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Viernes 31 de Agosto de 1956. Semblanzas Sociales “EL SOL”, SEMANARIO POPULAR INDEPENDIENTE Don Fabian Gastelum y su Distinguida Esposala Sra. EvangelindaR. de Gastelum Bendecido sea el Señor trabajo como castigo, nos dancia, paz, holganza, salud y virtudes. El trabajo es un alto placer cúando se de- sarrolla con honor y dignidad. La ley de Dios, los preceptos sublimes del decálogo, resumen en sí toda la luz del sol y los fulgores divinos de las estrellas que por millones, vemos como lámparas suspendidas en la in- mensidad del firmamento por la mano creadora del Omnipoten- te. Sin embargo, la impetuosidad de los instintos animales: la sensualidad y la fuerza acometi- va, la ignorancia y la irreligio- sidad, nos hacen vivir una vida de indiferencia para todos los mandamientos de la ley de Dios, ni siquiera pensamos en no ha- cer a otro lo que no querramos para nosotros mismos; no perdo- namos para considerarnos con derecho a ser perdonados; no tenemos brisna de misericordia, siquiera para sentirnos con de- recho a implorar la divina mise- ricordia. Diversiones y placeres, satisfacción de malás pasiones, eso es nuestra vida sin advertir que nada se queda oculto, tar- de o temprano pagamos nuestra cuenta a sabiendas de que tam- bién, si por amor a Dios sem- bramos un poco de cristiano a- mor en los surcos que abre el dolor, levantaremos la cosecha, recogeremos qué: ¿tempestades o sombras?, depende de lo que hayamos sembrado.... Hay que pasar los ojos por la historia y ver, con los ojos del espíritu, que Dios ha dado luces y privi- legios al hombre para que mues- tre la verdad, que es eterna, la narración desapasionada de los hechos; esas verdades de la his- toria transforman a los pueblos, aún imponiendo un bautismo de sangre, correrá la sangre pero la verdad triunfa y señala como maldición eterna, el nombre de los malvados, superando, opaca- do por el nombre de los santos y de los mártires, por la lum- bre de fuego de la justicia de Dios. ¿Quién habría de decir que un pobre ciego, andando e región en región, regando el ambiente con su lira y sus cánticos, trans- formaría la teología bárbara de Oriente por la teología humana de la magna Grecia? De las ab- sorventes castas a la edad libre de las ciudades y de las peque- fas repúblicas y, dejó en sus versos, ora dulces como el acen- to de una virgen, ora rudos co- mo el resuello de un guerrero, el eterno ideal del mundo ar- tístico y humano que abrió las puertas de la razón y elevó el espíritu hasta encontrar a Dios. Hay que ver también a Plu- tarco, ese autor de las vidas pa- ralelas, que resucita a nuestros ojos con la vara mágica de su genio, a los hombres más gran- des de la antiguedad, y sorpren- de hasta las intenciones de su voluntad, hasta los secretos de su conciencia. Y si monstruosa en el despo- tismo y en el libertinaje es la vida de Nerón, ¿quién lo había de decir....? un nombre, un solo nombre, el de TACITO, fue el más grande castigo que la Pro- videncia mandó ¡al arbitrario y degenerado déspota, para confir- mar cómo lar historia, la verda- dera historia, es tan severa co- mo la conciencia de la humani- dad, e inexorable como la doi ticia de Dios. Hemos citado a Homero, Plu- tarco y Tácito, para confirmar la potencia de la verdad histó- rica. Verdad histórica son nues- tras Semblanzas Sociales, narra- ciones trazadas sin el más leve interés, con el único propósito de dar a conocer a los que traba- jan honradamente y, con el no- ble esfuerzo del trabajo y de la , Virtud, han fundado hogares que son un templo para los hijos, es- cenario del ejemplo edificante, que al darnos el dió con él abun- que es el crisol en donde cobran: forma las virtudes de nuestros vástagos. Ahora presentamos a don Fa- bián Gastélum y a su muy dig- na esposa la señora Evangelinda Ramírez de Gastélum. Desde el año de “1933 conocemos a este caballero, lo vimos dedicar su juventud al trabajo, mostrando en ello alegría, un carácter lle- no de jovialidad; siempre lo en- conotramos alegre, feliz con su debe ser puro y sincero. misión y con la dicha de poseer |; un padre tan fino y educado co- mo lo fue su papá, a quien re- cordamos como un magnífico conversador. Era un placer pla- ticar con el papá del Sr. Gasté- lum, este señor ya es fallecido, pero dejó entre quienes tuvimos |: la dicha de tratarle, esa dulce|' impresión imperecedera, que las|: almas buenas dejan por sus no- | ¿ bles aaciones, su sencillez de procederes y su palabra suave|: como el terciopelo, sin caer en!; la brusquedad o en el relaja- miento moral. prudencia del papá del Sr. Gas- Y dió su fruto magnífico esa télum, como él fue, así es, así hemos visto siempre a don Fa- bián Gastélum:- esposo ejemplar, padre cariñoso, hombre sin vi- cios, consagrado siempre al tra- bajo con espíritu de responsabi- lidad, en un sistema de organi- zación y “le armonía; trabajan- do limpiamente, sin crear in- conformidades y: menos enemi- gos. Don Fabián tiene puestos sus ojos y pensamientos en su trabajo y, parece no tener tiem- po para estar haciendo juicios contrarios a la vida del prójimo, del vecino, del amigo o del co- nocido; hasta parece que en él habla el probervio: “quien tie- ne limpio su pecho, no fácil- mente ve o advierte las culpas ajeans”. Su lema es /trabajar y vivir, su dicha es, consagrarse fuera del trabajo, a procurar la pom de su muy fina y gen- il señora y, a procurar la edu- cación y porvenir de sus dos hi- jos. La señora Gastélum ha sido siempre una dama, así la he- mos visto en todos sus proce- deres al correr de muchos años, consagrada a sus hijos y a su muy digno esposo quien como decimos: es caballero en sus tra- tos, en su honestidad, en su mo- destia habitual, en sus conver- saciones, en Su abstención de todo vicio; se vé que trata de llevar la vida de sus hijos por el mejor de los caminos que es: el ejemplo, sí, el ejemplo en- tra profundamente en la con- ciencia de los jóvenes y de allí el respeto a los padres, a la so- ciedad en que viven. Don Fa- bián Gastélum jamás ha vivido en diferencias con persona al- guna, siempre ha sido prudente y respetado de todos, por ésta grande razón, sus hijitos no pue- den ser 'de otra manera, en cual- quier circunstancia y tiempo, siempre, al recuerdo de las vir- tudes que fueron límpida coro- na llevada con toda dignidad por el papá, ellos también se- rán buenos hijos, nunca serán malos, siempre llevarán en su mente y en su corazón el re- cuerdo de sus padres y serán buenos ciudadanos en su comu- nidad, dignos de merecer el res- peto de todos. El Sr. Fabián Gastélum nació en Cananea, Sonora, México y vino a este País cuando tenía 3 años de edad, nació en 1912. Sus padres fueron el Sr. Julián Gas- télum de Baja California, Méxi- co y la Sra. Lupe de Gastélum, de Cananea. La residencia de la familia Gastélum, una mag- nífica y bien acondicionada ca- (Pasa a la página 4) ¡El TRABAJO HONRADO ES LA BENDICION DE DIOS! IBienaventurado aquel que ha encon- trado su trabajo! ¡Que no pida más felici- dad!; pero, cuidémonos de prostituir nues- tras ocupaciones, con ellas rendimos culto a Dios y. el homenaje al Padre Celestial, El hombre que de lleno se entrega al tra- bajo, si es un genio se convertirá en hom- bre prodigioso; si no lo es, la tenaz aplica- ción al trabajo lo elevará por encima de la medianía. El que sabe trabajar nunca será un amargado de la vida. 2 (Izquierda) en el centro: Sr. Fabián Gastélum y su Esposa la Sra. Evangelinda R. de Gas- télum en compañía de su hermano y esposa y amigos en uno de sus numerosos viajes. (Derecha) arriba: Joven Fabián Gastélum Jr. Abajo: Señorita Leonor Gastélum. Nuestro Cuento Semanal: El Jardin del Paraiso (Continúa de la semana pasada) Era el Viento del Norte, que entró precedido de una racha helada y rodeado de granizo y de copos de nieve que fueron a parar al suelo. Vestía unos cal- zones y una chaqueta de piel de oso y llevaba un gorro de piel de foca metido hasta las orejas. De su barba colgaban largos carámbanos y del cuello de su chaqueta caían al suelo numerosás piedras de granizo. —No os acerquéis directamen- te al fuego— le aconsejó el prín- cipe—. Podrían saliros sabaño- nes. —Sabañones! —exclamó el Viento del Norte echándose a reir—. ¡Sabañones! Si son mi mayor delicia! ¡Qué débil eres! ¿Cómo has venido a parar a la cueva de los vientos? —Es mi huésped —dijo la vie- ja— y si no te gusta esta ex- plicación, puedes meterte en el saco. Ahora ya conoces mi opi- nión. * Estas palabras tuvieron su e- fecto acostumbrado y el Viento del Norte les contó de dónde ve- nía y dónde había estado du- rante el mes anterior. —Vengo de los mares árticos —dijo—. He estado en la isla de Behering con los rusos cazado- res de morsas. Yo me senté jun- to al timón y dormí mientras e- llos navegaban desde el Cabo Norte, y al despertar, de vez en cuando, pude ver que los petre- les de las tempestades revolo- teaban en torno de mis piernas; son unas aves raras; de vez en cuando dan un fuerte aletazo y luego siguen volando con las alas inmóviles y eso a gran ye- locidad. No te entretengas en conside- ' raciones —le dijo su madre—. De manera que, al fin llegaste a la isla de Behering. Es espléndido. Allí hay espa- cio sobrado para bailar. Además, el suelo es liso a más no poder, compuesto de nieve medio he- lada y musgo; aquello estaba lleno de huesos de ballenas y de osos polares, parecidos a bra- zos y piernas de gigantes, cubi- ertos de moho verde. Cualquie- ra hubiese podido creer que nun- | e: ca los había alumbrado el sol. Dí un leve soplo a la niebla pa- ra que se pudiera ver el cober- tizo. Era una cabaña construída con maderos procedentes de los naufragios y cubierta de peda- zos de piel de ballena; la parte de la carne estaba vuelta al ex- terior, de modo que aquel teja- do era verde y rojo, y en él vi sentado y gruñendo a un oso polar. Fuí hasta la playa y mi- ré a los nidos de las aves, sin plumar, y con los picos abier- tos; entoonces les soplé en los gaznates y así aprendieron a ce- rrar los picos. Más abajo, las morsas iban de un lado a otro, como renacuajos monstruosos de cabeza de cerdo y con dientes de una yarda de longitud. —Cuentas muy bien las cosas hijo mío —le dijo su madre—. Al aírte se me hace la boca a- gua. Luego hubo una cacería. Cla- varon los arpones en los pechos de las morsas, y la sangre salió de las heridas a chorros, como fuentes, sobre el hielo. Entonces recordé cuál era mi papel. Em- pecé a soplar e hice de manera que mis barcos, los témpanos de hielo, destrozaran las barcas de los hombres; éstos chillaban de angustia y miedo, pero yo sil- baba con más fuerza todavía. Viéronse obligados a despren- derse de las morsas muertas, que dejaron sobre el hielo, así como los sofres y las cuerdas que llevaban. Arrojé encima de ellos gran cantidad de copos de nieve y los dejé derivar hacia el Sur, para que probasen el a- gua salada. ¡Y ya no regresaron a la isla de Behering! En tal caso has sido malvado lamó su madre. Voy a decirte el bien que hi- ce a otros. Pero aquí tenemos a mi hermanon del Oeste; lo pre- fiero a los demás, porque hue- le a sal marina y trae siempre una brisa fresca y magnífica. ¿Acaso es el pequeño Céfiro? preguntó el príncipe. Ciertamente es Céfiro, pero no es tan pequeño como te imagi- nas. En otros tiempos era un muchacho; pero desde entonces ha pasado mucho tiempo. El viento del Oeste se apare- ció como hombre rudo del bos- que, y llevaba un gorro acolcha- do, sin dura para non lastimar- se. Empuñaba una porra de ca- oba, cortada de los bosques a- mericanos. ¿De dónde vienes? le pregun- tó su madre. De la soledad de los bosques, contestó, donde las plantas tre- padoras y espinosas construyen una valla entre los árboles; don- de la culebra acuática se posa en la hierba húmeda y los se- res humanos parecen ser supér- fluos. Y ¿qué hiciste allí, Contemplé un poderoso río y ví que se arrojaba contra las ro- cas, convertido en polvo, que luego al pasar al aire, formaban un arco iris. Vi al salvaje búfa- El tiempo empleado en el trabajo, nun: ca se pierde. Cuando trabajamos todo un día, un'buen atardecer nos espera y nos arrulla en sus brazos para darnos el más placentero sueño. El que trabaja todo me- rece, hasta la bendición de Dios! Un Corrido de Tristeza o) Palomita: mi alegría cada día que pasa merma, porque la luz de “mis ojos está solita y enferma. Cuídamela palomita, ella es el alma mía, ¡Por vez primera la veo con tanta melancolía. La Virgen de Guadalupe me ha de hacer el milagrito, de devolverle la salud a su endeble cuerpecito. Su alma es de cristal y du delicada boca, florece en tiernos pudores cuando mi beso la toca. Sus brazos son de azucenas, su corazón de amapolas, y sus ojos luz de faro frente a las gigantes olas. Su presencia es una orquídea lila, azul y solitaria, la más delicada flor en cáliz de pasionaria. Y de nardos florecidos en tardes de primavera, es el perfume escondido de su linda cabellera. Es esbelta y muy alegre, repique de cascabeles, y la pasión en sus labios es aurora de claveles. Sus caricias son violetas, —las flores de más olor—, y su pecho es un sagrario de virtudes y de amor. Lleva una dalia dormida en el jardín de su aliento, la envidian las madres selvas el clavel y el pensamiento. A A ———. lo nadar en el río pero la co- rriente se lo llevó y él se man- tuvo a flote con el pato salvaje, el cual al llegar los rabiones, se elevaba en el aire. Eso me gustó y desencadené una tem- pestad, de modo que hasta los árboles milenarios hubieron de navegar, y el agua los revolvía de un lado a otro, cual si fue- sen virutas. ¿Y no has hecho nada más? He dado unos cuantos tum- bos en savannah, acariciando a los caballos salvajes, y hacien- do caer cocos de las palmeras, ¡Oh, si, podía contar muchas historias! Pero es preciso ser dis- creto. Ya lo sabes, vieja. Luego dió a su madre un be- so tan cálido y violento que ella estuvo a punto de caerse de es- paldas. Realmente, el Viento del Oeste era un muchocho rudo. Apareció entonces el Viento del Sur, envuelto en una capa beduinna y cubierto por un tur- bante. Aquí hay calor suficiente para asar un oso pular exclamó el Viento del Norte. Tú sí que eres un oso polar exclamó el Viento del Sur. ¿Quieres que te meta en el saco? preguntó la vieja. Siénta- te en esa piedra y dinos dónde has estado. En Africa, madre, contestó. He casado el león con los hoten- totes, en cafrería ¡Qué hierba hay en aquellas llanuras! Tie- ne el tono verde de las aceitu- nas. Danzaban por allí los gnus Sus manos de artista hacen, siempre muy buenas acciones, y dan oriente a mi vida con sus dulces bendiciones. Es candorosa y jovial, habla «siempre sin malicia, y defiende ardientemente los fueros de la justicia. Su sonrisa es flor de nube, halla en los pobres consuelo, en servirles sé deleita y dice que son del cielo. Por nada se desespera, a todo pone piedad, y recibe cuanto llega con santa conformidad. ¡Palomita, vuela alto, y dile a nuestro Señor, que yo no puedo vjvir sin su vida y sin su amor! Mi corazón ha sufrido muchos dolores y penas, pero nunca como ahora siento las noches eternas. Si Dios quisiera tomar mi vida por su salud, recibiré sus designios con rendida gratitud. Pila es techo de todos, virtud, bondad y ternura, que Dios me haga el milagro de guardar esta criatura! Y me despido amargado por el dolor que me mina, al ver que sigue malita mi preciosa cosafina! ST y los avestruces querían aven- tajarme en la carrera, pero yo soy el más rápido, fuí al desierto de amarillas arenas. Aquello pa- rece el fondo del mar. Encontré una caravana. Los hombres da- ban muerte a su último came- llo para obtener algo de agua que beber (1), pero apenas si la hallaron. El sol ardía en lo alto y en el suelo la arena que- maba. En cualquier dirección no se divisaba más que la ilimita- da extensión del desierto. Enton- ces me metí entre la arena vo- lanra, la levanté; en grandes co- lumnas.... allí hubo un espléndi- do baile. Deberías de haber vis- to cuáán decaídos estaban los dromedarios y como los menca- deres se cubrían las cabezas con sus cafanes. Y se inclinaban an- te mí, cual si yo fuera el mismo Alá, su Dios. Ahora están todos enterrados, bajo una pirámide de arena. Cuando otro día, la dispersé, soplando, el sol blan- queará sus huesos y así los via- jeros verán sus restos, pues de otro modo, nadie creería en log peligros del desierto. Resulta, pues, que has obrado con maldad dijo la madre. ¡Al saco! Y aún antes de que él mismo se diese cuenta, vióse en el saco. El Viento del Sur. dentro de su encierro, empezó a rodar por el suelo, pero la madre se sentó sobre el saco, inmovilizándolo. Al parécer son muy turbulen- tos vuestros hijos observó el jo- ven príncije. Sí, pero, a pesar de todo, los domino muy bien replicó la vie- ja. Ahí llega el cuarto. Era el viento de Levante, que (Pasa a la página 4)