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Página Cuatro. — EL SOL” SEMANALIO POPULAR INDEPENDIENTA A SO mm o Viernes 20 de Enero de 1950. e ——— CAMINOS —Pero hombre, me estás a- sombrando... ¿quién había que! resultaras un filósofo y un psicólogo de tamaña categoría? —Hombre, se hace lo que se puede...Soy un poco observador. —¿De manera que tú crees? —Yo creo que a Rafael es aho ra, en este preciso muimento his tórico por el cual atraviesa, cuando le ha llegado la hora de enamorarse. —¿De Marta Luisa Alvarez? —Precisamente, Ahora n) es “Ge la mujer” en abstracto, sino de “una mujer”. Y que va a ena reviarse formidable:nmente lo ten go por descontado, porque ha;” qí recapacitar desjacio.... quién es y cómo es Maria Luisa . —Ya. --Desde la Semana Mayor le estoy viendo venir. Se la enccr. tró en Sevilia y “.e ¿cómu le diré a usted? Fue... algo así cu ms una revelación. La miraba como si no la hub'zra visto nun ca, con una «sp:cje de pasmu y de deslumbrami:” lu. Y crea us ted que fue para mí muy curio so observar el proceso sentimen tal de Rafael” durante aquellos días. Si yo fuera escritor o co- mediógrafo, le aseguro a usted que no Se me escaparian para una escena de efecto los mati- ces complicados de aquel aspec- to psicológico. Rafael estaba pre so en la red de aquel amor pura mente mental e ¿0 e que creía sentir por nito; sin embargo, la influencia de la proximidad de María Luisa e.a tan formidable, que cuardo es- taba con ella 5e anulaba -su vo luntad bajo el encanto de un sentimiento nuevo, Roto este encanto, veía usted a Rafael mo lesto y desconetnto consigo mis- mo por haber sido juguete de una influencia que no quería admitir: era una lucha reñida y triste, porque no eran dos cari- ños los que luchaban, ya que hemos quedado en que de Ca- minito no estuvo enamorado nunca; pero durante tantos me- ses, su voluntad y su imagina- ción le habían impuesto a su corazón, envuelto en la aureola del mor, tan acostumbrado es- taba a considerarla como la “unica mujer amada”, que su or gullo y su terquedad se revela- ban contra el corazón que al ca bo de tantos días de docilidad se proclamaba independiente y se iba tan campechano a buscar otros derroteros. El no compren- Pancracio uque lanzó una carcajada estentórea en el fon- do de la cual palpitaba una hi- riente ironía. Al reirse, miraba dentro del espejo, furtivamente, El mozo se estremeció en su sue ño, pero se volvió a quedar cua jado. Lentamente, el reloj tocó las tres. —¿Es que tú crees que el que más y el que menos no ha cavi- lado la cuenta de las indirectas de|sin embargo, era. Y fué; porque creerse que tú... !Pancracio Lu-;al fin, aun cuando él no quería que se cruzaron entre Rafael y Celedonio? Y comentario va y suposición vuelve, pues lo que pasa! la bola de nieve Y como entre los comentaristas está do fía Bala, de cuya lengua guár- denos Dios muchos años, pues resulta que por todo Guadave- H los y señales, confesárselo, aunque no lo sepa 1 ER y aún a estas horas, María E re ra 2 Alvarez, es el tama del a —Yo sí. Como uno por razón pde ra Ad e E ed de cu profesión se ve obiigadn > ¡2 entrar en todas las casas,» cen Ne juego: Ea Ea q Pues, hijo, quieras o no quieras ree e pago Ab de ¡tienes que aguantar cada chá- todo lo más delicado y más pu pa ro y más noble de su alma — | —¿Y qué es lo que se dice? que usted y yo sabemos que es! —!Qué sé yo! Se reconstruye mucho— va ha::ia ella como ¡la leyenda del marqués don Nu una ofrenda. Y le gusta: io cual¡fAo Dicen que puso papeles, al- día cómo pudiera ser eso; y, por lo cual no se podía dudar un pie; muy bien que hace en Caminito, con voz dura. madre estupefacta por su atre- del marqués de don Nuño. Lue-|ir a buscar a los suyos, y de loj —Sí, verdaderamente.. eso, es|vimiento) aducíais una razón go, el incidente del anillo de Ca! que yo me alegraría mucho -se- 'lo que procedería —se atrevió a minito, igual a los de aquella ¡condesa de Guadaveloz retrata da por Pantoja y que, según cutntan, encontraste tú que constan en cierta lista de las jo- yas de la Casa de Oraluces, que se conserva en el archivo con- —Sí, señor: usted puede verla cuando quiera. —Nadie creía capaz a don Ber ría de que pronto tuvieramos q' comer el pan de esa boda. Una, porque los dos han nacido en mis manos y les tengo ley, y o- tra...! rejinojo, voy a decírtelo!, para que pasara un ma: rato el cadáver podrido de Celedonio q' linsinuar don Bernabé, consul- o con la mirada a la olím- pica doña Celedonia.. ceñuda y te: ble, sentada +“ el sillón del jefe de escritorio. —'!Que te crees tú eso! — ru- gió como una leona—. !Para q' se ha permitido poner los ojos..|todo el mundo nos señale con el ten la princesa de Asturias; en dedo! Mir« tú, qué bonito: con- ida flor del Cantar de los Canta ¡fesa: que hemos estado parove- res!, porque esa niña es una azu Ichándanos de lo que dicen que nabé de un fraude semejante. [cena de olor. !Para él se queda,¡no es nuestro. De su mujer, aun podía esperar se eso... Pero de él..... —¿No ve usted que es un in- feliz, que está dominado por ella? Además, que después de haberle tomado cariño al “gato”, cualquiera lo suelta. ¿Conque así, don José-? ¿Toda esa his- toria corre por el pueblo? No está mal. —¿Qué quieres decir? —Que por esta vez, la malicia Ey la suspicacia populares no han marrado un ápice, Todo lo que se dice es el Evangelio. —Pero, ¿hay pruebas? =Í. —¿De manera que Rafael-? —Puede reclamar ,su Heren- significa que no sólo el espíritu, hajas y dinero en una co>re'palcja cuando quiera y hundir a ha encontrado la compenetra- ¡ra sustraerlos a la rapacidad della deshonra a los que le han in- ción con otro espíritu semejan-¡l03 franceses. En esto, los gaba ¿uriado y le han despreciado sin te, sino que esa parte vil de chos que llagaban. Huyó el Mar ¡motivo, mientras se estaban co nuestra naturaleza "humana, q'|qués sin tiempo de llevarse el. miendo su dinero. en el matrimonio, por disposición de Dios, toma un aspecto respetable y muy mere cedor de tenerse en cuenta...este cuerpo de barro y materia va muy de acuerdo con las tenden cias del espíritu, puesto que Ra fael siente hacia María Luisa una poderosa atracción física. Y ahí tiene usted que se com- plementan el cuerp> y el alma, se funden en un mismo deseo. Y, o yo no sé lo qu» me hablo, o €se es el único amor que me- reve ser bendecido en el santo sarramento. del mair:monio. —¿Moralista también? Mire usted que no. hay refrán que mienta, y bien dicen que “no te acostarás sin saber una cosa más”. ¿Quien había de pensar- se que el viva la Virgen de aPn cracio Luque?.., Atájame usted esos pavos. —Le advierto a usted, don Jo- sé, que estas rachas de erudi- ción no me han cogido a mí más que tres, o cuatro veces en mi vida, en ocasiones solemnes. —Pues, hombre, me felicito de haberte pescado en una, por que así he podido conocerte. De manera que Rafael se ha ido, inconscientemente, a buscar el amor. —Así parece. —Pues buena la ha hecho don Bernabé Rubio. —¿Eh? —Sí, hombre. ¿Pero tú crees que la gente está en las Batue- cas? Con el chiscarral que se armó el día de la jira cuando se presentó el iconoclasta de Cele- donio Rubio, maldita séa su es- tampa, hombre, que me gusta- ría que fuera una cochinita pa- ra ponerle el pie encima y es- pachurarlo.... especial|¡Cofre; se apoderaron los franve- ces del palacio, pero, por lo vis- to, alguno de ellos, más vivo q' los demás, se dió cuenta del con tenido del baúl y optó por ente- rrarlo con el ánimo d2 venir más adelante a recogerlo. Pasa- ron los años. Los invasores sa- lieron de España, Regresaron del extranjero o de la guerra, o de donde estuvieran, los herede ros de don Nuño y, naturalmen te, ninguno le pasó por las mientes la idea de buscar el co- fre. Lo que ellos decían: “Eche- le usted un galgo al cofre”. Y vivieron honrada y pobremente Llegamos ahora a la madre de Rafael, más pobre y desdichada que ninguno... !tan cerca como tenía una fortuna! Pasó-el viejo palacio a poder de los Caraban- cheles y, un día, el cofre fue encontrado. ¿Como, por quién, cuándo? La gente lo ignora, pe- ro nadie se asombra de pensar que don Bernabé Rubio sa haya encontrado el tesoro... Todos de cían que ni los ultramarinos, ni la fonda, ni las bodegas, ni los terruños de Carabanchel el Vie- jo, que heredó Celita, podían dar para el tren fastuoso que Mevaba la familia. Ya de tiem- po se murmuraba por el pueblo que había algo que no estaba claro en el rápido encumbra- miento de esa gente. Lo que na die podía sospechar, ni concebir siquiera, era que un hombre po bre y honrado —como siempe demostró ser don Bernabé— co- metiera lya villanía de disfru- tar impunemente de una fortu- na encontrada la cual sabía el perfectamente a quién pertene- cía, porque segúan se afirma, la acompañaban los documen- [tos todos de la Casa de Oraluces THERE /$ A DIFFERENCE Ta Automobile Fimamee Plamo ! 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Resulta que el tío José fue quien se encontró el cofre y presenció como lo a- bría don Bernabé y cómo Cami- nito, aun muy niña, leyó los do cumentos que acreditaban ser el contenido del cofre la famo- sa herencia del Marqués. Natu-! ralmente Rafael, que veía al tío José morirse a escape, le pi ¡hombre! !Como no vuelva a na- cer otra vez la asquerosa lom- briz de Celedonio! Y dispensa que te deje, que van a dar las tres y media y tengo que ir a Trigueros para una consulta, Conque quédate con Dios, y si sabes alguna novedad, dímela, que a mí me alegra saber las cosas buenas de los amigos. —Descuide usted, don José. ¡No, no llame usted al mozo; ya está pagado. Yo también me voy a abrir el escritorio y a ma near un rato los guarismos. ; Os dos se levantaron a una. ¿El médico tomó del perchero su sombrero de paja y su bastón. |Pancracio llevaba al aire su grosse téte, completamente pe- lada al rape como un melón, a causa del calor. El mozo continuava durmien- do... Salieron palsadamente, a- ¡brieron la cortina japonesa de la puerta, se deslizaron entre sus flecos y se encontraron en la Plaza Mayor llena del sol ce- gador del ardoroso estío! No bien hubieran traspuesto tres los flecos de la cortina, cuando, bajo un diván colocado ¡precisamente a la espalda de ¡la silla que había ocupado Pan cracio uque— el diván que se reflejaba en el espejo, — asomó cautelosamente la cara astuta y maligna de Celedonio Caraban- ¡chel. Esta vez no animaba sus ¡rasgos la sonrisa mefistofélica de otras veces. Estaba pálido y sus ojos tenían una angustio- sa y terrorífica mirada. El sudor caía en menudos surcos por su cara flácida.., Púsose en pie, se pasó el pañuelo por la frente y estiró los miembros con fruición ¡como quien ha estado entume- cido por la necesidad de mante- nerse inmóvil en una incómoda postura. Tenía el pelo enma- rañado y de la espalda de su americano azul marino colga- ban unas leves teloñaritas... 1 CAPITULO XIV 1 Consejo de Familia “Tiene el malvado en su inte- —¿Cómo que “de lo que di- cen”?— retrucó lleno de bríos el menudo Celedonio, que cra de todos ¡0% t:iws el qu más enérgico parecía. —Sí, señor, porque aun me falta averiguar i mí si una cosa que se perdió hace tantísimos años y que me la encuentro yo en una cas: que he compralo costándome muy buenos duros, no €s tan mía como la misma casa. —Mira, Celita. —Qu te calles, Bernabé, que cuanto menos hables será me- jor! —Pero mamá, vente a razo: nes —clamó Juanito—. Para mi, el derecho de Rafael está tan claro como la lu del sol; adernás, de que si tú no le ves, puedes consultar con un abog?s.- do. Pero lo que se trata de. de- mostrar es que ese muchacho tiene todas las cartas a su favor y puede ponerns el mejor día en la picota. Y pirnsa que eso sería la ruina, ya no por el dine ro, que tendríamos que aflojar, tya tu ves, hasc1 intereses aca- Iso!, sino porque ei comerciante ¡vive del crédito y ¡menudo cré- 'dito el nuestros después del es- icándalo! —Juanito tiene razón —<o:ro- boró Con Bernabé. —Bueno, pues yo me lavo las mano. como Pilatos, Pr > lo q' tarca a las joyas, que es lo que tengo en mi poder, no devueivo ni una. Caminito envolvió a su ma- que fuera mi felicidad por un capricho, por una terqueda, “porque sí”, sin más explica- ción. Pero he aquí que ahora, el honor, la dignidad, el crédito de la casa están comprometidas poz vuestra culpa y soy yO... lyoc! la que tengo que salvaros. !Yc! que no os debo más que lágiimas y amaiguras. Y que- réis que sea yo la que me reba- je hasta ir a buscar al hombre, que harto de vuestros agravios me ha Tfechazado, para decirle: “Tómame: yo soy el precio del jilencio con que por amor a mí has de encubrir la vileza de los míos”. !'Qué asco, qué verguen- za! . —Pero tú lo haras... ¿verdad? Caminto? —- rogó Celedonio, su gestionándola con la mirada astuta de sus ojos felinos. —'!No! Te equivocas. Has lle- gado tarde, ¿lo oyes? Quince días antes, acaso la tentació.: fuera tan fuerte que cayera yo también en el abismo de esa vi llanía que me proponéis, porq' entonces, sin palabras que me rebajaran, con sólo una sonrisa hubiera hecho mío ese hombre a quien quiero con toda mi al- pa. Pero hoy, Lv o tarde les tarde! Hay entre nosotros el foso de una ruptura y yo no mendigo un amor que habéis alejado “ozotros cun vuestras o- feu, Arreglaro3 como podáis no contéis conmigo. —Si tú le escribieras.. —insi- nuó tímidamente don Bernabé, Caminito se echó a reir con una risa que hacía daño. —¿Qué concepto tienes tú de Imi dignidad de mujer, papá? No es necesario tanto ruido por tan poca cosa. Aquí se trata de cerarle la boca a Rafael y eso lo tenéis conseguido... —¿Como? —No somos todos del mismo _barro. !Oh, no!; aunque la de- mocracia nos quiera igualar..... hay castas; hay categorias mo- rales, y la de vosotros anda dre en una inmensa mirada «de'muy por abajo de la de Rafael, desdén, que hubiera anonadado Dormid tranquilos: me dío su a cualquiera otra mujer de epi- palabra de que no dará un paso dió que hiciera una declaración rior su lo verdugo: su mis- escrita, Y esa declaración la hi-! pq pd le a de supli- zo al día siguiente, firmándola | «o, No tendrá ningún enemigo con él dos testigos. Uno de esos | exterior, pero de seguro que la testigos scy yo. El otro 23 Ber- | mism cil de” ¡a deprav m de su vida —Ya. Entonces esa declara- ción tine una tremenda fus:»-. legal. Naturalmente, que si Ra- fael quiere va a darles un dis- gusto. Y claro que querrá, por- que, después de todo, ¡a santo de qué va a guargdarles consi- deraciones el muchacho en lo que le han despellejado y despe llejan? Si fuera yo, hasta el úl- timo ochavo. —Yo también supongo que Rafael llevará el asunto a los tribunales. —Por eso te he dicho antes, 1Pancracio, que !!buena la ha he cho don Bernabé Rubio! —'!Claro, hombre! Si era el 'tío de la suerte; si le había 3a- lido la Vifgen al camino... Ima- gínate un hombre que está dis- frutando ilegalmente una tor- tuna y de repente, cuando sale el amo del dinero, en lugar de decirle: 'D'aca amigo: yo estuy enamorado de su hija y lo que quiero es casarme con ella por la posta; de manera que usted me entrega a la muchacha, y lo que buenamente quede el “gato* y nadie s entera del hallazgo del cofre, y yo me largo con mi mujer, y aquí paz y después gloria.” Pero esos Carabanche- les han sido unos torpes, porq se lo han dejado ir de la mano y de sus costumbres ha de ha- cerle amargos sus mayores pla ceres y amarga hasta la satis- facción de sus caprichos.” 'MARIANA —Conque eso es lo que hay. Ahora, vosotros diréis lo que pensáis hacer. El que hablaba era Celedonio todo nervioso y agresivo. Había congregado a Caminito, a Jua- nito, a don Bernabé y a doña Ce ledonia en las Bodegas de Ex- portación que'poseían en las a- fueras del pueblo. Eran como un recreo, con verja y con jardi- nes, y la familia Rubio solía ir a ir a pasar en elals los dias fes tivos del verano, estimulada por la esplendorosa lozanía del florido y fragante huerto y el re confortante frescor de las gran- des naves donde se alineaban las enormes pipas, los gigantes- cos conos, los bocoyes, los aone- les... .Ordinariamente trabaja- ban en ellas muchos operadores entregados al trasiego de vinos, embarque, lavado de ebarrile- ría y demás vasijas, bajo la di- rección de un competente capa- taz. Una de las dependencias du. la bodega era el escritorio don- de, los dias laborales, trabaja- ban los empleados bajo la direc «|ción de Carabanchel Bajo, que era el encargado de Ja sección y ahora el escandalazo va a ser|Comercial, toda vez que el ho- de los que pasen a la historia, |nachón de Juanito había dedica porque Rafaei, puesto a tomar do sus actividades compietas las cosas por la mala, no me [21 campo, a la labor agrícola. parece a mí que es de los que |Con su jaca andaluza o su 'ford' se dejan “entar el jato.” de turismo, vigilaba las huer- —Pues hágase usted cuenta|tas de la casa. Don Bernabé era ¡de que ya está hecha la barba-|la cabeza, llevaba la alta direc- ridad, amigo don José, porque ción de todo y resolvía en últi- Rafael se ha ido a Beimel en [Ma instancia. busca del cariño que aquí no le En pie, junto a la mesita que dan; y el Magistrado y esa ton-|contenía 12 máquiaa de escribir tería de niña que tiene por hija lla frágil figura de Caminito te- me da a mi el corazón que no¡nía un gesto agresivo y hostil. van a decirle “zape!”., como le| —¿Lo que pensamos hacer? han dicho estos potrancos. Que, |—se echó a reir, con risa forza- a fin de cuentas, tampoco po- [da y amarga, Juanito Fachada. dían dar más de sí, y después|—Lo que debemos hacer es lo de todo, harán bien en irse a mismo que “debimos” haber he buscar “a los granujas de su [cho hace unos años, cuando se iguá”, como dice Urbana, el a-|nos vino a las manos ese dine- ma de gobierno de don Ramiro,|ro. La honradez y la verguenza que sea dicho de paso está he-|no tienen más que un camino. cha una energúmeno. Devolverlo todo a Rafael Torres —Pues ¿sabes lo que te digo? ¡Arias. | Que a tu tierra, aunque sea conl —Ni más ni menos —aseveró dermis más fina. —1udo esto es repugnante — murmuró entre dientes. —Calma, calma. Veamos la manera de conciliarlo todo. Hay un medio de no devolver nada., o al menos «ie devolver lo que buenamente queda y todo esto sin que se dé el escándalo ni trascienda ai público absoluta reente nada —insinuó Cel2do- rio. - ¿Cual es es guntó Juanito. —El primero que se me ocu- rrió a mí cuando tuve noticia de que José había cantado de plano. El casamiento de ésta con Rafael Tirres- Arias. —!No lo mande Dios! —aulló ¡la mamá. —Pues a mí no me parece la cosa tan mal...y más ahora, en que las circunstancias..— se latragantó don Bernabé.— Porq' ¡ya ves tú... —'Ya te he dicho antes que te callaras, Bernabé! 'Mira que me estás atacando los nervios! —Pues domínalos, mamá, q' en la presente ocasión no me parece que hagan mucha falta Déjate de escenas y de ridicule- ces. Papá dice bien y Celedonio está en lo cierto. El casamiento de Caminito con Rafael lo solu- cionaba todo. Y, en resumidas cuentas, no veo la razón de que hagas tantos ascos. Vamos a ver,¿qué eres tú? ¿Ni qué más quiere mi hermana q' un buen chico, con su carrera y su ta- lento— porque lo tiene, aunque a ti no te guste oirlo decir— y hasta con un título de marqués que de donde has soñado tú nunca tener un“yerno de la no- bleza, con tanto como te pare- ces tú por las grandezas? Era Juanito, el bonachón de Juanito Fachada, quien habla- ba. Su madre le oía con el mis- mo gesto de una pantera reple- gada sobre sí misma, y presta a saltar sobre él para atropellarle Pero Juanito no se impresiona- ba por estas actitudes maternas demasiado conocidas. Con la mayor calma se encaró con su hermana, apremiándola. —¿Y tú qué dices niña? —¿Yo? Nada, que me dais as co. Eso es. Que mientras era mi felicidad lo que estaba en juego, ininguno de vosotros, ni padre, ni madre, ni hermanos, habéis sido para alzar bandera a mi favor, defendiéndome de las tiranías familiares... ¿Qué os importaba a vosotros mi co- razón?... Eran primero vuestros rencorcillos, vuestras envidias, vuestros egoísmos... ¿Qué yo su fría? ¿Y. a vosotros, qué? Ya me pasaría... eso eran romanti- cismos y novelerías de mucha- cha que no había que tomar en serio. Y a todo esto, ni vosotros, ni ellos (y señalaba implaca- ble al padre anonadado y a la medio? —pre- contra vosotros en ningún sen- tido...por amir a mí. Sucedió entorzes una coya muy humana y fue q' aquellos cuawo espíritus mezquinos, ia- cipares de co: render al an:- plio y generzso espíritu de Pa- fael, tomaron la declaración de Caminito por un cuento chino. —¿Y tú te crees eso? —saltó doña Celedonia. —Mira, Caminito, francamen- te: yo no digo que Rafael no ha ya dicho eso con seriedad en el momento que te lo dijera; pu- ro las cosas cambian y los hom bres mudan y, la verdad, yo no me conformo a vivir con esa es- pada de Damocles suspendida sobre nuestras cabeza3— decla ró seriamente Celedonio. —Claro, porque el mejor día las cosas le vienen torcidas a Rafael y se acuerda Je que tic- ne una fortuna en nuestras ma- nos y Cátate qu» saca el docu- mento cestimontal de un cajón y se presenta en el Juzgado con él —insinuó Juanito.. —Hoy no hay caballeros... — dijo con un gesto de desdén do- fia Cele, —KCree el ladrón... —murmuró con un*mundo de- mordacidad, Caminito. —Eso, únicamente recoplindo €. do. umento y rompiéndolo fs ¡cmo podría seatirse seur... —incicó don Be:mabé—. Y eso, si tú quisieras....o 1 UNA% CUAn- tas coqueterías.... | —'Calla, calla, papá, que no respondo de mí! !Vais a volver- me loca entre todos! Y la pobre muchacha, agota- da ya su resistencia y su con- tención, rompió a llorar amarga mente, como pudiera llorar un creyente, ante la prótanación y el sacrilegio de un altar donde veneraze a su Dios. Este fue el final de la conferencia: un ue- sastroso final no previst» por Celedonio. XXX Pero Celedonio no se dió por vencido por tan poca cosa. !Ah, no! Verdaderamente el que lo subiese creódo así hubiera de- mostrado que no conocía a Ca- abanchel Bajo. Como taribién se hubiese equivocado linda- mente quien supusiera que el honor úáe su familia era lo que pesaha en su ánimo hasta ei punto “e echar a un lado todos sus resentimientos, su odio y su envidia de toda la vida, haa Rafsel 3unes-Arias. Continúa Next Week ASA RESTAURANT Nos vemos obligados a verder un buen negocio, con viviendas de renta baratas. 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