El Sol Newspaper, June 30, 1950, Page 4

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“EL SOL”, SEMANARIO POPULAR INDEPENDIENTE — A A A a a 1 a, - Viernes 30 de Junio de 1950. Página Seis. — mk o ¡€ -—__—— “¡EL MARTIR DEL GOLGOTA Todas estas ideas bullían en tropel por la men'e del patriar-| ca, cuando Di»3, compajerdo «la su secreta 22) m.29, manes) 30 sus párpados el reparador 1luí- do del sueño. José cerró los cios enropecidos por las lágrimas de fuego que había derramado a la sombra del solitario sauce, y se quedó dormido. Eatonces una brilladora nube de color de ópa- lo descendió del cielo y se exten dió como una red sobre el fron- doso arbusto. Sus flotantes cela jes envolvieron las caídas ra- mas del árb>! melancólico Una voz dulce y misteriosa salió Ge entre las plateadas gasas de la nube. —José, hijo de David,— decía la voz celeste—, no temas tener contigo a María tu esposa, poar- que lo que ha nacido de Ella ha sido formado por virtud del Es- píritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque será el salva- dor -dé su pueblo, Jibrándol3 de sus pecdos. José, al despertar de tan her nunso sueño, rebosaba de felict- dad. Sus sospechas se habíar: * desvanecido, como las ligeras nubecillas ante el soplo sutil de la noche. Su espíritu vacilan- to, fortalecido y fuerte con las divinas palabras del misterjozc indicando a la muchedumbre que iba a hablar, pronunció con voz clara y vilrante estas pala- bras: —Quirino, gobernador de Si- ria por orden del César Augusto, emperador de Roma, conquista- dor de Asia, de Egipto, de Siria, de Judea, de Galilea, de Fenicia, manda y ordena: Que todos los hebreos de 1 abaja Galilea aci- dan a empadronarse por fami- lias o tribus trasladándose a las ciudades de sus mayores, para que en término de tres meses se pa el César los súbditos qu» tie ne en los países conquistados con el poder de sus legiones. El que desobedeciere sufrirá la multa de seis carnero si es 11- co; y si es pobre, azotado será ecn vara. Que sea cumplida la voluntad del señor del mundo. La curiosidad de los nazare- nos estaba satisfecha; pero el edicto del imperio impío les ha- bía dejado triste el corazón y de mudado el semblante. Sin embargo, era preciso obe- decer: su señor lo mandaba. ¿Qué podían hacer los israelitas |, sino acatar sus (rdenes? La mo|' narquía hebre1 tan áltiva, tan valiente, tan estimada en el tiempo. del rey poeta, no era en los tiempos d= Herodes más q' un rebaño de siervos q' lamían la misma mano que les agobia- anuncio de Jehová., ya no la f- 'ba de cadenas, tcrrentaban. Su bzraz), dest”- lecico, y lánguido pocos mo- —Nada bueno puede salir de rrentos antes, come1zó a descar|Galilea,— habían dicho las Es- gar golpes con vígor, armado del hacha, sobre los altivos pi- nos como si deseara recobrar crituras. Y los profícias designaban a Belén de Judea com el lugar des con la actividad las horas per-ltinado al naciment> del Cristo. didas Adoró los misteriosos pla, José se dispuso a emprender ses ael Eeterno, y viendo en Ma ¿Un viaje para cumplir las órde- ría a la madre de1 Redertor fu- tuo se avergonzó de las sospe-! “haz. que concibier1, guardándo las en el fondo ás su noble co- TO0LUM. Pasaron algunos meses, Los vientos otoñales comenzaron a despojar las ramas de los árbo- jes, de las amarillentas hoias. La; nieblas de uct1bre anuncia- ban las próximas nieves. cuar- dec una mañana de tronrpeta «12 un heraldo llenó «do curiosidad y zozobra a los pacilienz habi- tawtcs de Nazarzt1. Así como las espantadas abejas revoltea- alrededor de la colmena, así los nazarenos se rebullían en torno de los soldados romaros, ansoi- sos de saber el motivo que a su indefenso pueblo les conducía armados escudos de guerra y la lanza de combate. Su incerti- dumbre duró poco, porque un centurión, agitando una bande- rola, indicó al hrealdo que po día cumplir con su misión; éste nes del César. Belén era la ciu- dad de sus mayores. Los fallos misteriosos de Jehová le condu- cían a la ciudad elegida, sin q' él mismo lo sospechara. Los idó latras romanos eran el instru- mento de que se servía el Eter- no para que se cumplieran las profecías. Las nieves comenza- ron a descender sobre las mon- tañas de Samaria, y. el solitarin L'bz no, envuelt) con eel piarco sudario del invierno, enviaba sus helads brisas desde las ori- llas del Leontes a las costas tern pestuosas de la Fenicia. Las en- crespadas olas del Mediterráneo ss» estrellaban con furor sobre las playas de Tiro, Sidón y Bey- ruth, y las nubes señoras de! (5 pacio, paseaban las tempesta- des de invierno desde los confi- nes pintorescos de Betania a los desiertos arenales de Idumea. Lo riguroso de la estación no detuvo a José para emprender su viaje Larga era la distancia, alzó la larga trompeta, y des- pués de arrancar al bélico ins- ¡tenían que atravesar; pero era| árido y peligroso el camino que y abandonó su pueblo una ma- ñana fr:a y lluviosa del mes de diciembre. Era el año 752 de Roma y el 42 del imperio de Octaviano Au gusto (1) cuando el humilde na zareno abandonó su modesta casita y la tranquila paz de su hogar, para dirigirse con su vir ginal esposa a la ciudad de Da- vid. María, co.1o todas las hijas de Oriente, cabalgaba sobre una hermosa polina de blanca y fi- na piel. Del aparejo del galla:- dod animal peudían dos cestas de palma con las provisoines “del viaje, y una vasija de bariu para sacar agua d- las cistemnas José caminab 2 su lado. Con Ja una mano conducíz la rienda ¡del jumento; con la otra se apo yaba en un nud:so cayado. !Buen viaje! !buen viaje!—les decían sus parientes y amigos viéndools salir del pueblo en di rección a Samaria, Los castos esposos les contes- i“b.n con una sonrisa afectuo- S: y siguen su cam :d El día 21m icaba lluvia; el cielo, enca T -'aoú comenzaba a cubrirse de ql: curas y espe513 nubes. Jn > vid de sus hombros el man [ta de piel de cabra y o: colocó 30 “.re las delicadas espaldas de » esnosa para pr>: rvarla de la ¡uvia que comezzaba a descen der sobre la tierra en gruesas y pur.ipitadas gotas y confiun:lo en Dios, prosiguie::n su marcra en cuección a la ciudad sacer- ¿cal La noche llegó y los santos viajeros se hospedaron en un desmantelado kervanseray que en las faldas de Naim servía de refugio a las fatigadas carava- nas de Galilea y Samaria. Allí apartados de todos los ca- minantes que le habitaban du- rante aquella noche, los padres del Mesías pasaron las horas de las tinieblas, sin más cama que la capa de pieles de José, sin más alimento que las duras y delgadas tortas de los nazare- nos y los higos secos y racimos criados en las márgenes del va- lle de Zabullón. CAPITULO VIH . LA CUNA DEL MESIAS Y tú, Belén, lamada EFRATA. tú eres pequeña entre las ciu- dades de Judá, pero de tí saldrá aquel que debe reinar en Israel ly cuya generación tuvo princi- pio desde la eternidad.— 'MI- QUEAS.” Belén, perla de Judá, tú cual la cansada tórtola de Palestina, te posas en las cumbres de los montes a respirar el perfume de tus campos. Por tus hermosas colinas tre- pan las verdes viñas, que te re- trumento dos prolongadas notas preciso obedecer las órdenes del galan el zumo delicioso cuando ruin the finest trip ever planned. Wise man! He knows that los or stolen vacation money cal Don't take chances with your precious vacation funds! 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Los naranjos de tus huertos te perfuman con la esencia del aza har, y las enémonas y narcisos de tus valles te envían sus aro- mas y esamltan tu suelo con sus delicados colores. Predilecta siudad, joya precia da que Dios contempla con a- mor desde su excelso imperio, tú fuiste la cuna de un pastor q después de conducir sus mansos rebaños por tus pintorescos va- lles, llevó el estandaret de Is- rael triunfador hasta las orillas del Eufrates. * Tú serás la cuña de un Dios q' viene al mundo a ser el humil- de Pastor de las almas. David y Jesús recibieron en tu seno la primera amorosa caricia de sus madres, y el primer soplo de vida que conmovió dolorosa- mente sus tieimos pechos esta- bu impregnado con el suave aro ma de tus flo udos collados. Belén, pueblo inmortal, santi- ficada ciudad, despierta de tu sueño, porque el día amanece y multitud de camellos trepan por tu suave pendiente. | Inocentes belemitas, asomaos la las ventanas, porque los via- Ijeros se acercan a vuestros hon- rados y pacíficos hegares, El edicto del César les hace dejar sus casas y encaminarse a las vuestras. y. Mirad a las ricas herederas de Palestina montadas en sus ga- llardas pollinas, blancas como la nieve. Los mantones de púr- pura de Tiro flotan al viento co- mo las banderolas de Sión. Sus velos de transparente en- caje se arrolan por sus cabezas, ocultando a las curiosas mire- das el rostro de sus dueñas. Los caballos árabes, aguijo- neados por sus jinetes, lujosa- mente vestidos, relinchan y se encabritan, demostrndo el fuego de su sangre y la pureza de su raza. También se ven literas de ce- dro y marfil con ricas colgadu- ras de seda de Damasco, condu- cidas por hombres cuyos negros y largos ropones demuestran la bajeza de su clase y la opulen- cia del señor que conducen. Y acnainos venerables, con las piernas cruzadas sobre el ji- boso lomo de sus camellos, y hu mildes caminantes sin más apo ¡yo que el nudoso callado que o- |primen sus callosas manos. | Todos caminan hacía Belén, porque el César lo ordena. Pero ¿cómo podrá esa ciudad peque- fia, que cual un nido de palo- mas descansa sobre esa colina, recibir en su seno a tanta gen- te? Los belemitas abren sus puer tas y ofrecn a los forasteros sus casas y sus servicios, y la ciu- dad pequeña, se llena de extran jeros que corren a inscribir sus nombres en el gran libro del Cé- sar. e? En sus estrechas calles se re- bulle como un hormiguero el gentío que la ha invadido. La ciudad sacerdotal, la gran ¡Jerusalén, no estuvo nunca tan concurrida, tan animada, en la fiesta de los Acimos, como Belén el día 24 de Diciembre del año 5099 delm undo. José y su esposa, obedientes a las órdenes de un pagano ex- tranjero llegaron también en es- te día después de seis jornadas de penoso viaje, a inscribir sus nombres en la ciudad de David. El santo conductor de la Vir- gen se detuvo delante de un edi ficio de blancas paredes y alti- vas puertas que se alzaban a po cos pasos de la ciudad. Aquel caserío se había habi- litado para recibir a los viaje- ros pudientes de Israel. A imitación de los grandes pa raderos de la Persia, su dueño ofrecía al caminante, en cambio de algunas monedas de plata, todas las comodidades apeteci- das en casos semejantes. José, cubierto de polvo, desfa- leciendo de cansancio, se detu vo a pocos pasos del blanco ca- serío dejando a su esposa a la sombra de unos olivos se enca- minó solo hacia la casa en bus- ca de una habitación donde hos pedarse, Por el ancho hueco de sus puertas veíase en el interior del edificio rebullirse una multitud de hebreos, cuyos lujosos trajes demostraban la opulencia de su fortuna. Un viejo judío; de repugnante catadura, miserable traje y cer- César. Puso la confianza en Dios|el sor del estío sazona el crista-'trino color, se halaba sentado 'sobre un poyo de piedra, a dos ¿paso de la puerta principal. ¡ Delante de él se veía una tos- ¡cual se hallaba una pequeña ca y mugrienta mesa; sobre la arca de hierro abierta, en cuyo fondo brillaban algunas mone- das de plata y oro. Su descarnada mano oprimía un punzón, con el que iba ins- cribiendo sobre una tablilla de cera el nombre de sus huéspe- des. —a paz sea contigo buen an- ciano—, le dijo José, saludándo- lo humildemente. —¿Qué quieres?— le respon- dió el viejo judío con sequedad. —¿Eres tú por ventura el due ño de esta casa?— volvió a de- cir el patriarca. —Yo soy el dueño,— respon- dió con criminal laconismo el belemita. El aullido del lobo y el chas- quido estridente de los chacales comenzó a oirse en las vecinas espesuras, anunciando con sus salvajes gritos que la hora de abandonar sus madrigueras se aproximaba. Los santos esposos se encon- traban al Mediodía de Belén, y no muy lejos de la ciudad que les había negado su hospitaij- dad, cuando un rayo clarísimo y brilalnte de' la luna cayó des- de el cielo sobre una roca que se halaba a pocos pasos del sitio que ocupaban. oPr la pare que rimaba «l Norte, la inmensa roca preser- taba un punto obscuro. José se acercó para reconocer el tereno que le rodeaba. El afli gido esposo dió un grito de ale- gría. Aquella mancha obscura de piedra, era la entrada de una ha —Mi esposa y yo venimos a |cueva o caverna bastante espa- inscribir nuestros nombres en el¡ciosa, que, angostándose hacia libro ed lCésar; somos de Naza-|su fondo, servía de establo co- reteh y te pedmios por Jehová |mún a los belemitas, y algunas nos concedas un trozo de techa-,veces de asilo a los pastores du- do donde albergarrnos. —Mi casa esctá abierta para el viajero. que paga su hospeda- je: —Nosotros, amigo mío somos pobres; en nuestra bolsa no se encuentra ni un miserable sex- ,tercio. —Nada bueno nos viene de Galilea, — respondió el judío. Y volviendo groseramente la espalda a José, se puso a hablar con afabilidad con un romano, cuyo Cinturón de oro y bruñido casco pregonaban su alta cate- goría mliitar. José, lanzando un suspiro des- de el fondo de su alma, se apar- tó de aquella puerta inhospitali taria y fué a reunirse con su es- posa. Hemos llegado tarde, Mar:a— le dijo, esforzándose por sonreír, sólo rincón que no esté ocupado —En esta casa no queda ni un —Entremos en la ciudad,— le contestó la Virgen con dulzura, —Tal vez allí hallaremos un al- ma caritativa +que nos hospede. Y ambos se encaminaron ha- "cia Belén, Pobres como los errantes pere grinos que más tarde debían recorrer la Palestina para ado- rar al Santo Sepulcro de Cristo, José y María recorrieron las es- trechas calles de Belén sin en- contrar una casa caritativa que les abriera las puerts para ofre- cerles un abrigo. El sol comenzaba a inclinar sus moribundos hayos hacia O- ccidente, y aún los pobres naza- renos no tenían un techado don ide pasar la próxima noche, que fría y lluviosa les amenazaba. La resignacióón se veía pinta da en sus semblantes; ni una queja se escapó de sus labios durante aquellas horas de ago- nía. La santa esposa, la inmaculada Virgen, se hallaba en el- último mes de su embarazo; y José, al verla sonreír ante la desgracia y la pobreza que les cercaba, sentía romperse en pedazos su corazón. El noble artesano, revistién- dose de santa paciencia, llama- ba a una y otra puerta, supli- cando con dulces palabras, le permitieran pasar la noche en el rincón más despreciable de ¡la casa. —Aquí no Ccabes, galileo,— le [respondían los inhospitalitarios belemitas. Y José, lanzando un suspiro doloroso, volvía a suplicar, y su súplica volvía a quedar desaten dida. 'Tierna Virgen de Sión, casta matrona, inagotable fuente de caridad y de ternura, madre pu- risima e inmaculada que lleva- bas en tus virginales entrañas el Verbo Divino, y que no hallas te una sonrisa compasiva, ni una casa carita 1 que te ¡cci- biera con amor, a Ti, que eres í Jehová, en sus misteroisos fa- llos, quiso poner a prueba tu inagotable paciencia, tu bondad infinita, tu resignación incom- parable. Así discurriendo por las calles la noche muy entrada sorpren- dió a los sanots viajeros a un ex tremo de la ciudad. Ante sus tristes ojos se exten- día la solitaria compiña de Be- ién. El silencio de la muerte les rodeaba. La luna iluminó con sus me- lancólicos rayos el santo grupo, que inmóvil e indeciso se halla- ba, ignorando hacia dónde se encaminaría, rante las noches de tempestad. zYos dos esposos bendijeron al cielo, que les había deparado a- quel asilo salvaje; y María apo- yándose en el brazo de José, fué a sentarse sobre una roca desnu da que formaba una especie de asiento estrecho e incómodo, en lo más hondo de la cueva. Poco a poco sus ojos se fueron acostumbrando. a la obscuridad que les rodeaba, y entonces vie- ron que no se hallaban solos. Un buey manso y tranquilo, echado a los pies de un pesebre, rumiaba pausadamente los últi- mos restos de su pienso. José colocó a la pollina junto | í destruirá a todos los hijos de .. Seth. 18. Y será la Idumea su pose- ción: la herencia de Seir cederá a sus enemigos; mas Israel pro- cederá esforzadamente. 19. De Jacob saldrá el que do- mine y destruya las reliquias de la ciudad. > (LIBRO DE LOS NUMEROS, ca- pítulo XIV, vaticinio de Bala- .. am). s CAPITULO 1 LOS PASTORES Un puñado de humildes cho- zas agrupadas por el amor en la falda de un monte, indicaba a las viajeras caravanas que aque llo era un pueblo. Este pueblo se llamaba el pue blo de los pastores. Disatnte media legua de la ciudad de David, sus ingenuos habitantes pasaban la modesta existencia alimentando los re- baños con la verde yerba de su valle, y su esperanza de israe- litas con 14 anunciada venida del Mesías, que había de librar- le del yugo extranjero. A Era el mes de diciembre, y el rumbo de las estrellas marcaba la medianoche. Apiñados alrededor de una fogata extinguida, hajo el frá- gil techo de una choza, se halla ¡ban algunos pastores velando Isus dormidas ovejas. TF! frio era extremac). Entre ellos se vía un anciano” de blanca y luenga barba, en cuya para y venerable frente brillabn la honradez y virtud de los antiguos patriarcas. Sentado sobre una piel de car nero, con los codos sobre las +0- dillas y la cabeza enire las ma- al buey, luego extendió su man-|nos, se hallaba inmóvil como to de pieles a los pies de la Vir-|Lot ante la presencia del envia- gen, y se sentó sin despegar los labios. María, la inmaculada nazare- na, la hija de David, la inmor- tal Señora, dió a luz en aquel miserable entablo, sin socorro y sin dolores, al Mesías promete- do, al Rey de los reyes, al Hijo de Dios. : La tierna Madre coolcó al Di- vino Vástago sobre la paja del pesebre, y arrodillándose a sus pies, le adoró como al enviado del cielo. José imitó a su esposa. La noche era fría, la cueva ¡húmeda y desabrigada: encen der lumbre imposible; pero el ¡manso buey y la inofensiva po- llina prestaron el suave y tem- plado calor de sus alientos pa- ra abrigar al Divino Infante que venía a la tierra para salvar a los pecadores. y María, entre tanto, anegada len lágrimas de gozo contempla ba al tierno Niño, que le envia- ba una sonrisa cariñosa. —¿Cómo Os he de llamar?— exclamaba la hija de los patriar cas, incinándose sobre su Hijo Dios, —¿Inmortal? !Pero yo os he concebido por overación divi na!..¿Mi Dios? !Pezo Vos tenéis cuerpo de hombre!...¿Debo acer- carme a Vos con el incienso, a cfreceros mi leche? ¿Es preciso que os prodigue los cuidados ue madre o que os sirva como vue; tra esclava con la frente en el polvo? LLa luna, deshecha en mil rayos de plata, caía sobre tan tierno y encantador cuadro, e€s- maltándolo con su suave y her- mosa luz. 5 Dios había nacido: la huma- .lnidad iba a brotar -del pfe de su I cuna. Los dioses del paganismo caían de sus impuros altares. Los sacrificadores de Roma no halaban el corazón de las vícti- mas. Una estrella ¿pareció en Orxien- te. a El ángel Gabriel anunciaba a los pastores el nacimiento de Cristo. Herodes el Grande, el cruel Idumeo, el verdugo de los inc- centes belemitas, se estreme-rta, y toda Jerusalé1 con él. Todos estos prodigios anun- ciaban un acontecimiento asom broso, que iba a llenar de gozo el corazón de la humanidad a- fligida. S Esta acontecimiento era que Jesús nacía en un establo; que el Cristiansmo brotaba del seno de una Virgen en un pobre pe- sebre de la ciudad de David. LIBRO TERCERO LOS PEREGRINOS DE ORIENTE 17. Le veré, mas no ahora: le miraré, mas no de cerca, De Ja- cob nacerá una Estrella, y de ¡Israel se levantará una vara; y | herirá a los caudillos de Moab y do de Dios. —Mala profesión es la de pas tor en vela, en noches como és- ta, anunció Sof. Razón tienes, joven, —le res- pondió el viejo si nlevantar la frente; — pero Abraham fué pas tor y era mejor que nosotros; eso debe consolarte, —Es que aquel profeta criaba la lana de sus rebaños para sus hijos, y nosotros nos desvelamos y almientar los vicios de los im para pagar el tributo al César píos romanos que han invadido en mala hora nuestras tieras. Los romanos, que Jehová con- funda, se ríen de las penalida- des de los judíos,— dijo otro, mezclándose en la conversación. —'Toma! Como que para ellos no somos más que una horda de esclavos. !Ay Ue los impgos romanos, py de los torpes adoze lores del sombrío Molok y de la lúbrica Venus, si el Mesias prometido baja de los cielos a salvar de la esclavitud a los hii s de Isracl! Y al pronunciar el ancianc es tas palabras, en sus ojos, en su acento, en la ex nes ón de su semblante, se vria lgo de extra- ordinario, de prorético —Mucho tarda el Mesias, buen viejo, — le respondió uno de los del corro;— y mientras tanto, el sanguinario Herodes nos trata como a perros, y ríe de nuestro dolor y de nuestras esperanzas. —Respetemos Jos falos de Je- hová. —Mejor sería que todos los is- raelitas corrizran a unirse on las bandas d? hombres libres de las montaña; para arrojar a 1 Ss extranjeros dle Judá. Los osesia = los ladrones, no pueden nun..a devolver la .'u.: tad a los hijos d> Abraham. Só- lo el Mesías le es permitido guiarnos en la noche obscura de nuesrto inforinunio. Esperemos pues, su venida. —La paz de Dios sea con vo- sotros— dijo una voz dulce y ar moniosa, a cuyo acento se cun- movió el corazón del anciano, q' se puso en pie como movido por un resorte. —!Adelante con Jehová!-—dijo el viejo pastor.— Si eres cami- rante y buscas albergue, entra y toma mi piel de carnero parz tu cama; y si tienes hambre, pa sa a disfrutar del pan del pobre y la leche de las ovejas. El nuevo personaje entró en la choza. Era un joven que apenas fri- saba en los veinte años. Sus ojos eran azules como las violetas de Jericó, ke Su mirada dulce y bondadosa como la de una virgen del tem- plo de Sión. Sus cabellos, rubios como las espigas de Egipto. Sus labios, rojos como el pe- queño fruto del terebinto.

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