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Página 4. xFTRONAAA A A a e e e '' CAMINOS Habíase enamorado Caminito de Rafaél Torres -Arias, en cuan to él, más por galantería» que por afecto, ni mucho meros por interés de pretenderla, habiala asaetado desde las columnas de! los periódicos con los famosos versos a sus ojos. Lo íue estos ojos agradecidos y deslumbra- dos pudieran decir y prometer en acción de gracias al poeta. él lo sabría; el caso fué que Ra. faél algo vería en ellos cuando se dejó arrastrar hacia" la mu- chacha por a dulce ilusión de un callado llamamiento; el caso fue que sin pronunciarse entre ellos una sola palabra parecían entenderse sus almas con e mu do enguage de los ojos. Y aquí empezó la lucha de Caminito Rubio; una lucha absurda entre el amor y el orgullo Cuando estaba bajo la influ- encia de la presencia d Rafaél, sentíase su esclava enamorada, con pasión y con arrestos hbas- tantes para vencer cualquiera clase de obstáculos que se le pu sieran enfrente, ¿Qué más po- día apetecer una mujer, aunque fuera la princesa de Gales, que un muchacho como Rafaéi To- 1res-Arias, guapo como un. sol, con un tipazo como cl suyo, cen su carrera en ei bolsilio, co| mo aquel que dice. inteligente y trabajador y honrado y caba-;¡ liero y de una fumilia de abo- lengo como la suya, que hasta si quisiera podía ser marqués, según dijo muchísirnas veces su tía Luz (la Condesa), aunq”, porque algun pero había de te- ner, fuese pobre como un fraile franciscano? ¿Y haciendo aque- llos versos tan retepreciosísimos y tocanáo el piano como. un Rubinstein y cantando como Fleta? Pero en cuanto, se veía solita en su cuarto y fuera del hechizo tc la persen::a de: poe ta, la +11 dai y la bambolla q' heredó de su madre y la ambi- ción del vil metal, que era un atavismo del padre, la sumer- gían como en una ola bajo la cual se ahogaba. Total, ¿qué? Sería mujer de un notario, o de un juez o cuando más Je un re gistrador, porque un chico sin fortuna como Rafaél n podía en trar en el cuerpo diplomático donde nipara trajes tendría con el sueldo; y, la verdad, Camini- to creia” que había nacido para algo más. Cotizaba ella misma 1 ¡el negocio en un traspaso. Fo- sus ventajas, cualidades y cir- cunstancias y llegaba a da con clusión de que ella merecía al- 5, "TROUBLE y Fora Car That Stalls: MBER FED ¡Zas ME “Xi, SUL” SEMANALIO PuruLAs INDEPENDIENTA A ds ¡entre estos huéspedes del flir-|algo más de a “áurea mediócri- dad, trataba de aislar a sus hi- go de más categoría en la feria de las vanidades humanas. De| aquí que la lucha que dentro de sí misma sostenía, fuese más encarnizada cada día y que el tira y afloja que llevaba con Ra | faél la tuviera excitada, ojerosa e insomne conforme el republi- | cano del corazón Se iba intere- sando cada vez más por aquel buen mozo. Contribuían, naturalmente, al estado de francia rebeldia con- tra sí misma en que Caminito se encontrab, los réspices de do- ña Celedonia, que no podía ver ni pintado a Rafaél Torres -A- rias sin que nadie pudiera ex- plicarse el por qué de esta irra- zonada antipatía hacia un mu- chacho que era generalmente querido y apreciado por cuantos le conocían, Quizá fuera porque doña Celedonia, que era muy presumida, no podía sufrir que, pese a su dinero, el pobretón de Rafaél lograrse en todas partes ser “más que ella”; porque la verdad es que doña Celedonia no procedía del conde Fernán González precisamente, y lo que toca a su marido, el inofensivo y menguado don Bernabé Rubio de la Gama, tampoco venía de Fernando el Santo, o siquiera de doña María de Padillá, El po bre hombre era de origen mon- tañés; llegó a Sevilla de niño como tantos otros, con el fardito ' a la espalda y quezá las alpar- gatas en la mano para na es- tropearlas; entró de dependien- te, recadero o aprendiz, en una, entre tienda de comestibles y ta berina, donde con trabajos y eco nomía andando el tiempo, hizo unos cuartejos y se quedó con mentó la industria vinatera, q' era el lado por explotar de su negocio, y fue entonces, por es- ta época, cuando se casó con do ña Celedonia Carabanchel, que por tales fechas no era gorda, ni bigotona, ni insufrible, como ahora, La muchacha, hija úni- ca de unos modestos hacenda- dos de 'Guadaveloz, pasaba lar gas temporadas en Sevilla con una tía abuela materna, propie taria y regenteadora del Hotel Hispalis, uno de segundo orden que estab situado en las cerca- nías de la Plaza Nueva. Alí, Celita, como le decían de joven, como “alias” del to- | rero- galaico, coqueteaba con los «| huéspedes estables — militares y painsanos— con coqueteos de- centes e inofensivos. Claro que SHOOTER more dependable model. In either case, the Valley National Ban can help you. If you choose to have your get a thrifty Valley Bank pay for both labor and parts. If you want to trade for a newer car, let the low-cost Valley National Automobile Finance Plan save you money right down the line! "Y NATIONAL BAN 'de la modesta hacienda de su 'fue a reunirse en la otra vida ing you the run- around by refusi to run when you nee most, there are two ways to eliminate the trouble. 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Amigo de doña Flora, uno de sus mejores clientes, conoció a la sobrina, ni fea ni guapa, pero marisa- bidilla, compuesta y con trasteo y al quedarse con la tienda, co- mo ya a Celita se le pasaba el tiempo, y se le iban yendo los volandones, admitió — de acuer do con su tía — las honestas proposiciones del montañés; y poco después se casaron. De es- ta reunión nació primero Juani-| grande, buen mozo, un poco brusco y torpón, vacío de molle ra y con su fachendosa presen-;¡ cia le conocían sus amistades | con el gráfico, remoquete de Jua¡ nito Fachada, que le adjudicó | Pancracio uLque. Después, y también en Sevilla, vino al mundo Celedonio, menudo, ba- jito, cenceño, inteligente, mal- intencionado e intrigante: el re- verso de la medalla de su her- mano— menos vulgar que ei paterno— la gente conocia a loz dos hermanos por Carabanchel Alto y Carabanchel Bajo. Al morir sus suegros, don Ber- nabé decidió retirarse del Co- mercio e irse a vivir con su fa- milia a Guadaveloz para cuidar '¡ esposa y acrecentarla con lo q” produjo la liquidación y el tras paso de su establecimento. Po- co después, doña Flora Canseco con el comandante, y el Hotel Hispalis —con militares y ca- nónigos— pasó a otras manos, previa entrega por el adquiren- te al matrimonio Rubio Caraban chel, únicos herederos de doña Flora. Ya en Guadaveloz, nació Ca- mion y luego Paco, Llanitos y Florencia, sus hermanos menor- es, Don Bernabé como queda | dicho, reunió una fortunita mo- desta, pero bien saneada. Eran muchos los hijos, con todo, y el buen hombre diose a cavilar pa ra sacar adelante su prole y e- ducarla “ón la astentación que la vanidad de su esposa reque- ría, terminando por montar un negocio de vinos en gran esca- la, el cual, debido a su inteli- gencia, y buena práctica en la especulación, fue triunfando sin llegar a la opulencia, pero si a . 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Después de instaladas allí las bodegas de exportación, se hacía preciso buscar una casa dónde poder babitar con el lujo y el fausto que la fachenda de doña Celedonia requerían y co mo ocurriera esto por los días en que la viuda del doctor Tn- rres-Arias había muerto y el Conde y don Ramiro, de común acuerdo, decidieron reducir a metálico el gran caserón de los Oraluces —que, de no gastarse en él una buena cantidad en re- paraciones, amenaza desmoro- narse,— como medida conve- niente a los intereses del huér- fano, puso don Bernabé Rubio intermedios y al fín quedó suya la antigua casa solariega por una no despreciable cantidad. Estaba la finca en la Plaza Prin cipal frente a la Parroquia Ma- yor y cerca del Casino de Labra dores. Era, como todas las casas ¡to Rubio y Carabanchel, fuerte, señoriales de pueblos, hermosa y amplia, con dos pisos, y sobre el segundo una enorme azotea ocupada en su centro por la gran montera de cristales del patio interior, llena, además, de soportes de hierro en los perti- les para amarre de alambres q' servían para tender ropa, amén de las Jos herlingas para la an- tena de la radio, d algunos pos- tes del teléfono público y de o- tros obstáculos más o menos e- léctricoss También estaban en la azotea las macetas de clave- les de Camnito. La pátina venerable y artís- tica de ancestral antiguedad q' de los Oraluces, desapareció formas de mal gusto con que ra y noble, convertida ahora en nes y dibujos y la puerta magnífica clavetea- plazada por otra cuadrada, de brillante pino del-Canadá con herrajes de nóquel, sino hasta la forja de balcones y rejas, ven didos como :hierro viejo...!las y el artesonado y los zócalos ahumados”, para substituirics por un cielo raso de frescos de- testables y chillones y un zó- calo de azulejos modernistas. Y todo por él estilo: nuevo, bri- llante, con una estridencia de mal gusto, La orgullosa y relamiáa de do ña Celedonia vivía en esta casa con grande ostentación; pero en los pueblos, y más en los de la categoría de Guadaveloz, donde siempre hay desocupados que se entretienen en contarle al pró jimo los garbanzos que echa en el puchero, nunca falta quien procura buscarle los tres pies al gato. Alguien se entretuvo en meter el hocico en el Debe y el Haber en la insigne Casa de Rubio Carabanchel y todo el q' quería oirlo, que aquella gente gastaba mucho más de lo que sus rentas permitían. !Buenos son los pueblos! Esto empezó a murmurarse a los do saños escaso de haber comprado don Bernabé la vieja casona de los Oraluces, precisamente por los Cías en que la envidiosa doña Celedonia le había hecho poner internos a los dos chicos mayor es en el mismo Colegio en que el Conde tenía educándose a Ja «vier y a Rafaél, que era el de Nuestra Señora del Recuerdo, de Chamartín de la Rosa, de la Compañía de Jesús. ¿Qué se ha lbían creído los Condes? ¿Qué ¿ella no podía ponerles la pata? No mucho después, Caminito entraba de interna con las Ma- dres de Loreto en Madrid, Jo sos colegios de lujo, se haciía cruces preguntándose cómo era posible que los olivares y las bodegas prestasen para tan- to; pero el caso es que presta- ban...—don Bernabé sabría a fuerza de qué heroicas combina ciones, — y que, manteniéndose en el mismo pie de lujo, les co- nocemos unos años después, al comenzar esta verídica y mal pergeñada historia. La gente, en vista de que la renta no da- ba para tanto, decía que se co mían el capital y por eso, en e pueblo había la creencia, quizé no muy descaminada, de que Caminito Rubio “no estaba tan acomodada como ella cría.” Doña Celedonia, en su vani- mismo que Luz, y la gente, que. sabía lo que costahban todos e-* ¡tas” de que dicen que habla un jas del cogollito guadaveocense ¡Decía: “nosotras, la aristocra- cia”, y por eso, la cáustica doña Bala le había destregado'la fra- secita la noche anterior, con más intención que un Miura.- Naturalmente, prefería el trato con la condesa de Guadaveloz, con a que había averiguado, después de varios entronques remotísimos, un parentesco leja no en el que nadie ereía y el cual' toleraba la bondadosa da- ma, “porque más dijeron de Cris to y era Dios”, según opinaba e fresco de Pancracio, y “el que más vale, más consiente”. Pero el tal entronque resultó verdad a cabo de las debidas averigua- ciones. ¿Y cómo? Pues muy sen cilo, Un segundón de la casa de la Condesa, un tío, hermano de su bisabuelo, solterón empeder- nido, ya viejo y chocho, al cabo ¡de sus años se casó con una criada, la cual era hermana por línea paterna de la bisabuela de doña Celedonia; de ahí el es tupendísimo parentesco... !casi “nada!: primas terceras por afi- nidad. Este rayo de gloria y todas las demás tonterías, aunque bas ¡tante inofensivas, hacíanla im.- ¿popular entre la ciase media, a ¡la cual pertenecian la mayor ¡parte de as familia: del puetlo. ¡Además, doña Celedonia pade- cía del feo vicio de la envidia. Fnvidiaba a “su prima Luz”, su abolengo preclaro, y a doña Ba- la su fama de caritativa y su aunque ajada, tode:9 vistosa her.nosura; a Lolita Peña, su gracia y aquella simpatía que le hacía tener los pretendientes a docenas, mientras Caminito los ahuyentaba con su aire or- ¡gulioso, pese al ángel y a los ojos tan ceebrados. Envidiaba ' 1sobre todo a Rafaél forres-Ar.as ly lo tenía atravesado. Le envi- ldiaba su origen hidalgo, su , marquesado de Ora:ue=s, del 'el muchacho, convencido de q' posición económica pagar los mocrático, llevaba con orgullo 'que hidalgo también, habíalo ¡Y le envidiaba al mozo las sim |patías que contaba entre chicos y grandes y hásta aquel conti- nente de señorío y distinción ¡que nunca tendrían sus hijos, el sastre. El carácter delicado ba con la refinada cursilería y con la flamenquería chocarre- ra de los Rubio. Por ello trataba al muchacho despectivamente, como a un pobretón que vivía de caridad...o casi de caridad; como un niño litri gótico, a me- dio hacer, Todo esa, claro está, por detrás del interesado, pero en presencia de Caminito que, débil de voluntad y oyendo siempre el mismo disco, se. de- jaba influir en contra del mu- chacho. Además, la Carabaneacia so- bía que aquel cuento de su pa- rentesco con los Condes, nadie lo creía, no obstante las avenxi- guaciones; ella misma sabía [que si no era una mentira in- ¡ventada por su monomanía y afán de grandezas, tenía poco brillo para lucirlo como trofeo de aristocracia; y frente a este abolengo de chacota o de bara- tillo en el cual se ensañaban de un modo sangriento los mal- 'dicientes, estaba e otro abolen- “go, digno, auténtico e indiscuti- ble de Rafaél Torres- Arias, em parentado legítima y cercana- mente con los Condes y con o- tros personajes de viso, por am- bas partes. Y esto era otro moti- vo de la profunda antipatía de que se ha hecho mención. To- davía más: Javierito Guadave loz, y Rafaél Torres -Arias, mien tras estuvieron internos con los Carabancheles en Chamartín, obtenían brillantes notas y e- ran muy estimados en el Cole- gio; como que llegó a darse el caso, estudiando ya sexto cur- so, de ser nombrado Brigadier de la primera, y* Subrigadier, Javierito; entretanto, los otros dos torpes o desaplicados, o am bas cosas juntas, hiceron el Ba- chillerato a fuerza de suspensos y recomendaciones, y no pudie ron luego seguir carrera... por- que ellos mismos no se encon- traron con ánimos para ello. Es t fué un nuevo motivo de odio familiar contra Rafaél. El único que sentía una sincera amistad por éste era Juanito, desde los tiempos del Colegio. Una amis- tad a su modo, pero amistad al fin...Zahiriente, con algo de pro- teción vendida y de miramiento de arriba abajo; pero en el fon- | do, estimación sincera. EX Xx | El Conde se asomó a lo alto de la escalera para ver mantor a Rafaél, gran caballista, una de las mejores yeguas de sus cuadras. Como en aquel momen to Pancracio uque sacaba la ca beza por la entornada puerta del esmritorio, atraído poz el piafar y los manoteos de la bes tia a quien un criado sujetaba a la misma puerta del palacio, el Conde se encaró con él. —Oye Luqua, ¿vienes conmi- go esta noche a Sevilla? Ponen Carmen en el San Fernando..... Vente y la oiremes. Pancracio rápido, certeroá muy serio... (sin ganas de ir a Sevilla con el Code, porque te- nía niejor combinación con Ja- vier y con Rafaél, sus íntimos) ¡contestó al +* cr. —No, señor, yo no voy a oir a Carmen, porque hace cinco a- ños que estoy csado con ella y ya le he oído bastante. El Conde rio la salida; sé fi- guró lo que ocurría y no insis- tió. Después, cuando Rafaél hu- bo arrancado al trote, camino de la Huerta de las Gallombas se fue a referirle el caso a su mujer y a su hijo, muy diver- tido. !Era muchacho Pancracio Luque! Con achaque de echar por sí mismo una carta en e buzón de la Administración de Correos, sita en la Plaza Principal, ento- ¡có Rafaél la briosa yegua hacia “dicha Plaza, y después de echar la carta y lanzar investigadores ¡cuanto inúiles miradas a la ca- sa donde vivían los Rubio- Ca- .rabanchel, torció por una calle- ja que rozaba los corrales de ia solariega mansión de los Ora- luces y hete aquí que, como un regao de un hada madrina, vino a darse de manos a boca con lo | que había buscado en balde un | momento antes. En una puerta que daba entrada a los corrales estaban Camnito y sus herma- nas comprando encajes 2 una gi tana vieja, buhonera ambulan- diera fama a la casa solariega cual no hacía siyutra mención te. Una de las hermanas peque- iñas, Llanitos, iba ya a quedar- toda bajo la avanlancha de re- nunca le permitiría su modesta se con un retal de encaje, des- ¡pués de un largo regateo con la 1a cursi de doña Celedonia des- ¡derechos de reconocimento y SU vendedora que pedía tres duros figuró no sóo las líneas de la [cesión del título y porque, muy | por lo que luego daba en dos fachada berroqueña gris, auste- sencillo muy humilde, muy de- pesetas. En aquel punto, Rafaél estiró el renldaje a su montura muestrario de azulejos de colori y complacencia el honradísimo 'y la detuvo en seco, frente al “vanguardistas; apellido de su padre que, aun- grupo. Inmediatamente el con- ¡sabido “pavo” se adueñó de las da con curiosos bibujos, reem- hecho célebre en su profesión. 'mejillas de Caminito y sus ojos traidores y rebeldes al mandato ¿de la voluntad y de orgullo, fue iron a fijarse en os de Rafaél, icon aquella expresión sumisa de siervos que se entregan; ex- maravillosas forjas de ensueño! Sencillamente, porque no lo da presión que desarma a poeta ¡hasta en sus mayores días de del comedor... “porque estaban Y “aballeresco de Rafaél choca-|arnor propio herido por cual- quiera coz de doña Celedonia, o por alguna frialdad inexpli- cable de la propia Caminito. Rafaél Torres-¿rias, mucha- cho serio, observador, aficiona- ido a las disecciones psicológicas habíase dado perfecta cuenta de' ¡este tejer y destejer de los sen- 'timientos de Caminito en el te- .lar de su alma y unido por tan- to al pleno convencimiento de que la muchacha “no quería quererle”, lo cual no es decir precisamente ípe no le gustase o que.no le quisiera; y tal vez ese obstáculo, esa lucha encona da, ese “imposible”, fueron co- mo acicate de la pasión del mo- zo que acaso se engañaba a sí mismo y andaba más empeñado que enamorado. Pero todavía no le había llegado a Rafaél la hora de entrar en cuentas |consigo mismo; por e momen- Ito, se dejaba llevar de los acon- ¡tecimientos y obedecía a los im pulsos sin analizarlos. Cercando los ojos de Camini- to, vio Rafaél ese círculo azula- ¡do del insomnio o de la excita- ¡ción nerviosa, No le cabía la mej ¡nor duda de que la muchacha, ¡debió tener la noche antes al- ¡guna pelotera con la “monogol- fiera” de la madre, a causa del incidente de la sortija, que pa- reció caerle muy mal a doña Ce ledonia, averigue usted el por qué o debido tal vez a los apar- tes frecuentes que desafiando los carraspeos de la dama sos- tuvieron los dos. Por más que la expresión de “los magníficos ojos enemigos” no era de dis- gusto, sino más bien de una fe- licidad ccntenida... Entonces, y sólo entonces fue cuando reca pacitó Rafaél que aquella mis- ma mañana debían haber lloga- do a manos de Caminito unos versos pubicados en El Liberal de Sevilla que era el periódico leído diariamente por el acau- dalado comerciante don Berna- bé Rubio de la Grana, unos ver sos en que el poeta glosaba la hermosa frase del otro gran poe- ta: Clava en mí tus ojos que son dos caminos Esos versos, los versos de Ra- faél, delicosos, vibrantes y apa- sioandos, fueron los que hicie- 'los corrales, Viernes 30 de Septiembre de 1949. al modo ultraísta y de vanguar- di arabiosa. Más al de Rubén Dario, el genial poeta; y que al- guno, al estilo de os romances melancólicos y verlenianos de Juan Ramón Jiménez, antes de ¡que este gran poeta iniciase su nuevo modo en el “Diario de uu poeta recién casado.” En el balcón, un momento nos quedamos los dos solos; ¡desde la duce mañana de aquel día, éramos novios. Y cn uno de los viajes a Ma- drid de los condes de Guadave- loz, la Condesa, confidencial- 'Inente, dijo a su sobrino en un aparto: z —La que se interesa mucho por tus versos es. ...'asómbrate!, Caminito Rubio. ? —Los elogia calurosamente, los espera con grande ilusión y muchos se los aprende de me- moria. Rafaél, sin darse cuenta, sin- tió en el fondo del alma la ca- ricia de unos espléndidos ojos negros. Y aquella noche, hizo el me- jor de sus sonetos: “Los magní- ficos ojos enemigos.” Mirándole estuvieron embe- becidos y como pendientes de los suyos estos “magníficos o- jos” en la memorable mañani- ta de invierno en que sucedie- ron los acontecimientos que na rramos, hasta que dándose cuen ta de su actitud la propia inte- vesada, y corrida, y llena de ver guenza, no halló otro medio de disimular su turbación que em pezar a hablar a tontas y a lo- cas con'la gitana, interviniendo en la compra, haciendo que su hermana desbaratara el trato casi consumado y rebajando la oferta de precio por el trozo. de encaje. Entonces, la gitana se encaró con la bella inoportuna y, pues- ta en jarras, le dijo con cómico gracejo; —'!Mía la “rubia”, qué gra- ciosa! Esta ocurrencia de la gitana debía tener no poca trascenden- cia para los dos personajes que nos ocupan, porque desde enton ces, Rafaél dedicó madrigales a “la rubia* de los ojos de luz” des pistando con el tira y afloja de aquellas escaramuzas e inteli- goncias, llenas: de disimuos y oposiciones, quefueron y no lle- ron a sor noviazgo, a todos o3 conocidos y amigos. Y aun a la misma hercina, que se um- berrenchinaba llena de confu- sión ..y de enfado con el cambio de color en el cabello y en la tez y la musa del poeta. Pero no adelantemos los acun tecimientos. , XXX —Buenos días, niña. —!Hola Rafaél! ¿A paseo? —A sacar la yegua que lleva tres días en la cuadra y de pa- so a hacerle una visita a mi tío Ramiro, que hace una semana que no lo veo. Una sombra de inquietud se plasmó en las pupilas hablado- ¡ras de Caminito. —Entonces.., esta noche rio nos veremos en casa de tía Luz, —insinuó mientras las dos chi- ¡quillas y la gitana entraban en lel corral, —No; pero no será porque me quede en as'Gallombas, sino porque me voy a Sevilla con mi primo y con Pancracio Luque a loir Carmen en el San Fernando. | —Ya. (un poco contrariada, pero sin recoger la cita.) —¿Tu no irás? —No sé... A mi madre no le Igustan las óperas: la pobre se duerme. —Pero, ¿quieres tú ir? ¿Te gustaría? —'Claro! (encendida clavel). como un —Pues descuida, que irás, Co rre de mi cuenta. Haré que te invite mi prima Lucita. Conque quédate con Dios, niña, hasta la noche. Y de un espolazo hizo saltar a la yegua, que salió a galope, |porque había visto salir hacia desde el interior de la casa a doña Celedonia, con la misma majestad de una ¡Juno de meodrama, Y se iba... se iba, porque cuando le sorpren día aquella mirada de desdén dirigida a él, sentía unas inten- ciones criminales; unas ganas desaforadas de dar a la tarasca un par de apretoncitos en la nuez hasta hacerle sacar un palmo. A El día era gris, como de in- vierno, pero a aquellas horas el ajustó al fín en un trote vivo y frio no molestaba. La yegua se elegante, gracias al cual salió al campo en pocos minutos por la tortuso calle de Atarazanas, encontrnádoseen el ramal que conduce a la estación ribeteado ron la conquista de Caminito. Eran poesías modernas, pero no de corpulentos álamos, peladi- tos a la sazón.