El Sol Newspaper, February 3, 1950, Page 4

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Página €_—— a A CAMINOS —-Rafael! —'Chiquilla! El corro de muchachas s2 ha- bía petrificado por la cyriosidad En las tinieblas, los ojos feme-!coro, congregadas en torno a un tules tenían resvlandores feli- nos, en: acecho. No perdieron ni un pormenor. !Qué chico ntás guapo! !Y qué castellano más bonito hablaba! Este debía ser el novio que decían tenía María Luisa en-el pueblo de su madre. Las manos, efusivamente enla- zadas, los ojos en los ojos, Ma- ría Luisa y Rafael se lo dijeron todo en yn breve instante. Des- pués, las lenguas se soltaron. —Pero... ¿tu en Benimel? !Si no me lo creo, chico! —¿No te prometí yo que ven- dría? —¿Y mi madrina, y doña Do- minga y ola Peña,..y Caminito... y todos? —Pues “todos bien” en gene- ray, que yo sepa. Puntualizando no me preguntes por nadie, por que yo he venido directamente de Las Gallombas, donde me he pasado todo el verano sin po ner casi los pies en Guadaveloz desde que tú te viniste. No me preguntes por qué, chiquilla. SejSabatina la toqué mil veces en me caía el pueblo encima. --Sólo, de paso para la esta- ciórt, entré un momen: a reco- que la paz que había venido a buscar se le entraba alma aden tro. Cuando terminó la función, Rafael la acompañó « casa. En el portal, esperaba don Vicente, cordial, efusivo, encantado de recibir a Rafael y agasajarle, con esa cortesía hidalga y hos- pilalaria de los grandes señores rurales. La casa era un-edificio arcestral y austero, de stilo renacimiento, hien conservado, En el zaguán, la gracia anda'u- za que María Luisa trajo en he- 1enia de su hermosa madre, reía en los grupos de horten- sias, begonias, palmeras y hele- chos que adornaban profusa- mente la gris fisonomía del con junto. Luego, las instancias am plias, enlosadas de cerezo y no- gal, las monumentales chimi- rías de máimol veteado de ro- jo, los cuadics selectos, los her- mosos tapl es el sello en fin l2 un señorío inexcusable y :a51- cio, encarion a Rafael. Re-"- mente la gracia andaluza y !a gracia levantina formabas alii armonioso y delicado concierto. Ceñaron los tres en el jardín, 3 Pon Vicente no estaba en :3- sa. por lo tanto, Rafael quedó e:: Lbrertad de acompañar a Ma- ría Luisa a la Sabatina. En el órgano muy antiguo, había has ta siete u ocho cuchachas de la edad de María Luisa. Una tenue lucesita oscilaba en vetusto can delabro de bronce, alumbrando los papeles de música, Rafael los hojeó. —¿Quién canta los solos la Sabatna? de —Yo. 2 A ¿Tú milagro de paciencia en el terre —¿Tú los cantas? —preguntó lo adusto, no propicio a las flo- entusiasmado. ¡res que el hielo invernal inutili- ¡za. Junto a las puertas-venta- nas del amplio comedor habia una terracita rodeada de mace- tas con claveles y geranios con dosel de esplendorosas parras y allí se instaló la mesa para los tres, muy primorosamente pre- sentada y muy bien servida por —Sí; Ya sabes que me estuy educando la voz. En algo nos habíamos de parecer tú y yo, siendo parientes. !La tuya sí que es una señora voz! —No lo creas,. Pero está muy alto, criatura, —Llego muy bien. -|empezó a leer en voz alta, a rue las manes encima del etclado. —¿Quién te acompaña? Nadie: yo misma. quí no hay nadie que sea capaz de poner —-!Pero eso es pesadisimo. — 'Tocar y cantar! ¿Quieres que te acompañe yo? Justamente la el Colegio cuando estudiaba sexto. Rafael no había oído cantar | un criado corecto. —Eres una amita de casa in superable— lisonjeó Rafael al servirse la sopa. —Me estoy ensayando..— res- pondió modestamente ella, aba tiendo sus largas pestañas so- bie el brillo fulgante de sus o- jos moros. ¡Qué impresionante parecia ge: un encargo de tu madrina nunca, formalmente, a María ¡Serrella, vista a la luz sideral, para ti. —¿Y Urbana? —Tan gruñona. —¿Y don Ramiro? —Pues don Ramiro acabó con doña Urraca y el arzobispo Gel- mirez y la emprendió con el Cid Q con don Pedro el Cruel, no es- toy seguro. —Buéno, pues vamos para ca sa. Verás papá que alegría tie- ne. —No quisiera estropearte el paseo, n+ a ti ni a estas señor'- tas: —No nus estropeas nada, y a- hora menos, que está dando el terceto y tendremos que volver - a éscape para cantar la Sabati- na; Mira, María Dolores: voso- tras podeis adelantaros y abrir el órgano y buscarme los pape- les..Yo «dejo a mt primo en casa con papá y subo en seguida al Coro. —N0, yo rc me quedo con tu padre; yo subo al como conti- go.....—deslizó Rafael, recatán- dose al oído de María uisa. María Luisa se echó a reir.. Y toda la cuadrilla se puso en marcha. Era Luisa; suponía que debía tener | una linda vocecita, porque al í entre el ramaje de las acacias, los pinos, los tamarindos y los hablar, en el mismo timbre de¡almeces! Chorreaba cercano un voz se le conocía, pero cuando |hilo de agua sobre la limpia ta- concluyó el leve preludio de lajza de un estanque; Rafael no Sabatina y ella empezó a can-|podía verla, pero sabía que es- tar, en poco estuvo de que sor-¡taba muy próxima. Hasta pare- prendido levantase las manos cía que llegaba a ellos el refri- del tevlado y se quedara mirán- gerante frescor de la linfa. En dola de hito en hito. Si no la hu el silencio de la noche rural, biese tenido delante y estuviera quieta y misteriosa, acariciada cierto de que era ella quien can:los los hálitos húmedos del oto- taba, habría dicho que aquella |ño cercano, cantaba un mochue voz cristalina, amplia y llena, |lo su fastidiosa tonadilla. erá la de Aurelia González, la| Después de la cena, empeza- famosa tiple. Sugestionado porron a llegar los obligados con- la emoción artística, continuó to |tertulios del Magistrado; el Cu- cando maquianlmente, sin casi'ra, el Secretario, el Alcalde, el saber lo que tocaba, pendiente¡Practicante, el Maestro, dos o sólo de la hermosa voz que con¡tres propietarois acomodados, dulces matices de sentimiento, idealizaba el canto vulgar de la conocida y arcaíca “Sabatina. Una de las veces, levantó los o- jos a mirarla.... Estaba en es- corzo, maravilloso su perfil co- rrecto sobre el fondo de las blon das del velo prendido de prisa y corriendo, cruzadas y caídas sobre su falda'lah delicadas manos, más que nunca llena de serenidad y sencillez. Rafael sintió, súbitamente, al mirarla, el estanquero, que era el comer- ciante principal de Benimel, y un excelente señor, oficial re tirado de Carabineros que ordi- nariamente acudía del bracete con el cabo de la Guardia Civil. Cuando llegaron los contertu- lios, humeaba en las. tazas el café. María Luisa dejó a la don cella el cuidado de servirlo co- — e de la fuente, Era su hora de ensueño. Rafael fue presentado a 10s recién venidos como sobrino del Magistrado. Estuvo un gran ra-¡ to en conversación general con: todos ellos y, cuando el Cura gos de don Vicente, el artículo de fondo de El Debate, se levan tó sin hacer ruido, deslizándose en la misma dirección en que había desaparecido María Lui- sa. Pronto pareció tragárselo la obscuridad; sin embargo, desde su silla, el Magistrado distin- guía perfectamente su silueta al avanzar bajo un tunél de pa rras, como veía distinta la figu ra de su hija sobre uno de.los bancos de piedra que en forma circular rodeaban la plazoleta de la fuente. A la espalda de estos bancos, altos muralones de romeros re- cortados en forma de arcadas deatan un caprichoso aspecto e jardin antiguc al bonit» rin cón. Sobre la fuente, rematada por un amorcillo, dormían unas parejas de polacas palomas; enredados en los arcos del ro- mero, los rosales trejadores evo- caban sus días de esplendor, cuando al sol y al rocío de ma- yo se cuajaban de manudas ro- | sitas. En el viela, las estreellas defulg¿ían a millares: confor- me se les miraba, veíanse sur- gir otras, y otras y otras, como si brotaran a favor de un mági- co conjuro. En lo alto de Serre- | lla, por las majadas de de La Canal, los:pastores habían pren dido fuego a los aliagas produ- ciendo una hermosa hoguera q' brillaba con resplandores fan- tasmagóricos en la cumbre de los picachos, iluminando silue- tas de peñas, copas de carras- cas, conos de sabinas, esquele- tos retorcidos y ahumados de jarales y coscoics. Intermitente, en los instantes de silencio se podía percibir el lejano tinteo de unas esquilas, secudidas en el insomnio por el ganado re- cluído en el corral. María Luisa necesitaba más |que nunca, en esta noche, refu- |giarse en el silencio y en la obs | curidad, a fin de entrar un poco! len sí misma y recobrar su paz' y su equilibroi. La repentina llegada de Rafael había venido a trastornarla por completo. Aunque muy joven y bastante ingenua y camdorosa —tanto «0 «mpuede serlo hey día una mu chacha—, habíase dado cuenta en Sevilla de la impresión pro- funda que había causado en Rafael; el escarceo, entre galan te y sentimental, que comenzó en la Semana Mayor, turbola deliciosamente; pero al. separar se, cuando ella se hubo de mar- char de Guadaveloz, tuvo que recapacitar seriamente sobre el ¡estado de cosas que podría ori- ginarse si ella no cortaba de raiz la mutua afición que iba apoderándose de los dos. Que Rafael había querido mucho á mo hacía todas las noches y sejCaminito Rubio lo decía cantan alejó silenciosamente, bajo eljdo todo el pueblo; que la que- tunel de las parras, en dirección ¡ría aun mucho lo sabía, lo da- Have you ever had the unfor- tunate experience of missing out on a good opportunity be- cause you didn't have sufficient cash for the necessary down. payment? AM too frequently fhe chance to buy a home, a farm, a business, an automo- bile, even an education, is lost for lack of ready cash. The answer to this problem is a savings account, 16's surpris- ing how rapidly money accumu- lates in a savings account when a part of each pay-check is add- ed to it regularly. A very special advantage — enjoyed by Valley Bank savings account depositors — is that there is_no maximum limit or the ameunt of savings on which imberest is paid. 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No. E-|Acaso fuera el viaje, tan moles- lla ny debía tratar de atraerse a Rafael, El iría a ella empuja- do quizás por la rebeldía y el deseo de desquite, acaso para hacer sufrir a Caminito; senti- ría la fascinación temporal de su juventud y su belleza, que no podían pasar impunemente junto a un-temperamento apa- sionado, romántico y soñador, como el de Rafael, poeta sempi- terno, pero no sería aquel amor: integral y constante que desea- ba ella. Consentir enamorarse de un homore que no venía a ella sino atraído por un espejue lo, sería enorme locura. Ade- más, ello no le quitaba el nuvo 2 Caminito. Ni pensarlo. Sin embargo, la ruptura pare; cía definitiva entre Caminiio y; Rafael. Así, al menos, lo confir- maba Lula Peña en su última carta, asegurándole a María Luisa que en la jira de Alosno rompieron formalmente. A pesar de todas estas noti- cias, María Luisa, que estaba aun en ese período embrionario del amor en que la cabeza do- mina imponiéndose al senti - 'miento, no quiso dar entrada a ninguna ilusión. Rafael volve- ría un día u otro a Caminito; lo mejor era apartarle a una ori- la. En esta situación de ánimo sorprendió a María Luisa la lle gada de Rafael. Bajo las estre- llas, junto a la fuente, en la no ¿che quieta y perfumada se pre- guntaba a sí misma una y otra vez.: —¿Para qué habrá venido Ra fael? ¿A hacerles una simple visi- ta? ¿A distraersel á olvidar? Sí: acaso a este último... si po- día conseguirlo. Le enotaba des- mejorado y triste. Sí, eso es; tris, te, En el fondo de sus ojos par-| dos, había algo doliente .que pa' recía agonizar. ¿Qué pequeña tragedia tenía que contar Rafa- el Torres- Arias? Cuando estaba en el pensa- miento más concentrado en él, le vió llegar con el paso caute- loso y precavido de quien cami- na por un tereno que no conoce. Cerca del redondel qua ocupaba la fuente se detuvo indeciso. —Marfía Luisa...—llamó con voz alta. —Estoy aquí; enfrente de tí. ¿No me ves? —-!Ah, sí! Ahora, sí. Tenía idea de que estabas más lejos. ¿Qué es esto? ¿Una fuente? | —Una fuente muy viejecita, de piedra blanca, que tiene mu- chos pececillos encarnados na- dando en la taza y muchos he- lechos reales brotando en las junturas.... ¿No oyes el choq 1e del agua? —':Jné cosa más bonita, va ria Luisa! —!Bah! No digas que te asom bra mi jardín rural, después de haber vivido entre la gama des lumbrante de los patios anda- luces. —Esto es otra cosa: y justa- mente asombra: por lo inespera- do, ¿Quien piensa en encon- tarse un jardín al pie de esa montaña, que en invierno debe tener las cumbres siempre cu- biertas de nieve? Tu jardín me da la impresión, ¿no sabes de qué? ..De uno de aquellos jar- vorable no se dieran las manos y allá pelillos, y aquí no ha pa- sado nada. Ese sixto sentido, q' muchas veces parece guiarnos en la vida, le daba a Mar:a . Luisa la voz de alerta. Bien veía que a Rafael-la gustaba ella más de la cuenta, pero un amor antiguo tiene mucha fuerza, si hasta la copla lo dice: «== los primeros amores son los que privan. y ela se exponía a ser un ju- guete, un pasatiempo, un entre tenimiento, un motivo de celos en la vida de Rafael. No precisa mente porque Rafael preconcebi damente cometiese la canalla- da de jugar a la pelota con su corazón sino porque la fatali- dad le empujase a cometer tal felonía. Luego lo mejor era cor- tor por lo sano, pararle-los pies al mozo antes de que se metie- se muy adentro en su corazón virgin tan estupendamente pre- parado para el amor. Estos buenos y cuerdos propó sitos honraban la sensatez y el buen sentido de María Luisa Al varez, pero no pudo llevarlos a cabo porque en cuanto volvía a encontrarse frente a Rafael en la jira famosa se le * fueron al suelo como sastillo de nai- pes. Aquel día la impresionó un poco el apasionamiento de su, primo y, a solas consigo misma, se atrevió a preguntarse: —¿Será el afán de olvidarse a la otra o podrá ser que de ver dad se esté enamorando de mí? Cuando se refugió en Benimel huyendo no tanto de Celedonio como de Rafael, encontróse a- tontada, con la vida vacía y el alma sedienta. Y entonces, más dines de ensueño que vemos en las estampas romar.ticas, de la Edad Media: jardines construí- dos entre los recintos amuralla dos, donde todo vivía por un milagro de la constancia huma- na, como aquí. A mí na me ca- Le la menor duda de que tu jar- dinero habrá de tapar todas las roches, para que “s:4póm a la helada, las 1: :3"'la» 1 jazmi-1 neros, los heliotropos y las be-¡ gonias, cuando el invierno lle- gue. , de —Sí. En invierno hace xrlo al gunos días, no creas que :nu- ] chos. Hace unos años cayó ura nevada tan enorme que en el huerto se puso más de un me- tro de nieve;. nos dejó sin plan- tas. Tuvimos que mandar a Pe- pe a Valencia para renovarlas. Unicamente se salvaron la ye- dra plateada y los tumbagos. !Ah, bueno, y estos romeros, por que son plantas de sierra! Pero eso ocurre úna vez cada siglo. ¿No te sientas? —Sí, claro. Se sentó al lado de ella, en el macizo banco de piedra. Vínole a la memoria-a María Luisa a- quella mafiana de mayo en Las Cuevas, cuando se sentó a su lado en el brocal del vetusto pozo ruinoso. Entonces, la pa- sión revolteaba en torno de e- llos y Rafael pareció, durante un momento, estar próximo a pronunciar palabras decisivas... Ahora, María Luisa se alegraba de que no las hubiese proun- ciado. —!Qué maravillosa paz palpi ta en este ambiente! —murmu- ró de pronto, Rafael, con voz opaca. to y pesado, o tal vez algún tor mento o preocupación interior. —¿Verdad que es un sitio librio espiritual? Rafael se lanzó una mirada escrutadora. —¿Como sabes?... i dedicaba a la recolección de la almendra.,. y para huir del ca- lor solía velantarse a la luz del alba. Tal vez por este motivo ¿magnífico para recobrar el equi [no velaba ..adie, y a las diz de ja noche, hora en que !'a ter':- ba del Magistrado estaba en todo su aug»>, dormían ya a pitr na tendida los honrados +e0t- —No se nada, Rafael; pero te nos de eBnimel. veo tan triste.. Se diría que has perdido algo y que el perderlo ¡| te duele. —He perdido la fe en una per sona, eso es todo. —¿Caminito Rubio? —se atre vió a preguntar María Luisa. Y aun hundido en sus pensa- mientos como estaba, Rafael se dió cuenta dse la leve ensiedad que tremolaba en esta pregun- ta, Inclinóse un poco; María Luisa tenía la cara vuelta hacia él. Los tirabuzones encuadra- ban el óvalo perfecto que a la luz sideral tenía una blancura como de mármol: sólo se recon- centraba la vida en las ojos sombríos y profundos ,centellan tes, con recóndita luz de inquie tud. Se acabó todo entre noso- tros, María Luisa. —'Bah! Hasta que vuelvas a' buscarla. —No: ha muerto definitiva- mente el sentimiento que creí alimentar, en ocasiones. Hay, además, una historia triste que nos separa. Me siento alejado de ella por fuerza invencible. Por nada del mundo volvería... Hablaba Rafael con una serie Así, en silencio, estuviz:0n durante luen rato, expe: nen- tando la jugos dulzura d2 este acercamiento impensado; pero Rafael llevaba algo en el alma que le arafiaba y le molestba hasta el extremo de no dejarle reposar en paz y así fue, como pasado algún tiempo durante el cual no se perciberon otros ruí- dos que el chorrito de la fuente, las palabras de los contertulios comentando las noticias de los periódicos y el monótono cánti- co de los grillos bajo los terro- nes del rastrojal, Rafael truncó la mudez de ellos con unas fra- ses que sorprendieron a María Luisa. —Oye, María Luisa; yo te a- gradezco mucho tu buena volun tad y pienso aceptar esa ayuda que me ofreces.,.!Como que qui- zá fuera ese el verdadero moti- vo de venir tan impensada e im premeditadamente hacia tí! Es decir, que mi corazón, más clari vidente que yo, supiera donde encontrar la triaca que exigen sus pesadumbres. Pero sentiría mucho... que mi presencia aquí, pudiera molestar a una tercera dad tan firme, que impresionó persona... a María Luisa, dándole la defi- , nida sensación de que esta vez' Y los ojos del joven, cente- se habían interpuesto entre Ca- leando en la oscuridad del jar- minito y él cosas graves e irre- Jn, se encendían de inquietud. parables. Y sentía la muchacha —No sé a qué te refieres.. con tristeza la verdad del rom- pimiento de aquellas dos almas| —Muy sencillo. En el camino, —!Pobre Caminito! !Como ha el hombre que me acompañaba debido sentirlo, tanto que te ya me preguntó si era tu novio, quiere, —murmuró cuando aca- ¡Eso prueba que en el pueblo se bó de hablar—... 'Y tu también !|sabe que lo tiene y acaso que a ella!— agregó rápida, con un le esperas. dulce temblor en la voz divina. —¿Sabes que en estos últi- mos tiempos no he estado muy convencido de quererla? Me sen tía distragdo o cansado.. No sé.. Como si una fuerza oculta me alejase de ella. Y cuando ha ve nido la ruptura, no he padecido como yo creía que se debía pa- decer cuando se rompen unas relaciones entre dos que están enamorados, como todo el mun- do decía que yo lo estaba de ella. Yo he cavilado mucho so- bre el particular, porque me gusta saber la razón de todas María Luisa rió discretamen- 1 te, Veíanse palpitar los celos de Rafael tan claros, que la mu :chacha sentía, sin saber por qué, un inefable consuelo. —La gente de los pueblos es muy novelera. No conciben que una muchacha de mi edad pue- da estar sin novio, y como no” te han visto nunca han pensa- do.... Sí, sí. Muy pintoresco. —No te burles. Dime la ver- dad. —El saberla ¿había de modi- las cosas y al fin he venido a la |ficar a nuestro afecto..nues conclusión de que no he sufri- | $12 mistad? —Nuestra amistad, nunca. do, porque mucho antes de que; llegara al momento de terminar : Nuestro afecto...es decir, la na- ¡estaba ya todo “definitivamente |traleza de nuestro afecto, sí. muerto y terminado en mi co- razón. Hace algún tiempo que yo me sentía alejado de ella...... —De todas maneras, pareces triste y cansado... E Siempre es desagradable a- rrostrar las consecuencias de —¿No podrías explicarme la compleja naturaleza de ese a- fecto tan sujeto a mudanzas-? —Ahora no. —¿Por qué? un rompimiento, y más en un pueblo donde todos se cieen con derecho 7. hicer comentarios. Estoy cansado, has acertado. —Pues si elegiste Benimel pa- ra descansar y meter tu espíritu en caja has acertado tú tam- bién, porque debes haberte da- do cuenta de que todo, en este pedazo de mundo, está satura- do de reposo y serenidad. —Vine a Benimel” obedecien- do a un impulso interoir irra- zonado e inconsciente, que ni yo «nismo he tratado de explicar- me. Algo parecido a ese movi- miento instintivo que hacé a los niños cogerse a las faldas de su madre cuando cualquiera les pega. Al sentir sobre mí los golpes de la fatalidad, todo mi ser me empujó hacia Benime.... como si aquí estuviesen el con. suelo y el amparo que en mi pesadumbre necesitaba. Y era porque en Benimel estabas tú, María Luisz. Ninguno de los dos hizo mo- vimento alguno para aproximar se. Rafael sentía en aisia de besar sus manos lleno de res- peto y de ternura? las manos blancas como.dos magnolías q' se cruzaban confundiéndosz con la blancura impoluta del halda de su vestido al reposar en ella. Pero era demasiado caballero para permitirse rozar ni un solo cabello de la moza en la relati- va soledad que les cercaba. Cuando María Luisa pudo a- firmar su voz, se la oyó contes- tar dulcemente: —Entonces, bien venido seas a mi lado, Rafael. Yo haré cuan to de mí dependa para ayudarte a encontrar la paz que has per dido. Un silencio inefable, silenc:» de almas tb» cnas, reinó ente arhos. Ni uno no otra «esti la <uecesidad d. buscar pa'a- bras, que no hubieran sido de cierto tan elocuentes como el si- lencio. En el pueblo dominaba una —Porque yo mismo lo ignoro Todo cuanto digo, y hago, y siento, desde algún tiempo a esta parte con respecto a tí, tie- ne el vador inmenso de la' sin- ceridad. Nada 'hay amañado ni reflexionado. Todo en nuestras relaciones —sean de -clase que sean— es hijo del impulso. Pien sa lo que quieras y júzgame corio quieras. Estoy a tu lado, porque todas las ansias de mi' ser clamaron por ti en un mi- mento determinado. Y no :ne preguntes a qué he venido, ni qué oculto lazo me acerca a tí., porque no lo sé. Todo lo que es- tá pasando es algo más fuerte que yo...Pero aun no me haz contestado a la pregunta que te he hecho.... : Sí, te contesté; te dije que la gente era muy novelera. Ade más, una día...quizá no te a- cuerdes, porque de eso hace ya mucho tiempo; una tarde vinis- te a casa de mi madrina. Por cierto que llevabas en la mano unos nardos para Caminito... —Yo no lo dije.. —Pero yo lo adiviné, y log doz de ellos cambiaron de camir.o; se quedaron conmigo. ¿Te a- cuerdas? * A —Sí. Y presumo que no van a ser únicamente los nardos los que van a cambiar de camino. —Bueno, pues aquella tarde quedamos 'en que cuando me saliera un pretendiente serio, antes de aceptarlo, te avisaría. —Verdad, ya me acuerdo —¿Te he avisado? —No. —Pues entonces... Y María Luisa volvió a reir al tiempo que se levantaba, porq” el fresquito de la noche empeza ha a inulestar en la fragante soledad del jardín. El seño de Rafael pareció desarrugarse co- mo por encanto. . Toda la paz de la noche est!- val, cadenciosa y magnífica, se le metió en el alma..... Continuará Next Week

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