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$ CAMINOS —Me gusta estar sola cuando|propio ni dignidad que he visto me encuentro en un paraje, q'len mi vida. como éste, me habla con lengua, je de belleza....¿Y tú, cómo ha dado la casualidad de que me encuentres? —Porque te buscaba, nena; apenas hemos podido vernos un momento y me siento avaro de este día que voy a pasar cerca de ti. María Luisa -recigió un poco los vuelos de su falda y le hizo sitio junto a ella, en el brocal. Rafael soltó sus manos después de besarlas —tenía el don. de las ternuras exquistas, de las delicadezas suavísimas que tan to gustan a la mujer— y se a- comodó a su lado. Un rayito de sol se filtraba por entre la mag nifica espesura que coronaba la bella cabeza varonil de Rafael Después se quebraba y jugaba sobre sus finas manos, danzan- do con fulgores traviesos en el oro de un anillo que a María Luisa le había llamado ya la 2- tención otras veces: un magnif fico esmalte que representaba un escudo. nibiliario. - —¿Te vuelves a Sevilla? Mañana. . —¿Vas a estar allí todo el verano? —No; Probablemente pediré vacaciones. ¿Y tu? ¿Hasta cuan —¿Pero oye, te ha faltado en algo? —¿Faltarme? —se indignó la” muchacha— ¿Pero tu no te has fijado cómo me mira” ¿Es que no te diste cuenta en Sevilla, en la Plaza de San Francisco, a- quella tarde? -S:— contestó scvamente Ra as. E —-Si su sola mirada gs ya un insulto! Mira, yo no soy coque- ta; no me gusta perder el tiem- po en engañar a nadie ni en oir piropos y requiebros, por finos que sean; pero no seria mujer si una alabanza a lo que ha- beis dado a llamar mi belleza, allá en el fondo. Pues buena: yo he ido por la calle y, !mu- chas veces!, me han piropeado hombres de clase muy humilde . A veces obreros que han sus- pendido un instante su trabaje al verme pasar.... Ya puedes fi- gurarte que el requiebro no ea seguramente ningun modelo de galanura ni de delicadeza; pero con todo, lo he agradecido, la frase podría no ser muy acadé- - mica, pero la intención era hon rada y noble. Si, comprendo, Tú has 'sa- bido ver a través del lenguaje populAr la admiración hacia tu “EL SOL” SEMANARIO POPULAR INDEPENDIENTES o la devoción de coraje, el ver su, 0ue arde > temprano yo ten- Isilueta detrás de una columna, | dr: que aceptar su demana. [mirándome con esos ojos de rep|(: mo podrás comprender, mi I+iL....¿Verdad que tiene una ” |cCicridad se als) en rebeldía co Imirada procaz y un poco hipó-|mo un potro esnulead:, y le con crita, como la de las culebras? |tiste.. no sé 44, pero ap. que ¡Hasta la mamá daba por hecho '0>.. dolem2 Y entonces, La- lel noviazgo, fael....no quisiera acordarme! . —!Será animal! Lo que hace¡En mi vida he odiado a nadie, el tener cuatro cuartos, señor...| pero desde ese día odio a Cele- —Hasta que al fin, el hombre donio Rubio. se arancó el día del cumplea-| María Luisa se había queda- “ños de Lolita, que tuvimos re-|do muy pálida; Rafael, con los lunión en su casa. Por cierto que¡dientes apretados, murmuró va a tu queridísima Caminito la¡cilando: no un poco seria y estirada. Seguramente ha interpretado mal tu amistad conmigo y los dedos se le antojan huéspedes Desbías deshacer el equívoco, Rafael, ¿no te parece? —No te preocupes de ese a- sunto, ya hablaremos después, Dime. —Pues nada; que el hombre ¿se sacó a bailar; que le dije que no, porque era un vals y por nada del mundo me dejo yo que ese tipo me ponga encima pero que ni un dedo...!Es que me repugna, es que no puedo con él, ni verlo!; y que entonces ¿ —Mc querrás decir que se a- trevió a faltarte...supongo... —¿Faitarme? !Yo que sé lo que dijo aquella lengua de ví- bora! No lo recuerdo, ni quiero. De lo único que me acuerdo es del insulto soez en que nos en- volvió juntos a ti y a mí, * en una suposición innoble.... Rafael saltó vivamente, vamente como un tigre. —¿Cómo? ¿Qué es lo que di- jo? Dímelo, María uisa, —No quiero. ——Dímelo. —No. —Bueno: Es igual; le rompe- bra- do vas a estar en Guadaveloz” | hermosura; una admiración pu Seguramente, tu padre te recia|ra y noble, como la que senti- mará pronto. Y me lo explico !mos hacia tolo lo que significa muy bien: el buen señor no se | belleza. encontrará sin tí. E Eso, es; yo sabia que aque- —Pues mira, esta vez se está llos hombres querían honrarme portando de una manera muy!al exteriorizar su entusiasmo. me invitó a pesear mientras du|ré la cara en cuanto me lo tro- rase el vals y como a eso ya no| piece y haré que me lo repita a podía negarme sin descortesía, |mí, No me lo digas. Yo lo sabré hube de colgarme del brazo dede todas maneras. Justamente él, con gana o sin ella. tengo yo con él algunas cuen- Rafael escuchaba a María Luijtas atrasadas y siento unas co- sa*sin pestañear; con una cal-|mezones de palparlo.... Pero te ma aparente que desmentía elfaconsejo que no pienses más en centello de sus bonitos ojos; lo|eso. 2 cierto y verdad era que allá enj| —En él he de pensar aunque su rinconcito de su yo, iba ger-|no quiera, pofque siempre se minando en alsia malsana dejme pone. por delante, fiel a su sacudirle un par de sopapos al|plan. Pero he decidido irme con estúpido de Celedonio. Le irri-|mi padre a Benimel, y me voy, taba de una manera inenarra-)!me voy por no verlo! y no vuel ble el hecho de que semejantefvo a Gudaveloz hasta que se bicho se hubiese sentido audaz!haya casado... y me haya casa- hasta el punto de creerse digno;¡do yo... E de poner los ojos en una criatuj| —!Qué lástima! Tan buen ve ra de la categoría moral de Ma;¡rano como hubiéramos pasado, ría Luisa. Esta continuó sin dar|niña! No te vayas Yo te prome se cuenta de la cólera que ibafto que no se te vuelve a poner socavando el ánimo ordinaria-|por delante, Mira: yo adelan- mente pacífico de Rafael Torres|taré mis vacaciones y me éncar razonable. Me dice que me va- ya cuando quiera. Lo cual sería decirme que no me fuera nunca (porque yo cuando caigo en Guadaveloz echo faíces) si no fuese por... María Luisa se detuvo y un pliegue fosco frució su frente. Rafael la miraba un poco irri- tado e inquieto. —¿Qué te pasa, María Luisa —No se lo he dicho a nadie, pero ese tipo vi a tener la culpa de que yo me vaya mucho an- tes de lo que pensaba — decla- ró con disgusto. —¿Qué tipo? Y se miraron un momento, y se comprendieron a medio mi- rad. Y —¿Carabanchel BaBjo? — si- guió preguntando Rafael. María Luisa asintió con una cabezada- aquiesciente, —Es un pelma; es el hombre más pegajoso y de mnos amor hab > ¿ Borrowing money at the Valley B “a bar, No me ofendían. Celedonio Ru- bio, en cambio, con sólo mirar- me, me crispa los nervios, me subleva, me saca de quicio Todo cuanto proviene de él, me parece ofensivo, .—Pero.... ¿te pretende en re- gla? Y perdona que te haga es- ta pregunta absurda, porque un absurdo es el solo pensamiento de que ese tipo, sinsuoso, arte- ro y ruin, pueda poner los ojos Inada más que ponerlos!, en una criatura como tú. —j¿Pretenderme? ..Tuvo el a- trevimiento de declararse el o- tro día, en cas de Lolita Peña. —¿Cómo? —se sulfuró Rafael —Como te lo digo. Desde que vinimos de Sevilla no me ha de jado ni a sol ni a sombra; un acontecimento por todo el pue- blo. No me podía asomar a un gain — a real, money-saving balcón sin verlo de centinela en la “acera de enfrente, ni po-¡heló la sangre dectary que 3.0' día oir Misa sin que me quitara to Save $8 a year for each $100 you borrow. 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La moral nada más...De- go-de ser tu caballero... —Es jo único que falta para que se confirmen los rumores que él mismo ha esparcido y q' traen tan desasosegada a su se- fiora hermana. —¿Y si se confirman...qué? ¿Te importaría a tí mucho? Por que yo me consideraría en el séptimo cielo! —Ya te he dicho más de una jemos a un lado todo: lo demás.;¡vez que no me gusia el flirt.. —No lo sé; lo cierto es que me dio mied»...y asco. ve:l> tan apasionado Naturalmente, le di je que no, con cierta sequedad ae no fuí aveña de dominar Aquí, María Luisa se de'avo e1 redondo, como si de pronto recoidase que a- esto segu.1 al- gu nuy desarradable, -—¿Y qué? ¿Le sentaria cn- mo un jarro de agua fría, por supuesto? Y 10 habrá dejida en prz..no? € —¿En paz? No conoces tu a Celedonio Rubio y eso que has sido compañero de Colegio. No se descompuso lo más minimo, jy con una seguridad que me —Te juro que estoy hablan- do muy en serio... —protestó fogosamente Rafael. —Para quien te crea, grancí- simo «mariposón: hoy con una, reñana con otra... —¿Qué haría yo para conven certe, María uisa? Escucha: Óóyeme.... A y Tremolaba en el aire ela apa- sionada ternura de unas mara- villosos palabras que, aun an- tey d ser dichas, hicieron palide cer de ventura la hermosa mu- chacha a quien debían ir diri- gidas; pero las palabras mági- cas no fueron pronunciadas por los labios tembloross del poeta y María uisa, extrañada de tan ank's low personal loan rate is bargain == because it.costs only largo silencio, abrió lentamen- te los ojos con expresión inte- rrigativa. Entonces vio-que el encanto estaba roto por la pre- sencia de un tercero. Y este ter- cero que avanzaba entre log brotes de la álamos y las fron- das de las adelfas con paso cau teloso y prudente, no era otro que el fiel Bernardo. María Luisa se alborotó pen- sando si habría traído el correo alguna mala noticia de su pa- dre, que Bernardo venía a co- “nunicarle,.. —'Bernardo! ¿Qué es esto? ¿Cómo estás aquí? ¿Pasa algo? ?Ha habido alguna noticia de papá? —!Pare, pare usté la burra, niña! Pue no se alborota usté poco pronto. Ni sabemo ná nue ¡vo endeje ayer der señó Magis- trao, n ime trae acá dengún a- ¡sunto que a usté le toque de cerca. Vengo en busca de don Rafae!.... Un poco contrariado, el mozo bajó del cielo a la tierra. —¿En busca mía? —Sí, señó. Verá su mercé. Es- ta mañana sali pa Tumbalejo a echar una cataíta a la gente, que ya jacía sus dos semanas que no había estao, y aluego, dije, digo...vi a ve cóco sigue /|el pobre de Tío José, el de las Diez Casas; el suegro de Gra- vié, el de Rozalejo. —Ya. —Como usté deb sabé, está el hombre ru malamente cop una úrsula der vientre; yo, la verdá siempre le tuve una miaja de querencia, y eso que era más rensaba cejar en su empeño 7 Morey + WHEN YOU BORROW MONEY apply for a Valley asunto der clero teníamos ca trocamondana que aluego está- bamos rabistiraos su guen me- dio año. Asín es que me fuí pa las Diez Casas y me encontré al pobre Tío José mu malito. —'Caramba, pues lo siento! —Mu malito, don Rafaé. !Con verde que un apio y en tocá alj - sá ds e icirle a usté que se ha confesao ayer tarde, se lo digo u usté to! 'No se ha de haber visto el hom bre mu perdió pa determinarse a llamá a un cura! Gueno y pa reasumí, porque er tiempo ur- ge: que me hechí a llorá en cuantito que me vio y que me pidió por Dio y por la Virgen q' fuera a buscarle a usté asín fuá menesté traerlo a Sevilla. —¿Buscarme a mí?— pregun tó estupefacto Rafael. —¿Y qué tiene que ver ese buen hombre conmigo? —Argo tendrá -que ver cuan- do lo llama a usté en las an- sias de la muerte, —Pero hombre no me explico —Ni yo tampoco, señorito don Rafaé...; aunque pa decí verdá vengo barrenando por el cami- no y pa paece que vol viendo una miaja claro. Rafael sobre María Luisa una mirada nostálgica. !'Adios su bella charla matizada de ter- nura y de ilusión! Y se levantó Ide junto a la muchacha dicien do con evidente preocupación a Bernardo: —Bueno; puesc vámonos pa- lústed a pie? —SI señó; como está taon cer ca. —Pues ahora vamos a coger un auto de los dos o tres que hemos traído. o mismo conduci- 'ré.... Supongo que estaremos de regreso a la hora de comer... —Pa jablá lo que se necesite, no me quié parecé a mí que se necesiten muchas horas. —Pues andando. —Adios, María Luisa. Sigue soñando bajo la fronda...yo voy en busca del dolor... Guárdame un sitio a tu lado en la comida, no te comprometas con nadie. —Bueno, descuida. María Luisa también parece un: poco contrariada al quedar- se sola en aquel paraje mágico y abrupto, selvático y grandio- so, sabe las claras aguas del re manso, frente al panorama de la sierra magnífica y augusta... CAPITULO X | El cobre de don Nuño Í ¡Conciencia nunca dormida, | mudo y pertinaz testigo, que no dejas sin castigo ningún crimen en la. vidal La ley “alla. el mundo olvida, mas, ¿quién sacude tu yugo? NUNEZ DE ARCE El ventanuco está abierto pa- ra que se ventile la menguada estancia. En la cama limpia, cubierta por colcha de inmacu- Jada blancura, la figura yacen te de José sem.,1 una estatua de mármol blanco esculpida so bre un panteón. Todo en él ha- Ce presintir la muerte que se a- cerca. La rigidez de sus miem- bros, el frío de sus manos, que han estrechado trabajosamente la diestra señoril de Patael To- rres-Arias, la esquelética dema ración del cuerpo consumido, el jadeo fatigoso.... Sólo en los o- jos, abiertos y encendidos como dos brasa, se ha concentrado la poca vida que queda en es- te cuerpo inmóvil . Cuando Bernardo ha querido salir dejándolos sólos, José se; ha opuesto, ordenando con un autoritario movimiento de su mano esquelética, semejante a una garra, que permanezca en el aposento. t —No te vayas—murmura con lvoz débil, que brota de su gar- “ganta. por prodigio de su volun- tad— Estate aquí. Es semenes- té que tú también oigas lo que tengo que icirle al señó. —No se fatigue usté, José. No me lo perdonaría nunca. Hable sin prisa y dígame con toda con fianza en qué puedo servirle, — insinuó Rafael, amablemente. —¿En qué me ha de serví, us té hermanito de mi alma, sino en abrirme las puertas de la gloria, que si usté no me perdo- na están cerca pa má con tres guertas de llave? —Nolo comprendo, amigo. ¿Perdonarlo yo a usted? No re- cuerdo que me haya ofendido en nada —Pos, gueno: óigame su mer cé y alospué hablaremos. Misté señorito de mi alma; yo he sido titita mi vida un pobre. Como pobre no me ha dado verguen- za de trabajar en lo que haiga salío, aunque pa deci verdá, mi verdadero oficio era el de la- braó.... Amo al asunto. El año del pedrisco, que usté no pué re cordá, porque aun no había na cido, yo llevaba en arriendo una finca de huerta de un señó de la capital, quió decí de Guer va. El pedrisco me dejó en la caye, como a otros muchos. En- tonces, me se vino la idea de dirme a- Orán, ande yo tenía un cufñiao, que había emprendio negocios que vimos y allí que me estuve mis cuantos años co miendo y viviendo, que es bas- tante, porque el que nace pa ochavo no yega a cuarto y mi ra las Diez Casas. ¿Ha venido, sino, por la visto, no era el de sé miyonario. En esto, mi mujé¡ escomenzó ¡a cansarse de bregá con los franchutes, los moros y los judios y un guen día nos embarcamos pa España con ti tita la patulea de los chiquiyos, que eran seis, sólo que alospué, el año de la escarlata me se murieron cuatro. Angelitos ar cielo. No saben eyos lo fácil- mente que han ganao la gloria ¿“Dónde irá a parar este hom bre?”, se decía Rafael. —En esto, me encontré ar ye- gá ar pueblo, con que don Ber nabé Rubio se había venio de Seviya empués de vendé la fon do de doña Flora Canseco y la tienda de los ultramarinos, y q' buscaba un criao de confianza que entendiera algo del negocio de los vinos. Me encomendaron a e y me tomó el hombre.... Y aquí comienza la historia. Descansó un momento, como si le costar mucho la confesión que iba a hacer. —Don Berrabé Rubio compró | la casa que fue de sus aguelos de usté, señorito, la casa de los marqueses de Oraluce. —SÍ; esa es una cosa que to- ¡do el mundo sabe bien y que no tiene nada de particular. —Gueno; el Conde y su tío de usté, don Ramiro, vendieron la casa, pero no debió de en- trá en su ánimo el vendé. que había entro. | —Creo que no. El mobilario ; y todo lo demás está guardado en cas de mi tío, el conde de | Guadaveloz, que es mi tutor, hasta que yo lo necesite. —Escuche usté, señorito. ¿Y verdá que entremedio de esos muebles no está un baú de maera negra, con cerraúas y visagras dorás? —¿A ver...?. No, creo que no. —Oigamusté. ¿Nunca ha oío usté decí que cuando vinieron los franceses, el marqué don Nuño metió titita su fortuna y sus alahjas y sus documentos y gueno, todas las cosas de inte-| rés entro de un cofre pa salir juyendo de aquelols herejes? —Si, muchas veces; ya la creo —¿Y tu, Bernanio?- —También yo, Tío José,. —¿Noverdá que titito er mun do cree que el Marqué no se púo yevá er baú, porque los condenados franchutes no le dieron tiempo, y que se tuvo q' Viernes 16 de Diciembre de 1949. —se echó a reir Rafael, con una risa linea de ironía. —Por argo subió mi hombre tan aprisa...—murmuró Bernar- do.— Pensaría que robar libros gatos y flores no es pecao. Ya, ya se lo maliciaba la gente. !Bo nito es el público! Primero que los pollos se la peguen a los re COVerOS..... —Oiga usted, tio José. ¿Por qué al cabo de tantos años, ha faltado usted al juramento que hizo de guardar silencio? —Porque cuando va uno a morise las cosas se piensan me- jor y jast.. se ven de otra mane ra. ¿Esta usté? Y yo yamé a un padre cura pa confesarme; y me confesé, sí, señó, me confe- sé; y estoy satisfecho de haber me puesto bien con Dió...y... gueno, que el padre cura, cuan do 1 conté titito lo que acabo de cirle, me dijo, dice: Po, misté, hermanito yo no pueo perdonar le a usté si usté no me da pala . bra no solo de degolverle a ese señó (quería decí a usté) las tres mil pesetas, sino también escribirle quién es la persona que tiene agora aqueya heren- cia, pa que er señorito reclame si lo quiere. Y yo que usté, se- fioorito, vaya que sí la reclama ba, porque no vaya su mrrcé a figurarse que es un. grano de anis, que los carriles de peluco- nas tenían esta alzá y estaban mu apretatios. Y poncima iban “esparramaos los collares, las a: jarcos, las pendientes... !contra! que hasta jace mu poquito tiem- po entavía yevaba unos mu retrepreciosos doña Celedonia, que yo los conocería entre mil, porque fue lo primerito que se mevino a 10s ojos al abrí el co- fre. Esos pendientes y un aniyo. —¿Como este? —preguntó Rafael, con un súbito impulso, poniéndole sum ano bien cuida da delante de los ojos para mos trarle el sello de esmalte. Cuando lo vio, tuvo el enfer- mo un estremecimiento. Cente- learon sus apagadas pupilas, dando súbita sensación de vida a los que lc acompañaban y, cogiéndo la imuno de Rafael, miró ahincudarente el blasón esmaltado con el lobo, la torre y el hombre rojo. —Tranquilícese, José, que no es el mismo. Es otro enteramen te igual heredado de mi madre. Ambos debieron ser fabricados di corriendo a todo correr deján por el mismo joyero. Y ahora,. doselo en su palacio y que 'alos óigame, usted, José, y dígame pués entraron los franceses y selja verdad, por lo que más quie- jallaron el, gato? Al menos eso se cree, porque los Oraluce vi- nieron der destierro más pobres que una rata y pobres han se- guío estando. —Desde luego, sí. Los france- ses debieron apoderarse del baúl y con él todo su contenido —Po está su mercé mu equi- vocao. —¿Eh? —¿Cómo? 4 —Porque el baú, enterito y sin ser tocao de manos, fue en- ra. ¿Sabe alguien, en casa de don Bernabé Rub'o, lo 1cl ha- llazgo del care, además ael propio don Bernabé? —¿Como que si la saben? !Po ya lo creo! La primerita, doña Celedonia, que quisía que la hubíav isto, señorito; se echó como una loba encima de las alhajas y escomenzó a meté las manos en ellos y a regolver- las como quien remueve un ¡montón de trigo. Y no había ¡manera de separarla de . junto lcontrao por don Bernabé Rubio..: al cofre. Y alospué.:titita la via |Pa icirlo mejó, fue encontrao por un servidó de usté. —Pero, José.. ¿Usted sabe lo que habla? —Ya lo creo. Como que el se- ñió del Gran Podé ha querio con' servarme la vía pa poerle dect | a usté titito lo que oye. El haú estaba enterrao en er sótano, ¿entiende usté?; a mano iz- quierda bajandc la escalera. A don Bernabé se le ocurrió de jacé allí una fila de depósitos pa poné el aceite y pa adelantí trabajo va y me ice, dijo: Oye, José: mientras vieneen los al-| bañiles, que vendrán pasao ma fiana, tú podrás ir levantando el enlosao jaciendo una soca- vaúra en el jormigón como un parmo. Escomencé mi faena. Ar poco rato, di en jierro. No llamé ni dije a nadie, sino que seguí mi trabajo... Considere su mercé cómo quearía al ver =m- potrao en er suelo un cofre, aun que es malo señalá, de la arzá de la cama. Lo abri de un espi- chazo y entonces, hermanito de mi arma, jice lo que no debia de haber jecho nunca: llamé a don Bernabé. —¿Por qué dice que no debió haberlo llamado? —Porque así se hubía evitan el que se queara con lo que le- gitimamente es de ustí, joven- cito. —Pero bueno, vamos a ver. ¿Por qué crees tu que el cofre encontrado era el que la tradi- ción asegura que dejó en el pa lacio el marqués don Nufñio al escapar de los gabachos? —Porque lo decía en unos pa peles que iban dentro, señorito. Titito era menta' al marqués de Oraluce...Y a don Don Bernabé, alospués de que lo arregistró,! to, se le escapó decirlo. Lo cual! que empués parece que la supo mal y pa jacerme callá me dió tres mil pesetas y me jizo jurú que enjamás nombraría a nai- de el asunto del cofre. —'Caramba con don Bernabé! me acordé, vino la niña, la Ca- minito, qu ya era crecidita, co- mo que elo fue la que miró los papeles sin jacé caso pa na der dinero ni de las alhajas. Lo pri merito que jizo leer de cabo: a rabo“una escritura, no crea us- té: que iba firmá por-un rey mu antiquísimo; y allí decía to ditos los señoríos que se le da- ban al marqué de Oraluce... !Dió sabe qué marqué sería, por que aquello debía de se mu ve- jísimo, hermanito. —El primero, probablemente, José. Tal vez don Alvaro Hurta do de Mendoza... —Eso asín creo qu dijo la ni- fia. Y empués, el arma mía, se regorvió a mirá a su padre y le dijo... aun me paree que la estí oyendo: como que era la vaz de nuestra concencia, que jablaba por ella: “Oye, papá, tito esto no es nuestro y aquí dice de quién es. Busca el amo y deguélves-»lo, que el que se encuentra una cosa y la retie- ne, sabiendo de quién es, pera contra el séptimo mandamicn.- to”. Pero na; no huba tutia. El mocete Celedonio la miró con los ojos de fiera y le echaron pa arriba con mu malos moos y se jicieron amos der grato. De ar- gún lao tenía que salí er postín “que gastan. Asín es señorito de mi alma, que como yo ví a pre sentarme mu pronto delante de Dió y dicen que allá se juntan cahijo con su padre y ca duro con su amo yo no quio entra en el juiico con ná que no sea mío en la barciquera. ¿Y sabe usté lo que he hecho? Bernardo lo sabe. Con aquellas pesetas compré unas tierras,.. Po he ven dido las tierras y aquí ié su mercé los doce mil reale y per- dóneme usté que los haiga dis- frutao tanto tiempo.... Asín ago- ra, el padre cura me traerá el Viártico, yal menos no me iré al otro mundo como se van les perros. a