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Página 4. a Por Rafaél Perez y Perez En centinela que custodiaba la llamada puerta de los Reyes en el famoso castillo abadía de Loarre, se. sobresaltó al ver de pronto la gentil y casi vaporo- sa figura de la doncella surgir como una visión del fondo en sombras de aquella galería que, al llegar a la mitad de la torre cuadrada — en donde está a- bierta la. puerta - — cambiaba de dirección en áugulo recto pa- ra terminar en otro arco que da- ba entrada al patio. del recinto. . Era en el mes de diciembre cuando los atardecores son som- bríos y la noche sucede al día, bruscamente, casi sin la transi- ción del crepúsculo; y si-la mu- chacha no hubiese llevado una. larga capa blanca que al desta- oncella de Loarre para el que tiene en paz con Dios su conciencia y lleva en el alma buenas intensiones. —Eso sí— se conformó el hom bre. — Tú, Arnaldo, baja al puente— agregó decidido. ?Para qué oponerse al deseo de Blanca? Ya sabía por expe- riencia que era inútil. Si él no ordenaba que bajasen el puen- te, ella se descolgaría con una escala desde cualquiera almena o se escaparía por la poterna mientras sus reverencias reza- ban vísperas fervorosamente en el coro. No sería la primera vez. Chirriaron las cadenas del puente, estridentes y ásperas. Después, las fuertes tablas ca- yeron sobre el foso en cuyo fon do las aguas de un riachuelo desviado de su cauce corrían “EL SOL” SEMANARIO POPULAR INDEPENDIENTE estaba al cuidado de la madre Catalina, que era quien reem- plazaba a la“ “Abadesa' en sus ausencias. EA Arnaldo, que era jovén y cu- rioso, sentía la comezón de sa. ber. Era la rapaza: muy bonita y su pasado parecía un espacio en blanco encerrádo entre dos interrogaciones. Nadie en el castíllo pudo decir jamás de dónde había. salido lá niña, ni cómo había aparecido en Loa- rre para consumirse entre las monjas que rezaban dentro de la monumental fábrica del cas- tillo —abadía de los Lunas. —Siempre estuvo en Loarre?- preguntó insidioso. Evadió Ramón la pregunta, lleno de recelo. —?No la viste tú siempre sierto solitario no es de esperar que lleguen galanes caballeros a conquistarlaa ni románticos trovadores a hablarle de amo, ríos. ¡Pobrecilla! Y parece un pá jaro cantarín! ¡Voto va,que la alegría se le escapa por las ve nas y que es un pecado mortal dejar que esa vida se consuma en lugar tan desierto como és- te! ?Es que por ventura ha pen sado nuestra señora hacerla monja? —No lo creo. De otra manera la criara, si así fuera, y más tirara de la cuerda si hubiera de vestir los sagrados hábitos, Más paréceme, Arnaldo, que te preocupa la doncella harto más de la cuenta y que al cabo, ni tú ni yo habemos el derecho ¡de - meternos en lo que a ella Mejor será que carse del pardo oscuro de los lamiendo la dura mole de gra- sillares de la recia fábrica deli-|nito sobre la cual un audaz ar- neaba por contraste su silueta,¿tífice emplazó el castillo. Y la seguramente hubiera pasado |frágil silueta cruzó rápidamen- inadvertida ante los ojos algo te como una ráfaga impoluta cansados del guardián. «Seguía- | para perderse en loca carrera la un enorme perro de los piri- | abajo, entre el espeso jaral ás- aquí? ¡concierne. —Yo soy nuevo en el castillo limpies tus armas y dejes de Ramón. Cuando vine, era una hablarme, no vaya a venir la rapaza muy crecida; pero cuen-' ronda de relevo— que «no debe tan ...— gruñó Ramón. tardar— y me encuentren por ——uéntalo el demandadero, ¡culpa tuya faltando a mi obli- que es un buen hombre— se gación— sermoneó el prudente, neos cuyos formidables colmi- llos y talante feroz fueran'bas- tante a servir de resguardo a la muchacha si hubiera alguien osado a molestarla; cosa increí- ble, porque era Blanca —la don- cella de Loarre como general- mente se la llamaba— la provi- dencia misericordiosa que aten- día a remediar todas las cala- midades de los menesterosos del contorfo, por lo cual era uni versalmente respetada y inten- samente querida por los agrade cidos vasallos de la recia aba- desa de Trasovares, señora del feudo. —A la paz de Dios, Ramón— saludó alegremente, al pasar, rozando con su mano alada el duro guantelete del centinela, en caricia amistosa. —?Dónde va:mi señora tan a deshora?— $e inquietó el hom- pero y agreste que ponía notas selváticas en el autero paisaje pirenaico. Un instante después, la vocecita vibrante y cristalina de la doncella, estremeció el si-, lencio profundo de las abruptas soledades con las notas alegres de una canción coreada por. los ladridos jubilosos de su perro, tan ansioso como ella de liber- tad. Arnaldo volvió a alzar el puente levadizo., mientras co- mentaba: —Ya no volverás hasta Jas ánimas. En Dios y en la mía que no comprendo como nues- tra señora, la Abadesa, le con- siente a esta rapaza que campe a su antojo por montes y pra- dos talmante como si en lugar de una doncella honesta fuese un paje avispado. ?Tú viste en tus días cosa semejante, Ra- mon? bre al par que una sonrisa dis- disculpó Arnaldo. ?Y qué cuenta el demanda- dero. . .?— preguntó con aspe- reza el guardián. —Dice que la niña amaneció en un canasto a la puerta de la ermita de Santa Agueda y que el ermitaño —que por ser viudo y solo no se atrevió a encargar- se de ella— la trajo a Loarre donde se hizo cargo de la cria- tura nuestra señora doña Vio- lante. :. Ma Un leve suspiro. de alivio hin- chó el vasto pecho del centine- la. Como si se hubiera quitado' un gran peso de “encima, vol- vióse alegremente hacia pal: do. + SS —Así lo oí “contar también— afirmó breye. —?Ya. oiste te Púies, ?que no estabas tú en Loarre hace dieciséis años? Yo pensé que tú eras desde siempre, co- ¡“entinela, | Arnaldo no se atrevió a re- plicar a este réspice y. dejó a; ¡Ramón solo, en la puerta de, los Reyes, mal de su grado y tan comido de curiosidad como an- tes de empalmar la charla. Por lque era la doncella de Loarre un misterio. Advenida a la for- taleza nadie sabía ni cuándo ni por donde. Todos la vieron en su cuna cierta mañana prima- veral, sonriendo como una flor que se abriera bajo la caricia de los rayos del sol que, atra- vesando la polícroma - vidriera, fueron a quebrarse sobre su carita de querubín. Tendría ya; sus cuarenta días. Venía envuel ta en muy ricas ropas y llevaba colgado al cuello, de una finí-. sima cadenita de oro, un anillo donde había un blasón. Como algunos ojos ávidos se destu- vieran en el exámen del mis- o ¿Cuidó de enseñarle el latín, las¡temían por su viril energía in- bellas letras y la historia, el sa bio mosen Berenguer de Castell- nou, Capellán del Monasterio, q' hubo de tener para ella una pas ciencia y una indulgencia pa- ternales, ya que la muchacha, si bien poseía brillante inteli- gencia, era traviesa como ella sola y se distraía con tan con- tinua frecuencia que eso exas- peraba al profesor. Las monjas —cada una de las cuales se sentía poquito madre de la rapaza— pusieron todo su afán en enseñarle todos los primores que eran capaces de salir de sus hábiles dedos y se cuentan que eran muchos, ya que en la sacristía de la iglesia del en la actualidad dormido monasterio, se encontraron mag níficos ornamentos tejidos y-bor dados por las manos de hadas de la comunidad. Una vieja ma dre organista, que había here- dado de su antepasado el trova dor Arnaldo Catalán, música, enseñó a Blanca a ma- néjar los instrumentos que ha bía en el convento y a cantar con aquella voz fresca y ater- ciopelada, que en las grandes ¡fiestas de la comunidad atraía al templo conventual a todos los habitantes del feudo. Jamás “la Abadesa de Trasovares —tan ¡celosa de los privilegios— per- mitió que las manos de Blanca se empleasen én trabajos gro- seros. Servíanla las légas. Dijé- ráse que era un Loarre una princesa que se educaba -al am paro del convento, si en cambio, loña Violenta, no la hubiera (relégado siempre al último pues to en la mesa y en el coro. Todas estas contradicciones constituían inagotable tema de comentarios 'pará la soldadesca y para las madres: comentarios ¡que siempre '“veñían a sesumir se en una sola pregunta, que los años no habían logrado con- testar todavía: —7? Quién es la doncélla de Loarre? : En tanto que los dos soldados »¡Cruzó el río sobre liviano y mo- conocidc : por Tremoletta, el gusto por la, domable pusiera cortapies a sus esplendideces. Esta tarde la visita era para Ana, antigua y leal sirvienta de los Luna, que había estado gravemente enferma durante el otoño y ahora se encontraba en ¡franca convalecencia. Pronto corriendo, cantando, la doncella vible puentecillo de barcas y tras de atravesar anchos dCorros de huertas plantados de coles y forraje, rozó cabe el pueblo, lugar abierto, donde las chime- neas de los hogares .comenza- ¡ban a adornarse con penachos de humo, yéndose a buscar .en. las afueras, escondida en el o- livar, la encalada y alegre cá- sica de Ana. Todo en torno pa- recía reir. La parra doselaba la entrada. Ahora, sarmentosa y pelada; pero en verano era do- sel de un verde deslumbrador ¡cfreciendo dichoso cobijo. Algu- nas flores como crisantemos se mantenían tiesas, como diseca- das, tras el seto de cedros. La- dró un gozque y baló un .cabri- ¡tillo. Empezaba a anochecer. Las monjas estarían entrando en el coro para rezar vísperas. Blanca llamó a la, cerrada puerta de la casica con una piedra, Oyéndose pasos lentos y cansinos y la cascada voz de Ana que, habiendo reconocido a su visitante, acudía a fran- Viernes 9 de Enero de 1948, nunca se sabe nada. Dicen que pasan por el ca- mino hombres de armas. —?Hombres de armas?-— se alarmó la doncella. —Partidas reclutadas para la guerra. Vienen de Francia y de Inglaterra. Don Antón de Luna, el hermano de nuestra señora, la Abadesa, dicen que las re- cluta. .. —Ahora no hay guerra en A- ragón . . . — murmuró Blanca impresionada por la' palabra te rrible. —No quiesiera que dijeseis nada allá arriba, en el castillo. Ya se lo dirán a la Abadesa sus amigos. Pero yo lo sé por mi hijo. —?Basilio? ?No estaba guian do hasta Valencia a unas traji- nantes? —Vino este amanecer. Le pa- garon bién. Era gente rica. ?com prendéis? z —No mucho, a la verdad— murmuró Blanca. —Grandes señores disfraza- dos— añadió Ana, bajando la voz. —Decidme su nombre— rogó la doncella. —El no lo supo Mas se ente- ró de otras cosas, Per el reino se habla. ... Detúvose la mujer. Habiase a- bierto la puerta de entrada en quearle la entrada. —Ya voy. . ya voy. Os conoz- co, doña Blanca . . . ?cómo os atravéis de estar fuera de ca- a estas horas? Descorrióse el cerrojo. Abrió: se. el mezquino postigo y apa- reció encuadrada en su marco la riente figura de la doncella envuelta en su capa blanca, so- focada por la carrera, con los ojos brillantes, las mejillas en- cendidas y el cabello alborota- do... , —Dios te guarde, Ana. —¡El me valga, paloma! De cada día os veo más hermosa. ella se paró un momento la al- ta y fuerte silueta de un mozo que vestía grueso tarbado de la na y calzaba altas botas de cue ro. Descubrióse casi con venera ción ante la doncella de Loarre ly quedó un instante quieto, sin saber si entrar o volver a mar- charse. Blanca rompió el emba- razoso silencio con una frase a- mable. —Bienvenido a Loarre, Basilio. —Dios os guarde señora, y El os pague todo el bien que hicis teis a mi madre. Díjome que la cuidasteis como un ángel que ¡sois— dijo el mozo con temblor de emoción en su voz. —No me adules. Hice lo que ipude. No fué mucho, no creas. tendía su boca hundida entre la pelambre de barbas y bigotes e iluminaba la dura fisonomía encuadrada por el capacete de acero. AR —A correr por el campo. Me dueleh las piernas y la cabeza de estar todo el día pegada a' las:sayas de las monjas, rezan- do salmos y bordando corpora-. les. Es mi hora, Ramón, y la aprovecho. —Mala hora. . .— rezongó el viejo moviendo pesimista su pe- sada cabeza. Bajo la blanca capucha de su capa, se afitaron en nervioso —¡Bah! Yo vi mucho en mis años, Arnaldo. Ya soy viejo. . . +Pero, ¡voto a cribas!, que nuestra señora parece -haber perdido el tino de algún tiem- po a esta parte con la rapaza. Bién está que la cuide como a una infanta de Castilla; pero que le consienta todos los an- tojos, más paréceme falta de celo y de interés que amor por ella, ?no crees? —Yo no creo más, sino que nuestra señora, la Abadesa, an- da harto ocupada en,sus nego- cios de política para ocuparse de las idas y venidas de Blan- revuelo al vivo movimiento de|ca. Y la rapaza se aprovecha mo yo, fiel vasallo de los Lu, NAS —Claro está que lo soy, .Ar- naldo; pero en - aquellos días acompañaba con otros muchos servidores de la Abadesa, a las mosnadas de su. hermano D. An doña Violante de Luna, quitólo del cuello de:la niña y nadie jamás tornó a verle ni se supo qué había hecho de aquel pre- cioso anillo. Las monjas, curio- 'sas y desocupadas, forjaron pin- su lintada cabecita, las guede- Ipara entrar y salir a su placer. jas rizadas de la áurea cabelle- Vaya por el tiempo que pasó ra “de Blanca, la doncella de [encerrada —en otras épocas, «Loarre. Y su vocecita tuvo un|cuando Doña Violante, nuestra matiz grave y serio al afirmar: |señora, viajaba con su herma- —Todas' las horas son buenas|no D. Antón de Luna— y ella tón de Luna. Había guerra en Sicilia. Poca cosa; pero fuimos. Y cuando volví al castillo, su nodriza. ¡Cuántas veces tú- vela en mis brazos! ¡Cuántas veces besó estas mejillas arruga das! Dios la bendiga. Haga el Señor que sea muy dichosa. —Amén. Más paréceme, Ra- món, que escasa felicidad pue- de aguardar a una doncella en este monasterio donde no hay más que monjas que rezan y soldados que juran. Y á este de- MARCH. OF DIMES la: ¡criatura tenía ya dos años y ¡empezaba a soltarse a andar en 'el patio de armas vigilada por torescas novelas a “propósito de la pequeña; pero ninguna de estas historias se vió jamás con firmada, ningún destello de luz irradió sobre aquella existencia infantil que se fué desarrollan- do en la quietud del claustro, en el ambiente duro, áspero y árido de las soledades de aquel reció paisaje donde la más sal- vaje naturaleza puso su nota bravía. Si alguien pudo pensar que la Abadesa —mujer dura, recia y áspera como el paisaje— obe decía a impulsos de caridad; al educar a la huérfana, no fueron precisamente quienes la “cono- cían bién, pues en lugar de la sencilla educación que corres- pondía a una niña recogida: del arroyo, sin padres conocidos y sin * más porvenir que el trába- jo como único medio de ganarse el pan algún día, Blanca fué educada como una princesa. (de seguridad 1845 E. Washingtón St. $1. 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SALES SERVICE RADIO RECORD CHANGERS ACE RADIO TELEVISION SERVICE Todo Trabajo Garantizado mo, la Abadesa de Trasovares, discutían, Blanca y su perro de, jaban tras ellos los ásperos ja- rales del cerro, cruzaban el ca-: mino de herradura que seguían con claros intervalos de días in terminables, trajinantes, 'ros o -mesnadas, cuando no gita eran "muy frecuentadas. las so- litarias rutas, de Loarre— y se internaban a campo traviesa por el secano: plantado de viñe- dos, olivos y espesos bosques “de robles y encinas. El invierno había despojado completamente a veñidos y robles de su frondo- sa vestimenta, apareciendo co- mo esqueletos sobre el adusto fondo de jaral que coronaba la inmensa mole de la fortaleza. Er cambio, olivós y encinas conservaban su perenne ramaje aunque los primeros, con las primeras heladas habían toma- do un tinte ceniciento. Bajo: su amplia capa llevaba | Blanca repleto canastillo de: go losinas y pasteles. Rara -era la vez. que- la. doncella -salía del castillo con las manos vacías. Socorría con magnanimidad, sin que la dusta y seca Abadesa | |—=a quien todos respetaban y SE INSTALAN VIDRIOS DE CARRO o de los otros) Se a las Puertas, Cerradurás, Canalitos y * Reguladores, etc. — FLANDERS' GLASS SHOP Se habla Ea Phoenix, Arizona CUPON — $1 EXPERTOS AUTOMATIC “RECORDS” Llamen a 4-2280 ' Phoenix, Arizona Ved que no deberais alejaros | Y ahora he venido a traerle es- arrie- | nos. o frailes mendicantes —M0 | cha. del monasterio a horas tales. A-; “nochese y sois harto -codiciable , para no temer. .. —?Qué he de temer?— atajó con adorable candor la mucha- —Hay gitanos por toda la sie rra de Loarre y, ?no sabéis? —?Saber? En el monasterio | RADIOS AU AHORA SE EN «tas golosinas para ver si se . le despierta el apetito. Cuando lle gaste hablabamos. . . de lo que has oído en tu viaje. Debe estar el reino en movimiento, según dice tu madre. En. el castillo ¡vivimos sin saber nada de na- da. ?Qué pasa por el mundo Basilio? Continuará la semana entrante AL AREA TOMATICOS Aula PRecertose RADIO e CUENTRAN en EL SOL |[VICTROLAS AUTOMATICAS a muy bajo costo. Búsquenlas en | EL SOL No olviden: 62 al S. de la Calle' Vebcero, dl las Calles Washington y Jefferson