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Página 3 -—_——“—————— AAA Hambre y la Cólera, y des- pués, poco a poco, con cier- Viernes, 20 de Agosto de 1942 BISEMANARIO POPULAR INDEPENDIENTE o P ma. Í ¡Yamantaca! ¡Yamantaca! ojos mortales. Me propuse mantenerme durante toda la ¡Yo Vi Al Rey + Del Infierno! tibetano, penetré con el Vie- tibeta no, penetré con el' Vie jo Sherap en la selva sagra da de Radija Gomba. Mi a- compañante estaba aterrori- zado. Si me descubrían, sus cofrades brujos nos matarían a los dos. Si nos encontramos en un apuro, le prometí, juraré no haberte visto jamás. Poníase ya el sol cuando llegamos a un claro de la sel va, en donde estaban senta- dos en coro unos echiceros. Guardaban profundo silencio, interrumpido de trecho en trecho por débil cuchicheo. Tomamos asiento de la ma- nera más disimulada y dis- creta que pudimos. Apenas si dirigieron una ojeada indife rente hacia nosotros. Mi vie- jo amigo suspiró ya tranqui lo. Me puse a observar al he chicero que se hallaba a mi izquierda. Tenía la cara fea y desaseada. Los largos ca- bellos negros enrroscados co mo tirabuzones pareción un nido ideal para cuanto bicho reptante hay en el mundo. Clavaba en el espacio, como en éxtasis, los ojos, negros como el carbón. : El y sus compañeros practicaban el boenismo, sec ta pagana anterior al budis mo en el Tibet. Así como los lama del budismo sirven de mediadores entre los cre- yentes y las deidades benig- nas, los nukhwas del boenis- mo interponen su valimiento cerca de las potencias del mal. Y lo que yo había ido a presenciar allí, era, preci- samente, la materialización de esos espíritus malignos. Entre los árboles empezó a soplar el viento del crepúsu lo, presagiando la temible lle gada de los seres maléficos que aguardábamos, y que yo, el escéptico de la partida, es taba seguro de que no ven- drían. Entonces, porun claro del bosque apareció un hombre de elevada estatura e impo- *nente traza, que se subió a un gran peñasco. Era Drukh Shim, el Gran Brujo. A sus ojos escudriñadores y pene- trantes no escapaba nada de cuanto había en su derredor. A su derecha, sobre la pie- dra, había un fémur huma- no. A su izquierda una ca- lavera .Transcurrieron unos minutos de absoluto silencio. La penumbra avanzaba. En- tonces, los hechiceros, como a una señal, aunque no ví _dar ninguna, empezaron a Ímoverse hacia adelante y ha cia atrás, repitiendo tres ve ces en- un tono grave esta palabra: ¡YaYmantaca! ¡Ya- mantaca! Así llamaron, para que a- apreciese primero, al Rey del Infierno, ¡el propio Yama! A la tercera vez, el Gran Brujo se llevó el fémur a los labios. Era una trompa y sus notas solemnes retumbaron | luctuosamente por el bosque. Después se llevó a los labios la calavera, que le servía -de cáliz para sus libaciones. El Viejo Sherap me había ins- truído ya sobre todo aquello y comprendí el simbolismo de aquella manera pausada y ceremoniosa de beber. En otros tiempos habían celebra do sacrificios humanos, y lo que el Gran Brujo estaba bebiendo ahora era sangre humana. A El Gran Brujo volvió la calavera a su. sitio. Los he- chiceros reanudaron su can- to: ¡Yamantaca! ¡Yamanta- ca! Inclinaron la cabeza. Yo también la incliné, pero ob- servando al grupo con el ra- billo de lojo, en guardia pa- ra sorprender cualquier tram pa o superchería. Preguntá bame yo, a la vez, cómo se las arreglarían para el em- beleco. Por supuesto, yo no creía en demonio ni diablos. Y menos aún creía en que pudieran hacerse visibles a ceremonia en mi actitud ob-! jetiva de indagación científi ca. Otra vez sonó la trompa del fémur. Drukh Shim tor- nó a beber. Más aprisa vol- vieron a balancearse los he- chiceros repitiendo: “Yaman taca! ¡Yamantaca! Mecíiame y aullaba yo con ellos. Y algo se infiltró en mi interior, algo empezó a correrme por la sangre. No sé lo que era ese algo, pero sentía su presencia y su efec to, y principió a desvanecer- se poco a poco mi íncreduli- dad. Al darme cuenta de a- quella peligrosa suplantación de mi propio, verdadero, ser, se levantó en mí una voz de rebeldía. No: yo no podía, no quería dejarme hipnotizar hasta el punto de llegar a ver lo que la razón me decía y probable que no existía. Sabía que podía ser hipno tizado. Y pensé que el hip- notismo sería tal vez la-clave de lo que iba a ocurrir en la selva sagrada. Pero ¿qué cla se de hipnotismo? ¿El hipno- tismo colectivo? ¿Ibamos a ver cosas creadas en la men te de otro? O, bajo los: efec- tos de la autosugestión, ¿íba- mos a crear en nuestro pro pio cerebro lo que queríamos ver? _Levantóse, en esto, un sor do y monótono murmullo. de voces que se lamentaban con el diapasón más profundo, y me dije para mis adentros: ¿Puede conceberse modo más apropiado de empezar, sí es que quieren hipnotizar a al- guien? ¿Y qué sé yo si el te- mor que el Viejo Sherap mos traba de llevarme allí, no era sino un engaño, y si lo que se proponen los hechiceros no es hipnotizarme para que, al salir de allí, vaya por el mundo haciéndome lenguas de aquellos prodigios? Continuaba la monótona salmodia. Seguían, dobladas las cabezas. Iba sintiéndose uno invadido por extraña languidez. Pero yo setaba re suelto a no dejarme enga- far. ¡Bah! Aquello era puro hipnotismo. Y de la especie más sencilla y boba. Entonces pensé que tal vez no estuviera yo jugando lim pio. ¿Cómo iba a penetrar el sentido de aquel rito fantas- mal si me negaba a “verlo, y a oírlo y a tratar de compren derlo? Y si hay , ¿qué de particular tnedrá que acudieran, con ser cor- poral, a una evocación? ¿Quién era yo para decir que los tibetanos no sabían lo que se traín entre manos? Me estremecí, miré a mi alrededor lleno de curiosidad y expectación. En aquella selva sagrada del Tibet era indudable que estaba a pun- to de ocurrir algo enteramen te desconocido para mí. Sen tí que unas manos invisibles empezaban a sujetarme con- tra mi voluntad. Intenté sacu dirme aquella sensación. Lo que hay en mí de hombre de ciencia me reclamaba impe- riosamente una explicación. Dirigí una mirada al Gran Brujo, encaramado allí en su peñasco. Temerosa figura ro deada de sagrado halo. Me hice cargo de que se empe- ñaba en dominarme a mí y a todos los demás. Resisti. Dábame yo cuenta de que és tábamos librando una bata- lla. Tal parecía que nuestros espíritus, desprendiéndose de nuestros cuerpos, se hubie- ran trasladado al centro del claro y sostuvieran allí recia lucha por el equilibrio del poder entre nosotros. Hice un intenso esfuerzo de con- centración para rechazar la voluntad del Jerarca. Luché con todas mis fuerzas; pero no puede evitar que las ideas empezara como a esfumár- seme. El monótono murmu- llo de los nukhwas, iba subien do en continuo, fragoroso crescendo que me heló la san gre, me asordó la mente, se me entró hasta la raíz del al- demonios, | El coro de hechiceros co- menzó a balancearse ahora suavamente de izquierda a derecha y viceversa. La sal- modia iba subiendo de tono. Empecé a pensar en todo lo que me había dicho el Vie jo Sherap que veía yo allí: Yuma, el Rey de los Infier- nos, y sus satélites, los dia- blos. Fijé la vista en el lugar por donde debían de apare- cer los demonios esforzándo- me en ver algo allí donde la razón me decía que no había nada. No sé lo que mi máquina fotográfica hubiese registra- do. Sólo sé lo que creí ver entonces. Yama, el Rey del Infierno, iba apareciendo po co a poco. No surgió de en: tre los árboles. No era un gundo antes no estaba allí en aquel sitio vacío. De re- pente empezó a tomar for- ma y a crecer ante mis pro- pios ojos. Todos los hechiceros lo vieron al mismo tiempo. Su canto se hizo cada vez más ronco y desaforado. Aquello no era un sueño. A nuestro alrededor, y detrás del Gran Brujo, veía. yo, y distinguía claramente, los pinos y los álamos. Me puse a estudiar atentamente las caras de los hechiceros. Me fijé especial- mente en el Viejo Sherap que estaba a mi lado con su lar- go pelo enrroscado en la ca- beza como una serpiente. Yama acudía a nustra invo- cación. Con tanto fervor co mo los demás, yo repetía ¡Ya mantaca! con la voz más gra ve que me era dable. Fueron sus brillantes ojos saltones lo primero que ví. Desde la altura en que se hallarían en un hombre de estatura corriente, nos mira ban, llenos de malignidad. Flotaba a ambos lados de los ojos una extraña niebla que empezó a tomar forma cor- pórea, hasta que quedaron plasmados y a la vista los treinta y cuatro brazos de Yama, cada uno con treinta y Cautro manos que blan- dían instrumentos de destruc ción. La cabeza central se per- filó alrededor de los ojos. Fueron apareciendo luego o- “tras cabezas hasta nueve, en- vueltas en llamas transparen tes y azuladas que parpadea ban y brillaban sin cesar. Después aparecieron los hombros en los que llevaba colgadas guirnaldas de cala- veras que, al menor movi- miento, entrechocaban produ ciendo un horrible sonido, Me eché a temblar, Apar- té los ojos de aquella espan table visión. Cuando volví a mirar, creí que Yama ya no estaría allí, Pero allí estaba mirándome fijamente con sus ojos saltones. Sus labios, a- hora visibles, eran enormes mo los colmillos de un animal nunca visto. Pero la aparición de Ya- ma, más difícil de conseguir, fué sólo el preludio. Después y sin gran esfuerzo, se pre- sentaron los diablos menores. Reconocí al demonio de la Lujuria, a quien el Viejo Sherap llama Nguh Nukh. Era un diablo retorcido cu-| yas contorsiones obscenas re! medaban las del hombre y la mujer en el combate amo :roso. Bailó delante de noso- tros. Nos dió del amor una estampa lasciva, horrible. Apareció después el domo- ¡nio del Hambre a quien se le podían contar los huesos. Siguió el de la Cólera, infor me, con la cara contraída por la pasión, y el cuerpo que, cual maraña de pelos enredados como serpientes, parecía la cabeza alborota- da de un nukhwa. Otros dia- blillos aparecieron después. A modo de gran final de la ceremonia, el propio Yama empezó su danza macabra, la más horrible de todas. Con; sus movimientos y con el re| chinar lúgubre de su collar tibetano disfrazado. Un se-* y sensuales. Los dientes, co-;¡ 1 Í 1 | pactos directos. de calaveras, hacia befa y escarinio de todo el género humano. Olía a muerte. Un sudor frío me cubrió los hechiceros no tenían po- der bastante para sojuzgar a los demonios que habían evocado. Yama y sus minis- triles eran en aquel momen- to para mí seres tan reales como yo mismo. Conprendí que si se escapaba, asolaría toda aquella comarca como una plaga maldita. De repente noté que todos “los hechiceros estaban en la misma tensión nerviosa que! yo. Los diablos pugnaban! por romper las cadenas que! cárcel, y aqgellos brujos es-! taban aunando sus volunta- des para impedírselo. Aun- que seguí pensando que aque hipnotismo colectivo o áe la autossugestión, me sorprendí a mí mismo haciendo esfuer- zos por sumar mi voluntad ía la de los demás para re- chazar aquella oleada de dia blos. Atiranté todo mi ser Hundimiento de un Cazatorpedero Japonés Estas dos interesantes fotografías muestran el éxito de un ataque de bombarderos Tipo B-25 de la aviación estadounidense contra un cazatorpedero japonés en el Pacífico Meridional. En el círculo de la primera fotografía puede verse una bomba casi al caer sobre el buque. En la fotografía de abajo se ve el efecto que causó el impacto directo de | la misma bomba. El bugue enemigo se fué a pique después de recibir más de Aez im- contra ellos. Cualquiera que fuese el propósito que me llevó allí, era ahora un nukhwa entre otros nukhwas, en combate de pies a cabeza al pensar¡los sujetaban a su invisible|con los diablos. ¿Vencería- en lo que podía ocurrir si; mos? Cada minuto de aque- lla angustiosa duda me pa- recía un siglo. Por fin apun- [tó nuestra victoria. Cuando llo era efecto mentiroso delíme convencí de que íbamos a triunfar, sentí una alegría exaltada. Yama empezó a desvane- cerse. Tardó una eternidad en desaparecer por completo. Tras él se fueron Nguh Nukg y los demonios del | ta lenta desgana, todos los demás, hasta que nos queda mos solos los hechiceros, en corro, frente a Drukh Shim que presidía desde ol alto de su peñasco. Me pareció que si hubiéramos sido uno menos, Yama nos habría vencido. No tuve valor para mirar a los demás. Estaba temblan do. Me quedé allí sentado, aturdido, hasta que el últi- mo hechicero hubo desapare cido en la selva sagrada. Se fueron uno a una, como ha- bían venido. Y se perdieron en la sombra creciente. El Viejo Sherap fué el único que se quedó. ¿Y qué? ¿Crees ahora?— ¡me preguntó con voz extra- ña. —Amigo mío, no lo sé, Me parece haber visto a Yama y a sus diablos. Ahora, en este mismo momento, tengo la seguridad de haberlos vis to tal como tu me los ha- l bías pintado. Pero no tengo la menor idea de lo que voy a creer O a pensar mañana. Hasta hoy, las espectrales apariciones que vi en la sel- va sagrada, apariciones . en que no creo, pero que no pue do negar haber visto con mis propios ojos, me han acom- pañado constantemente. En aquel atardecer, en los em- pinados bosques del Tibet, hu bo algo que ni puede expli- carme entonces ni puedo ex plicarme ahora. Franco Llamará El Resto De Su “Di .... ny ivisión Azul LISBOA, 15 de agosto — Es seguro que Francisco Franco va a llamar de Rusia a la División azul, integrada con tropas españolas de pri- mera clase y que esta luchan lo en Rusia desde hace ex- ¡actamente dos años. Se hace esta deducción en los círculos atentos de aquí en virtud de que la prensa nficial española está hablan- do desde hace días de las ba- ias sufridas por dicha divi- sión en la desigual batalla que se libra lejos de la pa- tria. Superior Tamale Tiene el gusto de anunciar y ofrecer a su numerosa clintela, sus dos despachos: 'SUPERIO EL NUEVO en 615 E. 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