El Sol Newspaper, August 18, 1942, Page 5

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Martes, 18 de Agosto de 1942 BISEMANARIO POPULAR INDEPENDIENTE MONTAÑA PATRIA pl Cuando revienta el alba, la sierra está divina Brisa libre, luz fresca, trovas en el riachuelo y hasta: un gran ensueño de Patria en la neblina y en el azul magnífico del apacible cielo! t des Es gloria de la vida llegar cuando amanece a una de esas viviendas que en paz de Dios humea; la tranca, el rancho, el perro y el retoño que crece, son cosas maternales que nuestro amor desea. Cuál place oír en medio de la aurora rosada el grito que congrega la esparcida vacada! Mientras divulga el viento que en la montaña andina hay una voluntad que nadie vencer pudo, a los ojos del alma tal grito es el escudo de aquella igual bandera del cielo y la neblina! TI Sobre el prado clarea encantada la aurora. Se desvanece en oros la colina lejana. Trémulos trinos suelta la arboleda sonora. Pasa por los caminos desnuda, la mañana. El rancho—paja y caña—donde la vida crece humeando desperézase y alegre se levanta a saludar al día en que el monte amanece con un niño que ríe y una mujer que canta. A poco, el hombre pobre que ese rancho defiende, camino de la siembra silba un aire que hiende la húmeda paz silvestre de la mañana fría ..., No tarda la cosecha. ¡Dios pasó por la tierra! En ese hombre, ese niño y esa mujer se encierra mi gran fe de victorias para la Patria mía! Eo A A Los Héroes Sin Nombre Milicias que en las épicas fatigas Caísteis, indistintas-e ignoradas; cual por la hoz del rústico segadas, en tiempo de cosecha, las espigas, Que morísteis a manos enemigas, fulgentes de entusiasmo las miradas, tintas hasta los puños las espadas y rotas por delante las lorigas. Oscuros Alejandros Espartacos, la ingratitud de vuestro sino aterra la musa de los himnos elegiacos. En las cruentas labores de la guerra, sembradora de lauros, fuísteis sacos * de estiércol. ¡Ay! para abonar la tierra. O Y FUI REHEN DE LOS ALEMANES POR EL DR. Yo fuí de los 580 polacos que los alemanes aprehendicron en rehenes, en Wawer, la última Navidad, por el asesinato de dos de sus soldados, ocurrido la víspera. Ciento diecisiete de los rehenes fueron pasados por las armas. Salí de la misa de Navedad a las nueve de la mañana y me encaminé a la estación del fe- rrocarril por un sendero que cru za el pinar. El jefe de estación me había prometido una canasta de carbón para mi madre en pa- go parcial de los servicios profe- sionales que como médico había yo prestado a su familia. Al avistar una patrulla aleam- na, acorté el paso y adopté un aire distraído. Todo el que diera señales de estar nervisio desper- taba las sospechas de los alema- nes. Eran cuatro: dos más de los que solían rondar por acuel apar tado y tranquilo barrio de Var- sovia, Uno de ellos iba de pasia- no, era un agente de la Gestapo. Apenas los vi, caí en la cuenta de que algo anormal ocurría. Me registraron y me permitieron con tinuar mi camino. No me dijeron una sola palabra. Yo tampoco despegué los labios. En la estación, el jefe me refirió los acontecimientos de la noche anterior: A eso de las ocho entraron dos cabos en la taberna de José Bar- tozek y arrojaron a puntapiés a todos los pelacos que allí había Tuvieron a José dando carreras toda la noche de la bodega a su mesa. A las dos de la madrugada cayeron ambos en el pesado sue- ño de la borrachera. Minutos antes de las siete se despertaron y obligaron a los ni- ños de José a contar villancios . Con el sacrílego acompaña- mietno de sus propias voces aguar dentosas que proferían soeces blasfemias. Serían las siete cuan do entró un forastero alto y cen- ceño, Les ordenó que se callaran . que era el día de Navidad, y no ocasión de lanzar aquellos atroces reniegos. Hicieron ellos ademán de sacar sus pistolas . . pero el forastero se les adelantó: a uno le atravesó el corazón de un certero balazo; al otro ,el ojo derecho. Acudió de Varsovia, en segun- da, una furiosa jauría de guar- dias de asalto. Se pasaron dos hoars desgañitándose q atronando los oídos del pobre tabernero con preguntas y amenazas. Jesé ju- raba y porfiaba entre congojas: y trasudores que no conocía al forastero . . Ni siquiera estaba en el salón cuando ocurrió el he- cho . .. De nada le valieron al tabernero sus protestas de ino- cencia, Lo colgaron del dintel de la puerta. Emprendí la vuelta a mi casa, ensombrecido el ánimo por vaga aprensión. Me crucé con unas camionetas llenas de agentes de la Guardia Negra que iba a to- da velocidad hacia la estación de policía, Llevaban unos grandes aviosos firmados per el Teniente Coronel von Hasse, Jefe de Policía de DOCTOR W C. HACKETT Tiene ahora sus oficinas en 1342 al este de la Jefferson Teléfono: 3-816 — (En Winstón Inn) Con la ayuda de mi enfermera, estoy capa- sitado para atender todos los casos de PARTOS + medicos, tanto de día como de noche. VOTE POR JOHN H. BARRY Candidato Demócrata para Superintendente de las Escuelas del Condado CAPACIDAD Y EXPERIENCIA Varsovia. Rezaban así los edic- tos: El asesino deberá estar en nuestro poder antes de veinticua- tro horas. Detendremos a mil per sonas en calidad de rehenes. Si no se nos entrega al asesino an- tes e las siete ela mañana del día 26 de diciembre, pasaremos por las armas a doscientos re- henes, Tienen que morir cien po lacos o judíos por cada alemán. Agolpóse una muchedumbre atónita y muda frente a la casa del alcalde. Leíamos una y otra vez el aviso, y nos mirábamos transidos de estupor. Eran las once, El asesino estaría ya a muchas leguas de allí. Del fon- do de nuestros corazones se le- vantaba una plegaria por su sal- vación. Nog retiramos a nuestras casas + . . A esperar, ¿Qué otra cosa podíamos hacer? La mayoría de los hombres del lugar habían muerto peleando, o habían caído prisioneros. Log demás se habían escapado a Ru- sia, a Inglaterra , , dondequiera que hubiese polacos empuñado las armas. Para encontrar un mi- llar de hombres en Wawer — pensé yo — van a tener que echar mano de niños y de ancianos no- nagenarios. Acaso llenen el cupo con mujeres, Al llegar a casa, encontré a mi madre sentada a la ventana, con un calcetín a medio tejer en las manos, Pero, en realidad, no estaba tejiendo :estaba rezando por mí. Vi cómo movía los la- bios. Hizo dos veces le señal de VOTE POR: V. R. CANALEZ Para Representante del Distrito No. 6 en el Congreso de Arizona | rribaron al suelo . 'eso, continuamos Página 5 la cruz. Traté de aparentar tran quilidad. Yo era un médico cono cido y respetado por todo el mun do en Wawer. Estaba, pues más que indicado para ser uno de los rehenes. Saqué el reloj. Era ya la una. ¿Por qué nos torturaban Icon acuella cruel ansiedad de la i S E IS Cn que llegara a mis oídos el más leve rumor, vi de pronto a mi madre encogerse como anona- l dada. Miré hacia afuera . . y los vi. Eran siete . . ocho . . tal vez diez. Pasaban por el frente de mi casa, con sus capotes negros y la calavera y las tibias del si- niestro emblema. Fueron desfi- lando, uno por uno. No podíamos apartar la vista de ellos. ¡Seguían 2 o! 204 pio co ilusión! Los dos últi- mos de la fila se detuvieron. . se cuadraron delante de i puerta, Llevaban fusiles ametra- lladores en bandolera y grana- das de mano pendientes del cin- ira allí media hora i verse. ento. aparecieron otros dos que venían calle abajo. Entre ellos marchaba Eduardo Szabu- miewicz. Hacía dieciocho años que éramos vecinos. Todas las l mañanas lo veía pasar frente a mi ventana, camino de la esta- ción ja tomar el tren de las siete y media. Estaba empleado en un banco en Varsovia. Ahora pare- leía envejecido de repente. Lle- vaba las manos cruzadas sobre la nuca. E Pasaron otros dos guardias con duciendo a Teodoro Piekarski, un muchacho de dieciséis años, hijo de un “coronel que estaba prisio- nero en Alemania. Teodoro y su hermano, un año menor que él, estaban ciudando a su madre en- ferma. Como los demás, llevaba los brazos cruzados detrás de la nuca. Vi claro entonces el plan de los alemanes. Detenían a los re- henes, uno por uno, y los iban sacando de las casas, empezando por la última de la calle. Me había llegado la voz. —¡Síganos! A Alzóse mi madre de la silla, pero le ordenaron, en forma que no admitía réplica, que o se mo- viese de donde estaba. —A todo el que salga a la ca- lle antes de las siete de la ma- fñana se le hará fuego sin previo aviso — intimó uno. —Los cadáveres podrían reco- gerse en el patio de la escuela, donde tendrá luarg el fusilamien to añadió otro. —¡Levante los brazos! ..¡Cru- ce las maos en la nuca . . o le hacemos fuego! Mi suerte estaba rehén. Me iban a pasar por las armas a la mañana siguiente, en el patio :de la escuela. En la primera esquina se nos reunieron ocho vecinos de la ca- lle inmediata. En la otra esquina, cinco más. La fila iba crecre- ciendo . . creciendo. . . Se in- corporaban a ella mozos imber- bes, ancianos decréptios. . Sza- buniewiez hizo ademán de ha- blarime, De un cultazo lo de- . Después de nuestro cami- no en silencio, sin atrevernos a volver la cabeza. Wawer parecía un cementerio. No se veían señales de vida por ninguna parte. Por las calles de- siertas, envueltas en silencio de muerte, desfilaba aquella proce- sión fantasma . . hilera junto a hilera de hombres de lividez ca- davérica, conducidos por nazis de acerados cascos, Nos hicieron pararnos delante de la estación. A cultazos nos for maron de cinco en fondo. Yo yi- he a quedar en la vigésima se- gunda fila, el cuarto, empezando por la izquierda. Nos contaron a todos. Un oficial alemán, fusta en mano, nos revistó, echando sapos y culebras por la boca. . No llegábamos a mil: ¡había que e más, voto a esto. . y a lo otro, Y allí estuvimos aguardando en la nieve, con las manos eruza- das en la nuca, a que pelonto nes de esbirros hiciesen nuevas pesquisas casa por casa. Dos ho- ras antes le habían preguntado a la esposa del Coronel Piekarski cual de sus hijos prefería que se llvasen en rehenes. La pobre ma- dre, al oír la pregunta, cayó al suelo sin sentido. Se llevaron al QUERIDOS barda, ni ha tenido dos caras. De ustedes muy para Senador Hombres Profesionis! nuestra ; - Les hijo mayor. Ahora traían al más joven. No sé cuánto tarda un hombre en habituarse a la idea de la muerte. De mí puedo decir que se me había quitado el miedo. Me pareció que mis compañeros de desgracia sentían la misma tranquilidad que yo. Al anochecer, tras largas horas sin probar bocado, empezaron a desplomarse los ancianos, Cuan- do alguno caía boca arriba, no faltaba un guardia que le diese la vuelta empujándolo con los pies para hundirle la cara en la nieve. El frío lo hacía volver en sí. Entonces se permitía que un preso de cada lado ayudase al desfallecido a ponerse en pie. A eso de las diez de la noche trajeron más rehenes: unos veinte jovencitos y un puñado de viejos que no habían cogido en la pri- mera redada. Un barbero cayó redondo al suelo al ver a su hijo de tsece años conducido casi a sastaras por dos guardias de asal to. En el grupo venían también los dos Laskozski, mellizos de ¡ catorce años. Detrás de mí se formaron más | filas de cinco. Los guardias iban y venían hollando la nieve a grandes zancajadas. Oíamos de vez en cuando, el golpe de un cuerpo al caer contra el suelo, y nos preguntábamos interiormen- te quién sería el sin ventura. Szabuniewicz, que estaba a mi llado, dió consigo en la nieve, No se movió, pese a los puntapies ane le propinaron. Un guardia le alumbró la cara con una linterna ¡eléctrica . . Yo, su médico, me di cuenta al instante de que es- taba muerto. Gracias a mí ha vivido veinte años, no obstante su padecimiento del corazón — pensé desolado —. ¡Y para esto le he conservado la vida. Sería ya media noche cuando nos hicieron cambiar el orden de las filas. Según en el cuarto lu- gar de la mía, contando de la izquierda, Se nos ordenó que ba- jásemos los brazos y que nos diésemos diez golpes con las ma- nos en los muslos. En seguida, ¡a enlarzarlas detrás de la nuca otra vez! 3 Abrióse la puerta de la esta- ción de policía, y en el vano ilu- minado se recortó la silueta del oficial de la fusta. —Son ustedes tan sólo qui- nientos ochenta — nos dijo —. No se han podido encontrar más hombres. El Coronel von Hasse tenía la intención de mandar fu- silar doscientos rehenes; pero ce mo hizo la promesa de pasar por las armas a uno por cada cinco, está dispuesto a cumplirla reli- giosamente . . ¡Para que se con venzan ustedes de lo que vale la palabra de un oficial alemán! En vez de doscientos, fusilaremos nada más qse ciento dieciséis, si no se nos entrega al asesino. Ahora mismo vamos a proceder a elegir a dos que habrían de ser pasados por las armas. . ¡Vayan entrando uno por uno. Uno por uno fueron entrando en la estación, Permanecían den- tro unos minutos y volvían a salir a la tétrica lobreguez de la no- che. Subí la escalinata de entra- da y un guardia me hizo pasar a una gran sala oscura. Fué el propio Teniente Coro- nel von Hasse quien me interro- g6; ¿Su nombre? . . ¡su edad? ¿dónde nació? . . ¡su profesión? Eso fué todo lo que me pregun- tó. De antemano sabía yo que a eso se reducía todo lo que les preguntaban a las futuras vícti- mas, Después del fusilamiento, fijaban los alemanes unas listas orladas de rojo en que daban sólo esas cuatro generales de los muertos. Así que no me cabía du los_ sentenciados. Torné a las tiniebles de la ca- lle. Ocupe mi lugar en la fila. Por primera vez me cruzó por la memoria el recuerdo de mi pasaporte, visado ya por el Cónm. sul de los Estados Unidos, AMá estaba en una gaveta de mi es- critorio. Mi hermano, que había vivido veintiséis años en aquel país, me lo había gestionado. No había podido obtener otro para nuestra madre. Quería ella que me fuera a empezar de nuevo la existencia en la América libre ¡Había sido precisamente la vís- pera cuando yo, escuchando sus súplicas, me había decidido a emi grar! AMIGOS: ' estoy pidiendo que me elijan su Senador por el Es. tado para servir en la Legis- latura del Estado, Ahora estoy sirviendo mi segundo termino en la Casa de Representantes. En el presente momento soy Presidente del Comité Judi- cial, miembro del Comité de Apropiaciones, Vice-Presiden te del Comité de Banco y Se- guros y he servido en el Co- mité de Agricultura e Trriga- ción. He tratado de ser legal con toda persona interesada en legislación; pelié por el in- teres del ranchero, he tratado de protejer nuestras escuelas, nuestras instituciones, la gente trabajadora y nuestras indus- trias. La gente no quiere can- didatos que en estos tiempos de guerra les molesten en sus casas, Yo estoy tratando de llegar hacia ustedes mediante las co- lumnas de vuestros periódicos locales, pidiéndoles su ayuda. Al votar por mi, lo hacen por un hombre (que jamás ha brindado la sinceramente KIRBY L. VIDRINE, por el Condado de Maricopa s — Hombres de Negocios — Rancheros da de que yo figuraba entre | Apuntaban todavía las prime- ras luces del' alba, cuando nos dieron la orden de echar a an- dar hacia el patio de la escuela Nos habían dicho que nos iban ¡a fusilar a las siete .. Y era evi- dente que estaban faltando á su palabra. Había seis camiones pa- rados a un costado de la escue- la; todos de frente a una alta pared. De los camiones salieron tres guardias de asalto. Con paso len- to avanzaron hasta colocarse de- lante de nuestra columna. Dieron la orden de que los que ocupa- ran el quinto lugar en cada una de las veinte primeras filas se pararan junto al paredón, Se en- cendieron los faros de los ca- miones. Despedían una luz cega- dora. Sonó, aguda y tajante, una voz de mando. . Las ametralla- doras abrieron fuego. . una rá- faga . . .otra . . la tercera. Estábamos a diez metros esca- sos de los hombres que se de- batían y retorcían en el suelo, blanco de nieve y de luz, rojo de sangre . . No todos murieron instantáneamente . Tres guar- dias se inclinaron sobre los caí- dos y los examinaron uno por uno .Remataron el horror de la escena tres , . cuatro tiros de gracia. Los verdugos procedieron con su metódica precisión de siempre primero veinte, luego otros veinte . . después veinte más . el mismo número de ráfagas . a los mismos intervalos . . con los tres horribles puntillerog con sumando fríamente la obra de las ametralladoras. Escogieron todas las véces a los que ocupa- ban el extremo derecho de cada fila, Aquella crueldad de obligar nos a entrar uno por uno en la estación de policía, para que ca- da cual se creyera señalado por el dedo implacable de la muerte, no fué sino un súplicio más, aña- dido, con refinada servicia, a nues tra agonía. No tenía nada que ver con la elección de los desti- nados a morir. Miguel Poduchowiski se abalan zó corriendo a su hermano cuan- do lo vió marchar al paredón en la tercera veintena. Un guardia lo dejó seco de un tiro. Duró la matanza más de me- dia hora . . media hora larguísi- ma, interminable, para los que aguardábamos en zozobra de aquel martirio, una voz de man- do: ¡Apaguen ya los faros! ¡No gasten inútilmente las baterías! No pude oír más ., . Caí al suelo sin sentido. Había terminado la espanto- sa carnicería , , En el suelo ha- cían ciento diecisiete cadáveres. PES Hirió A Su Prome- tido La Hija De Un Alto Oficial DOUGLAS, Arizona, agos- to 15. — El jefe de policía percy Bowden informó esta noche que la guapa Margaret Herlihy, de 21 años, hija de alto oficial del ejército en el fuerte Huchuca, hirió a ba- lazos y causó lesiones de gra vedad a su prometido, el ca- pitán Carr. y Ambos jóvenes iban a con- traer matrimonio el día 15 de septiembre próximo. Bowden dijo que la Joven Herlihy, quien está divorcia- da de su primer esposo, le hi- ¿zo tres disparos con una pis- tola especial de policía, cali- bre 32, durante una querella en su recámara después de una visita que los novios hi- cieron a la población de Agua Prieta, Sonora, a través del río de Douglas. La dama dijo a los inves- tigadores que le hizo los dis- paros porque él le había pe- [gado en Agua Priéta, sin dar los motivos de aquel disgus- to. Erró la primera bala. El segundo balazo le alcanzó en el tórax, desviándose de una costilla. Carr se cayó al piso y a gatas llego por debajo de la cama hasta el otro la- do de la recámara. La mujer corrió a través del cuarto, y colocando la pistola junto al cluello de Carr, hizo su ter- cer disparo. ; Carr fue conducido al hos- Pital de Douglas, donde se in- formó que su estado era gra ve, a causa de la herida en el cuello y la pérdida de san- gre. Lic. Cecil Edwards Práctica en los tribunales del Condado, del Estado y Fede. , rales Habla español 426 Ellis Bldg. correctamente Tel: 4-5575 e. E Servici. 224 East Jefferson ta Paulina Loza mosa, como un Montado con garantizado. Ocurra: en donde podrá usted vestir mas econó; Somos vecinos del EL SOL — VERNON Monumental Marks 1945 W. Van Buren Monumentos, Piedras, Cruces talladas para las tumbas de nuestr Paulette's Beauty Salon Pase Ud. al No. 15%% al N. de la calle 2da. al Salón de Belleza de la señori- ¿Desea Ud. Vestir Elegantement ROYAL BARGAIN STORE Limpiamos y Planchamos Ropa — — Se Habla 'Español MARIA BEAUTY SHOP 113 al Sur de la Calle Ter- cera Telefono 4-4963 o eficiente Visitenos Maria Amaya, Prop. BARBERIA PARIS Trabajo de primera, higiene y cortesia Salvador Fernandez, Mgr. Operarios: Jesus Corres y Luis Salazar Phoenix, Arizona para que se vea usted tan her- ¡a ROSA acabada de cortar. los mejores aparatos — trabajo Teléfono: 4-7756 e? 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