El Sol Newspaper, August 31, 1956, Page 2

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SPANISH PAN-AMERICAN WEEKLY NEWSPAPER Published every Friday by J. C. Franco. Entered as'a second class matter March 20, 1940 at the Post Office at Phoenix, Arizona, under the Act of March 3, 1879. No nos hacemos responsables de las ideas entendidas por nuestros colaboradores. Para precio de anuncio diríjase a las Oficinas situadas en So. 3rd. St. Teléfono ALpine 3-4948 Toda subscripción debe pagarse adelantada, y cuando el subscriptor desee que se cambie el envío del periódico a otra dirección, deberá notificarlo y acompañar la suma de 10 centavos. SUBSCRIPTION RATES , Per Year: $3.00 Six Months: $2.00 Al out-of-town subscriptions must be paid in advance for at least a period of six months. All payments must be made to the Editor. Post Address: P. O. Box 1448 Phoenix, Arizono USTED ESTARA MUY BIEN : Charles N. Ronan CANDIDATO DEMOCRATA PARA + ABOGADO DEL CONDADO Habilidad — Integridad — Justicia Ragsdale-Rodríguez CASA FUNERARIA Facilidades de Pago, Precios Módicos. Velaciones Toda la Noche si así lo Desean. 1100 E. CALLE JEFFERSON Tel. Oficina: Tel. Casa: AL 2-3471 AL 3-2786 RE-ELIJA A E “CIP” Harkins — DEMOCRATA — Su SUPERINTENDENTE DE INSTRUCCION PUBLICA. Mejores Escuelas para todós los discípulos. VOTE POR EL HOMBRE QUE ESTA EN EL TRABAJO EN LA ACTUALIDAD: COUNTY RECORDER MILO LE BARON INVITACIONES PARA MATRIMONIO, sólo en "EL SOL” . 62 Sur Calle Tercera “EL SOL”, SEMANARIO POPULAR INDEPENDIENTE Anecdotario de la Revolución: Hazanas de Pancho Villa "*El Globito de Broadway'” (Finaliza de la semana pasada) —General, me parece que la medicina es demasiado amarga, —dijo Homes. No olvide usted que Merril es nuestro mutuo a- migo. A grandes males, grandes re- medios. —dijo Pancho sentencio- samente—. Precisamente porque es mi amigo quiero curarlo. —¿Y qué hacemos con el mis- ter?— preguntó Borunda. —Pos lo metemos en la cár- cel— dijo Villa con naturalidad. —¿Con qué pretexto? ¿Acusa- do de cuál delito? —De robo con abuso de con- fianza. De haberse apoderado de cuatrocientos mil pesos que se le confiaron. 4 —Pero, mi general —objetó Borunda— usted le obsequió e- sa cantidad. - —De mentirijillas, amigo. Fué cosa de broma. El jefe y el subordinado se pusieron a reir a carcajadas. Holmes hizo esfuerzos por son- reirse; le parecía que era terri- blemente cruel la broma, aun- que en el fondo fuese bien in- tencionada. —COigame, mi general —dijo Borunda después que 'se le pasó el acceso de risa. —Las mujeres de la clase de la esposa del a- mericano, son a veces muy pre- suntuosas y testarudas. Voy a necesitar varios días para llegar a convencerla... y a la mejor no soy de su gusto. —¡Ahora vienes con eso! ¿No dices que eres irresistible? Bue- no, si te rajas yo mismo me en- cargaré de la gringa. —No, no, mi general. Intenta- ré tomar la plaza. ¡No hay peor lucha que la que no se hace! Dispensamos a nuestros lecto- | res los pormenores, de la corte que Borunda hizo a la desen- vuelta gringuita. Holmes, que por discreción u otro motivo, no quiso al principio advertirle a su amigo Fred, lo que contra él se tramaba; por fin le reveló todo. Merril se puso furioso y ¡no pensó sino en matar. Fué al hotel en que estaba hospedado Borunda; sin llamar, abrió la puerta del departamento que és- te ocupaba, sorprendiéndole en dulcísimo coloquio con la infiel esposa. Quiso hacer uso del revólver que llevaba en su bolsillo, pero Holmes que lo acompañaba, lo desarmó. Merril se puso como loco fu- rioso. Le lanzó los más expre- sivos improperios, en 'inglés y en español, a Borunda y, de pa- so, al autor intelectual de la bromita; amenazándolos con la venganza del gobierno de Wash- ington que no toleraría que en esa forma se burlasen de un “ho- norable” ciudadano americano. Cansado de proferir toda cla- se de injurias; con la boca seca, las piernas temblorosas y ago- tado por la conmoción, fué sa; cado de la pieza, casi arrastran- do, por Holmes. Un cuarto de hora más. tarde, Merril estaba preso acusado de haberse apoderado de fondos pertenecientes a la Tesorería de la Nación. Le encerraron en un calabozo mal oliente, obscuro y húmedo. También la frágil ame- ricanita ¡quién lo creería! fué llevada a la cárcel por orden del mismo Borunda. La pobrecita comprendió que su preciosa vida corría peligro. Al principio la tu- vieron en un separo en donde se encontraba enteramente sola, pero luego los soldados que la custodiaban, compadecidos qui- zás de su triste soledad, abrie- ron la puerta del calabozo, se introdujeron en él para acompa- ñiarla de cerca; se pusieron a re- ron un pavoroso silencio. Poco después los guardianes de Fred, para animarlo, le dijeron chistes y le pidieron cigarrillos, que él no llevaba porque en la prisión le habían quitado todo lo que tenía en sus bolsillos. Los sol- dados nada le decían respecto al lugar que lo conducían, y él no se atrevía a hacerles esa pre- gunta, para no confirmar su fú- nebre sospecha. De repente vió la luz de los fanales de un automóvil que venía atrás del que él ocupaba. El conductor del segundo coche parecía guardar adrede cierta distancia 'del primero. A los la- dos del camino se vislumbraban plantíos de maguey y una que otra choza de adobe. Los fana- les de ambos automóviles ilumi- naban la carretera con tanta claridad como si fuese plero día. Poco tiempo después no hu- bo ya necesidad de los fanales. Empezaba a amanecer. -Merril, al través de los cristales del co- che se puso a contemplar con melancolía el ténue colorido de, la aurora. La nieve que corona al Popocatépetl y al Ixtaccihuatl tomó un tinte color de rosa. El frío calaba hasta los huesos. Los. soldados titiritaban; metie- ron sus manos en sus bolsas, pero sin soltar sus respectivos revólvers. Los ocupantes del co- che volvieron a guardar si!lencio. Pasaron frente a una vieja i- glesia, cuya fachada era de pri- moroso estilo churrigueresco. U- nos esbeltos pinos estaban ali- neados frente a la fachada. A cierta distancia.se vislumbraban unas ruinas toltecas. El auto- móvil se detuvo. Los soldados saltaron a tierra e hicieron des- cender a Merril; éste notó que a corta distancia estaba un ce- menterio a cuya entrada se lle- gaba por una calzada sombrea- da por sauces. Al dicho panteón se dirigieron los guardianes con el prisionero. Habiendo camina- do como unas cuatrocientas va- ras se detuvieron frente a una pared de adobe, que tenía as- ¡pecto de ser ruinas de una an- tigua capilla. En aquel lugar se encontraban cinco solfádos :ves- tidos con indescriptible desuni- formidad, charlando y fuman- do. “¿Sería ahí en esa mansión de los muertos a dónde iban a fusilarlo?” pensó con terror Me- rril. No duró “mucho en estas tristes cavilaciones. De repente vió aparecer algo inesperado que le hizo estremecerse de pies a cabeza. ¡Violeta! Su adorada e infiel Violeta acababa de lle- gar al cementerio entrando por una de las puertas laterales y custodiada por un pelotón de soldados. Cuando 'ella vió a su marido hizo ademán de correr a su encuentro, pero él oficial que mandaba a los soldados la cogió bruscamente por un brazo. Violeta lanzó un grito de angus- tia. Merril, apresuradamente fué a su encuentro. El oficial, sin soltar el brazo de la americana, permitió que los esposos se sa- ludaran. Ella visiblemente acon- WILLIAM YOUNGER ¿2 BILL wW00 DEMOCRAT MARICOPA COUNTY ATTORNEY VOTE POR JACK gojada, entre, sollos le refirió a su marido que iban a fusilarla. Cayó de hinojos, y con su solo brazo libre abrazó las rodillas de Fred, diciéndole: “Sálvame, sálvame. ¡No quiero morir!” —¡Cálmate, por Dios, vida mía! Parece que esto no tiene remedio. El único consuelo que nos queda es que vamos a mo- rir juntos. —¡No, no; yo no quiero morir! Se oyó una carcajada. Era Borunda el que se reía. Merril enloquecido.por el do- lor que le causaba oír los la- mentos de su Violeta, sin pen- sar en la vileza de su acto, se ¡puso de rodillas ante el hombre que se había burlado de él. To- dos los soldados se pusieron a reír y a hacer mofa de él. Me- rril reiteradas veces imploró mi- sericordia para Violeta. Borunda continuaba riéndose sarcástica- mente. El americano le pedía sólo gracia para ella, diciendo que no le importaba que a él lo matasen. , Faustito seguía rién- dose; ordenó a los soldados que llevaran al americano y a su mujer frente al muro y que los fusilaran en seguida. Tuvieron que llevar a Violeta arrastrán- ¡dola como si hubiese sido una muñeca We trapo. Los soldados, en fila, estaban ya listos para la ejecución. El oficial que era el que mandaba el pelotón em- puñaba su revólver, por si era preciso dar el tiro de gracia. Bo- runda le preguntó a Merril si tenía algo qué decir, a lo que el americano respondió con sú- plicas, implorando una vez más misericordia para su esposa. —¡Váyase al diablo, míster; — exclamó Borunda, ¡Ya me tiene cansado con esé “estribillo! ¡Lo que le pregunto es que si tiene algún encargo qué hacer. Violeta no había dejado de sollozar, de dar gritos y de re- torcerse con desesperación. Bo- runda se la quedó mirando fí- jamente y le hizo la misma pre- gunta que le había hecho a su marido: ¿si tenía algo que de- Le y —Digo— respondió ella con vehemencia— que estóy dispues- ta a hacer todo absolutamente todo lo que me pida, con tal de que no me maten! ¡No quiero morir, no quiero morir! Borunda se acencó a la grin- ga y la preguntó algo al oído. Ella hizo una señal de asenti- miento con la cabeza. El son- rió y le dirigió una mirada de lástima al infeliz marido. Merril quedó custodiado y Bo- runda condujo a la americani- ta en dirección de una casita de adobes que estaba cerca. El infeliz Fred al comprender que no matarían a Violeta se puso a dar gracias a Dios en voz alta y a despedirse de ella. Violeta, impávida, seguía su camino sin siquiera volver el rostro. Cuando Fred vió que su mujer y Borunda entraron en la choza, inclinó la cabeza sobre el pecho y dos gruesas lágrimas rodaron por sus mejillas. Transcurrió una hora. Los sol- dados se impacientaban y mur- muraban. El comandante del pe- lotón se paseaba frente al mu- ro con aire de fastidio. Por fin regresó Borunda y haBló en se- creto con el oficial, luego diri- giéndose a Merril, le dijo: —Mister, siento mucho decirle que va usted a morir. Es usted un loco rematado y merece la muerte. Sépase, para que más le duéla, que la mujer que tan- to adora, va a presenciar su fu- silamiento desde la ventana de esa casita. ¡Y maldito lo que le va a importar el que maten a su marido! Usted estaba, dis- puesto a sacrificar su vida por su mujer, ella en cambio no se- ría capaz de dar cinco centavos por salvar a su marido. ¡Es la Viernes WILLIAM P. MAHONEY JR. 31 de Agosto de 1956. VOTE POR Wan MsonEY Ja Candidato DEMOCRATA . z para el Congreso de Estados Unidos DISTRITO No. 1 lecó WM. YOUNGER “BILL” DEMOCRAT MARICOPA COUNTY ATTORNEY “BILL” Siempre ha Servido a Ud. Bien VOTE POR: Y. Bb. “Bn BARKLEY; DEMOCRATA PARA - REPRESENTANTE DE ESTADO PRECINTOS: 1, 2, 3 y 4 DE GLENDALE, ARIZ. DISTRITO LEGISLATIVO No. 34 “Todas las Cosas / han Subido... Choisser | PARA ABOGADO DEL CONDADO. ír, a bromear y a hacerla señas obscenas. Entre tanto Holmes fué en busca de Villa, no sin algún te- mor por la acogida que le diese por haber intervenido en el a- sunto de Merril. Pancho le reci- bió sonriendo; le dió de palma- ditas en un hombro y le dijo afablemente: —Me alegro, compadre, que haya enterado a nuestro amigo Merril de lo del enrredito. Mu- chas gracias. A propósito. He or- mujerzuela más despreciable que he conocido! Usted no es cobar- de, mister, pero es rete tonto, ¡Vale más que se muera! Adios, que descanse. Los soldados se pusieron a re- de: El comandante del pelotón dió la vor de “firmes” y luego las de “preparen”, apunten”, y “fue- go”. Se oyó una descarga. Los cin- co soldados habían disparado sus armas simultáneamente. ? E ARIZONA “Parece que todas las cosas han subido en precio. El costo de la vida sube más y más alto. Sin embargo usted aún obtiene gas natural y servicio de electricidad a los precios más bajos . . . de hecho, el promedio de costo del servicio de recursos materiales es mas bajo de lo que era hace diez años. “Yo cocino su comida, limpio su casa, lavo su ropa y hago una porción de otros Tri pe por solo centavos al día. Mis compa- fieros y yo nos matamos por: dar a usted el mejor servicio posible al precio mas bajo que nos es posible. Y nuestra norma es el ver que el servicio de la Public denado que mañana tempranito fusilen a él y a la pécora de su mujer. Adiós, compadre, que le vaya bien. Serían las tres de la mañana del día siguiente cuando Fred Merril fué sacado de su celda y metido en un automóvil. Fren- te al asiento que ocupaba iban dos soldados con sus revólveres empuñados. Fred comprendió el fin que le esperaba. Durante al- gunos momentos todos guarda- Merril cayó al suelo hecho una etcétera. Un cuarto de hoga después — lo supo más tarde el “fusilado” — Merril abrió los ojos. Volvió a ver la luz del sol, que ya em- pezaba a calentar. Dirigió vaga- mente su vista hacia todas par- tes, y vislumbró a los cinco sol- dados, al oficial y a los dos hom- bres que lo habían custodiado, quienes estaban charlando y fu- (Pasa a la Página 6) Public Service , Service sea su mayor ganga en la casa”. Reddy Kitowatt—

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