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Pe ed ee ee, gle ae ee re Ow Le a = - =< ———— ——— zados— en mangas de camisa, contemplando su obra eumbre, y dispuesto a decir a cualquier oyendte que aquélla no progresa- ba porque sus obreros eran una banda de-haraganes. Jamas se le hubiera ocurrido pensar que su propia falta de estabilidad en los planos y disefios para el edi+ ficio era la verdadera causa de la demora. Otra piedra angular de la villa de Sanchez, y amigo bueno y probado de mi padres y tame bién de Vanderpool, era el an- ciano Hermann Hagen. Sesentén, era el polo opuesto a Vander- pool. La vida, solia decir Hagen, no es Mas que-una concatena- cién de incértidumbres y, por le tanto, lo practico es estar prepa: rado. Hagen habia nacido en Ale- ' mania, pais que tuvo que aban- donar apresuradamente por ra- zones poco claras, Estuvo en ‘a ciudad de Chicago de donde tam- bién partié como un cohete a raiz de los disturbios obreros de 1886 conocidos en la historia estado- unidense como “The. Haymarket Riot”, en los cuales siete poli- cias fueron victimas de una bom- ba lanzada por un anarquista. El viejo Hagen buscé entonces un rincén apartado del mundo civi> lizado y desde hacia afios se ha- Naba radicado en Sanchez come propietario y administrador del Hotel Aleman, que si se podia~ llamar hotel también, tenia lag earacteristicas de una uen- | pidn centroeuropea y de una taberna de primera categoria, si- tuado en un rincén olvidado del Caribe, con los servicios que lag circunstancias y la época perm tian. Hagen y sus amigos eran bue- nos bebedores. Digo buenos en lo que a cantidad se refiere, aun tomando en cuenta la época y el ambiente en que vivian. Pese a su determinacién de llegar al fis nal de sus dias relativamente tranquilo y en paz en este parais- so tropical, su capacidad para ingerir licores y su inclinacién a prestar ayuda a Jos amigos necesitados sin que hubiera un intercambio monetario consti= tuian, en verdad, un riesgo eco- nomico. Por supuesto, esto. suce- dia no obstante los esfuerzos de Ja sefiora Hagen, mujer de ele vados principios cuyas visitas se manales a la iglesia eran gene- realmente con el fin de informar al cura sobre las fallas de su se- for esposo. Las debilidades del viejo Hagen eran tan bien-.co- nocidas del parraco como de sus companeros de tragos. Con frecuencia Mister Hagen, como yo solia llamarlo, ingeria mas de lo que su resistencia Ie permitia, y durante los tres 0 cua- tro dias de inhabilitacién, la se- fiora Hagen tenia la oportunidad de balancear el presupuesto del establecimiento. No se firmaban vales, ni se toleraban borrachos, y a las diez de la noche todos los parroquianos estaban en la calle.-La sefiora Hagen presidia detrés del mostrador y atendia la caja registradora con un aire que indicaba su determinacién de mantener el orden, al tiempo que insinuaba Ja resignacién y las penas que deben soportar algunas mujeres. El hotel y la taberna gozaban de gran popularidad entre los hombres de mar debido a la ge- nerosidad del sefior Hagen. Pero, cuando la sefiora estaba al frene te del oasis, los negocios marcha- ban al pie de la letra hasta que el viejo se reponia y regresaba a sus labores diarias. Hagen se consideraba como un individuo previsor y no estaba dispuesto a seguir corriendo ries- gos-innecesarios. Después de Io qué habia pasado en este mut do, es posible que en una u otra ocasi6n se emborrachara sin ma yor motivo, pero cuando se halla- ba sobrio hacia cuanto’ estuviera a su alcance para organizar su vida de mode que nada quedara al azar.’ Asi se sentia nuestro héroe el dia que vid una exhibicién de ataides en una agencia funera- ria. Aquella caja era algo precio- 80, se dijo, y su instinto le indi- cé que si esperaba hasta que fue- se una necesidad perentoria, el atatid podria representar un de- sembolso irrazonable. Regateé co- mo un arabe y regresé a su casa portador de un famoso objeto. Estaba forrado de raso, acol- ehado, y lujosamente decorado eon su nombre grabado en un eostado. Y llegé a ser el orgullo de] Hotel Aleman, al tiempo que Hagen proveia.a su esposa con alguna justificaci6n en lo que se referia a su vida. Por lo me- nos pasaria sus ultimas horas en este valle de lagrimas como corresponde a todo un cabaile- to y padre de familia. Pero a partir de entonces, durante los seis o siete afios si- g@uientes, cada vez que el peso de una borrachera le doblaba los hombros se acostaza cOmodamen- te en su atatid y pasaba otro dia rodeado de las flores y velas que los clientes deI hotel mante- nian para esas ocasiones. Mi pa- pa y otros amigos que acostum- braban visitarlo aprovechaban es- tas oportunidades para cubrirle la faz enrojecida con harina y entonces llamaban a la senora para que contemplara a su “fe- necido” esposo. El propdsito que siempre lograban era escuchar a la buena sefora expresar sus sentimientos y opiniones sobre el estado de salud de su esposo. Los dias transcurrian en San- chez sin mayor variacién, sema- na tras semana, mes tras mes, el viejo Hagen bebia mas de la cuenta y luega reposaba en su flamante caja de caoba. Sin em- bargo al cabo de unos cuan- tos afios su constitucién comen- z6 a sentir la marcha del tiem- po y sus amigos esperaban su deceso cada vez que se metia en su refugio favorito. Y entonces, cierto dia, un acci- dente quebré la tranquilidad de los parroquianos del Hotel. Cyril Vanderpool se cayé de un anda- mio en el edificio de la iglesia en construccién, falleciendo po- eas horas después. Como suele suceder en Sanchez, llovia to- rrencialmente dese hacfa varios dras; la poblacién estaba incomj- nicada, pues los trenes fio po- dian correr con seis pulgadas de agua sobre las vias. En todo el pueblo no era posible conseguir un atatid mas o menos de bue- na calidad. La familia de Vanderpool, aun- que afectada profundamente por la subita desaparacién de un ser querido, también se preocupaba por el hecho de que tendrian que enterrarlo en una caja cual- quiera. Asi fue como, dando una nueva demostraci6n de su pro- verbial generosidad, el viejo Ha- gen insistié en que la familia de su amigo utilizara su famoso ata- ld. . . pero para-el funeral sola- mente. El cadaver seria trasla- dado subrepticiamente a un ata- ud de pino al llegar al cemen- terio. Vanderpool partiria en su ultima jornada con todo esplen- dor y el atid seria devuelto des- pués del funeral. Debido a un mal entendimien- to durante el acto de la sepul- tura (afios mas tarde pude ente- Tarme de que siguiendo la tradi- cién todos Jos amigos del difun- to estaban embriagados, antes, durante y después de Ja eeremo- RECN Sc acciti nia), el cadaver del amigo no fue trasladado al atid de pino. El orgullo de la casa de Hagen durante tantos afios. . . su es- pléndido y cémodo atatd. . . fue enterrado con el cadaver. Algunos dias mas tarde falle- cid el viejo Hagen y hubo de ser sepultado en un atatid de madera ordinaria. La desaparicién de dos de sus mejores amigos en menos de una semana anonadé a mi pa- dre. Lo volvié taciturno, habla- ba poco, perdié su acostumbrada jovialidad y alegria. Después de esperar algo me decidi a romper aquella barrera de silencio. —éQué te sucede, papa? le- pregunté una majfiana. —Hagen ha muerto y yo he es- tado meditando, me respondid friamente al tiempo que levan- taba la vista por primera vez desde que entré a su habitacion. —jHijo —afiadié entonces en tono solemne— he aprendido una leccién que quiero. jamas la ol- vides. Hizo otra pausa y, ponién- dome afectuosamente una mano sobre el hombro, afadiéd: —;Ove- me! De nada vale tratar de an- ticipar Jas cosas,