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i ot} POR EFE GOMEZ (Fragmentos de un manuscri- to que halié en el tambo del indio Joselito. en el rio Capa, territorio del Chocé, Colombia). SUSPENDIDA mi hamaca de dos estacones de un tambo de- rruido, descansG, a medio cerrar Jos ojos, de ias fatigas de la marcha Qué dulce es descansar! Parece como si cada uno de los érganos sobre los cuales el tra- bajo ha recaido. se acurrucase y se adurmiese, apretandose mas y mas alrededcr del campo en que la luz del pensamiento aun arde, vela. cosno viajgros medio muertos de cansancio cabecean a la vera de la fogata de un vi- vac. Y ia fogata de mi cerebro va extinguiéndose: ya no es mas que débil chispa oculta entre pavesas y tizones. Luego todo queda en calma, tegro: dudariase de si aquello es sueno o muerte. Pero llega un soplo que atiza, arremolina y avienta las cevizas; las brazas espienden avivadas, las llamas estallan y se enroscan crepitan- tes... . Y¥ fa luz se hace de Huevo en mi conciencia. A mis pies el Nedé ruge es- pumante. Su voz potente se al- za, crece, se agiganta, lena la soledad en elésticas oleadas; lue- go el soplar del viento amaina tornarla en un sumiso ruido que y la modula dulcemente hasta parece huir con la corriente mis- ma que alla gbajo se amansa, se tiende, se espacia para fun- dirse luego en el San Juan que a distancia se arrastra silencio- so. Vuélvome del otro lado de la hamaca; en el tope de un monton de sueltos pedrejones de la pla- ya, los indios kan prendido una hoguera, en donde cuecen su racion de arroz y carne seca. Sal- tan de uno en otro pico, por en- tre el humo y el aire que ondea y reverbera herido por las vi- brantes lenguas de las llamas, y entre ese ambiente mdvil sus ecuerpos negros que miro desnu- dos destacarse sobre el fondo ealido del cielo, parecen figu- ‘Tas que se agitan dentro al in- cendio mismo del poniente. . .. Alla. . .sobre la pampa. intermi- nable. las palmeras, cuyos tron- eos torna invisibles la distancia, hacen descollar sus copas sobre la selva como dguilas que otea- sen los horrores del incendio. éQué otean esas aguilas? ,Qué drama tremendec se desenvuelve alla sobre las llanuras inflama- das del crepusculo? ;No sueno? iEstoy despierto?. . . Y sobre el alma va cayendo, y atravesando va el umbral de la conciencia, y toma posesién de los Ambitos misteriosos del Ensueno. - . jAh, dulce ensofar mio! Uni- eos dominios mios. . . Un cambio de tono en el si- lencio. Desoriéntase el oido y so- bresaltadu me incorporo: Sobre el paiseje real bailan un instante y se disipan luego las figuras del Ensueno. Y me quedo otra vez mirando rio abajo. Por cuya orille izquierda avan- za, subiendo, una canoa, una em- barcacién leve y boyante. ;Cémo dariza sobre las ondas retorcidas! Qué espectaculo, siempre nuevo, para nosotros los nacidos sobre . Jas cimas de los Andes, el de estos habitantes de los valles, el de estos negroes, desnudos, fir- mes, erguidos como dioses de « bronce sobre los pedestales zo- zobrantes de sus fragiles pira- guas. Avanzan. Se acercan. Me in- corporo a mira‘los. Son un negro y su hembra. El en la praa, en la popa ella. 1Qué bellas actitudes asumen esos nimenes anfibios! Ahora hunde el de proa en el rio su planca: é6yese el restallar del regatén ferrado contra el fondo pedregoso,: inclinase tras ella, cifela por la extremidad superior entrambas manos, y al esfuerze aplicado sobre la pa- lanea que muerde el fondo y so- bre el barco en el cual estriba firme el negro, cuajanse de muscu los salientes y de surcos hondos, brazos, pecho, dorso, piernas; y el barco va rompiendo la rapi- da corriente que se encrespa y muge brava, en tanto que la pa- lanca cimbreando como un mim- bre, bate el flanco sonoroso y parece que se rompe; pero ya Ja palanca de popa, que ha mor- dido el fondo, viene en su ayu- da y suma esfuerzo a esfuerzo. Y qué gallarda remera es la de popa, sin mas vestido que un fajon de trapo azul cefido a las eaderas, cuyo borde inferior cae a la mitad de las torneadas pan- torrilias, desnudo el ancho torso y los redondos brazos y el seno~ firme, que el ejercicio del re- mo hermosos hizo, cuando en pie, como ahora, en la vacilante proa de su piragua heria el serio elas- tico de la corriente bramadora, mientras en iodo su armonioso cuerpo ni un sélo miusculo de- jaba de contribuir al milagroso esfuerzo, sin otro vestido que es- torbase sus librrimos movimien- tos que la tibia envoltura del ai- re luminoso. Sopre el manso del desembar- cadero flota ya, inmévil, la ca- noa. Descansando en sus palan- cas, somo guerreros antiguos en sus lanzas, los dos negros se re- cortan sobre ias aguas del rio encendidas por el reflejo del cre- pusculo. Y la noche va cayen- do. Va cayendo sobre mis ojos que tornan a cerrarse. Uno . dos. . tres ronquidos casi conscientes. Otro postrime- ro muy nasal y muy largo cu- yo eco aun resonaba cuando me senti despierto. Primero fue es- tirar el remo izcuierdo lentamen- te, lentamente Luego el dere- cho. Luege los dos brazos. Vino en seguida el frotarme los ojos, e incorporando, pasear la mira- da en rededor Habia anochecido. Atareada en el fogén vi a la negra que vie- ra hacia poco remando en la canoa. De un extremo a otro del salon del tambo, el negro, su companiero, habia colgado se ha- maca y chupaba la pipa, reclina- do. Son bien confianzudos estos negros, pensé. : Pero luego recordé que estaé- bamos en el desierto y que tan- to derecho tenian ellos como no- sotros. —Atin mas derechos que nosotros tendran —iba pensan- do— cuando oi salir de un rincon una voz que indudablemente ve- nia dirigida a mi, pues decia: Como que ronca algo el pai- sano. —Y soponiendo. . . jqué ha- bria con eso? —contesté algo pi- eado. No se pique paisano, que no lo dije por tanto —contesté el que tal habfa dicho, dando una sono- ra risa y-viniendo a colocarse de lanté’ de mi en ia porcién del sal6n que las Jlamas del hogar iluminaban, Me quedé mirandolo. Era un moceton alto, recio, hermoso, de~ sonrisa magnifica. A su vez él me observaba. Parecia exami- narme atentamente. Luego, re- tirandose un poco, como para to- mar mejor punto de vista y avan- “gando con ademas de alegria: —jMalditos sean los demonios! Palabra que no lo habia conoci- do. ;Conque es usted? Ya me lo habian dicho que usted andaba por estos Chocoes y no habia querido creerlo. ;Qué iba a creer- lo! ‘ Y luego, como notando en mis ojos la extrafeza, ei gesto de que todo eso me caia de nuevo, de que él mismo me era des- conocido: —iPero no recuerda que tra- bajé con usted en Sonsén? ;No recuerda a Pacho Cardenas Y digame: cierto es lo que me cuenta: que usted no ha podido todavia conseguir la suma Es usted, entonces el hombre mas de malas que conozco. Mire, mi don: cuando Dios del cielo se re- suelva, al fin, a pagar a usted trabajo perdido, no va a tener con qué: va a verse obligado a declararse en quiebra. —iPero usted de dénde sale ahora —dije al fin, viendo que no habia remedio, que era pre- ciso darme por muy su conocié do. —iYo Voy con los primos —y me senalé al negro a la ne- gra de la canoa— a hacerles un reconocimento, y a montarles unos’ trabajos en sus minas de Antamara. (Aqui me guind el ojo expresivamente y se llevé el indice a los labios en senal de silencio). Luego continué en voz alta: —Los primos tienen una mi- na espléndida. Pero no la saben trabajar. Yo voy a ponerles un vapor y unos movimientos (Aqui accioné expresivamente). Una imprenta nueva, pues.... iMe, comprende?”. ; Luego, sefalando a mi com- panhero, que en su hamaca pa- recia dormitar: —iY el caballero quien -es —Don_Luis de Aguilar. —jNegociante? —Ingeniero —Uno; dijo senalandose. ¥ Dos. (Y sefalé a don Luis). Tres. (Y me sefialé a mi). Y volvién- dose a sus negros: jTres, tres ingenieros! Se va acabar el oro en este Chocd. (Luego, incli- nandose, me dijo en voz baja): Lo malo es que para sacar oro lo que se necesita no son in- genieros. —Qué, pues? —preguntéle. —Oro —me contesté en tono de comico misterio. Desde ese instante comprendi que no tenia derecho para de- senganar a los negros en lo que a sus conocimientos en inge- nieria respectaba, comprendi que era mas ingeniero que noso-~ tros, que varias veces, jay!, ha- biamos gastado dineros y ener- gias tratando de extraer oro de donde no lo habia. La cena estaba a punto. Y nos fuimss acomodando en bancos bajos, alrededor del fogon, en el cual Nieves, la guapa rema- dora, oficiaba soberana. Y de- bia de ser un prodigio culina- rio, segin la fragancia que ex- ’ halaba todo aquello. Cierto que Ja cosa se prestaba, pues la pes- ca de esa tarde habia sido es- gustos: pemaes verde y oro, os- curos nayos, gungubas — cobri- zas. .. todos los peces despro- vistos de espinas que en las aguas de la regién se crian destinados nosotros, gentes de las monta- fas, “camina-por-tierra”, minda- Jaes (zarrapastroso), como nos llaman con desprecio; y sqbalos y doradas y picudas para ellos, para las gentes de la tierra, cu- ya delicia consiste en comer pa- nos de agujas, que no otra cosa es la carne de esos peces, segun se tejen en los las espinas. Vino primero el aperitivo, el cual lo iba escanciando Tio To- ma en la totuma de nacar de dos Luis. —vVean ustedes una cosa que no se puede hacer ya en Antio- quia —dijo Cardenas paladean- do intensamente el anisado que acababa de tragar, en tanto en- tregaba la totuma a Tio Toma. Luis. —Esto. Beber, paisano. —Pues por. .. la temperancia, pues. : —Cosa excelente. Si: visto desde aqui. Otra 6d- Sa esa. —iY usted no es temperante —jAhl si! Por supuesto. En el pueblo en que yo vivia wulti- mamente todos firmamos tem- perancia. —Lo dice con un tono. . . —jQué le parece! La cosa que yo mas quiero, la temperancia. Como les digo: yo era miembro activo de la de mi pueblo. Nos reuniamos en el local de la es- cuela de seforitas. Recuerdo la ultima noche que nos reunimos.~ Era presidentePepe Colmero, el hijo del gamonal. Echaron dis- curso todos. El que mejor le hizo fue Roman Copete, que es- taba todavia con el guayabo de la grandota semanal. Después, todos callados. Pareciamos en misa. Vinieron luego los boste- zos. Algunos cabeceaban de sue- ho. Hasta que al fin, Bruno Cha- verra, un arriero rico, se dejé de carcajadas, se levanto del asiento, atravesé el salon, sacd del carriel un cigarro, y mien- tras lo encendia en una de las velas de la mesa del presidente, dijo a éste: —Mandemos por va garrafon- cito de aguardiente. Hubieran visto la furia de Pe- pe. Hubieran oido las cosas que Je dijo al pobre Bruno. Lo ‘puso verde: le dijo hasta “dotor”. Escuchaba Bruno sin contes- tar palabra. Y cuando el presi- dente hubo. terminado,; se enco- gié de hombros sonrié socarrén, dio dos 0 tres chupadas a su ci- garro y dijo con su voz arriera: No sea pendejo, “dotorcito”. Vea: usted sera mucho chuzo y sabra mucho de sociedades; pe- ro lo umeco que si le juro es, que lo que es ésta, asi, sin aguar- diente. no la funda, no tiene ni cinco riesgos. Y fue saliendo y tras 61 todos nosotros. Barbaros. ;Y acabaron con ella jCon la temperancia! —jEh! No nos crea, mi don, tan inocentes. Qué ibamos a aca- bar con nosotros. Continuamos sus sesiones en el estanco. —iY es casado el paisano? —No: afortunadamente. nite por qu afortunadamen- —Porque yo creo que. . . en pléhdida, Pesca para todos los fin; ered que el amor ¢s' dives sién propia sdlo de Tos ricos. —Ese es un error, amigo mio. Para el antioquefio de pura ce- pa, el amor no es una diversién ni un tema de arte. El amor para él es una cosa augusta, severa y casi triste; es el tra- bajo, son los hijos, la vida ente- ra con sus alegrias y sus dolo- res; es la familia, en fin; el ar- ma con que coloniza, con que puebla con que invade, como planta cundidora, el territorio entero de la republica. —De suerte que los solteros, usted, yo, el paisano. . . —Somos poco menos que inu- tiles. Tan indtiles como cuales- quiera otros colombianos. Que Antioquia no es grande, no es fuerte, por sus individuos toma- dos aisladamente, sino por la fa- milia, Hace poco pasaba yo, a la hora del crepusculo, por e] valle del Risaralda, que joven conocie- ra cubierto de selvas obscuras y mefiticas. Y eso fue una fies- ta. En cada cima reia de aseo y de blancor una vivienda; desde los oteros verdes nos miraban pasar, las cabezas levantadas, los novillos, con ojos noveleros; por las laderas, grupos de jinetes galopaban en tropel Sonoro por entre masas blancas de novillos «4 al sur, el cielo parecia be- sarse, alla, a distancia, con el va- Ile. . 5. a uno y otro lado, so- bre las cordilleras que emergian indecisas en la bruma, ardian razas y lomas incendiadas, y por entre ese océano de humos al- calinos, la luz del sol, que se vela como una luna de sangre, tode lo incendiaba. . . Los novi- Hos parecian tbeber luz liquida en los. vados en cuyo fondo tem- blaba el reflejo de los cielos, de ios cielos rojos que sobre el verdor del valle, que se acopa- ba como un caliz, semejaban una enorme floracién de fuego. A poco obscurecia. Del cielo ne- gro llovian: las estrellas su luz casta; y en el valle y en las , faldas lucian como chispas les hogares, en cada uno de los cua- Jes ha sentado sus.reales una fa- milia valerosa de colonos antio- quefios, a cuya vera parécele a uno estar en el riién mismo de Antioquia; a!li el maiz en los campos y en las trojes; la hos- pitalidad franca y sencilla; la muchacha que a la piedra sacu- de el seno alto y vibrAtil; los chécolos que crepitan asdndose a la lumbre; las... . —Muy bonito todo, paisano —interrumpié C4rdenas, soltan- do el trapo a sonora carcaja- da—; jmuy bonito todo! Y cé- mo se ve que a usted no le to- ¢é6 nacer, crecer, vivir en ningu- no d esos poéticos hogares an- tioquefius, cargando como. una mula maiz, frisoles, les, lefia; en pie desde las cuatro de la ma- fiana, dale al azad6n, dale al ca- labozo, dale al hacha; sin fumar siquiera; sin una diversién, sin un desahogo, sin una parrandi- ta. . . .Mire, paisano: eso ser& todo lo que usted quiera, puede tener hasta indulgencia, puede sa- car 4nimas del purgatorio.. . pe- Tro eso nu es vida, paisano: jes0 no es vida! Sonreia Aguilar mientras Cér- denas hablaba y mirdbalo bené- volo. Y cuando hubo terminado: —Y cémo se equivocaria el que tomase las palabras de us- ted, paisano, como. dictadas por el odio, por la ingratitud, por desamor patrio o por cualquier otro sentimiento bajo. Asi somos -todos los antuquefios. Nuestro pueblo todo Jo critica, todo lo examina, lo vuelve de un Jado