Diario las Américas Newspaper, February 3, 1957, Page 16

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x Uesiro Mensaye EL CUMPLIMIENTO DE LOS DEBERES CIVICOS a clita cy Y RELIGIOSOS Quizds no toda la gente que aparentemente razona se da cuenta cabal de lo que les perjudica, ante la opi- nidén de las personas serias, burlarse o manifestarse con indiferencia acerca de los preceptos religiosos y civicos que dicen abrazar. Cuando se oye a alguien que declara pertenecer a tal o cual religién y luego acta en forma moralmente incompatible con su religién, o habla de ella con poco res+ peto, Idgicamente tiene que pensarse que esa persona no tiene sentido de responsabilidad 0, por falta de instruc- cién desconoce el significado de su propia religion. Lo mismo ocurre en relacién con las normas civicas. Desafortunadamente. no son pocos los casos de funcio- narios publicos o simples ciudadanos que, con cinismo, sin respeto por nada, se burlan de conceptos de civismo, de normas creadas por la civilizacién y la cultura para regular las relaciones entre los miembros de una comuni- dad y en torno a asuntos de interés patridtico o publico. Incurrir en lo uno o en Io otro acarrea desprestigio. Sin embargo, no faltan quienes hagan gala de esa acti- tud poco digna en lo moral y reveladora de incapacidad intelectual. : [XI AAIAKIAAAAIIIIII AAAI A IIA IAAI III AAAI AAIAAI AGS Pensamientos 2Que es la simpatia? Casi siempre un prejuicio sentimental fundado en la maxima vulgar “El semblante es el espejo del alma”. 4 Por desgracia, la cara es casi siempre una careta. Gracias a ella, la Naturaleza recata las mas bellas cualidades u oculta los mas repugnantes defectos. Otro disfraz muy frecuente es la facil y amena conversacién. jCuidado con los oradores! La elocuencia es a menudo una ganzua. e A quienes juzgan por las apariencias, cabria preguntarles: “Si el cerebro apenas imprime sus circunvalaciones en el craneo, jcémo las imprimiria en la faz? gEn qué parte de ésta destacan Ios hon- rados callos del trabajo y la energia de la voluntad creadora? Sf zDénde est4 el repliegue fisondmico revelador de la \solucién de un problema cientifico?” Ya lo dijo el sublime Jestis: “Sélo hay una regla segura para juzgar a los hombres: el fruto.” ¢ Ansiamos parecer simpaticos; mas pocas: veces nos detenemos a averiguar si las personas con quienes gastamos prosa y finezas las merecen de veras. Conducta prudente sera, antes de fran- quearse y enternecerse con alguien, hacerle hablar mucho para co- nocerle bien. Sacudamos el cerebro del interlocutor, a fin de ver si suelta necedades o frutos sabrosos, Y ajustemos nuestra cor- ducta al valor del fruto recogido, : 5 Yo me rfo de todas las cosas por miedo a verme obligado a Norar. — Beaumarchais. 5 La naturaleza de los hombres es siempre Ia misma; lo que les diferencia son sus habitos. — Confucio, + Todos aquellos Pplaceres que no vienen directamente y en razén de los afectos legitimos, aunque sean champafia de la vanidad, son acibar de la memoria. Es mal mio no poder coneebir nada en retazos, Pégine 2 , MIRADOR LA VIDA FABULOSA DE GOMEZ CARRILLO GERMAN ARCINIEGAS NUEVA YORK.— Leyendo la vida de Gémez Carrillo, escrita por Edelberto Torres, se impo- ne el recuerdo de la de Miran- da. Han sido estos dos america- nos quienes han hecho la inva- sién y conquista de Europa, el uno en el XVIII, el atro a co- mienzos del XX. Los dos, muje- riegos, vagabundos, amigos de las armas. No hubo corona a la cual no se acercaran. Pero asi como Miranda se inclinaba a la politica con pasién libertadora, Gomez Carrillo se acercaba a las letras y carecia de moral poli- tica. Miranda entregé su alma y su cuerpo a la independencia, y Gémez Carrillo a la bohemia. Pe- ro hubo en Ios dos ese magne- tismo humano que arrastré en pos de sus turbulencias a‘los dio- ses mayores del viejo mundo. Catalina de Rusia, como mujer, quedé bajo el circulo de atrac- cign del venezolano y Gémez Ca- rrillo cont6 entre sus mujeres a Raquel Meller, anduvo en ca- rroza con Isidora Duncan y ad- quirié la mas vasta experiencia de su siglo —que era un siglo de carne y hueso—, para escri- bir los dos libros de las mujeres y el Evangelio del Amor, que son lecturas para mayores. Mi- randa dialogé con Federico de Prusia y se hizo sospechoso a Napoleén; el nombre de Gémez Carrillo era el ultimo que pro- nunciaba Verlaine agonizante, y uno de los que d’Annunzio re- - cordaba con admiracién. Miran- da salvé la cabeza de la guillo- tina, cosa extrafa, con un dis- curso; Gémez Carrillo, el lite- rato, se batiéd con Ios mas ex- pertos espadachines de Paris o de Madrid: y manejé tan bién el florete que no perdié gota de sangre. De paso, hay que recor- dar que Miranda vivid en un tiempo en que el general Napo- le6n escribia la mejor literatura de proclamas, y que Gémez Ca- rrillo tuvo como contrincante en uno de sus duelos a Charles Mau- tras. Para decirlo todo, el nom- bre de Miranda se lee en el Ar- co del Triunfo de la plaza de la Estrella y el de Gomez Carri- Ilo esté grabado entre corazones en el arco del triunfo de los- hijos de Montmartre. Quien primero adivino el ge- nio del guatemalteco fue Dario cuando dirigia en Guatemala “El Correo de la Tarde”. Dario pi- dié al Presidente de la Republi- ca que enviase a ese cronista de genio a perfeccionar sus estu « dios en Paris. El Presidente, la- dino, ‘convino, pero dijo: Ma- drid y no Paris. Gémez Carrillo, naturalmente, hizo el viaje via Paris, y no lleg6 a Madrid. Lle- vaba el sobretodo que le regalé Dario y que luego pasé a servir- le de abrigo a Patil Verlaine. Sumergido en la vida bohemia de Paris, Gémez Carrillo con Da- rio, ‘con Vargas Vila, con Blanco Fombona, con el cubano Augus- to de Armas, formé una de esas tertulias a donde fueron lIlegan- do argentinos, colombianos, pe- ruanos, uruguayos, mexicanos, ecuatorianos,—todos los de nues- tra América modernista y fantas- tica,—que acabardn por hacer- se sentir desde la llanura univer- sitaria del barrio latino hasta el cerro peligroso de Montmartre. Todos eran audaces, algunos atra- biliarios, y siempre locos; pero Gomez Carrillo Mevaba la van- guardia de los amores y la he- rencia de Murger con esos “ojos lenos de vaga poesia”, de que ha- bI6 Julian del Casal. Sus libros los prologaban unas veces Ru- bén Dario, Garcia Calderén o el Caballero Audaz; Max Nordau, Jean Moreas, o Francois Vezinet. Urgido por la sed de curiosi- dad de los modernistas, cuando ocurrié el conflicto ruso-japo- nés arreglé un viaje a San Pe- tersburgo, y sus crénicas se hi- cieron famosas en Buenos Aires, en Madrid, en Caracas. Luego fue a descubrir en el Japén los ca- pitulos que se le olvidaron a Pierre Loti. En Grecia y en Egip-. to encontr6é un mundo virgen - (Paes a ta Pagina 5) HEMISFERIO ; La Solidaridad en el Desamparo RAUL ANDRADE Anochecia. En la ciudad envuelta en bruma, las luces parpadeaban con fulgor mortecino. Una Iluvia fina y hela- da caia, como a través de un tamiz. Las losas se hume- decian y las ranas rompian a croar, con un seco rumor de tambores. Las figuras pasaban como sombras, agobiadas bajo la lluvia, protegidas de largos impermeables, lustrosas y fugitivas. Los huecos luminosos de los albergues, lustrosas turnos, devoraban las sombras. Un tierno fuego crepitaba en la chimenea, volviendo grata la atmosfera con su tibieza dulge. Los canalones de los tejados tamborileaban al com- pas de la Iluvia vertida sobre las calles. Un viento afilado y estremecedor, sacudia las puertas y las ventanas. La lluvia era un incesante pretexto para las divulgaciones melancélicas. Detras de los cristales se perfilaban los rostros de los observadores, atraidos por el deplorable espectaculo. Un hombre caminaba por la cinta de piedra, chapoteando en los charcos. Era un mendigo ciego, impa- sible ante la inclemencia del tiempo, Ilevado de la mano por su lazarillo, un nifo enclenque y triste de harapos empapados. La lluvia ponia fin a su jornada: diez horas de permanencia en el quicio de algan zaguan, implorando la escasa compasi6n de las gentes. La pareja era tragica. £1 hambre imponia en sus ros- tros sus crueles huellas. Los ojos hundidos, el aspecto . famélico, los miembros flacos y desmedrados, eran una patética apelacién a la caridad de los hombres. Indiferentes 0 apaticas, las gentes, pasaban de largo, apartando la vista de Ia cruda estampa de la miseria. Ya, cada cual, tenia bastante con sus propios sinsabores. En la oquedad de la calle en sombras, la demanda del ciego tenia un acento desgarrador. El nifio, silencioso, marchaba_contemplando el cotidiano egoismo, sin protesta. La pobreza en comin los hacia solidarios. Ciego y nifo compartian la hogaza de pan, mercada. en Ja tahona y aquella era la nica hora risueha de su existencia. Sentados frente a frente, ciego y nino devoraban “el pan nuestro de cada dia” con inefable gozo, apartados de la siniestra realidad que los cercaba: Siempre habfa sido asi. El ciego no conocia tregua, ' Un dia, al volver Ilegésele el nifo con natural timidez. Desde entonces, lo tomaba bajo su proteccion, orgulloso de proteger a alguien mas desdichado que él. Asi vivian, en una estrecha fraternidad, luchando hombro con hombro, contra un destino adverso, unidos en Ja maravillosa solida- ridad de’ la desventura. Como un perrillo fiel, el nifio lo seguia a lo largo de una vida inhospita y oscura, despojada de alternativas, desnuda de esperanzas. Los didlogos que sostenian eran enternecidos y temblorosos. El nino iba abriendo tempranamente sus ojos, en medio de un mune do ajeno, bajo el amparo del pordiosero. La vida iba dictando sus ensefianzas duras que los desventurados apre vechaban, con resignado vencimiento, En medio de la soledad y el desamparo, ciego y nifia, defendian su sitio en la vida, en una lucha desigual, sin ambiciones. Nada envidiaban a los demds. El lujo y el bienestar les eran completamente desconocidos. Para sub- sistir, bastabales con el mendrugo, obtenido en su cons tante brega con el egoismo de los demas. Timidos y acurru- cados, marchaban bajo la Iluvia en pos de su albergue, en un chamizo de arrabal. Una extrafa ternura invadia el alma del ciego, al palpar la cabeza infantil y las faccio- nes armoniosas. El nino lo contemplaba con iluminada son- risa. En su pequefio corazon se almacenaba una ternura intacta. Un singular destino los hiciera encontrarse, tiempo atras, en la encrucijada de sus respectivas soledades. Ahora marchaban juntos, sin temor ni dolor, uncidos por una pena semejante, DOMINGO, 3 DE FEBRERO DE 1957 ‘

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