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fachada principal de la Academia Militar de la Republica. LA ACADEMIA MILITAR DE GUATEMALA.—Reconstruida después de los terremotos que afectaron a Guntentala en ‘bee anos 1917 y 1918, asi se conserva la PRISMA: El Marqués de Santa Lucia 1 Era de barba blanca y cabe- Nos largos; las mejillas rosa- das, como de nifio; ojos azules limpidos y sonrisa buena. Pare- cia un personaje biblico en ro- pas anacronicas. Sus manos eran suaves, de arist6crata o de pro- feta; ya tranquilas, ya en movi- miento, siempre sugerian la paz. Sabian empunar la pluma con- tra los delitos o a favor de un ideal; pero no el arma, ni en la propia defensa. Luchdé sin can- sancio por los derechos del hom- bre. Y era altivo, no soberbio, severo y a la vez afable. Su fi- gura tenia un aire melancdlico, entre dulce y triste, benévolo y nostalgico, Ya sus hombros no eran altos como en Jos afios mo- zos: la fatiga del largo batallar- encorvaba un poco su espalda. Poseia el titulo de Marqués, que por herencia le venia de su tio el Presbitero Agustin de Cis- neros, a quien le fuera concedido por haber donado el terreno pa- ra la nueva poblacién de Nue- vitas, al norte de la provincia ca- Magiieyana. Pero sus blasones mas rancios eran espirituales y su riqueza mayor era moral. Por eso cuando se fue a la manigua y durmié en hamaca y comié poniatos con los libertadores, no dejé de ser lo que era: un gran hombre, Inspiraba_ res- peto. Convencia con la_ elo- cuencia de sus hechos y domina- ba con la autoridad de su virtud. El, como Jestis, pedia: “Dejad que los nifos vengan a mi”. Y como Marti sabia darse a las gra- ves tareas y a los sencillos goces. Los hombres grandes — en la mas alta acepcién del vocablo— pueden ser como nifios sin men- ua de su estatura espiritual. Me- jor atin, crecen en una nueva dimensién de Ja pureza. Y son mf4s admirables cuanto mas se inclinan para acercarse a los pe- quefios. San Martin, esta mas junto a mi corazon desde que su- pe que, cierta vez en Paris, por no ver llorar a su nifia le dio para que jugase la cinta de la edalla ganada por él en Bai- jén, Y Salvador Cisneros, el Mar- ués de Santa Lucia, a quien mpre amé por noble, por recto y por valiente en su actuacién a través de las luchas por la li- bertad de Cuba y en los prime- ros anos de la Republica, nunca me ha parecido mas humano, mas comprensible, mas amigo que en el relato de Flora Basul- to en sus memorias “Una nifia bajo tres banderas”. La senté en sus rodillas y le hablé con sencillez, como un abuelo cari- fioso. Al llegar con su familia a la reunién mambisa, y verle sen- tado bajo un mango con las pier nas cruzadas y una carpeta en el regazo, le habia parecido Moi- sés escribiendo las Tablas de la Ley. Ella tuvo la fortuna de na- cer en aquelia época de las “gue- rras bonitas” cuando los cuba- nos peleaban las ultimas bata- llas por la independencia tam- bién el privilegio de conocer en persona a muchos de nuestros héroes. Yo sélo puedo verlos en al- gun cuadro que guarde sus ras- gos. Al Marqués lo tengo en dos reproducciones de sus retratos mas conocidos: y en ambas es ya viejo, ya tiene su aire pa- triarcal, entre dulce y melancé- lico. Quiero imaginarlo joven, con la energia y la gracia de la mocedad. Debiéd ser como Agra- monte: varonilmente bello y an- gelical a un tiempo, con esa ilu- sion de presencia extraterrena que provoca sensaciones de dis- tancia, de irrealidad, y sin em- bargo, es iman que gana simpa- tias y que inspira devocién. Pe- ro sin aquella seriedad romanti- ca agramontina, sino con un po- co de humorismo realista crio- llo,. aunque muy afinado, muy desbrozado de chabacaneria. A veces me es facil imaginar que lo miro de cerca, en la pre- sencia verdadera y no en este recordar lo no vivido. Es una tarde apacible del ano 1868. En el pelo del Marqués, que sin ser rubio tiene destellos de oro, ya aparecen algunos argentados hi- los. Esté en la madurez, pero su figura todavia tiene la prestan- cia de la juventud. La puerta de su casona colonial, abierta por igual para ricos que para po- bres, ha dado paso entre otros a su amigo Pedro Alonzo, hom- Por MARY CRUZ DEL PINO bre honrado y trabajador, aun- que aficionado a las exageracio- nes. Acaba de estallar la guerra en Oriente. El Marqués ha to- mado parte en los preparativos y acaba de regresar de La Haba- na, donde lo sorprendiera el pre- maturo alzamiento. Ya estan or- ganizandose los camagiieyanos para secundar el movimiento. Pero guardan las apariencias. El Marqués tiene graves proyec- tos en la mente, mientras su amigo habla de negocios mas ilusorios que reales y se queja: —jMire que estallar la guerra ahora, cuando ya yo me iba em- pinando! Y el Marqués, como si no hu- biera en su mente mas que lige- ros pensamientos, contesta con su calma habitual: —iY' con qué cabuya, Pedro Alonso? La risa es general. Pedro Alon- so enrojece y para salir airoso del trance comenta lo “guasén” que es el Marqués. Pero cuando dejen la casa, estos hombres co- mentaran Ja ingeniosa salida, sin saber que, andando el tiem- po, quedaraé como un provincia- lismo en el habla popular, y la mayoria de los que la repitan ignoraran quién la origindé. En estas respuestas Agiles de su ingenio, el Marqués hace re- cordar al Lugarefio, por mas que éste, en sus conversaciones in- timas y en su correspondencia familiar, llegaba al chiste crudo a veces, y en el Marqués la chis- pa es siempre limpia y sin visos picantes. El suyo era un sano humor espajiol de la mejor es- pecie, como una sonrisa pasajera y dulce en el serio semblante de la vida. Vivié ochenta y seis afios, mas de sesenta de los cuales dedicé a Ja Patria. Fue revolucionario desde que empezé a pensar, Ja- mas se doblegé ni supo lo que era capitular. Al final de la Gue- Tra de los Diez Afios, no acepté el Pacto del Zanjon, y en vez de entrar en su vieja ciudad con el ejército y la plana civil que volvian a la paz sin jubilo ni victoria, marché a Nuevitas y de alli a los Estados Unidos para no vivir en la tierra oprimida. Y siguié trabajande por la uni- dad de los cubanos en el ideal independentista. La guerra del 95 lo vié volver a los campos de la libertad. Ya era anciano, pero su energia servia para enarde- cer a los jévenes mambises. Era el mismo: severo y afable, quie- to y decidor. Cierta vez Maximo Gomez quiso protegerle, porque como Presidente de la Republi- ca en Armas su vida era precio- sa, y tuvo una de sus respues- tas donosas: “Nadie se muere la vispera, General” La hora de su muerte no habria de llegar sino mucho después. Antes veria el término de la guerra en un fi- nal que no era el sonado. Antes habria de protestar en la Cons- tituyente de 1901 contra la acep- taci6n de la Enmienda Platt, y sufrir y llorar de patriética ver- giienza el dia que fuera aproba- da, sin llegar por desdicha a aquel en que fuera derogada. Antes habria de gozar los mas altos ho- nores de su pueblo que le ama- ba: ser electo Senador vitalicio por su provincia y ganarse el ti- tulo de Gran Ciudadano de la Patria por sus esfuerzos en pro de la naciente Republica. Es curioso. El renuncié desde muy temprano al heredado titu- lo pomposo que se le antojaba un contrasentido en sus demo- craticas luchas republicanas. Qui- so ser, llanamente, Salvador Cis- neros Betancourt. Pero nadie le llamé por otro nombre que no fuera el carifioso apodo de “el Marqués”, como si en labios cu- banos perdiera todo vestigio de aristocratismo y expresara algo Unico y distinto, aplicable sdlo a él por la nobleza de sus prince pios, por la alcurnia de su es sia por el linaje de sus ideag ibertarios. MARTI DIJO | Ver pena es bueno, porque nos hace creer, y nos aviva la seca pacidad de consolarla. Creo en el poder de las abnea y en el empuje que de lejos da al brazo un pensamiento carifio , 80, y en la esterilidad del cora:' zon abandonado. El deber de un hombre est& alli donde es mas util. Donde esté mi deber mayor,’ alli estaré yo. Yo evoqué la gues rra: mi responsabilidad comiene za con ella, en vez de acabam | Para mi la Patria no sera nunca | triunfo, sino agonia y deber. Ya' arde la sangre. Ahora hay que dar respefo y sentido humano vy amable al sacrificio... El alma crece y se suaviza en el desinterés y en el peligro. j El amor es superior a la amis tad en que crea hijos. La amise | tad es superior al amor en que | no crea deseos, ni la fatiga de haberlos satisfecho, ni el dolor de abandonar el templo de log deseos saciados por el de los de- seos nuevos. No hay para un hombre peor injuria que la virtud que él no posee. La indulgencia es la sefial még segura de la superioridad. ! Hombres recogeré quien siem bra escuelas. RESTAURANTE EFQUIPOS Y Compre con confianza! ACCESORIOS Aprovéchese de nuestre servicio experto de diseiios e ingenieria GAS - OIL PRODUCTS | Floride 3434 N. W. 17th Ave. ee HEMISFERIO ~ DOMINGO, 16 DE FEBRERO DE 1950 INCORPORATED Telf.: NE 5-5228