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Ln at—aeees Después de la Semana Santa se eelebra en Sevilla la feria de abril, feria de ganados, pero también de la alegria y del vino, del baile y la primavera. Hay claveles a montones y una_sonri- sa en los labios de cada mujer que pasa. La feria de abril es una de las fiestas mas tipicas de Espafia y aunque es muy dificil describirla, se ha intentado ha- eerlo innumerables veces con éxito variable. Para que nues- tros lectores puedan hacerse idea de lo que es la feria sevillana publicamos a continuacién dos textos escritos por dos andaluces que la han presenciado muchas veces. . El primero, prosa, se titula La Feria Sevillana y se debe a la pluma de Rogelio Pérez Olivares, sevillano en todo, hasta en su es- tilo. Esos parrafos calidos lenos de entusiasmo, de luz y de color , recogen maravillosamente el la- tido vital de la ciudad. El otro en verso, titulado Fe- ria de Abril en Jerez, es obra de José Maria Peman y aunque se refiere a Jerez de la Frontera, podria referirse lo mismo a la fe- ria sevillana. Esta composicién ha asido muy difundida, porque los recitadores la eligen con pre- ferencia para lucir sus habilida- des y entretener a sus publicos. El tono de la opesia, un tanto despectivo, como escrita para los de casa por uno de la familia, tie- ne gracia y positiva realidad. He aqui los textos referidos: LA FERIA SEVILLANA _ En el florido abril de los dias tibios y llenos de esplendores, nace con todos los encantos de una sonrisa de mujer, la feria sevillana. El prado de San Sebastian, ver- de y fragante, le brinda sus cam- pos de luz; las bellas mocitas;~ graciles y gentiles, el caudal fa- buloso de sus gracias; Ios vifie- dos de Jerez y Sanlucar, sus vi- nos olorosos; la guitarra, el mis- terio que vibra en sus cuerdas; la incomparable tierra andaluza, su ambiente tipico, el ingenio despierto de sus gentes, el delei- te subyugador de sus costumbres. Para la feria se levanta en Se- villa un pueblo. Un gran pueblo de lonas y maderas: el pueblo del buen humor. Como éste, es bullicioso y alocado, inquieto, fu- gaz, de un efimero vivir. Por las calles anchas del ferial parece que rien las casetas, pala- cios encantados de la alegria, los 4rboles lozanos, los gallardetes que abandonan en los brazos sua- ves de la brisa sus telas ondulan- Al indeciso albor del amanecer comienza este espectaculo inolvi- ‘ dable que es orgia de luz y de colores, de sedas y perfumes, de mantillas blancas y claveles rojos, de mujeres que matan con el fulgor de sus ojos insonda- bles, crueles, impios. . . El primer desperezo de la au- rora pone en las morunas az0- teas las galas de su hermosura, Salta el sol por Oriente; se re- fleja en el vidriado de las anti- guas tejas blancas y azules, be- sa a la Giralda con sus rayos, acaricia a las rosas que se en- eienden y adorna los campos de Ja feria con una alfombra de oro. Es entonces cuando las nifias sevillanas han terminado de contemplar sus gallardias ante Ja luna del espejo y se disponen a marchar. Sobre las dulces ca- pecitas rubias, la seda marfilena de las mantillas cae en un lecho de rosas blancas, que son flo- res de ilusién y de castidad. Los valientes perfiles morenos, de abolengo musulm4n, se destacan precisos entre las mallas que sos- tienen los gruesos madrofos aterciopelados, y el ébano de las rizadas cabelleras enreda los ta- llos sarmentosos de los claveles de sangre, que tienen, entre las hojas picadas, un lacerante per- fume de lujuria. Afiorando los pinceles de Go- ya, pasan soberanas en los co- ches cascabeleros. El aire suave de la mafana hace flamear las mantillas y sobre las turgencias del busto altivo se ajustan los va- porosos trajes primaverales. Al verlas recorrer el ferial en su marcha triunfadora, los hom- bres estaticos, desgranan entre sus labios ansiosos todo un ro- sario de alabanzas. Entra el coche, expertamente regido, por los sitios donde el ganado en venta pasta de la hien ba enrociada y jugosa..Las pri- meras horas de la mafana se emplean siempre en estas visitas. Alli-se admiran magnificos ejem- plares de todas las especies. Allf los soberbios caballos de Ibarra y de Guerrero, finos de pelo, de ancha grupa lustrosa, de cuello elegante, patas delgadas y 4giles que componen ‘una andar armoni- co y brioso; Ias vacas lecheras, silenciosas y rumiadoras; lo# blancos corderitos que balan tristemente su eterna resigna- cién; log cerdos grasientos de la serrania extremefia; los bueyes