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“EL SOL”, SEMANARIO POPULAR INDEPENDIENTE El Sacrificio De Hermano Pacifico Jaime e Isabel se amaban con ¡vendrá personalmente a comu- Juan penetró en la sala grande, ternurá. os poeta de aquel tiem. po :decían, aludiendo al escudo de Armagnac, que la hermosa duquesa había cortado las uñas al león. , Y cuando el león, arrogante y altivo, suaviza su vigor y su ru deza en obsequio de una beldad es preciso que ésta le correspon da amá,ndole con sin igual ve- hemencia. Así sucedió con Jsa- bel, por lo que, durante los a- fios larguísimos que el duque de Nemours pasó encerrado en el calabazo o jaula de hierro, invención de Luis XII, la duque- sa no cesó. de impiorar un scio instante la clemencia del rey. Al propio tiempo consolaba a su esposo cauti/», escribiéndole cartas (algu... s de ellas se con servan aún) que respiran una ternura sublin». En eli momento que nos ocu- pa, cuando todas las dificulta- des estaban vencidas, la duque- sa Isabelolvidaba sus crueles su frimientos y borraba las hue- llas de su llanto con una sonzi- sa de felicidad; era joven aún y Lermcsa, como el día de bendi- ta merm.orai en que Jaime ae nicaros lo que ocurre en la ca- rretera de Noyon? —dijo la du- quesa Isabel— Oyéndole hablar de mi buen esposo, me parece que aguardaría con menos inpa ciencia su llegada. —Guillermo de Soles—replicó una dama de la duquesa —es- | arrojándose en el regazo de la duqueso con los ojos bañados en lágrimas. —'!Oh, madre mía!— badbu- 206 con un acento casi ahogado p-* los sullozos —! Me han he- cho (. o! La «:quesa levantós2 cuan o tá ahora dando instrucciones*al¡ta era y sus irritados ojos busca jefe de la casa; es preciso que|ron al atrevido que habíz pucs la fiesta sea deslumbradora, y¡to la 1 ano sobre el primogéni- el banquete opíparo y digno del|to de Armagnac. Su mirada se acontecimiento que se solemni-¡fijó en el hermano Pacífico,” q', za. Guillermo asegura que nues tro señor no puede tardar ya mucho en estar aquí. —-'Bien!, !que prosiga su ta- rea! —replicó la duquesa, entre gándose otra vez a sus sueños de felicidad—;sí, es preciso que el festín sea deslumbrador, es necesario que todo el mundo se regocije con nosotrus, tomando parte en nuestra dichosa ale- gría. En tanto que así se expresa- baá pudo notarse que una te- nue nube de melancolía vaga- frente.. En medio del silencio profun- do que siguió a las últimas pa- labras de Isabel, oyóse un dé- desencajado y trémi.) estala dc pie er el misma dintel de ls E: «rta. —No es él —murm: > la Zu- «uesa—, no es él qui '"n ha pega do a ?:an de. Arma71 .>. el —Si, rmadre— exc!l11:0 el ni» á- iudicando con su pequeña mano al pedagogo—. él es, y también el soldado Jerónimo. —Y no es ésta la primera vez —añadió Guillermo de Soles, q' acababa de entra: en el salón, Esto dicho, aga. + al pedago- go por el cuello de su sotana, arrastrándole a los pies de la indignada duquesa. Al verle tan cerca de sí, el niño, Juan hi zo un gesto de terror, y ocultan- do su cabeza en el regoza de su ad. A deplorar hoy una desgracia ma-. yor! Era ésta la primera palabra fatídica que se pronunció en a- quella velada de fiesta y rego- cijo, y, sin embargo, ya había penetrado un frío glacial en el fondo de todos los corazones. Algunos minutos antes la lu- na brillaba alegremnte en me- dio de un cielo tach »iado de estiehas; ahora el fiimamento esiuba encapitado y sombrio, y el equilón precursor de la tem- pestad, entraba impetuosamen- te por las abiertas ventanas del salón. Habían cesado las canciones y la alegre algazara de los va- salios y servidores del castillo, porque las peresonas llegadas Ú,timamente habían dicho que ocurría algo extraordinario en Tas inmediacoines de París. “í- axse senar los cuernos de ¿aza enel interior de la selva, halía se visto relucir cascos y corazas 2 través de las ramas de lis ár- boles, asegurábas2 que estaban tedos mucho hombres de gas a lo largo del río hacia el rraúu de los Clér:go>, y J.or último, el cadalso destinado a decapitar a los nobl=s se levan- taba imponente en el patio de las Hales (el mercado,) delante del cementerio de los Inocentes. Ninguno de esos 1umores que criculaban entre los vasallos había penetrado aún en el sa- lón en donde se hallaba la du- quesa Isabel; pero en los mo- mentos de infortunio se mueve una brisa funesta, que filtra hasta a través de las paredes y se introduce por las puertas a- seguradas con las más fuertes ceraduras. Nadie en el salón sabía nada, Nem«urs la condujo a! pie del «tar Era una preciosa hija del Me madre, exclemó: —!Madre mía!, va a pinchar- me otra vez el pecho. bil quejido. La duquesa, sobre- saltada, escuchó con atención, y exclam..: diodía de Francia, de facciones nobles y delicadísimas, de en- cantadora patiaez y animada por el tallo destumbrador Je dos inmens»s ojos negros. ba sobre su tersa y hermosa | —'!Mi hijo! ¿E ndónde está Juan de Armagnac? No Je he visto cesde hace mucho 12tr. —A estas horas— respondió : la camarista— nuestro joven se Los que habian visto suelta |fior sucle descansar en su apo- su blando cabellera, as:gura- ban que pod+: con ella cubrir todo su cue:».; su talle era es- belto y disiiagu. tr, y cuando descubría las perlas de su boca, los trovadores la comparaban a la divinidad más hermosa de la mitología. El gran salón del palacio de la Marche, adornado según el más puro estilo gócico con ele- gante magnificencia, ostentaba en los capiteles de sus colum- nas los escudos de las Casas en lazadas con la de Armagnacó Veíanse allí los blasones de to- dos los grandes vasallos del Toy, pues eran .muy poc»s los principes que no estuvi».a1 em- peientados con el pedo: .:o du- que de Nemours. Encima de la puerta principal, los atributos de la Marche y de Armagnac confundidos, descomponían y reflejaban los rayos de la inági ca luz de las arañas y de los condelabros, que con esplendi- dez y profusión alumbraban a- quella estancia riquísima. —¿¿El caballero de Soles no Isento. —El hermano Pacífi'o ha es- tado ausente todo el dix— 1es- pondió Isabel frunciendo las ce jus—; el niño se ha quedajo so lo...; no quiero que mi esposo y señor rueda decirme cue he descuidado la vigilancia de su hijo Afortunadamente no podía di rigirse acusación más injusta, pesto que no ha habido en cl mu. dc niño más querido y 1mi- malo que el peyicño Juan de Armagnac. ln aquel moment» oyóse un segundo grito. El rostro de la di quesa se cubrió de una pali- dez mortal, y esta vez cundió la alarma entre las camareras que estaban allí reunidas. Sólo un corredor separaba el cuarto del heredero de Armag- nac del gran salón del castillo. Abrióse de súbito la puerta del aposento, y a través de la oubs- curidad que reinaba en la gale- ria vióse un hombre vestido de soldado que ruía a todo correz. Casi al mismo tiempo el niñu S HAPPINESS For Sale —¿Quién es pues, ese hom- bre— murmuró Isabel mirando estupefacta al de Soles. La mirada de Pacífico trató de luchar ur. momento con la mirada de Soles, pero sus pupt- las se apagaron yencidas Guillermo av:ió la túnica de terciopelo que cubría el pecho de Juan .e A magnac, y púdose ver entonces cue la camiseta bordada Ae! niño tenía mar- ejhas sanguinolentas húmedas todavía. E La duquesa abrió co nsus ma 10s convulsas la camiseta, y orrumpió en un alarid» de do -or al notar en el costado de su nijo, en el lugar Jel corazór, “ia llaga extensa y viva. . »se género le marcas o divi- ! zús, que estaban en aquella sa- “5 muy en usy en el No,*e le y fJaterra, y que au nhuy se “y servan en box. en nuestros ejércitos, no adquieren forma y color sino después de algunos | días; en el acto de la operación producen sólo el efecto de una, herida sangiienta y repugnante Al ver la de 5u hijo, la duqursa Isabel cre/3 que Je hahmun que- rido asesin:r. 7 . —'!Quiera Dios señora —dijo con tristeza fingida Guillermo de Soles—, que no tengáis que ES y, no obstante, temblaban todos —¿Qué queréis decir con eso —preguntó Isabel a Guillermo de Soles—, ¿Por fué habláis de| otro infortunio! ! —Decid a ese hombre que res ponda— replicó con lentitud Guillermc, Pacífico, se estremeció de *.:8 pies a la cabeza, sus labios 1!c- garon :: entreabrirsee, pero no articularon ninguna voz El vien to soplaba con mayor violencia, azotando lo saltos postigos de las ojivas, y el bramido del true no resonaba sordamente a lo lejos. —Preguntadle qué ha visto es ta noche— prosiguió Guillermo con aire provocativo —allí, en el bosque situado entre la puer- ta de San Germán y la cerca de San Sulpicio. —Di: ¿qué has visto?, ¿qué has visto? —balbuceó la duque- sa con el corazón oprimido. —Preguntadle— continuó Gui llermo— por qué maldice ince- santemente a los niños felcies, blastemando de Dios y acusán- dole de haber dado todo a los unos y a los otros nada. Pacífico se agitó y quiso ha- blar al fin; pero el escudero le tapó la boca, terminando con es tas palabras, que dijo con voz escentórea. —PFreguntadle por qué nues- tro amo y señor, Jaime de Ar- AA A 1 —Jaimc de Armagnac, mi se- ¡del horizonte. $ólo el herma"0 ¡contempló un instante con los e Viernes 14 de Abril de 1950. ñor— tartamudeó con gran difi-|P1 íficc oía algo más, pues n -|brazos cruzados y sonriendo con 'cultad Pacífico—. 'Dios tenga piedad de todos nosotros! La tempestad rugía con ma- yor violencia; en un instante en que calló el estampido del trueno, el viento trajo el grito prolongado y desgarrador de un hombre en la agonía. Guillermo de Soles se irguió; el hermano Pacífico se tapó la cara y exhaló un gemido; la du quesa cayó de rodillas, porque en aquel grito desesperado del agonizante había creído recono- cer la voz de su esposo. Durante más de un minuto todos permanecieron inmóviles en la suntuosa sala iluminada, con la palidez en la frente y el terror en el alma. Al cabo de un minuto oyóes un prolongado murmullo en las dependencas del castillo, a- bríanse y ccerrábanse puertas, y luego resonaron clamores y la mentaciones, los vasallos y los "servidores de Armagnac preripi- taronse en el niterior del gran salón, precedidos de un joven o mejor -de un niño, cubierto con la librea de Armagnac. —'Huguet! —decían todos —.|za, puesto que de improviso oyó 'Huguet, el paje de Monseñor! A la vista del niño la duque- sa abrió sus brazos y pronunció el nombre amado de su esposo. El paje abrió su ropilla, descu- brirndo una espantosa he. di en mitad del pecho. Con la ma- ne sacó de su seno un gran ji- rón bañado en sangre y lo arro- jó a los pies de Isabel, diciendo: —!Es la sangre de Armagnac! Isabel se inclinó sobre el pa- vimento y puso los labios en el jirón ensangrentado. —Nuestfo señor ha muerto asesinado— prosiguió 1 paje, cuya voz see debilitaba por mo mentos— y ha dicho al morir: “tPlegue a Dios que mi hijo vi- va para amar a su madre y ven garme a mi!” Isabel dirigióse adonde esta- ba Juan y murmuró casi aloca- da cayendo de rodillas: —!Tú vivirás, tú le vengarás' El pobre paje no pdía ya sos- tener su cuerpo. —Yo he venido —pronunció, aciendo un supremo esfuerzo —para revelar el nombre «ci asesino, que es Olivier de Gra- ville. Y ahora me marcho a 1e- unir meotra vez con mi seño: Esto dicho, cayó de lado, *:- tricando su rostro de niño sus hermosos y rubios cabellos, Estaba muerto. Guillermc de Soles había des aparecido. vu LA HIENA Sobrevino en la gran sala una escena de desolación: las mu- jeres del servicio de la duquesa se agruparon en torno de Isa- bel, que se arrastraba convulsa y medio loca por las gradas del trono señoril de Armagnac, lle vando en sus brazos al nuevo duquesito de Nemours. A una y otra parte del salón formában- se inmóviles grupos de vasallos servidores y cunocidos; en todus los semblantes veiase pintada J y 1 tábase a menudo que s ucab>- za se alzaba para consultar cun una mirada te:1jble el aspe:'> de la noche a través de las vun- tanas del salón, eD súbito estremeciéronmse to- dos, y hasta la misma duquesa se incorporó como si desperiara de un sueño fatídico. —¿No habéis oído?—exclamó —Son las cadenas del puente zevadizo —respondió un solda- do. —'Salvemos al niñu! !sulve- mos al niño! —gritaron las da- mas y dencellas de Isabel. Esta se puso en pie, diciendo: —El señor de Soles es quien guarda las llaves de las cade- nas, y Guillermo es un fiel ser- vidor. Pacífico elevó entrambos bra- zos al cielo.y repitió con un to- no tan lúgubre y amargo las úl timas palabras de la duquesa, que todas las miradas se fija- ron en él. Y no tuvo, por "ierto, necesi- dad de compltar su idea ni de formular ninguna acusación ¡contra el alcalde de la fortale- se un clamor en las galerías in mediatas del salón, pudiéndose escuchar con Claridad las si- guientes frases, bien articula- das: . —A mí, amigos míos! —gritó , sn esperar más la duquesa, cele vardo a Juan de Armagna. en- tre sus brazos. Las mujeres se formaron va- lerosamente en torno de ella, pero en los hombres notóse cier ta vacilación, debida a que su ba de presentarse en el dintel implacable crietdad. —Mi noble señora —dijo por fin—, tú y los tuyos me humi- llastéis a vuestro sabor en cier- ta ocasión. Tengo ahora la re- vancha, y la quiero completa, !En-cmiéndate a Dios, Isabel de Armagnac! Serás :ina santa muy bella y encontcarás a tu hi jo entre los ángeles. —No te pido piedai 1 cle- mencia para mí, Olivier de Gra ville, —dijo—; pero !mi hijo! ¿Qué te ha hecho esa criatura, cuyo padre has asesinado ya? El hermano Pacífico se había asomado a una ventana para calmar el ardcr de su cabeza con el viento húmedo de la tem pestad. Escuchaba, y sus manos oprimían convulsivamente el al féizar de la ventana, mientras se encogían con violencia los rasgos de su fisonomía. —¿Qué me decis ahora de vuestro cordero, Amapola? -— preguntó el correo Nicolás a la ventera, que había entrado con la muchedumbre. La buena mujer se santiguó, lo mismo que si le hubieran hablado de Satanás. En este momento, Pacífico de ,Jó la ventana, presentando su |rostro descompuesto, coronado “de cabellos empapados en llu- via y sudor, que caían en gue- dejas como serpientes. Dió un ¡paso adelnte y se detuvo; avan- zó luego otro paso y detúvose tarabién. La Amapola sintió que la ma no de Nicolás se apoyaba en su brazo, Todas las personas que permanecían aún adictas o fie- les a la casa de Armagnac se ocupaban en'aquel instante de de la puerta y les dirigía algu |Pacífico más que del mismo Oli nas palabras a media voz. Unulvier de Graville. Aquél les daba solo entre todos ellos desenvai-|miedo; ya no se trataba de un magnac, duque de Nemours, nojla más abrumadora estupefac- está aun, a hora tan avanzada, |ción acompañade+ de cierta sor- dentro de los muros del castillo |presa ir.cré lula, natural cuando Todos log circunstantes com- primieron la respiración al oír la terrible amenaza que envol- vían estas últimas palabras. E- ran aquéllos unos tiempos que en Francia podían muy bien in- fundir espanto y helar el cora- zón palabras más vagas y me- se adquic.e la evidoncia de las grandes calamidades. El cuerto del paje había side ya retizado. A excepción de lis sollozos comprimidos de la. u- [quesa, tolvu en el gran salón, iluminado todavía, hablaba de fiesta y regocijo: pero cuando nó el sable con arrogancia, y és te fué Jerónimo Ripail, que en ttró detrás de Guillermo, empu- jándole a un lado sin miramien to alguno. Jerónimo atravesó a lo largo todo el salón ducal con la espada en la mano y dicien- do a grandes voces: —!Armagnac, Armagnac! ¡Quien me quiera que me siga! * Ignoramos si alguien le que- ría; pero nos consta que nadie le siguió. En el momento en que Ripail llegó ál centro del salón tuvo lugar una escena imprevista, q' dió por resultado el que la du- quesa perdiera su único defen- sor. Pacífico, que esperaba a su primo, se adelantó a hablarle, echóle sobre los hombros sus descarnadas manos, y acercan- do la boca al oído de Ripail ar- ticuló algunas frases que sólo éste pudo cir, Nadie supo Jo que aquéllo sig nificaba; pe.» el valiente gue- rrero, después Ce un segundo ue indecisión «mvainó la espada con violencia y desapareció por una puerta secreta que había en el fondo de la sala, diri ¿1er1- do al pedagogo una señal de in teligencia. s Este inriden:”, que hemos 1t- ferido lent1me1te, apenas ne2” sitó algunos <”.."udo, para des arrollarse; los que lo presencia- ron no tuvieron lugar para dar- se cuenta de lo que habían vis- lto, pues los gritos de !Ha muer to!, 'ha muerto! resonaban con mayor estrépito en las galerías ly una oleada de aventureros y [soldados invadía el salón por todas sus avenidas. Mosen O.ivier,, señor de Gra- l | Guillermo de Soles acaba- nos significativas. La duquesa ¡los vasallos, los hombres de ar-|ville, apareció entonces, con la juntó entrambas manos y dejó- se caer desfallecida en el trono al lado de su hijo Juan, que Moraba: —!Dios mío! —exclamaba la infeliz. —!Es verdad! ¿Por qué mi señor y dueño no ha llegado todavia? Ninguna palabra d2 consuelo llegó a los oídos de la duquesa, pues Guillermo de Soles había Jenmudecido y el hermano Pací- eriás agrees that money alone will not buy hap- piness. Yet, few will deny that money provides the oppor- “unity of reaching individual ideas of happiness — faster. For example, if happiness to you means being your own boss... owning your own home . .. giving your children a real start in life ... or looking forward with assurance to 4 worry-free retirement, then you will need money. So begin today to build a cash reserve that can he you secure the kind of happiness you want most. 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La confusión de Pacífico era tan manifiesta, su aspecto le un hombre agobiado por la con ciencia, que su culpabilidad era evidente para todos los que ha- bían presenciado este escara. iras y las servidores de Arias nac dirigían sus miradas hacia el rincón: en que Pacífico per- manecía solo y serzrado de .o- dos per un gran espacio, com” si cstuvirsa apestsdo, todos vyl vían en sí;; aquel hombre era allí la encarnación viva de la “desgracia. visera levantada, la espada desí nuda y tinta en sangre, seguido de Thibaut de Ferriéres y de su malvado inspirador italiano Tar ¡ chino. | —Ya hemos acabado con el | jabalí— dijo—; vamos a dest- truir ahora a la hembra. En este momento en que ya hombre, sino de un gato mon- tés que martiriza y tritura la presa abatida por la poderosa * garra del león. Sentían frío en eel corazón y temblaban ante la idea de que iban a ser testi- gos de una escena horrible e inaudita. —No tenmé piedad de esie niño, Isabel, porque si l.an.a Armagnac, porque ¡veog “eu hombre y ,orijue acabaría por vengarse. Aconséjote, pues, que te encomiendes a Dios, si es q” quieres dejar cristianamente la vida. El niño Juan miraba a Gra- ville con los ojos consternados; y la duquesa le rodeaba con sus débiles brazus con ademán "e | protegerle, , Pacífico, en tanto, iba aproxi- 'mándose paso a paso con el cuerpo encorvado, los ojos cen- telleantes y los dientes unidos y apretados. Los amigos de Ar- mugnac le seguían con la mira da y reprimían el aliento. Tar- chino reparó en e!, y al señalar le (un el dedo para que le viera Thil aut de Feriéres, “cs (os 1: 1apieron a reir. —'Toma! —dijo— he aqui a nuestro pararraco nocturno, el que marca a los niños para vol verlos a encontrar después. !Q* dientes más afilados debe tener esa bestia rabiosa! Thibaut hizo un gesto de re- pugnancia. La duquesa nc sa- biendo oué hacer ni qué decir, arrastrábase a losp ies de “ira- ville, repitiendo entre sollozos estas palabras: —!Piedad para mi pobre hijo, señor! !En nombre de Dios y en El de Graville levantó la ma- el de vuestra madre, !piedad! no, tocó su frente, en medio de la cual una profunda cicatriz marcaba la flor del pomo de la espada de Armagnac. La duque s alsabel dejó caere entances la cabeza sobre su pecho, y ya no suplicó más. No sospechaba la infeliz mu- jer que su suplicio pudiera te- ¡ Veíasele apoyado en una co- Inagie defendía el paso, en este¡ner un límite más horroroso que medroso y agitándose con la fe bril congoja peculiar a los in- fortunados cuyo juicio flaquea. Los que estaban más cerca del pedagogo put.e:»1 oír que, des- pués de va: *3 frazos incoheren- tes, articulana estas rulabras: —!Mis hij»3...!On y» no me acuerdo de ellos” Y la” gente de Armagnací que conocía la historia del rapto de su hija, se dió a sospechar que la horrible traición del pedago- Eu era el fruto de su venganza: su extravagante cólera se harta -ebarlo en el primero que «e vt. no a mano, y (se fué su msn o «cñor y dueño. La conciencia general le cor. Jenata' sin apelación y no he- bia ninguno en:¡e los que ce- ñian espada «uue no hubiera ya pronunciado la sentencia ejert- tora sn el ionds del corazó 1. Todo el pala«l estaba sura.- do en un sepul al silencio. : +. oyéndose rumores que los a:.”- gados ecos de la tempestad q € bramaba aún «n los confin 25 el valor que pasajeramente las había animado, vióse a Pacífico adelantarse hacia el trono con pasos desiguales a indecisos pe ro con ademán de apoderarse del heredero de Armagnac, Mas la duquesa, que se mantenía aún en pie, rechazó bruscamen- te al pedagogo «un fuerza varo- nil. —!Vetc! !'Huye! Fes tú quien ha asesinado a su padre. Pacífico inclinó ja cabeza, co ms de costumbre, y se retiró, algunos dijeron cespués que una tenue sonrisa había crispa- do sus labios «elpz dos y desco- lowidos. Alejado P: c:fico, nadie queda bz ya entre la duquesa, inmóvil en su trono, y () vier, que mar Chaba hacia ella. Relampagueaba en los ojos del caballero una alegría tan feroz y un orgullo tan salvaiz, que la desgraciada Isabel incli- nó la frente, y exhalando amar- ! gos gemidos estrechó al niño contra su curazón. Graville le lumna, mirando a derecha e iz- momento en que las damas y ¡la muerte. Estaba ya concen- quierda con un aire azorado y ¡Camareras de Isabel perdían ya trando todas sus potencias en el ¡interior de su alma, a fin de de- ¡“irar a Dios todos sus últimos pensamientos, cuaido oyó vi- brar cerca de sí una voz que no £ra la de Ol'v:er, una voz bien zor:ocida y en «quel momeni» detestada. Enire abrió los ojus y se presntó ai:te ellos la espan tosa figura del pedagogo, más cárdeno que ae ordinario y zgi- tado por sacucimientos corul- sivos, El hermano Pacífico había lle gado al lado de Olivier de Gra- ville en el momento en que éste se dirigía a un hombre que se hallaba detrás de Thibaut de Ferrieres con una espada desnu da sobre el hombro. Pacífico se permitió tocar con suavidad el brazo de Oliver, diciéndole: —Monseñor... Monseñor... zGravillc dejó caer sobre él su mirada ,reconociéndole en sc- g vida, y dijo: —Ah, ¿eres tú? ¿Conque fuis te el preceptor de ese niño? l¿ Vienes, por ventura, a interce- lder por él? —j