El Sol Newspaper, April 16, 1954, Page 3

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Apenas el lictor les enseñó a Jesús, se lanzaron sobre El como perros rabiosos, y le condujeron, casi a rastras, bajo los pórticos donde se hallaba la columna de los ultrajes. Tendría ésta, escasamente cinco pies de alta, y unos gruesos anillos de hierro donde se ataban los brazos del reo, de modo que la espalda presentara toda su anchura para que los golpes no fueran infructuosos. El sentenciado debía recibir cuarenta azotes con varas de avellano, formando haces. De estos cuarenta azotes se per- donaba uno para que se descontara en beneficio del paciente. ¡Vergonzosa clemencia que horroriza e indigna al mundo! Estos treinta y nueve golpes se daban: trece en la espalda, trece el en hombro derecho y trece en el izquierdo. Los sa- yones amarraron terriblemente a Jesús en la columna, ras- gando su traje por las espaldas hasta enseñar las carnes. En aquel momento doloroso el semblante de Jesús respiraba una mansedumbre infinita; sus ojos contemplaban con dulcísima expresión a los verdugos. El lictor hizo una señal con la ma- no, y los verdugos comenzaron su afrentosa y terrible tarea. Mientras tanto, la muchedumbre, instada secretamente por los sacerdotes, no cesaba de repetir: —;¡La cruz! ¡El Gólgota para Jesús! ¡Crucificadle! Cru- cificadle! Pilato, aturdido con aquella gritería infernal, mandó a un-—heraldo que tocara el clarín de silencio. Tan pronto como las ardientes notas del bélico instrumento resonaron por to- dos los ámbitos de la plaza, el pueblo calló. Todas las gar- gantas enmudecieron. El silencio fue completo. En aquel momento horrible, sólo se escuchaba el silbido de las espi- nozas varas al caer sobre las ensangrentadas espaldas de Jesús, y los gemidos dolorosos del Divino Mártir, que mur- muraba en voz baja: —“PERDONALOS, PADRE MIO: NO SABEN LO QUE HACEN” Cuando los dos primeros verdugos de las varas se ha- llaron fatigados, los reemplazaron otros dos con nudosas correas; luego fatigados éstos, ocuparon su ignominioso pues- to otros dos con cadenas y garfios de hierro, abriendo nue- vas heridas sobre las llagas anteriores. Jesús, abandonado al furor de los soldados romanos y de los feroces verdugos, sufrió con la resignación del mártir lo que ningún hombre ha sufrido nunca. Aquellos idólatras se arrodillaban delante de El para venerarle en burla como a rey. Cuando le desa- taron de la columna, Jesús cayó desfallecido a los pies de los verdugos; pero ni una queja, ni una reconvención se escapó de su boca. —;¡Dios te salve, rey de Judea! —exclama uno, azotando el rostro de Jesús con las duras y ensangrentadas correas que aún conservaba en la mano. —;¡ Glorioso Mesías! —exclamaba otro, escupiendo la divina faz del Nazareno—. Has un milagro, enriquéceme, pues buena falta me hace; yo en tambio te ofrezco recorrer el mundo proclamando tu divinidad. Jesús guardaba el más profundo silencio ante tan atro- ces insultos. Aquellos bárbaros habían mostrado un lujo de crueldad increíble. La costumbre, las leyes, habían sido vio- ladas; y sin embargo, aún se gozaban de un modo cruel en la indefensa víctima que se hallaba a sus pies. Esta debili- dad produjo un grito de gozo entre los verdugos y los espec- tadores más cercanos. Mientras tanto, en un ángulo de la plaza una mujer se había desmayado. Era la Virgen, era María, la modesta violeta de Nazaret, la Madre llena de amargura. Juan, Magdalena, María Cleofé y algunas otras piadosas mujeres que la rodeaban, condujeron a la desventu- rada Madre a casa de la virtuosa Serafia, que no estaba lejos de aquel sitio de dolor y de amargura. En otro tiempo más feliz, cuando Jesús era niño, cuando se perdió en Jerusalén, halló también hospitalidad en aquella misma casa durante tres días. La caridad de aquella pobre jerosolimitana debía inmortalizarla. El bien no se siembra nunca infructuosamente. La Madre dolorosa ,con el corazón traspasado, con débil y vacilante paso, se dejó conducir por las buenas amigas que no la abandonaban en medio de tanta amargura. SCHENLEY Reserve Calvert RESERVE P.M AHORRE 4]c Algo un poquito mejor de la que ha obtenido VENGA Y OBTENGA ESTO PAUL GARRET $1.22 Gooy Old ENHEMER Ñ PARA USTED C al Jones SOLAMENTE MOSCATEL OPORTO DE CEREZA A Y CEREZA SECO > La Puerta Abierta 7” LIQUOR STORE Ñ Todos Bienvenidos! Esquina de las Calles JEFFERSON Y TERCERA EL NIÑO PERDIDO El sonrosado color de las fres- cas mejillas de la Virgen comen- zó a desaparecer. José había lle- gado, y Jesús no estaba con él. —¿Y mi hijo? —preguntó Ma- ría, dirigiendo en derredor suyo miradas angustiosas. —¿No salió contigo de la ciu: dad? —le respondió estremecién- dose a su vez el santo patriarca. María extendió los ojos por el camino adelante, y no viendo a Jesús, exhaló un grito doloroso; grito de la madre que cree per- dido a su hijo en mitad de un camino desierto, al principio de una noche sin luna, en un país donde las fieras salvajes asal- taban con frecuencia al indefen- so caminante. El desconsuelo de la Madre, al tener la certidumbre de que su hijo se había perdido, fue in- menso. En vano la consolaban sus pa- rientes haciéndole promesas de recorrer todos la ciudad en su busca. Un mar de lágrimas bro- taba de sus hermosos ojos, y aquellas lágrimas no se agota- ban, porque su alma pura, in- maculada, comenzaba a ser el perenne manantial dé los dolo- res. Antes que la luz del alba destacara los objetos confundi- dos por las sombras de la no- che, María, acompañada de al- gunos de su familia se encami- nó hacia Jerusalén con el sem- blante descompuesto por el lan- to, y 'el corazón destrozado por la pena y el dolor. Aquel ca- mino fue la primera calle de su amargura. Sus delicados pies no sentían el cansancio: heridos, ensangrentados por las punza- doras espinas y las cortantes piedras, no se apercibía del do- lor, porque otro más grande, más profundo, destrozaba su al- ma: su Hijo perdido. Cual tórto- la enamorada que busca a sus polluelos de rama en rama, así María andaba y desandaba el camino preguntando por su Hijo amado a todas cuantas mujeres veía. Las palabras del Salmista, pronunciadas por su boca, te- nían un sentimiento y una amar- gura indefinibles. —“¿Habéis, por ventura, vis- to a Aquél a quien tan de veras adora mi alma? —les dice con los ojos arrasados de lágrimas y las manos juntas en dolorosa actitud. —¡Madres que tenéis hi- jos, buscadle; buscadle por el Dios de vuestros mayores! Absortos, compadecidos del pro fundo dolor de la joven galilea los caminantes suspenden sus alegres cantares, detienen su pa- so, se sienten enternecidos, y le preguntaban con Salomón: —““¿Qué tiene tu Amado sobre los demás amados, ¡oh tú! la más hermosa de todas las mu- jeres? ¿Qué hay en tu Querido sobre los demás queridos para que así nos conjures que le bus- quemos?” —¡Oh hijas de Jerusalén! Si supierais quién es el Amado de mi alma, quién es el Bien que Moro perdido, no extrañaríais que así os conjurase para que me ayudéis a buscarle. —Dinos quién es, mujer des- consolada, y todos te prestare- mos nuestros ojos para buscar- le, nuestros. pies para correr tras él, nuestra oración para aplacar las iras de Dios, si es que está ofendido contigo. —O0íd. “Mi Amado es blanco y rubio, escogido de entre mi- llares; su cabeza, oro finísimo; sus cabellos, largos y espesos co- mo renuevos de palmas, rubios como las espigas de Canaán; sus ojos, como los de las palomas que se van juntas a los arro- yuelos y que anidan junto a las más caudalosas corrientes, sus dientes blancos como si se hubie- sen lavado con leche; sus meji- llas, como dos almácigos de plantas aromáticas criadas por hábiles jardineros; sus labios, lirios rosados que destilan mirra purísima; sus manos, de oro y como hechas a torno, llenas de jacintos; su pecho y vientre co- mo un vaso de marfil guarneci- do de zafiros; sus piernas co- lumnas de mármol asentadas sobre bases de oro; su aspecto, majestuoso como el del Líbano y escogido como el cedro entre todos los árboles. Tal es mi Ama- do, ése es mi Amigo, hijas de Jerusalén. Y la Madre dolorosa corría desalentada hacia la ciudad, lle- vando un montón de ideas tris- tes y desgarradoras en su men- te. Recordaba con horror la te- rrible persecución de Herodes, el tenaz y sagriento empeño con que había sido buscado el Hijo de su amor doce años antes. —Oh, Amor de mi amor! —ex- clamaba—. ¿En qué te he ofen- dido para que me abandones de (Sigue en la Pág. 4) PAGINA TRES AL ql HH: ep tl en donde encuentra toda clase de discos de los más modernos y antiguos... LA CASA DEL DISCO, puede usted sentarse y escuchar discos para que lleve los que le agraden. e Le gusta el mambo...? Visite EL SOL y lleve el que le agrade. 4 O Le gusta la canción ranchera...? En EL SOL uste: encuentra todas las canciones rancheras. Le gusta el Bolero...? Búsquelos en EL SOL. La Casa Más Antigua en Discos o e Le gustan los corridos...? Pídalos EN SOL. e Le gustan las canciones de. Pedro Infante, Miguel Aceves Mejía, Fernando Fernández, Jorge Fernán- dez, Panchito Rodríguez, María Victoria, Jorge Negrete, Carmen y Laura, Las Mendoza, Lidia Mendoza, Beto Villa, Ayala, Los Panchos, Los Diamantes, Los Jaibos, Lalo Guerrero, Los Ma- drugadores, Juanita García, Pedro Vargas, José Mojica, Fernando Rosas, Los Magos, Pérez Prado, María Luisa Landín, Las Hermanitas Padilla, Las Hernández, Tintán y Marcelo, Los Cancioneros del Bajío, Longoria, Velita, Rosita Fernández, La Panchita, Dr. Ortiz Tirado, Narciso Martínez, Rubén Reyes, López, Eva Garza, Trariácuri, Calavera, Montañeses, Gilberto Valenzuela, Martín y Lily, Martín y Malena, Dueto Taxco, La orquesta de Pete Bugarini y la popular cantante María Luisa Soto con Pete Bugarín? En EL SOL las encuentra. Además: Jarabes, Jotas, Pasos Dobles, Polcas, Himnos. 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