Subscribers enjoy higher page view limit, downloads, and exclusive features.
Viernes 12 de Octubre de Semblanazas Sociales 1956. “EL SOL”, SEMANARIO POPULAR INDEPENDIENTE PAGINA TRES Es un Honor para “El Sol” Referirse en esta Ocasion, al Señor Dr. Don Carlos V. Greth y a su muy Distinguida Esposa Alicia M. de Greth Se dice que es una bendición el dolor porque es el lazo que más fuertemente une los cora- zones y, probado está también que sólo el dolor ¡penetra en el alma lo bastante para hacerla más grande; pero siempre an- damos en busca de lenitivo con- tra el dolor y, por eso buscamos al médico, llegamos a él expo- niéndole toda nuestra naturale- za humana, sin esconderle cuan- to sabemos para que nos alivie y nos cure. Es más, le permiti- mos que analice nuestro cuerpo en desnudez absoluta, analiza con sus ojos físicos, con apa- ratos y con procedimientos de laboratorio para encontrar :lo más oculto de nuestro ser huma- no, en busca de irregularidades que son causa del dolor cuyo alivio buscamos. Hombres y mujeres, niños, jó- venes, ancianos, se entregan del todo al médico, le confían sus intimidades, sus hábitos, sus vi- cios. Al médico como al sacer- dote, no se le miente, debe ha- blársele con la más sincera ver- acidad, no sólo de cuanto intrín- sicamente nos concierne, tam- bién de nuestros ancestros para que busquen y conozcan los cau- ces de nuestra linfa hereditaria. Si el médico ejerce su profe- sión en el ser más perfecto que hay en el universo, debe reco» nocerse por ello lo mucho que vale su misión, cuyo ejercicio requiere grandes y profundos co- nocimientos, larga y bien proba- da práctica profesional y, una constante y profunda dedicación al estudio. A esto hay que agre- gar la personalidad moral del médico cuya vida debe ser in- tachable, ajena del todo a los vicios, a la disipación. El médico debe ser EJEMPLAR en su pul- critud, en su prudencia y en su absoluta discreción. Es tan grande y tan e'evada la misión del médico, que si no cubre todas las virtudes señala- das en la pauta que antecede, dejará mucho que desear al mé- rito que su noble profesión me- rece. Médicos hay que dedican parte de su vida a una ocupa- ción ajena al ejercicio de su pro- fesión meritísima, con ello de- notan poca estimación al sacer- docio de la medicina, conside- rado como la misión más noble que puede tener un hombre en el proceso de su vida. La cien- cia médica avanza día a día y los médicos tienen forzosamente que consagrarse al profundo e incesante estudio, si es que quie- ren estar a la altura de la dig- nidad más alta que hay sobre la tierra, esto es el doctorado en medicina. El médico no sólo debe atender a su clientela en la hora de consulta o de visita, debe consagrar parte de su tiem- po al estudio de los padecimien- tos que llevan sus clientes para mejor servirlos, para servirles co- mo corresponde, ya que además de los honorarios, el paciente en- trega a su médico, el tesoro de su confianza absoluta. Cada organismo humano es un pequeño universo en medio de la totalidad del universo mate- rial y moral. Por la nutrición, por la respiración, por el cambio contínuo de moléculas, absorbe- mos la vida de la naturaleza; como por la síntesis, por la ge- neralización, dilatamos nuestra alma concreta e individual en el espíritu humano. Como la luz y el calor se iden- tifican en el universo; como el tono grave y el tono agudo se combinan en la armonía; como las exhalaciones carbónicas de la respiración animal y las ex- halaciones oxígenas de la respi- ración vegetal en la atmósfera combinan la vida y la muerte en nuestro ser, así también las fuerzasc anímicas del espíritu mantienen viva y sin apagarse nunca mientras tengamos vida, esa luz que la Providencia puso en la mente de cada hombre, la razón que nos permite elevar- nos y llegar hasta Dios; mas para que esa mente sea lúcida y se deleite en los fuegos fatuos de la inspiración y de la fanta- sía, se requiere que haya armo- nía, es decir, salud de cuerpo y de alma. Es por tanto que tanto el sacerdocio que nos lleva por el camino de la perfección como el médico que sana nuestro cuer- po para que sea fuerte y vigoro- so, ambos son dos personalida- des, dos seres que merecen todo el respeto de la sociedad. Tanta estima tenemos al ejer- cicio de la medicina, que en nuestra modesta salita del ho- gar, en sitio preferente, tenemos el busto del sublime viejo de Cos, de Hipócrates, que es en medicina lo que Homero en li- teratura, lo que Sócrates en: filo- sofía. Su vida fue el sacerdocio contínuo de la ciencia. Su nom- bre señala el tránsito de la me- dicina empírica a la ciencia cien- tífica, de la medicina teocrática a la medicina humana. Hipócra- tes abandona los sortilegios má- gicos del Oriente, propios de la infancia de toda ciencia, y apela al estudio profundo de la vida y de la naturaleza. La observa- ción es un gran criterio, la ob- servación que es la llave del mundo material. Así era cirujano y médico, teórico y práctico; reu- niendo los dos grandes caracte- res, la idea y el hecho; la prác- tica, sin el hecho, es como una sombra que se pierde en lo abs- tracto y en lo vaClo. El médico debe derramar sus pensamien- tos, su ciencia, como un oloroso bálsamo en el cuerpo dolorido del hombre. Hipócrates estudió guiado por estos dos grandes propósitos, la naturaleza mate- rial humana, la influencia de los aires, las aguas y los lugares en la salud, y redujo toda sus observaciones y todos sus estu- dios a reglas generales en sus aforismos, que son hoy axiomas de la ciencia. El ejercicio de la medicina es un poderoso medio de santifi- cación, el mismo Hipócrates comprendió toda la santidad y extensión moral que debe servir de base al ejercicio de la me- dicina y por ello exigía a sus discípulos hacer un juramento para el sacerdocio de su profe- sión, que no es menos rígido y hermoso que el juramento del sacerdocio religioso; he aquí el inmortal juramento que aún prevalece y. que es como sigue: “Juro por Apolo, ¡por Esculapio, por Hygias y por Panacea: juro por todos los dioses y diosas, que cumpliré religiosamente la solemne promesa conque me o- bligo. “Honraré al profesor que me haya enseñado el arte de curar como a mi padre mismo; mos- traréle mi reconocimiento, pro- veyendo a sus necesidades; sus hijos serán también los míos, y les enseñaré la medicina, si se manifiestan deseosos de abrazar esta profesión. “Prescribiré a los enfermos, conforme a mis luces y juicios, el régimen que crea conveniente a su situación, los preservaré de todo cuanto pueda serles perju- dicial. “Ninguna seducción podrá de- terminarse a dar veneno a nadie; tampoco daré jamás criminales consejos, ni tomaré parte algu- na para hacer que forzadamente aborte una mujer. “Mi único fín será el alivio y curación de los enfermos, ha- ciéndome digno, de su confianza, y evitando hasta las sospechas de haber abusado de ella, espe- cialmente con respecto a las mu- jeres. “Conservaré religiosamente la integridad de mi vida y el honor de mi arte. “No practicaré la talla con los enfermos que sufren de mal de; LA FAMILIA GRETH EN SU RESIDENCIA.— Carlitos Greth, Dr. Carlos Greth y la preciosa niñita Martita Greth. —Enmedio: Los hijitos del Dr. Greth en su sala de juego. —Abajo: Carlitos y Martita Greth, vestidos en trajes de Charrito y China Poblana, (Derecha) Arriba, la Sra. Ali- cia de-Greth condimentando uno de los ricos platillos que sabe cocinar. —Abajo: El Sr. Dr. Don Carlos V. Greth en su afición favorita: escoje uno de sus discos más gustados para deleitarse escuchándolo, en la sala de su residencia. LA MEDICINA ES UN APOSTOLADO, ENCAMINADO AL BENEFICIO DE LA HUMANIDAD. TRZDRAZIATSIAN Fy (Izquierda) Arriba, de derecha a izquierda, Sra. Alicia de Greth, EL FAMOSO CORRIDO DEL CABALLO niñito piedra; antes bien reservaré el cuidado de practicarla a las per- sonas encargadas de esta ope- ración. “Donde quiera que se me lla- me, entraré en la casa con la sola intención de socorrer a los enfermos, absteniéndome absolu- tamente de injuriarlos y corrom- perlos, y en particular de toda acción libinidosa, ora trate con hombres o con mujeres, ya sean hombres libres o esclavos. “Si durante la enfermedad o después de la curación descu- briese yo en la vida de los hom- bres cosas que no deben DIVUL- GARSE, las consideraré como un secreto, y por lo tocante a ellas me impondré un absoluto silen- cio. “Pueda yo, religioso observa- dor de mi juramento, recoger el fruto de mis trabajos, recorrien- do una vida dichosa, sin cesar hermoseada ¡por la estimación general! ¡Si yo fuese perjuro, a- caezcame todo lo contrario! Este filósofo pagano que exis- tió 460 años antes de Jesucristo exigía, con su potestad de ser el primero, el padre de la medicina: Que se diese a conocer el médico por su exterior sencillo, decente y modesto; que se mostrase gra- ve en el porte, reservado con las mujeres, dulce y afable con to- dos: son sus principales atribu- tos decía: la paciencia, la so- briedad, la integridad, la pru- dencia y la habilidad en su ar- te... También decía: no busquéis las riquezas ni las superfluida- des de la vida; curad algunas veces gratuitamente con la sola esperanza de común aprecio y reconocimiento. Socorred, si la o- casión se presenta, al indigente y al extranjero, porque si amáis a los hombres, amaréis también vuestro arte. Si las circunstan- cias os invitaran a dar explica- ción sobre una enfermedad, no empleis palabras campanudas ni discursos estudiados ni pompo- sos; nada patentiza mayor inca- pacidad: imitaréis con ello al vano zumbido del mozcardón. Cuando la enfermedad permita emplear varios medios curativos, escoged el más sencillo y cómo- do; así obra el varon ilustrado que despretia el charlatanismo. Todas las anteriores virtudes morales antes descritas y lo que el juramento encierra, todo lo vemos hoy en el estado, de virtu- des cristianas. Los jóvenes médicos no deben dejarse alucinar por el brillo de su profesión o seducir ¡por la co- dicia que a menudo engendran el orgullo y la avaricia, antes deben de meditar “cada día so- bre la gravedad de los deberes que su sagrada misión social les impone. EL DESPRENDIMIENTO: es u- na de las cualidades más esen- ciales del médico, de modo que no puede concebirse siquiera el ejercicio de la medicina sin que este espíritu de abnegación y de desprendimiento contínuo, esté en ellos en todos los instantes de su vida. La vida del médico debe ser una vida de abnegación y de sacrificio. El principio de cari- dad, que le prescribe no ver ja- más en el hombre doliente sino un enfermo que debe aliviar, así sea su peor enemigo. Debe vivir para los demás y no para sí, tal es la esencia de la profesión mé- dica. El bien, la salud de los en- fermos, ese y no otro debe ser el único fín que debe proponerse todo médico honrado y probo, y al cual debe dirigirse siempre sacrificando todos los humanos intereses. La vida del médico debe ser una vida de abnegación, de tra- bajo, de estudio, de cuidados, de solicitud, en una palabra, de des- prendimiento abso.uto y univer- | sal para con sus enfermos. Sien- do esclavo de su deber no se per- tenece a sí mismo, es el hombre público enteramente entregado al servicio de todo el que sufra, sin hacer la más mínima distin- ción entre el pobre y el rico, en- tre el amigo o el enemigo, -el débil o el fuerte, el ignorante o el sabio. Los médicos que com- prenden la sublime dignidad de su profesión tengan siempre pre- sente que Dios los ha llamado a cumplir con una altísima misión de humanidad y de caridad, mi- sión sublime que deben conside- rar como un regalo del Altísimo. Para los médicos, siguiendo el sublime lenguaje de Hipócrates son iguales todos los enfermos, como lo son todos los hombres en presencia de Dios. También tenemos el busto de Galeno, médico insigne, que vi- vió en tiempo de Marco Aurelio, CRIOLLO Caballo criollo afamado del fierro de la Sauceda, para que te ensille otro pidele a Dios que me muera. No siento caballo prieto ni siento silla plateada, lo que siento es mi morena que dizque's ta enajenada. Adentro mulas del parque, pezuñas ametaladas; ¿Por qué no relinchan ahora hijas del siete de espadas? Aquel frenito era de oro y las espuelas de plata; no siento freno ni espuelas lo que siento es a mi chata. ¡Adentro Maravatio, que Pénjamo ya perdió! Si no era suficiente pa que se comprometió. Qué dice mi alma, nos vamos o descansamos aquí, o nos pintamos en tren para San Luis Potosí. Diga mi alma si nos vamos o descansamos un rato, para subirnos al tren del ramal de Guanajuato. Le dice un verde perico no carguen al forastero, que el día se ha de Jjegar que el burro mande al arriero, Dijo el perico gorrión: ¿Pa que son esag habladas? No vengo a rozarme el pico con tunas agujeradas. Dame lo que yo te pido que no te pido la vida; dame un abrazo chiquita, morenita consentida. Ya con esta me despido, mi lengua ya tiene callo, ya les canté a mis amigos el corrido del caballo. A que tuvo también por norma de su ciencia la observación de la naturaleza; que amplió el estu- dio de la gran ciencia de curar en la ancha base de los cono- cimientos atómicos, pues embe- bido en la contemplación del cuerpo humano, prorrumpió en cánticos sublimes al Creador, de- lante de esta organización pri- vilegiada -del hombre, la cual compendia todas las maravillas de la naturaleza. Nada hay tan maravilloso y que remonte el alma hacia Dios, que el perfecto conocimiento del organismo humano, así lo afir- ma el mismo Galeno cuando nos dice: He aquí el sólo cántico digno del Creador, no es holo- ¡causto ni perfumes, es el testi- monio más cierto de su inefable | bondad, un manantial de eter- nas acciones de gracias que de- bemos tributarle por tantos be- neficios que de él recibimos, mi himno a Dios es una sencilla exposición anatómica que para mí, encierra toda la gloria de Dios. Y en nuestro archivo histórico tenemos por fortuna también, el busto de Arteo que ha sido lla- mado el Rafael de la medicina; a Cornelio Celso, el Hipócrates latino, el gran escritor denomi- nado por su elocuencia, el cice- ron de la medicina, el gran Ci- rujano, el filósofo que reunió todos los conocimientos de su época; y también contamos con el busto de Celio Aureliano, cé- (Pasa a la página 4)