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Página 6. —¿Como? Porque aun no veo claro. —Don Alvaro de Urrea es, co- mo os dije, un galán*y apuesto caballero y Blanca tan hermo- sa, según decis. . . —Pero no iréis a proponerle al heredero de la muy noble, alta y poderosa familia de los Urreas el entronque con una doncella desconocida, que ama- neció en Loarre un día sin que nadie'sepa con certeza su ori- gen: una huérfana pobre y os- cura que ha sido educada por caridad. . .—empieza a decir, irónica, la Abadesa. —. . .como una princesa —ter mina, sonriendo, el Conde. — Una princesa que borda en oro y seda; que teje maravillosos tapices; que ilustra manuscritos con artisticas viñetas; que cono- ce el latín, toca el clavicordio y eli Taúd y canta como un niño "Coro. « .¿No le habéis ense- ñadó todo eso? ¿—Pero, ¡su nacimiento, señor! ¿Pensáis que no tiene un nom- bre siquiera? y “—Verdaderamente; pero me han dicho que el rey D. Martín quiere legitimar a su nieto D. Fadrique porque la Constitución aragonesa excluye del trono a los-bastardos y pienso que si el pá: legitima -a un hijo natu- ral de D. Martín de Sicilia, bien puéde legitimar a Blanca que viene de tan buena cuna por lo menos como D. Fadrique. —¡Ah! , —Realmente, los padres de Blanca, ante Dios, estaban ca- sados. Un sacerdote les unió «cuando la madre estaba próxi- ima a expirar. Sólo que no que- daron huellas en el registro del castillo donde se celebró la ce- remonia, ni en el del pueblo de donde era párroco y clérigo. Una mano misteriosa arrancó las dos hojas de los dos regis- tros. Ha muerto el cura y uno de los testigos; pero el otro vive y dirá lo que presenció cuando y donde convenga. Y el día que vos escuchéis el nombre que se ha de incorporar al de la don- cella de Loarre, . .seguramente no os mostraréis muy sorpren- dida porque sois harto inteli- gente para sorpretnderos de na- da; mas tampoco diréis como hoy. que os parece locura el entronque de Blanca con el ma- yorazgo de los Urreas. —Si quizá —murmura lenta- mente la Abadesa. —He mandado a Roma a Pon- _ ce de Perellós. Es joven y dis- creto. Espero que cumpla su embajada con acierto. —Así sea. —Luego, no faltará persona entendida y prudente que haga presente a D. Pedro Jiménez de Urrea la conveniencia de que su hijo primogénico contraiga matrimonio con la doncella de Loarre. —¿La conveniencia? —¡Por mi vida, reverenda Ma- dre Abadesa, que andáis torpe esta noche. . .! —se impacienta el Conde. —Imaginad que el Ma yorazgo de los Urreas ha here- dado feudos, señoríos, castillos, y villas, un título de conde, grandes arcas repletas de cau- dales, vasallos, privilegios y en comiendas. Todo esto le llega de un pariente lejano, que ha muerto en Normandía hace unos años: un viejo maniático que huyó de su patria, ignoran- te de que en ella dejaba un re- toño de su raza en la persona de una tierna niña, legítima heredera de sus bienes y hacien das. ¿Váis comprendiendo? —Voy empezando a compren- der. : —La niña vive. Es la doncella de Loarre. Cuando estén en or- den los papeles de su nacimien to, alguien visitará a D. Pedro Jiménez de Urrea para decirle: “Vuestro hijo puede optar entre un plano que le despojará de tal herencia, que indebidamen te disfruta, con el escándalo q' acarreará sobre su nombre cuan do se haga pública la sentencia o el matrimonio con la heredera legítima, que le dará, con ,el amor de una hermosa mujer, la posesión decorosa y honrada de dichos bienes.” Y el orgullo de los Urreas no afrontará el es- cándalo y la murmuración. Con sentirá el entronque. Tanto mas cuanto que el apellido que se unirá al nombre de «Blanca, es tan alto y preclaro como para dar lustre no ya a un caballero de noble estirpe como D. Alvaro de Urrea, sino hasta el propio hi jo del Rey Martín, si lo hubiera. Y como ve que la astuta Aba- desa medita y calla, insiste en preguntarle: —¿No os- parece una excelen- te arma? La Doncella de Loarre —Me parece una arma de dos filos. ¿Qué esperáis de ese ma- trimonio? —El favor de los Urreas y de los Heredias, y por su trabajo y su mediación el favor del Rey cuyo ánimo puede inclinarse ha cia mí. —¿Y si muriese D. Martín an tes de celebrarse el matrimo- nio? —Ante una guerra civil el apo yo de esas cosas sería algo de- finitivo. —Bién está —dice la Abadesa pausadamente.— ¿Y qué nuevas habéis de la salud del Rey? —No empeora, pero tampoco puede decirse que adelanta. Su físico recurre a mil extremos que la honestidad reprueba, pa- ra conseguir de su flaca natura leza el heredero. Mas la obesi- dad del Rey inutiliza todos los esfuerzos del arte. Está devora- do por la pena de la muerte de su hijo D. Martín de Sicilia, ¡po- bre Rey!, y su salud va quebran tándose y su edad haciendo im- posible toda esperanza de suce- sión. La Reina llora y el Arzo- bispo reza; pero ni lágrimas ni plegarias parecen conmover a la Providencia. —Y el reino se balancea sobre un abismo. . . —termina triste- mente la Abadesa de Trasova- res; vI Galcerán se detuvo a la mi- tad del sobreclaustro, justamen te entre las dos arcadas que servían de apoyo a aquella frondosa madreselva que en el verano embalsamaba el claus- tro ramántico y que ahora, en este diciembre pelado y frio,, se iba despojando de su verde ro- paje para quedar convertdo en tosco tejado de desnudas rami* tas. Sobre la cumbre de la sierra de Loarre y en las otras más lejanas del Pirineo aragonés, la nieve de la reciente cellerisca había dejado como un polvo li- gero. Luego, el cielo se había despejado y al amanecer cayó una tremenda helada que cin- virtió en cristal los tazones de agua del jardincillo que en el centro del claustro, ornado de cipreses y sabinas, contenía u- nos lindos pececillos rojos y blancos. También la nieve es- tas y el romero recortado que delineaban primorosos dibujos sobre la tierra morena. Con pasos cautelosos, el avis- pado pajecillo avanzaba por el terreno prohibido de la clausu- ra. Sus reverencias estaban en el refectorio. Eran las doce poco o menos de una mañana en que el sol brillaba, aunque no se sentía su calor porque era más fuerte el intenso frío del cierzo. Claro que. mientras sus reve- rencias estuviesen ocupadas en el yantar,, no había peligro; pe- ro él sabía que la señora Aba- desa no comía hoy con las Ma- mesa del señor Conde de Urgel, luego, mas tarde. Y como aquel demonio de mujer parecía estar en todas partes como Dios y a lo mejor aparecía donde menos se lé esperaba para coger “in fraganti” al más descudidado y no era la primera vez que Galcerán probó las mieles de un arresto en aquel cuarto oscu polvoreó las hojas de las violen * dres porque había de presidir la ¡ “gl SOL” SEMANARIO POPULAR INDEPENDIENTE ro de la torre atalaya semejante a una mazmorra con sus altos ajimeces enrejados por gruesos barrotes, he aquí que el chiqui- llo moreno y avispado andaba recatándose tras las lindas columnas románticas del sobre claustro. Llegó por fín a un corredor que él conocía muy bién por ha-' berlo frecuentado en otras in- tromisiones parecidas y llamó quedamente a una puerta que cedió con doiilidad a los leves' golpecitos de su mano, dejando, ver la maravilla de una visión blanca y rubia. Despojada de su capa de la víspera, la silueta de la donce- lla de Loarre se delineaba aho ra firmemente con una gallarda pureza de contornos. Su vestido ; blanco, de un tejido sencillo y modesto, recibía prestancia” y ga lanura al ceñirse a su cuerpo, dándole un aspecto completa- mente señoril dentro de su pue- ril simplicidad. Sus cabellos re- beldes, un poco cortos— deses- l '“peración de la madre Marce- lina, q' hubiese deseado verlos conveniente y decorosamente sujetos en dos trenzas cual cumplía a una doncella aseada y formal,— se rizaban como ve- llocino de oro sobre sus hom- bros, formando bella aureola en torno de su cabeza. Cuando abrió Galcerán, la doncella hi- laba en una rueca mientras tareaba una dulce canción de cuna que había oído a las ma- ldres de la villa de Loarre cuan- do dormían a sus niños en la puerta de sus chozas bajo la ca- | ricia del sol. - | —¡Schss! ¡Doña Blanca! —Por Dios, que eres atrevido como un diablo, Galcerán —se sorprendió temorosa. —¿A qué; vienes al claustro? ¿No temes una azotaina o un arresto? —En las costillas paréceme ¡ que siento las correas de Juan el Peludo, ciertamente, que no es la primera vez que con ellas trabo conocimiento. Mas ahora ¡sus- reverencias están muy ocu- padas engullendo buenos trozos —no sabéis que hoy, en honor del huésped, tienen pollo y ma- gras?— y la señora Abadesa se ha:la departiendo en el estrado ¡con Mosén Tristán. . . Ese clé- Irigo que tiene cara de zorra. —¡Qué poco respeto Galce- rán! —corrigió Blanca. —PDicho sea sin ofensa. No qui | se decir que su merced sea el lo, ni astuto como una zorra, comprended, sino que,sus ojillos avispado y su boquita frun- cida le dan mucha semejanza con el zorro que Lucas Mieres cuida en un jaulón. ¿No le vis- téis? Tiene el pelo gris. Le vi, Galcerán; pero sospe- cho que tú no habrás venido aquí para hablarme del zorro. —No, a fe mía. Vine para de- Iciros que su merced el señor Conde de Urgel. ... —¿Quiere verme. . . pregunta ¡por mí? —exclamó la doricella, ¡impetuosa. Y la rueca fue a parar rodan do por en medio de la celda, mientras los ojos luminos y los cabellos áureos se inclinaban sobre la faz pícara del pajecillo, ansiosos, deslumbrados, felices. —No, doña Blanca. Su gran- deza, el Conde, seguramente no 'sabe ni que estáis en el mundo. I2/2/2/2/E J. B. 817 West Madison St. UE ENEE MATZ a Teléfono: 3-1572 La Casa en donde encuentran el mejor hule de piso. ... . Se techa y se adaptan pisos de asfalto... 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Vos podéis asormar- os tan silenciosamente como una sombra a la plataforma de la torre y esconderos tras una ¡almena. —¿Crees que podré verle sin ser vista? - ¡' —El Conde está solo y las admenas son bastante grandes para ocultar vuestra gentil per sona, puesto que sirven para o- cultar a un soldado, que es mu cho más corpulento que vos. —Es cierto, Entonces, vamos. —Yo os dejaré a la puerta de la torre y me volveré volando a la antecámara de mi señora la Abadesa, que su plática con Mosén Tristán puede estar dan do fín y no quiero pensar en lo que podría acntecer si su reve- rencia sale del estrado y no me encuentra allí para llevarle la cola de su manto. —Pronto, si Galcerán. Anda. .. ¡Cuanto te lo agradezco! Te he de bordar un jubón en oro y per las. Perlas falsas, claro. Ojalá fuese yo una princesa porque entonces las perlas serían legí- timas y del más puro oriente. Galcerán, el paje, debía acor darse más tarde de estas pala- bras que la doncella de Lgarre pronunciara en aquella despe- jada y helada mañana de di- ciembre. Llegó a la entrada del corre- dor aboveado en el cual termi- naba la escalera. Estaba muy oscuro. La puerta que daba a la plataforma de la torre —una puerta de herradura— estaba cerrada y no entraba más luz ¡que la insuficiente que dejaban penetrar las aspilleras en el muro de la escalera de caracol. Con pasitos silenciosos, el co- razón revoltándole dentro del pe cho como pajarito asustado, Blanca procuró entreabrir la puerta. No estaba sino entorna- da y lo sonsiguió sin que rechi- nase uno solo de sus goznes bien engrasados. Por la abierta | rendija entró un rayo de sol que se quebró en oro sobre la rubia cabeza de la doncella. Mi- ró, ávida. Entre dos almenas, un hombre oteaba el árido pai- saje, inmóvil, meditiativo, como tallado en piedra. —El. Es él... —se dijo Blan- ca. Y su corazón naufragó en un incomprensible mar de emoción. Temblorosa, se asió a la puer- ta. El Conde miraba hacia la ra- ya de Francia. Recordó Blanca la historia que le contara Basi- lio un día antes. ¿Evocaba el hombre recuerdos imborralbles de juventud al contemplar al agreste marco del paisaje co- nocido? ¿Iba su pensamiento a buscar, a través de la nevada cadena del Pirineo, la menoran za inolvidable y emotiva de su primer amor? Volvióse en escorzo D. Jaime de Aragón. Entonces deslum- bró a Blanca un parecido ex. traño (¿dónde lo había visto?) entre las facciones virilmente hermosas del Conde y otra cara. otra cara que ello conocía. ¿De quién era, Señor? Tan absorta estaba en su contemplación que el roce de una mano que se puso en su hombro la arrancó un grito de terror. Volviósce presta y se encontró entre los brazos de un hombre de elevada estatura. Dicho hombre vestía ropilla de terciopelo y la envol vía en ardiente mirada codicio- sa. Todo el pudor alarmado de la doncella vibró en espanto, rebelándose en una súbita re-, pugnancia moral y física. —¡Vive Dios que «sois atrevi- do, caballero! ¡Saltadme! —gri tó la doncella enfurecida, apo- yando con toda la fuerza las manos sobre el pecho del hom- bre y golpeándolo después con sus puños. —No te asustes, hermosa. No voy a comerte. Nada más robar- te un beso si. ... No concluyó la frase, ei Con- de de Urgel estaba en el mar- co de la puerta, que abrió vio- lentamente. Le rodeaba un halo de luz y había en su semblante una indignación que heló la sangre del hombre que tenía en sus brazos a la asustada niña. —¿Es así como debe proceder con una doncella honesta y re- catada y en mansión ajena se le recibe hospitalitariamente al caballero Basilio de Génova? di- jo una voz vibrante. Basilio de Génova abatió la frente y soltó a Blanca. La don- cella, al verse libre, compuso su melena y alisó los pliegues de su vestido. Después, con un ademán que dulcificó la fiera mirada de D. Jaime, gentil ade- mán reconocido y humilde, se inclinó a besar la mano protec- tora del Conde de Urgel. —Os estoy muy reconocida, PIPE EE EVE EEE BROADWAY DANCE PAVILLION Calle 19 y Oeste de la Calle Broadway El Salón Preferido de las familias para sus tertulias. Saluda al periódico “EL SOL” y le desea continue con éxito en su Empresa. VA [IG == (¡PIE E EVE ENE AN ZN ENEE // 2805 North 15th. Avenue ENCANTO CLUB CAFE Teléfono 4-3559 Nuestras Felicitaciones en su Aniversario al Periódico “EL SOL”. E EVE EVE VE EVE E EEE =) PIPE E E EE EE EE Nuestras Sinceras Felicitaciones enviamos al Periódico "EL SOL” En la Celebración de su Aniversario y le deseamos que continue con el mismo Exito para bien de Esta Comunidad! Viernes 13 de Febrero de 1948. señor —murmuró con voz tem-|engañado. Este guerrero audaz, | bloroza. — Don Jaime sin responderle más que con una sonrisa, vol- vió a recobrar su aire severo para decir al joven caballero, abochornado y corrido: —Podéis retiraros, señor don Basilio de Génova. En lo suce- ¡sivo, dedicaos a repasar bien:el código hidalgo de la caballería, no sea que en alguna ocasión os confundan con un villano. Basilio de Génova dió media vuelta. Sus espueblas tintinea- ron rítmicas sobre los escalones, al bajar. El Conde cogió de la mano a Blanca y haciéndola sa- lir a la plataforma, entornó o- tra vez la pesada puerta de he- rradura. Una vez entre las al- menas, el hombre miró a la don cella largamente y Blanca no pudo adivinar el por qué de a- quella hondísima ternura, de aquella intensa emoción que lle naron de repente los ojos de. D. Jaime hasta llegar a resolverse en un velo de algo- muy pare- cido a las lágrimas. —¿Por qué lloráis, señor? — se atrevió a decir con adorable audacia. Se había acercado al Conde y su gentil figurita blanca ro- zaba casi la frente y airosa per- 'sona de su interlocutor. Sin o- fenderse por el atrevimiento de esta niña indiscreta, el Conde respondió sencillamente: —Porque al verte así, de re, pente, niña, con tu melena ru- bia y tu vestido blanco, he creí ¿do ver a otra niña tan pura y candorosa como tú, a la que conocí ha muchos años. ¡Blanca, comprendió. No se había indómito, que era en el fondo un sentimental y un romántico estaba reviviendo el pasado de cara a la raya de Francia en las alturas de la torre del [Home- naje. —¿Me parezco a ella? —pre- Iguntó con tímida sonrisa. —Todas las doncellas os pa- recéis un poco —contestó esqui vando una respuesta categóri- ca— Además, ella era rubia y tenía los ojos del mismo color que tú. Y llevaba un bonito ves- ¡tido blanco, igual que el tuyo. —¿Cómo se llamaba? ¿Lau-" ra, Violante, Leonor. . .? —Margarita: y como la flor de su nombre era toda ella nie- ve y oro. La blancura impoluta de la pureza y el rojo áureo del amor —contestó el Conde. —Seguramente era muy bella y vos la amastéis. . .— insinúuó la doncella. . Un interés enorme la domina ba. Y lo notable era-que en su interés había una ansia que se parecía más al cariño que a la | curiosidad. | —Si tú fueras una mujer y no una niña, yo te hablaría de aquel amor. Mas temo solivian- tar tu inocencia y poner inquie- 'tudes en tu espíritu. . . Piensa ¡lo que quieras de aquel amor. Fué algo grande y eterno. Lle- nó mi vida. ¿Puedes compren- der esto? cigibi” —Sí— respondió gravemente ¡Blanca,— Sentirlo, quizá no: to- ¡davía; pero comprenderlo, sí. Yo me creo capaz de amar hasta la muerte, intensamente. . .si. . Continuará la semana entrante. Y E) (PEE EY A Nuestro Amigo el periódico “EL SOL”, enviamos nuestras sinceras felicitaciones y que su lucha y dedicación durante tantos años, Triunfos ARIZONA STATE sea Coronada con los : Alcanzados! HIGHWAY COMM. STATE HIGHWAY DEPARTMENT. NE VENEV EVE VE E (EEE WA a2/e/e/ WEBSTER'S DAIRY PRODUCTS z ANU MITAD En “Homogenized” 1 NCIA Y MITAD 1% de mantequilla. Y MITAD LECHE Para sus cereales, frutas o para el café. Se Vende en todas las tiendas de aborrote. . . Pida —“WEBSTER'S” (P/E =/[2/) 1=/f=J, E) : i Nuestras sinceras SOL”, periódico mexicano de esta comunidad que ha sabido poner muy en cidida hemos visto salir ción, ni el mal tiempo, ni el bueno, ni el clima ni nada, ha podido detener la salida de““EL-SOL” ni una SU TIENDA FAVORITA: / ¡EN W=/7 E SE = UE VE) 8 no” por años y debido a una lucha tezonera y de- - “HALF AND HALF” =) =p =4, felicitaciones para “EL alto el ezfuerzo “mexica- “EL SOL” sin interrump- sola vez.