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DOMINGO 23 DE JUNIO DE 1957 PARABOLA Por MARIO NUNEZ DE LA VEGA Las palabras ansiosas, insistentes, de una urgencia que se acentuaba por ser dichas en un susurro, manaban inagota- blemente de los labios del preso. Promesas mezcladas con ar- gumentos que, poco a poco, se volvian mds convincentes al caer en las orejas del carcelero, en cuyas manos el anillo cargado de llaves, se. convertia, por magia de las palabras murmuradas, en un arcon repleto de riquezas. —Mi hermano estaré aqui dentro de unos minutos a verme, —insistia el preso:— él te dard un paquete de billetes por valor de cincuenta mil pesos si me dejas salir. Tu no ganards tanto dinero aqui en los préximos veinte afios, y si te hacen responsable por mi fuga, puedes usar un poco de ese dinero como fianza, y comprar tu libertad después. Siem- pre te quedara bastante para abrir un negocio y vivir.como un rey, aprovecha la ocasién. . . La mente simple del carcelero daba vueltas a las palabras del prisionero. Estaban solos en la pequefia cdrcel, esperan- do a que Ilegaran los agentes que conducirian al detenido a la Penitenciaria, Era facil hacer lo que él pedia, y, con cin- cuenta mil pesos en la bolsa, afrontar las consecuencias de su acto. No tomaria, seguramente, mds de dos o tres mil de ellos el conseguir su libertad a su vez... y cincuenta mil pesos eran, francamente, muchos pesos. El murmullo apresurado seguia, incesante, haciendo re- saltar la pobreza del carcelero, el misero sueldo que recibia, y, —lo mds convincerite de todo— la imposibilidad de libe- rarse de su mediocridad. Su conciencia quemé el ultimo cartucho en una pregunta: —éPor qué estds aqui? ¢Mataste a alguien? ——jNo, hombre! Me salieron mal unos- negocios, y fut detenido. Una equivocacién que cometi, eso fue todo. Pe- ro, si salgo ahora de la cdrcel, puedo recoger mi dinero, en- derezar mis asuntos y ganar mucho mds que tus cincuenta mil jpesos. Anda, déjame salir. . : “'Tus’’ cincuenta mil :pesos...- esa fue la ultima gota. EI carcelero se irguié, y con una mirada de asentimiento re- greso al frente de la prisién a esperar al hermano del preso, y a su fortuna. Llegé el hombre, tras largos minutos. En su mano Ile- vaba un paquete envuelto en papel de estraza y atado con un cord6én, que depositd sobre el desvencijado escritorio de la oficina. Los dos hombres se miraron, y el recién llegado de- senvolvidé silenciosamente el bulto. Parecia imposible. Pero alli, sobre el destartalado mue- ble, en billetes de banco de todas denominaciones, se despa- rramaron, nuevecitos y crujientes, cincuenta mil pesos... El carcelero envolviéd, con manos agitadas, el! paquete. 4Guard6 cien pesos en su bolsillo, y, con dificultades, até el {cordon alrededor de su fortuna, ante la mirada fria del des- 4 conocido. Salié a fa calle, y flamé al adormilado policia que mon- taba una indiferente guardia frente a la oficina, sentado en un banco y con la carabina reclinada contra la pared. Con un voz que le parecié que pertenecia a alguna otra persona, le dijo: ‘‘Lleva esto a mi casa y ddselo a mi mujer. No te -ardes’’, Partié el policia con el rifle a cuestas y el paquete bajo el brazo; segundos después, con rumbo opuesto, el preso y su hermano salieron de la carcel. Y dentro, en la oficina, con la mirada clavada en la pared y la boca seca, el carce- lero permanecié sentado, con el Ilavero en las manos y la sangre latiéndole en las sienes. Desperté de su ensimismamiento al ver a dos individuos entrar en la oficina y aproximarse al escritorio, Se puso de pié maquinalmente, y, tras de echar una ojeada a las creden- ciales que los dos hombres presentaron, volvié a sentarse, Sus piernas no lo podian sostener. _ -——éDonde esta?— pregunté uno de los agentes. —<¢Donde estd quién?— preguntd é! a su vez, en un incomprensible deseo de ganar tiempo, de posponer aunque fuera por unos segundos el terrible momento. —EI detenido— contesté el agente con alguna impacien- cia. Venimos a llevarlo a la Penitenciaria. Aqui estan los documentos para su traslado. Con mirada aturdida, el carcelero pasé su mirada por los documentos. Y los agentes se miraron sorprendidos ante la risotada, que se convirtié en hilarante histerismo, que salié de sus labios, al leerlos; alli, en esos papeles, tras del nom- bre del. preso que acababa de comprar su libertad cambidn- dola por la suya, el carcelero leia en vozialta el crimen, mez- clando la palabra con carcajadas que se quebraban en so- llozos... ‘Falsificacién de dinero”, SUPLEMENTO DOMINICAL DE