El Sol Newspaper, January 19, 1951, Page 3

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Viernes 19 de Enero de 1951. “EL SOL”, SEMANARIO POPULAR INDEPENDIENTE Página Tres. “EL MARTIR DEL GOLGOTA” —'!Por Júpiter, qu ni tú mis- mo crees lo que dices!... !Hero- des justo, el matador de Ja vir- tuosa Mariamne, el asesino de mis hermanos, el verdugo de Be Bah, Cingo, tú te chanceas. Aunque su hijo An- tipatro hubiera sido tan inofen- ' sivo como una alondra, tan man Antipatro dió un grito de gozo so como un corderillo, su padre y se dejó caer sobre el montón se hubiera deshecho de él; esta-;ue paja exclamando: ba escrito. —Gracias, esclavo, gracias; a- —Iú exageras. hora, si no aceptas mis condicio- —Será como dices... pero se ..es, dile a mi feroz hermano me ocurre hacerte una pregunta. 'que al comenzar su reinado de- —Habla. b' sacrificar, como de costumbre, —¿Eres ambicioso? ¡víctimas ante los altares; que no —¿Quién no lo es? respondió se olvide de que yo debo ser la el esclavo encogiéndose de hom primera. bros. Cingo salió del calabozo y po- —'Ocasión tienes de enrique-|co después de la torre. certe si te place! | Al liegar a la calle apagó el —A curiosidad me mueven Í:acol y encaminóse hacia el pa- tus palabras, señor, y et ruego, :acio de su señor. yo por la estrella matinal, que seas El esciavo se detuvo junto a tan claro como la luz que le pre,la puerta del camarín de Hero- cede, pues no te comprendo. «des y aplicó el oído. —mVoy a ser claro contigo. El rey no estaba solo; oíanse Los enemigos deben atacarse de'las voces de varias personas que frente, conversaban. —¿Yo soy unenemigo? El esclavo levantó el extremo —Al menos lo has sido hasta de la ancha cortina que cubría ahora. be puerta, y miró con un ojo lo —Servía a mi rey. |que pasaba en el interior de la —No te acuso. Cuando el es- cmara real. clavo cumple con su deber, es El Idumeo, tendido en su le- ¡uya. —ío0 no la conocía ni la conoz 0; mis soldados te espiaron, ajesCuvrieron tu madriguera y yo .e sorprendí... Esa es la historia. —De modo que Enoe..... bes. y sombras de muete; cérquelo obscuridad y sea envuelto en a- margura! .... “¡Sea aquella noche ocupada de tenebroso torbellino y no se cuente más en el número de los | “¡Quede como excomulgada y separada de las otras, y no se oigan en ella voces ni cantos de alegría! A “maldíganla todos los infieles que renieguen del día que na- cieron, y todos loa que se hallan en estado de endulzar y lamen- atr sus desgracias. “La obscuridad de esta noche ofusque el resplandor de las es- [trellas; que espere la luz del o- |tro día y no liegue a verla, ni «azca la aurora sobre ella. “¿Por qué no morí en el seno de mi madre? O por por qué no morí en el punto mismo en que nací? ¿Por qué no me recibieron er: las rodillas? ¿Por qué me arri maron el pecho para que ma mara? | “Estaría ahora durmiendo” er el sijencio de la muerte, reposa- ría en mi sueño. ' “En el sepulcro ceso por últi mo el gran ruido que- movierol ¡los impíos; allí es donde hallar el reposo aquellos cuyas fuerzas tan honado como su dueño. Tú cho, miraba con espantados ojos se gastarón con los trabajos y —¡bBavxía, basíia!... ¡¡viejo mise vabse: cxcia mo liervus entendien do los puños amenazudores ha- cia el rabino, que se ¿evnió de su almohadón lodo azorado vien dúo al rey de aque: modo. fú me proiétizas la muerte para esta noche y le gozas en mi agonia... Pues bien, responde, ya que tan to sabes y tanta fe tienes en tus libros; “cuánios días te quedan a-ti de vida? El rabino se quedó pálido co- mo un agonizanie. Herodes, con sus ojos fijos en el avurdido an ciano, se reía ide. una cruel. Salomé, Alejo y Achiab no se atrevieron a respirar, conocien- do que el pobre lector ibu a 1e- una sentencia de muerte ie labios del rey, De repente se reanimó la fiso- nomía del rabino, y arrodillán- dose junto a la cama de Hero- manera dvi. he ofendido según parece, y mi vida está pendiente de tus la- bios, mi estrella puede eclipsar- se cuando a tu real voluntad se le antoje. ' Herodes humanizó la dura ex- presión de su semblante, y de- jándose caer sobre los almoha- dones, dijo con tono desprecia- tivo: ¡ incorporándose y con ese | tan peculiar en él. —Yo he corrida los cerrojos de su puerta, me he guardado la lleva y vengo a consuiarte lo que debo hacer. El rey se quedó un momento pensativo, Las arrugas de su frenet se ahondaron y una som- bría y feroz expresión cruzó por su semblante. —Antipatro tiene un rostro de mujer y un corazón de acero, Es uno de esos ambiciosoz que no cejan nunca, una de esas ví- boras que hay necesidad de a- plastar para que no nos empon- zoñen. Mientras él viva, ni yo ni su hermano Arquelao, tendre- mos tranquilidad en nuestro rei no.... Cingo, matarás esta noche a mi hijo. Lance la historia ese nuevo y horrible crimen ejecu- tado en la hora de mi muerte sobre mí... nada me importa: su muerte es una necesidad; pero procura que muera sin escánda- lo, y que su cuerpo sea sepulta- do como quien es, en el viejo cas tillo de Hircanio (según Macro- bio y Flavio Josefo, Herode man dó matar a su hijo Antipatro cinco días antes de su muerte; ferocidad sin ejemplo con la cual selló la sangrienia página | de su historia). Una mujer salió a su euzuen tro. Aquella mujer era Enoe. Cingo pasó por junwo a-eil: como si no la hubiera visio, y lanzando un suspiro doloroso fué asentarse sobre un viejo y roto almohadón que se veía el ¡mitad del pavimento. 1 Hubo un momento de pausa La egipcia contemplaba al aíri cano, y éste, inmóvil como li estatua del dolor, con la cabezi oculta entre las manos, nada lc decía d —¿Qué tienes, esclavo? le pre guntó Enoe, La dulce voz de la egipcia le hizo levantar la cabeza. Cingo fijó sus negros ojos en la joven: de aquelios ojos se des prendían algunas ¿ágrimas. —¿Por qué lioras? viiwió a pregun.acle. Po.que tengo un infierno en el <o.azón....porque te amo y tú me abo:reces...porque te he vis- un calabozo, mi lengua solo sa- brá maldecirte: rompe sus cade- nas, y este odio que encierra pa ra ti de mi pecho, se extinguirá, —Ayer pensaba complacerte... hoy me es imposible. —¿Entonces el príncipe ha muerto? —¿Qué muerte se le debe dar?| -—El principe vive...pero la puedes alzar la frente sin ver- guenza. —Volvamos ala fortuna. —Pues ganada la tienes si me sirves en esta oasión.c —Qué debo hacer? —Abrirme la puerta de mi ca- labozo. —Eso es ser traidor. —Mi padre ha muerto. a un anciano venerable que leía faenas de la vida.... ja un grueso*volúmen, sentado “Allí descansan sni recibir la a la cabecera de su cama. menor molestia y sn temer la Salomé, su hermana y Alejo Voz del que ni siquiera los de- su cuñado, de pie junto al lecho, Jaba respirar, los que estaban tenían sus ojos fijos en el real enfermo. Achiab, sentado a los pies del lanciano, se entretenía en aeshi- llar las gruesas franjas de la col ¡destinados aarrastrar juntos u- na cadena y a los trbajos más penosos. | “Me cuest apena y suspiros el “Mevar la comida a la boca, vién —Así lo dicen los propagado- cha de Egipto que cubría la ca-¡d/ome en la dura necesidad de res denuevas en la ciudad, pe- ro.... y Cingo se quedó pensativo como el hombreg qque duda al tomar una resolución. Antipatro creyó ver alguna es- peranza en la indecisión del es- ma. —Rabino, exclamó. Herodes con debilitado acento; los médi- cos abandonan mi cuerpo, pero recomiendan mi espíritu a los sabios. Tú lo eres; recíbele, pues clavo, ¡Pajo tu amparo, y que los dioses —Tu mano puede trasladarme ¡inmortales te premien, conservar una vida tan llena de gemidos y de lágrimas. ¡ Herodes,. torva la faz y preso el cuerpo de un temblor convul- sivo, escuchaba en silencio la lectura del libro de Jocb, de ese gran poema del desierto, de ese ¡grito de dolor sublime, inmuta- ble. —Vete... yo te perdono... pero preguntó el esclavo, como si se llévate ese libro que de nada ha ¡tiatara de la cosa más indiferen «*eevido a mis males. te del mundo. El rabino no se hizo repetir la oreán, y salió. —Nada de sangre; emplea tus Salomé y Alejo se acercaron | VÍDOras; dicen que esos anima- al enfermo; pero él les dijo o-:185 Ponzoñosos apenas nacen de cultando la cabeza bajo la col-¡VO'an a sus madres y se destro- cha: zarían los unos a los otros si no —Idos todos... quiero estar fueran ciegos. Antipatro es una solo con mis dolores... para na-|Víbora: suelta pues tus víboras da os necesito, de nada me ser- ¡Sobre él. —e hará como deseas. Dime el día, la hora. vis. Idos, pues, yo lo mando. Todos salieron: quedó solo. Cingo, que todo lo había oído oculto detrás de la cortina dudó Herodes se sa de piedra debe cubrir su cuer po eternamente. a —Esta noche, Mañana una lo-' de las tinieblas a la luz, de la muerte a la vida; el favor, co- “Sólo Jehova, el Dios invisi- A . ble de Abraham y Jacob puede us descarnadas manos estru pera +0 ya ria proteger a los hijos de Israel, res Jaban de vez en cuando la rica Miedo. :pondió el anciano. Los dioses pa|Colcha de su cama, y horribles —Yo soy un hombre que gus- ganos del Olimpio, los ídolos de gestos que en vano procuraba to de meditar las cosas: te pido barro y vil metal, fabricados por¡ dominar descomponían su cada- un día de tiempo para decidirme —Un día es un siglo en estos instantes. —Comprendo tu y rebajo doce horas. —Mi hermano Arquelao será entonces rey de Jerusalén, y tú generosa protección me sería in- útil. —¡Bah! Doce horas se pasan en un momento. —Ese momento es la muerte de mi esperanza, porque el pri mer crimen de Arquelao al subir al trono seré yo. Cingo cogió el farol y se dis- puso a salir del calabozo —¿No te decides, según pare- ce? volvió a preguntar el prin- sionero. ——Duerme, príncipe mío, duer- me tranqilo, mientras yo medito tus proposiciones, Y Cingo se encaminó hacia la puerta. —Detente, Cingo, exclamó el príncipe con desesperación. —Tengo prisa, señor; no olvi- des que las horas pasan con ra- pidez y tengo que decidirme. —Comprendo que no quieres enriquecerte ni ser mi amigo, y dejo encomendado a los dioses mi porvenir; pero si late en tu pecho un corazón, si has com- prendido alguna vez el amor, esa pasión que forma nuestra vida y nuestra muerte, esa misterio- sa esencia que na die sabe la que es, pero que al esparcirse por nuestra alma nos llena de impaciencia |la mano del hombre, no pueden Vérico semblante. atraer el bien y el mal sobre la', El rabino, inspirado con la raza humana. lectura del libro santo que tan- —Eh, buen anciano, lee tu li- tas veces había hecho oír en la bro si es que con su lectura pue- |Sinagoga, iba insensiblemente des tranquilizar mi espíritu, y|levantando la voz hasta tomar deja los dioses y las creencias ¡Un timbre imponente y majes- un momento y luego se decidió a entrar en la cámara, desobede- ciendo la orden de su señor. Llegóse' hasta el lecho sin me- ter ruido, y estuvo contemplan- do, sin respirar, algunos segun- | dos al ilustre enfermo. des, dijo con voz serena y clara: —Muy pocos, señor, porque te Por las toscas mejillas del es- clavo rodaron dos lágrmias. Por- que aquel hombre feroz, aquel ¡ verdugo privado de Herodes que¡ mataba sin temblar a una seña de su rey, amaba a su señor co-; mo a un hijo querido, y hubiera ' dado hasta la última gota de su sangre por-devolverle la salud. —-Parte, y no te olvizes que es. la última orden que recibes de mucrte acaricia co.) sus descar- nados dedos los rubios cabellos de su hermosa cabeza. —Tú me juraste salvarle: ¿a- costumbran en Africa faltar a su pa:abra los hombres de tu raza? —Nunca, esclava: en la Etio- pía el juzamento es sagrado. ——Entonces.... —Mira, Enoe, continuó Cingo procurando enduizar todo lo po- sible su acento. Allá en la Libia, al extremo oriental del desierto de Sahara, se halla la región de Nigricia, cuyas altas cordilleras, aliombradas de yerbas aromáti- cas, aprisionan con sus robustos tu seor...porque .mi vida se apa'brazos el pacífico lago de “Te- ga., la ruin materia. se descom- chad.” Los hijos de aquellas ri- pune por instantes, y el espíritu beras ienen el color de la cara no ¡ardará en evaporarse de e3-¡negro como la noche, el corazón te vaso quebrado y deleznable. ardiente como el sol de su cielo, - -Parto pues a obedecerte altivo como las palmeras de su El esclavo salió de ¡a cámara ;¡oasis, bravo, como los leones de de su señor, y encaminóse a su | sus arenales, y libre como el humilde habitación, situata en viento que orea sus aduares. A- el último piso del palacio de He-,mn y aborrecen hasta el punto rodes. de matar o morir por las perso- Subió preocupado la, angosta nas que conmueven sus pechos; y alta escalera, y deteniéndose¡porque sus únicas pasiones son delante de una puerta, sacando¡el amor y el odio; en sus abra- religiosas a un lado. El viejo rabino abrió el libro, no sin refunfuñar, y leyó dé es- te modo con una entonación a- fectada y gangosa: —“Libro de Job. Capítulo pri- mero. Había en la tierra de Hus (la Idumea) un varón que se llamaba Job., y éste era de un corazón sano y recto; temía a +Dios y huía de todo lo que pudie se tener la menor sombra del mal. (Hemos elegido la versión parafásica del libro de Job, por creerla más conforme con las condiciones de nuestro libro). Te nía siete hijos y tres hijas, y sus bienes consistían en siete mil ovejas, tres mil camellos, qui- nientas yuntas de bueyes, qui- nientas..... —Ea, acabad, rabino, exclamó Herodes; basat con decir que mi compatriota Job era rico, pero no tanto como yo. —Moisés no escribió este libro santo, respondió el judío sin tur barse, para que lo atajases por donde se te antojara. —Moisés escribió ese libro pa- ra los desgraciados; yo respeto al gran legislador...pero quiero que comiences por el capítulo tercero, cuando Job maldice el dolor y de pdacer; si has amado, |día de su nacimiento.... Lo oyes, en fin, Cingo, responde por tu rabino? Yo soy el rey, yo te lo amor y por los manes de tu pa-¡imando. dre: ¿qu es de Enoe, mi esclava?, La frente del anciano se cubrió —Enoe.., ¿y quién es Enoe? ¡de un color encendido; pero una —Y... ¿no la conoces? exclamó Antipatro dejando caer silaba por silaba con pausa de sus la- bos, y estudiando el efecto que suplicante mirada de Salomé bastó para que el etrco judío se encogiera de hombros y comen- azra a volver las. hojas con la hacían sus palabras en el es- clavo. misma tranquilidad que si no ' hubiera mediado la anterior dis- —Es la primera vez que llega puta. ese nombre a mis oídos. 1 —“Libro de Job. Capítulo ter- Y Cingo dió otro paso en direc: cero. Volvió a decir con la misma ción a la puerta, entonación. “Y pasados los siete —Espera, esclavo, exclamó el días, abrió Job su boca y mal- príncipe con: voz imperiosa? Si dijo su nacimiento. tu brbaro señor te manda clavar; “Y habló de esta manera: tu cuchillo en mi garganta, e | “Perezca el día en que yo nací quí la tienes, no te detengas....... | y la noche en que de mí se di- hiere y cumple con tu deber; pe- |jo: “Concebido ha sido un hom- ro antes de darme muerte, arran br esobre la tierra!... ea con una palabra esta duda, ' que como una culebra se ha en- quel día!....!No tenga Dios cuen roscado en mi corazón. Dime si ta con él desde lo alto, ni de luz la esclava en cuyos brazos me sea alumbrado!” sorprendiste ha sido cómplice ¡ “¡Quedo sepultado en tiniebla “¡Conviértase en tinieblas a-; tuosó que hacía estremecer el corazón del enfermo. El viejo lector conoció que al rey le llegaban los efectos de su lectura, y quiso aprovechar las buenas disposiciones del monar ca. ¿ Para no fatigarle, creys con- veniente, pues era su oficio, leer los líbros santos a los enfermos, y los sabía de memoria, ir sal- tando cupítulos y leer sólo aque llos versículos que más en ar- monía estuvieran con las condi- ciones agravantes del enfermo. _Así es que, sin que se aperci- biera Herodes, pasó unas cuan- tas hojas y tornó a comenzar la lectura en el versículo 50. del capítulo VII, que dice así: “Hierve mi carne en gusanos; costras asquerosas cubren todo mi cuerpo; mi piel seca se ve toda encogida y arrugada. i- “Si concibo alguna esperanza de hallar algún descanso, cuan- do por la noche me recojo a re- posar consolándome con gemi- los y buscando alivio a mis ma- les con lágrimas y suspiros, en- tonces, lleno de sobresalto, me veo acometido de espanto con las imágines y sueños que tur- ban mi alma, “Ya no tengo esperanza de vi- vir; compadécete, señor de mi, y cese ya el castigo. “No es mucho lo que te pido, puesto que es tan poco lo que me queda de vivir. E “¿Qué es el hombre para que merezca que Tú pongas en él tu corazón, y mires como algu- na cosa grnde? “Yo soy pecador, lo confieso, y merezco tu indignación; ¿mas qué podré yo hacer para apaci- guarte, !'oh! alvador de los hom bres?....¿Por qué me has pues- to por blanco de tus tiros, has- ta hacer qu a mí mismo no me pueda tolerar? “¿Por qué tardas en restituir la calma a mi alma, destruyen- do mi pecado y borrando mi ini- quidad”... Ves que estoy cerca de mi fin y voy a dormir en el polvo del sepulcro. La noche me verá expirar, y cundo vinieran a ¡buscarme por la mañana ya no seré.” Una llave, abrió, cerrando cuida sados campos se crían yerbas Después de una ligera pausa, Herodes abrió los ojos y vió a su lado a su esclavo favorito. y En el rostro del enfermo brilló un rayo de alegría, y extendió una mano que el esclavo cubrió de ruidosos besos. Una lágrima quedó en la ma- no del rey, y éste le dijo: —¿Lloras, Cingo? —Sí, por la primera vez en mi vida, porque tú te mueres señor. CAPITULO Y Donse Prueba que el Amor Domestica a las Fieras —Eres un servidor leal, Cingo, ¡y quisiera antes de lanzar el úl- timo sojlu de mi vida recompen sar tus servicios. Dome, ¿qué ambicionas? ¿qué es lo que quie res? Pide, estoy pronto a satis- facer tus deseos. | —Sólo anhelo servirte hasta q' mueras, y luego partiré a Afri- ca, pues quisiera morir bajo a- quel sol que me vió nace:. —Poco ambicionas, S —Los hijos de la Libia son so- brios, señor, su caballo sus ar- mas, su tienda.y una mujer q' arrulle con sus cantares las ca- lurosas siestas del estío, es to- do lo que ambicionan, todo lo que anhelan. —Mañana recibirás una canti dad de oro, en recompensa de dosamente después de entrar. |ponzóñosas y víboras de 'mortal Nada tenía de lujosa la habi-¡picadura para sus enemigos; en tación del negro. Una lámpara [sus jardines, dátiles, plátanos y de hierro esparcía su tenua cla- [aceite aromático los que aman. ridad por sus parduscas y e cuen la luna derrama s cabe- manteladas paredes. SNS a OPE Holiday bills upset lots of family FIVE lera de plata sobre las tranqui- las aguas de su lago, extienden una mullida piel de leopardo a la puerta de su tienda, hacen senatr sobre ella a la mujer que adoran y echados a sus pies le recitan los cantos de amor de sus poemas más populares. ¡Oh Enoe...Enoe! Las noches en las orillas del Techad son tranquilas como el sueño de las vírgenes. hermosas como el paraíso don- de moran las huries de Africa, claras como los manantiales del Líbano. Aquela es mi patria; el primer sol que hirió mi pupila arrancándole una 'lágrima es el que allí brilla. Yo tengo oro su- ficiente para ser el más rico, el más poderoso, de los pobladores del Lago. Mi brazo es fuerte co- mo la rama de un cedro; mi co- razón late en su cárcel con un vigor que no desmaya; mi amor hacia tí crece y aumenta: áma- me tú y serás la reina de Te- chad y yo tu esclavo: vea yo. en tus dviinos ojos un solo destello de amor, y besaré el polvo que levanten tus diminutos pies. Cingo, con la mirada suplican te, las manos juntas y preso en cuerpo de un temblor convulsivo se arrojó a los pies de la egipcia —Esclavo, exclamó Enoe con indignación retrocediendo algu- hos pasos; las mujeres de mi raza nunca se unen con los hom bres de la tuya. Si ley se los pro- hibe. '. —Medítalo. bien, murmuró el negro ahogando un rugido: yo he respetado tu cuerpo.. vivien- do bajo un mismo techo, el uno al lado del otro; siendo tú her- mosa y joven y amándote yo, no me he atrevido a ofenderte ni con una mirada; pero tú despre cio puede exacerbarme, Soy más fuerte que tú y estás en mi po- der. ¡Piénsalo bien, Enoe, pién- salo' bien...!.. —Yo era feliz, respondió la e- gipcia sin inmutarse por la ame naza del negro: tú, como el án- gel del mal, envuelto en las som bras de la noche, te introduciste en mi morada y me robaste la felicidad. Luego, al verme sola y desvalida te apoderaste de mi y me encerraste en esta man- sión maldita. Yo soy la paloma, tú el gavilán; puedes despeda- zarme, pero no esperes que mi garganta armonice arrullos de amor para tí. Las mujeres como yo aman una sola vez en la vi- da... No lo olvides..., la violencia redoblará el desprrecio que me inspiras.... ahora haz lo que me- jor te plazca. —Por úlima vez, exclamó el negro conteniendo su rabia, ¿quieres compartir conmigo mi fortuna? ¿Quieres venir a Afri- ca aser mi esposa? Pasa a la página 5. BONÚS::PAYING budgets. If yours was upset too, open a Budget Savings Account and make surei: won't happen again. BUDGET SAVINGS PLANS Pete] somos | “Gea year's holiday expenses or for the down- payment on a home, or a new car... for clothes, education or travel ... a vacation la: riqueza: vengo de la torre y he visto a tu hijo Antipatro. —¡Ah! ¿Y qué dice el prisio- tus servicios. [| $ 100 [$ .50 [$ 50.50] —Gracias, señor; pero no me Whether you'll want money for next [_"2.00 | 100 | 301.00] conducía atu cámara el afán de y o [5.00 | 2.50 | 252.50] 10.00 | [20.00 | 1 5.00 |_ 505.00] 0.00 | 1010.00 nero? ¿Se resigna con su suerte? —La estrechez de su calabozo le ahoga; la libertad es la reina de su pensamiento, la imagen más bella de sus ensueños. —Nunca, mientras yo viva. —La noticia de tu muerte se ha extendido por la ciudad, y traspasando las gruesas paredes de su calabozo ha llegado a sus oídos. —Tanto peor para los que sien tan mañana el rigor de mi jus- ticia. —Tu hijo me ha ofrecido me- di oreino si le abro las puertas del calabozo. y —¿Y tú?.... II E A E E A A Preguntó Herodes for the whole family... for income tax payments or insurance premiums ... the simple, systematic, bonus-paying Budget Savings Plan is the answer. Open a Budget Savings Account with your next paycheck. You'1l never find a better, easier way to save for the things you want. 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