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Entre Antioquia y Sopetran estaba yo fundando una hacien- da. Me acompanaba, en calidad de mayordomo, Simon Pérez, que era todo un- hombre, pues ya te- nia treinta afios, y veinte de ellos los habia pasado en lucha tenaz con la naturaleza, sin sufrir. ja- mas grave derrota. Ni siquiera el paludismo habia logrado hin - earle el diente, a pesar de que Simon siempre anduvo entre zaneudos y demas bichos agresi vos. Un s*sado en la noche, des- pués del pago de peones, nos que damos Simén y yo conversando en el corredor de la casa, y ha- ciendo planes para las faenas de la semana entrante, y como yo le manifestara que necesitaba- mos viente tablas para construir unas canales en la acequia, y que no habia aserradores en el *on- torno, me dijo: —KEsas se las asierro yo en es- tos dos dias. —Céomo —le pregunté— jsa- be usted aserrar? —Divinamente; soy aserrador graduado, y tal vez el que ha ganado mas alto jornal en ese oficio. ;Qué dénde aprendi? Voy a contarfe esa historia, que es di- vertida. En la guerra del 85,me reclu- taron, y me llevaban para la Cos- ta por los Llanos de Ayapel, cuando resolvi desertar, en com- pahia de un indio ‘boyacense. Una noche que estabamos ambos ’ de centinelas, las emplumamos por una cafiada, sin dejarle salu- dos al general Mateus. Al dia siguiente ya estabamos a diez leguas de nuestro ilustre jefe, en medio de una montafia donde cantaban los gurries y ma- romeaban los micos, Cuatro dias anduvimes entre bosques, sin :0- mer, y con los pies heridos por las espinas de las chontas, pues ibamos rompiendo rastrojo con el cuerpo como vacas ladronas. Yo habia oido hablar de una empresa minera que estaba fun- dando el conde de Nadal en el rio Nus, y resolvi orientarme ha- cia alla, asi al tanteo, y siguien- do por la orilla de una quebra- da que, segin me habian dicho, desembocaba en aquel rio. Efec- tivamente, al séptimo dia, por la manana salimos el indio y yo a la desembocadura, y no lejos de alli vimos, entre unas pefias, un hombre que estaba sentado en la orilla opuesta a la que llevaba- mos nosotros. Fue grande nues- tra alegria al verlo, pues ibamos casi muertos de hambre y era seguro que él nos daria de 2o- mer —Compadre —le grité—, jc6- mo se llama esto aqui? ;La mi- na de Nus esta muy lejos? —Aqui es; yo soy el encargado de la tarabita para el paso, pero tengo orden de no pasar a na- die, porque no se necesitan peo- ~ nes. Lo inico que hace falta son aserradores. No vacilé un momento en re- plicar: —yYa lo sabia, y por eso he venidé; yo soy aserrador; eche la orilla para este lado. —iY¥ el otro? —pregunté se- fialando a mi compaiiero. El grandisimo majadero tam- poco vacilé en contestar rapida- mente: —Yo no sé de eso; apenas soy No hubo remedio, y el encar- gado de manejar la tarabita eché el cajon para este lado del rio, después de’ gritar: —jQue pase el aserrador. Me despedi del pobre indio y aol Minutos después estaba yo en presencia del conde, con el cual tuve este didlogo: —jCudnto gana usted? —jA cémo pagan aqui? —Yo tenia dos magnificos ase- rradores, pero hace quince: dias murié uno de ellos; les pagaba a ocho reales. PAG. 6 —Pues, sefior conde, yo no tra- bajo a menos de doce réales; a eso me han pagado en todas las empresas en donde he estado, y, ademas, este clima es muy malo; aqui le da fiebre hasta a la qui- nina y a la sarpoleta. —Bueno, maestro; el mono co- me chumbimba en tiempo de ne- cesidad; quédese y le pagaremos los doce reales. Vayase a los cuarteles de peones a que le den de comer y el lunes empieza tra- bajos. iBendito sea Dios! me iban a dar de comer; era sabado; al dia siguiente me darian también de eomer de balde. Y yo que para poder hablar tenia que recostar- me a la pared, pues me iba de espaldas por la debilidad en que estaba. A las siete de la mafana me fui para la casa del conde, el cual vivia con su mujer y dos hijos pequenos que tenia. Un peon me dio tabaco y me presté un tiple. Llegué echando humo y cantando la guabina. La pobre sefiora, que vivia mas abu- rrida que un mirlo recién cogido, se alegr6é con mi canto y me su- plicé6 que me sentara en el co- rredor para que, la entretuviera a ella y a sus nifios, esa noche. Aqui es el tiro, Simén —dije para mis adentros—; vamos a ga- narnos esta gente, por si no re- sulta el aserrio. Y les canté todas las trovas que sabia. Porque, eso si, yo no conocia serruchos, tableros y tro- ceros, pero-en cantos bravos si era veterano. Total, que la senora quedé encantada y me dijo que fuera al otro dia siguiente por la ma- muchachos, pues no sabia qué ha- ‘eer con ellos los domingos. ;Y¥ me dio jamoén, galletas y jalea de guayaba! % Al otro dia estaba este ilustre aserrador con los muchachos del sefior conde, Bafidndose en el rio, comiendo ciruelas pasas y jben- dito sea Dios, el que exprimié las uvas! bebiendo vino tinto de las mejores marcas europeas! Llegé @1 lunes, y los mucha- chos no quisieron que “el aserra- dor” fuera a trabajar, porque les habia prometido llevarlos a un & guayabal a coger toches en tram- pa. Y el conde, riéndose, corvi- no en que el “maestro” se gana- ra sus doce reales de manera tan divertida. Por fin, el martes, di principio a mis labores. Me presentaron al otro aserrador, para que me pu- siera de acuerdo con él, y resol- vi pisarlo desde la entrada. —Maestro —le dije de mode que me oyera el conde, que es- taba por alli cerca—, a mi me gustan las cosas en orden. Pri- meramente sepamos qué es lo que se necesita con mas urgen- cia: jtablas, tablones o cercos? —Pues necesitamos cinco mil tablas de comino para las cana- Ies de al acequia, tres mil tablo- nes para los edificios, y unos diez mil cereos. Todo de comino; pe- ro debemos comenzar por las ta- blas. Por poco me desmayo; traba- jo para dos afios y... a doce rea- Ies al dia, cuidado y sin riesgo de que castigaran® al desertor, porque estaba “en propiedad ex- tranjera”. —Entonces vamos con método. Le primero que debemos hacer es dedicarnos a senalar arboles de comino, en el monte, que es- tén bien rectos y bien gruesos para que den bastantes tablas y no perdamos el tiempo. Después los tumbamos, y, por tltimo, montamos el aserrio. Todo con orden, si sefor, porque si no, no resulta la cosa. —Asi me gusta, maestro —dijo el conde—; se ve que usted es hombre prctico. Disponga los trabajos como lo crea convenien- te. Quedé, pues, duefio del cam- po.. El otro maestro, un pobre ~ majadero, comprendié que tenia que agachar la eabeza ante este famoso “aserrador” improvisado. Y a poco salimos a la montana a senalar 4rboles de comino. Cuando nos ibamos a internar, le dije a mi compajiero: —No perdamos el tiempo an- dando juntos. Vayase usted »or el alto, y yo me voy por la ca- fada._Esta tarde nos encontramos aqui; fijese bien para que no se- fiale Arboles torcidos. ‘ Y sali cahada abajo, buscando HEMISFERIO Ilustracién de ue Pasee] Aserrador Por JESUS DEL CORRAL DO EN EL CORREDOR DE LA CASA Y HACIENDO PLANES... el rio. Y en Ia orilla de éste me pasé el dia, fumando tabaco y la- vandoe la ropita que traje del cuartel del general Matéus. Por la tarde, en el punto ci- tado, encontré al‘ maestro y le pregunté: —Vamos a ver: icudntos arbo- les sefial6? —Doscientos veinte no mas, pero muy buenos. —Pues perdi el dia; yo seiia- 1é trescientos cineuenta, de pri- mera clase. Habia que “pisarlo” en firme; y yo he sido gallo para eso. Por la noche me hizo llamar la senora del conde, y que llevara el tiple, porque tenia cena pre- parada; que los muchachos asta- ban deseosimos de oirme el cuento de “Sebastian de las Gra- cias”, que les habia yo prometi- do. jAh!, y el del “Tio Conejo y el compadre armadillo”, y ese otro de “San Juan sin miedo” tan emocionante. Se cumplié el programa al pie de la letra. Cuentos y cantos divertidisimos; chistes . de ocasién; cena con sal- mon, porque estabamos de vigi- lia; cigarrillos de anillito dora- do: traguito de brandy para el aserrador, pues como habia tra- bajado tanto ese dia, necesitaba el pobre que le sostuvieran las fuerzas. ;Ah!, guifadas de ojos a una sirvienta buena moza que le.trajo el chocolate al “maes- tro”, y que al fin qued6 de las cuatro patitas cuando oyé la can- cién aquella de Como amarte, torcaz quejumbro- sa que en el monte se escucha gemir. iQué aserrio monté esa noche. Le saqué tablas del espinazo al mismo senor conde! Y todo iba mezclado por si se dafiaba lo Jel _ aserrio. Le conté al patrén que habia notado yo ciertos despilfa- fros en la cocina de peones y no pocas irregularidades en el servicio de la despensa; le hablé de un remedio famoso para cu- rar la renguera (inventado por mi, por supuesto) ycle prometi conseguirle un bejuco en la mon- tafa, admirable para todas las enfermedades de la _ digestién. (Todavia me acuerdo del nom- ~brecito con que lo bauticé: jle- vantamuertos!) HECTOR ESPINOSA { Encantados el hombre y su fa- milia con el “maestro” Simén. jOcho dias pasé en la montaiia, senalando arboles con mi com»a- fiero, 0, mejor dicho, separados, porque yo siempre lo echaba por otro lado distinto al que yo esco- gia. jPero sabra usted que. como *yo no conocia el comino tuve que ir primero a mirar los 4arboles que habia sefialado el verdadero aserrador! ~ Cuando ya teniamos marcados unos mil, empezamos a echarlos al suelo, ayudados por cinco peo- nes. En esa tarea, en la cual de- sempenaba yo el oficio de direc- tor, empleamos mas de quince dias. Y todas las noches iba yo a la casa del conde y cenaba divina- mente. Y los domingos almorza- ba y comia alla, porque era pre- ciso distraer a los muchachos... y a la sirvienta también. Todo iba a pedir de boca, cuando un dia llegé la hora te- rrible de montar el aserrio de madera. Y estaba hecho el an- damio, y por cierto que cuando lo fabricamos hubo algunas ¢om- plicaciones, porque el maestro me pregunté: —jQué alto le ponemos? — Cual -acostumbran ustedes por aqui? —tTres metros. —Péngale tres con veinte, que es lo “‘mandado entre buenos: ase- rradores (Si sirve con 3 metros gpor que no ha de servir con veinte centimetros mas?) Lleg6é el momento solemne, y una mafana salimos, camino. del aserradero, con los grandes se rruchos al hombro. jPrimera vez ° que yo veia un comemadera de esos! 1 Ya al pie de! andamio, me pregunto el maestro: iEs usted de abajo, o de ‘arr ba? Para resolver tan grave asun- to fingi que me rascaba una pier- na, y rapidamente pensé: si me hago arriba. ‘al vez me tumba éste con el serrucho. De manera que al enderezarme contesté: —Yo me quedo abajo; enca- ramese usted, f Trepé vor los andamios, colo- ¢6 el serrucho en la linea... Em- ’ (Pasa a la Pagina 7) DOMINGO, 13 DE ABRIL DE 1958