Como si asi pudieran pene- trarse de Sevilla, hacer suya la cosa inmaterial que le rodea. Y un afanoso reunir objetos sevi- Jlanos: ceramicas, cobres, estam- pas, herrajes, tiestos, flores y hasta semillas. Deseo de retener aquello que infaliblemente se pierde con la ausencia. Como muchos, yo he buscado la explicacién del misterio se- villano, Me hacia la ilusién de librarme del embrujo, gracias a mi condicién de nativo de aque- lla tierra bendita, a mis ante- pasados sevillanos por inconta- bles generaciones, a mi ausen- cia de veinte afios, a mis ojos cargados de paisajes del mundo, a mi imaginacion curada por el escepticismo. Y he vuelto en primavera. Cuando Sevilla, armada de to- das sus armas de belleza, se da toda entera a los sentidos. Cuan- do el aire se espesa de aromas y de cada balcén desborda un jardincillo. Nardos, claveles, ro- sales, geranios. Cuando los na- ranjos. Cuando los naranjos ca- llejeros se cubren con la nieve florida de sus azahares. En la hora de la tarde, e] en- canto se acentua. Los oidos se colman con el dulce tanir de Jas campanas. Parece que la gloria misma. desciende a medida que el cielo va tupiendo sus velos de anil. Y mientras la altiva Giral- da sigue banandose en los rayos del sol, las fachadas, mas bajas, cambian su albura por el color y el brillo de las naranjas. Enton- ces, los patios se cruzan con una panoleta de sombra, y los jilgue- ros, de vuelta de la siesta, pre- Judian a las guitarras. A esa hora de plenitud sevi- Ilana, dejando toda compaiiia, he salido a vagar en busca del ig- noto secreto. Insensiblemente, la masa de la Catedral me atrae. Luego el Alcazar, que, a su fren- te, es una tentacién demasiado incitante. Aqui he sentido de pronto la necesidad de llevar mis pasos ha- cia los jardines de Velazquez, Reconozeo que hasta este momen- to mi voluntad estuvo ausente de mis actos. Voy, quizas, empu- jado por mi instinto. Ahora, en el Patio de Banderas, cuando in- sensiblemente lo cruzo en diago- nal, unas voces extranjeras de tu- ristas que gritan su admiracién, me sacan de pronto del dominio de lo subconsciente. Y comprendo. Es que este Pa- tio del Palacio es la antesala Fe é de Ja intimidad callejera de Sa ta Cruz. ; Todo el atavismo alegre y m lancdlico de mi raza esta conm go cuando cruzo el postigo m runo, tras cuya reja se abre como cuchilladas las callejuel; del barrio clasico. Recorriéndolo, tengo la se gacién completa de] complejo e piritual.que forma el alma d mi pueblo. Ese muro himed cubierto de hiedra, que enfre ta un palacio, no podria ser sub tituido por otra cosa, sin que s qguebrara el encanto, Esa vent: nita enrejada no mayor que n panuelo y que encierra dos tie: tos de flores, no podria estar e otro sitio que ese que ocup; Fachadas inclinadas que s cruzan por arriba en calles iy verosimiles. Balcones florido que avanzan sobre tejados. Jard nes aéreos de las azoteas. Zz guanes, cancelas de férreo er caje, patios increibles, donde ¢ chorro de una fuente policroms da canta una copla inacabable Plazoleta de Dofia Elvira, cu bierta de sol a la vuelta de ca Iles sombrias, con aspecto de jar din casero, macizo de claveles re ventones. Monumento de la San ta Cruz, canto de fe de la ar tesania sevillana, que ha lograd el milagro de transformar el me tal en oraciones. No sé cuanto tiempo he vaga do por Santa Cruz. Claros luce ros, son como brillantes que ru tilan sobre el azul milagroso de cielo. En un rinc6n obscuro, surg fatal necesidad— el rumoi sensual de las catafuelas, mez ciado con el quejumbroso ge mir de las guitarras. Sevilla, Serba la bari, me hi revelado su secreto.

Other pages from this issue: