El Sol Newspaper, December 11, 1959, Page 4

PAGINA CUATRO tee “EL SOL”, VIDA Y HAZAÑAS DE JOAQUIN MURRIETA . (Viene de la página 3) muerto de miedo. El asesino sacó su arma te- ñida en sangre, y levantó en sus brazos el cadáver de su víctima. Un chorro de sangre salió de la herida y por poco apa- ga el fuego. —;¡Caramba!, dijo uno de _los perdona-vidas; me has sal- picado por todas partes. —Y el fuego... dijo otro, no hay para qué apagarlo. —Vamos, Jack, ven acá, replicó Joaquín con impacien- cia. ¡Acabemos ese espectá: lo! Tal crueldad no se puede soportar. Concluye con ellos de una vez y que no se hable más de este negocio. —Muy bien, capitán, se ha- rá como lo deseais. Yo creía que la compañía necesitaba distraerse; pero ahora voy a divertirme yo solo, Y esto diciendo, tomó el ca- dáver y lo echó a un lado ne- gligentemente; luego se enca- minó hacia los demás prisio- neros, y sin dar oídos a sus gritos, súplicas y sollozos, co- menzó a cortarles el pescue- zo y a apuñalearlos con la mayor sangre fría. Antes de la ejecución del primer chino, las tres muje- res se habían cubierto el ros- tro con sus sarapes para no presenciar aquel acto salvaje: las infelices temblaban horro- rizadas al pensar que involun- tariamente eran cómplices de aquellos crímenes cometidos contra individuos inofensivos. Clarita, que se hallaba sen- tada al lado del jefe, había oído la orden que éste diera de acabar de una vez con los prisioneros: . compadecida de la suerte que les aguardaba, trató de emplear su influjo para conseguir el perdón de aghenos desdichados. Sin descubrirse el rostro 4 * pr dejó caer su cabeza sobre el hombro de su amante, y le dijo con acento tierno y con- movido: —;¡Ah, Joaquín! ¿Por qué no impides esta horrible car- nicería, la destrucción estéril de tantos seres humanos? ¡Compadécete de sus lamen- tos de desesperación, de sus vanas súplicas! Tú que tienes poder- para: ello, ¿no deten- drás el brazo asésino? —;¡Ay!, querida mía, nada puedo hacer. García es violen- to, cruel; sólo se ha juntado con nosotros para satisfacer su insaciable sed de sangre, pero es valiente y no conoce el peligro. Si se separase de mí, sería una desdicha. —¿Entonces están condena- dos irrevocablemente? mur- muró Clarita. —¡Ay, sí! y lo siento en el fondo del alma. ¡Escucha!.... Ya no se oyen más que dos voces.... ahora no más que una... Ya se extingue... La obra fatal está cumplida: ya no padecerán más. —¡Ah! Murrieta, exclamó Jack Tres-Dedos sentándose cerca del fuego. ¡Por vida de todos los santos! ¡he aquí u- na noche agradable para mí! ¡Qué momentos tan delicio- sos he pasado con estos mi- serables! ¡No han opuesto la 'menor resistencia, por San Miguel! Qué regalo de san- gre! Al amanecer del día siguien- te, los bandidos volvieron a emprender la marcha. No obs- tante la tragedia de la noche precedente, todos estaban su- mamente alegres, alimentán- dose con la idea de perma- necer tranquilamente en el cuartel general por algún tiempo. Las mujeres sobre «todo se hallaban muy contentas a pe- sar de lo que las había im- presionado la terrible escena que habían presenciado la no- che anterior. Cabalgaban su- mamente tranquilas al lado de Joaquín y de Félix, algo adelantadas del resto de la compañía, hablaban con ani- mación sobre asuntos de pu- ro pasatiempo. De vez en cuando se esca- paba una carcajada de los la- bios mujeriles, que daba nue- va expresión a la simpática fisonomía de las jóvenes, cu- yos ojos brillaban con el ma- yor resplandor. Después de varias estancias llegó por fin la pandilla a Arroyo Cantova. ¡Cuán grande fué la sor- presa y la alegría del joven bandido a presencia del es- pectáculo que se ofreció a su vista al entrar en el inmenso valle! Había allí más de mil ca- ballos que pacían tranquila- mente, describiendo graciosos círculos por la llanura. Des- pués la vista se extasiaba so- bre un grupo de tiendas de campaña, blancas como la nieve, levantadas en medio de un bosque de robles siempre verdes, lo cual indicaba que después de haber cumplido, fielmente su misión, los ban* didos habían venido a aguar- dar de nuevo las órdenes de su jefe. Joaquín lanzó el grito que debía darlo a conocer de los suyos como a un amigo, y to- dos se dirigieron al trote ha- cia las tiendas de campaña. Al llegar allí se apearon de sus caballos. -- Inmediatamente los rodea- ron Valenzuela, Cardoza y al- gunos individuos pertenecien- tes a sus cuadrillas. Los de- más hábían. salido a cazar. Después de haberse dirigi- do mutuamente varios cum- plimientos; después de haber cambiado por uno y otro lado muchas felicitaciones, se ali- geró a los caballos de sus si- llas y demás arreos y se les dejó en libertad para que pa- ciesen con los otros. Por lo que toca a los jine- tes, se tendieron indolente- mente encima del follaje para reposar de las fatigas del via- je, que bien lo habían menes- ter. Haría cosa de cinco horas que estaban durmiendo, cuan- do fueron despertados para cenar. Los cazadores habían vuel- INVITACIONES PARA MATRIMONIO, sólo Sur Calle Tercera en “EL SOL” - 62 ATENCION! ATENCION! OFERTA INTRODUCTORIA ! UN SELLO DE GOMA en su caja de METAL con su Nombre y Direccion en 3 Lineas de Tipo. Este sello tiene mjil usos, para poner su nombre en docúmentos, sus libros, su papel de corres- pondencia, sobres, o en cualquier cosa que requiera su nombre y direccion. Se quede cargar en el bolsillo, ya viene entintado y no mancha la ropa. Ordene UD. uno hoy mismo, le ahorrara muchisimo tiempo. Envie solamente $2.00 a RAUL IBARRA, 4471 Jasmine Ave., Culver City, Calif. y a vuelta de correo lo recibira porte pagado. 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SILO HACE POR CORREO, ASI: Phoenix, Arizona Teléfono AL 3-4948 Phoenix nn zoe roo zer ; $ + j + ¿ Es $ + es Es < Es + d $ + de eS + z + + + 3 «e Es e > SEMANARIO POPULAR INDEPENDIENTE to al anochecer, cargados de caza; se encendió una enorme hoguera, y ya se dejaba sen- tir el sabroso olor de los co- nejos y liebres asadas, y tam- bién de la carne de oso y de los otros animales que habían matado los cazadores. Las codornices y los gallos silvestres, suspendidos por medio de ramas de árboles clavadas en el suelo, revolo- teaban en medio de las llamas al borde de la inmensa hogue- ra se halaban colocados varios fé, cuyo aroma invitaba a pro- barlo; un poco más lejos y encima de un centenar o tal vez más de esteritas indias, había algunos platos de ho- jalata llenos de frijoles y tor- tillas, o bien ostras en conser- va y Calamares, frutas y ge- latinas. Al lado de cada esterita ha- bía un vaso de hojalata, una cajetilla de cigarros y una botella de vino. El todo formaba un ban- quete deliciosísimo, al par que abundante, que tal vez habría seducido a más de un discí- pulo de Epicuro. A una señal de los cocine- ros, los bandidos se sentaron lante de su estera, y se pre- pararan a satisfacer su ape- tito. El lugar principal había si- do ocupado por Joaquín y Clarita; a la derecha del jefe se hallaban sentados Reinaldo tarros de hierro llenos de ca- |. sobre el follaje, cada cual de-|; Félix y su querida, la preciosa | : Margarita, y a la izquierda Juan Cardoza y la linda Ma- riquita. Esta última había vestido mucho tiempo de luto por la lere carcajada que servía de muerte de su primer amante, González, que fué matado por el capitán Harry Love, según ya saben nuestros lectores. Después, Mariquita había en- tablado relaciones amorosas con Juan Cardoza. A cada rato se oía una ale- contestación a las amorosas frases y galantes atenciones con que Cardoza obsequiaba a su querida. La cena fué concluida y ya la conversación comenzaba a animarse, cuando se oyá el grito de reconocimiento. Una compañía de veinte hombres se acercaba al trote, viniendo al frente de ellos: Mountain Jim. El círculo se agrandó; los cocineros volvieron a sus fa- enas y los recién llegados em- pezaron a comer, mientras re- cibían las mayores felicitacio- nes por parte de sus camara- das. Estos nuevos reclutas eran indígenas de Chile, el Perú y la Sonora: los había reunido uno de los mejores amigos de Joaquín, llamado Fernando Fuentes, quien los acompañó hasta el cuartel general. Traían consigo como tribu- to de su bienvenida, setenta y cinco caballos, y Mountain Jim.hizo,saber a Joaquín que dentro de algunos días llega- rían doscientos caballos más, que habían dejado en el ran- cho de San Francisco. La conversación, interrum- pida por algunos momentos, tomó su curso habitual; cada uno de los bandidos antiguos trató de relacionarse con al- gunos de los que acababan de llegar; contáronse mil histo- rietas, un sin número de he- chos increíbles y quién sabe cuántas cosas más. De vez en cuando, alguna de las jóvenes entonaba una melodía, balada o leyenda, que causaba gran- de alborozo entre aquellos hombres de corazón de hie- rro, De repente el festín fué tur- bado por una querella muy violenta que surgió entre Jack Tres-Dedos y Mountain Jim. La cosa según se verá en el capítulo siguiente, era grave. (Continuará la semana próxima) Viernes 11 de Diciembre de 1959 EL SEÑOR SCHWARTZ DICE: 4 > Ll Qué tan bien puede Ud. oir? ¿TIENE USTED DIFICULTAD PARA OIRSE UD. MISMO, OIR A SUS AMIGOS, LA TELE- VISION O LOS SERMONES DE SU IGLESIA? AHORA USTED PUEDE OIR CON SUS PROPIOS ANTEOJOS PARA OIR A SIN BOTON EN EL OIDO — SIN CORDONES MOLESTOS. 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