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amzeleis a Una Buena Muer —Dios reciba su alma, —Dios reciba su alma. —Dios reciba su alma. El vecindario, amontonado frente a la casucha, repetia sin cesar la salmondia, luego de ca- da Padre Nuestro y Ave Maria rezados en coro. Leén Condra, el hombre mas viejo del pueblo des- pués de la “meica”, dirigia las in- vocaciones. Entre la llovizna, en la luz gris de un atardecer de junio, aquel grupo de hombres y mujeres envueltos cefiidamente en sus pafioletas de lana y los ponchos de abrigo, formados en (BE ee * *Reproducido por cortesia dex FA mériens”, revista de la Union} * Panamericana que se edita ent winglés, espafio! y portugués. « y th AAA AKI ALIA IID AIDA AAA dos alas ante la puerta cerrada, inmoviles e inclinados en la res- petuosidad de la oracién, parecia una aguafuerte de Gayarni. Dentro de la casa, el sacerdo- te con su acélito atendia a la mo- ribunda. Era tan vieja que na- die sabia ya su nombre. Podria haberse Mamado Candida como lo afirmaban, sumidos en su bru- ma, algunos octogenarios del pue- blo. Pero todos_Ja conocian por la “meica”, es decir, la mujer que cura enfermos, sean hombres © animales, pues su sabiduria era extensa, eficaz y simple. Sabia entablillar huesos rotos, recetar yuyos con acierto, asistir a partu- rientas y agonizantes. Qué mode- lo para un “capricho” de Goya, aquella cara de perfil ganchu- do, aquella silueta agobiada en- vuelta en su chalén de merino negro, aquel conjunto digno de las brujas de Macbeth. Era nece- sitada y temida, aunque nadie hubiera podido acusarla de ma- los hechos. su horrible vejez, su soledad, el poder de bien y mal que se le atribuia revestianla de omnipotencia, entre la gente de los suburbios del pueblo y las ehacras cercanas. Lo mismo se le decia a un en- fermo -“Vaya usted a ver a la “meica”, que se amenazaba con ella a un chico desobediente: “Si sigues portandote mal, llamaré a. la ‘meica’, ...” Su casucha era vieja como ella, pero cuidada, blanca y florida. Desde el cedrén hasta el fianga- piré, desde la suave malva has- ta el toronjil y la menta olord- ‘sos, crecian abundantemente en torno. de su muros: Dentro, col- gando en mazos secos de la vi- ga de la eumbrera, hierbas. mis- teriosas del Brasil: y del Para- guay, con raros nombres en gua- rani o en dialectos venidos del portugués, daban. a la casa un elor especial de troj donde es- tuviesen : apolilladas las mazor- eas. La gente entraba alli pro- curando no hacer ruido, conte- niendo la respiracién, con temor y esperanza. Era la cuerva de la sibila, el antro de la hechicera. Espiritus celosos la custodiaban, Sobre la mesa de pino recubier- ta de una carpeta bordada en hilos de colores fuertes, podian ’ amontonarse sin custodia las mo- nedas de plata y aun algunas re- lucientes esterlinas, pequefias y poderosas. Nadie seria capaz de, tender hacia el dinero, en otros lados tentador, una mano regida por el mal deseo de llevarse un poco de aquel supuesto tesoro. Era de la “meica”; tal vez del dia blo. Alli se iba en busea de sa- lud, de. amor, de buenos arre- glos con las potencias invisibles. Nunca, en busca de monedas, invencién insigne del demonio. La “meica” se habia ido enri- queciendo poco a poco. Tenia ecolmenas y vacas lecheras, ga- Ilinas.y buenos perros guardia- nes, un gato negro como la pez y pajaros de prestigio magico ne- cesarios para su funcién de cura- dora de cuerpos y almas. De to- do lo que la rodeaba sacaba pro- vecho. Pero con la miel hacia jarabes y ungiientos que muchas veces. daba gratis a los enfer- ‘mos mas pobres, lo mismo que la buena leche de su vacas “pam- pas” y huevos frescos del pro DOMINGO, 30 DE MARZO DE 1958 ere aKa visto gallinero. Muy rara vez en- contraba quien se lo agradecie- se. Y si siempre su chacrita es- taba bien labrada y tenia cose- chas abundantes era porque los “clientes” que no podian pagar- le con dinero lo hacian con su trabajo, La “meica” sabia arre- glarse. Recibia, pero también da- ba; aun asi la gente la creia ava- rienta. Era de una fealdad que aterraba y vivia en una sole- dad misteriosa; poseia un gua- camayo disecado, una lechuza llamada Francesca, un gato pa- jero bravo como un jaguar y un - perro policia que le guardaba la casa y respondia al nombre de Marco. La gente ‘no entendia na- da de esto. Lo corriente habria sido que el gato listado y aris- co respondiese al nombre de Ti- gre y que el can se llamase Guar- dian o Compafiero. Mas alla de la comprensién comtn; nombres y cosas pertenecian a los domi- nios infernales. Nadie queria a la “meica”; todos la temian e iban en busca de su “ciencia”, Pero ahora que se estaba mu- riendo, tercamente aferrada a la hilacha de vida que atin le queda- ‘ba, sus enfermos, sin atreverse a _entrar en la casa, rogaban por ella: —Dios reciba su alma. —Dios reciba su alma. —Dios reciba su alma. Cerraba una noche de lluvia fi- na. Salid el sacerdote, sagrado en su ministerio de preparar el viaje supremo para aquella que iba a dejarlos tan desampara- dos. Hombres y mujeres se arro- Cuento po. JUANA IBARBOU- ROU. Ilustraciones de VON SCHMIDT dillaron en la tierra mojada, ya barrosa. Dijo el cura al pasar, solemne: ~—Hay que rezar por ella. Y las palabras sacras volvie- ron a levantar su palio: —Padre nuestro que estés en los cielos. . . : —Dios te salve, Maria, llena eres de gracia. . . Alguien encencié un candil dentro de la casa. Una vieja sa- lié a la puerta y dijo con la voz de quien confia a otros un, secreto: ; —No puede morir. Hace cinco dias que espera al hijo. Vendra hoy tal vez. Mas tarde seria inu- til. f Las mujeres decian: —Es lo winico que le cuedaba en la tierra, ese hijo descastado. Nunca vino a verla antes. —Pero es que vive muy le- jos, alla por la Sierra de Tam- bores, en el Departamento de Tacuarembo. . . —Mi hijo le hizo un telegra- ma — murmur6 otra mujer —, anteayer de majiana. —Si, — afirmé un viejo —. Tiene que venir. Ella ha de ha- ber enterrado mucho dinero y no puede morirse asi. —Dios la salve. San José bendi- to haga que el hijo llegue a tiem- po. Su anima no podria descan- sar si no entrega el.dinero so- bre la tierra, HEMISFERIO Se cansaron de rogar por la agonizante. Algunos se fueron. Un negro cuyas motas ya em- pezaban a grisear, Juan Calvo, llegé jadeante, cuando ya no ha- bia mds que un reflejo de luz amarilla en la parte inferior del cielo vinoso y la penumbra cre- ciente empezaba a comerse los contornos de las cosas: —Ahi viene el hijo, jcon una muchacha! Hubo un revuelo. En el reco- do del camino bordeado de espi- nillos aparecié un farol encendi- do y tres sombras: el hijo, la nieta y el chacrero Pedro del Soto, que los guiaba. Saludaron al grupo de gente apifiada ante la casa: —Buenas Noches. Contestaron con la salutacién clasica: —Buenas noches les dé Dios y Santa Maria. Cuando la puerta fue cerrada de nuevo tras ellos, el grupo que- dé comentando incansablemen- te en voz baja: —Linda la moza, —Bien puesto el hombre. De campo pero acomodado, se ve. —tLa muchacha... Pero un grito agudisimo, un grito de pavor, cruzé la noche na- ciente, pasé sobre las cabezas como una centella sin fuego y desperté el aullido de los perros de las chacras vecinas. Hombres y mujeres se amontonaron, atro- pellandose empujando la puer- ta. Esta se abrié con violencia y aparecié el hombre recién llega- do, con la hija en los brazos des- mayada, floja como una persona que acaba de expirar. Aparté a todos con un movimiento decidi- do y pidié por favor que le per- mitieran llevarla a la casa mas cercana. Una mujer ofrecié la suya, frente a la de la “meica”, calle de por medio. Un hombre se acercé a ayudar al padre a cru zar el camino coh su carga. —ZéiQué pasd? —iQué tiene la moza? Mientras hacian una silla de manos~ trenzadas con el hom- bre que se habia ofwecido y aco- modaban entre Ios dos a la ac- eidentada, el hijo de la mori- bunda contd: —No veia a mi madre desde que era soltero de veinte anos. Y parecia que me estaba esperan- do, la_ pobre. Apenas llegamos abrié los ojos y medio se senté “en la cama, pefo al mirar a la nieta qued6 en un temblor, qui- so tocarla, y empezo a decir con las pocas fuerzas que le que- daban: —iY0, yo, yo! jElla es yo que vengo! jYo, yo! Y cayéd para atras, creo que muerta, Dios me valga. Como esta tan desfigu- rada, Maria se desmayo del sus- to. Un viejo, viejisimo, dijo con voz conmovida: —Es que, aunque parezca men- tira, Candida fue joven y muy linda. Se parecia mucho a la nieta. De seguro. se réconocid en ella como en un espejo. El Sefior le da una buena muerte, Volvié a la juventud para mo- pu | Ang aa