El Sol Newspaper, December 18, 1942, Page 4

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Viernes, 18 de diciembre de 1942 ES AVIRGE NMORENA! iii ccconcacncnanicinananan (Viene de la Página 3) . ro daros cuenta—dijo el señor Obispo mientras se sentaba. Deben de haber llegado ya a vuestro oídos las crueldades que comete el capitán Delgadillo. —Hoy mismo, sin ir más lejos—terció Fray Pedro de Gante—arrasó diversos barrios con el pretexto de contener la peste que se extiende por la ciudad. El virrey, hombre ecuámine, de recio carácter y gran ponderación, observó: Muchas son las que, en verdad, he recibido ya del capitán Delgadillo, a quien he mandado llamar. Pero habrá que tratar su caso con ánimo sereno, pues no ha de olvidar- se que sus deberes como soldado le obligan a actuar con rigor si se ve desobedecido o atacado, Con el pensamiento más en la gloria eterna que en la tierra transitoria, el Obispo Zumárraga insistió: —Advierta Su Señoría que ese rigor excesivo está perjudi cando la obra de evangelización de los indios en que tanto empeño ha puesto nuestro Emperador Carlos Y. Y aún hizo mención de los anteriores monarcas es-pa- ñoles: S —No olvidemos las frases de los Reyes Católicos en que consideraron a los indios de estas tierras como huma- nos, hijos de Dios y súbditos de la corona de España .... Se detuvo Su Ilustrísima, porque doña Blnaca había aparecido en el marco de la puerta. Quedó indecisa un mo- mento al ve: a su padre acompañado pero, reconociendo al Obispo y a Fray Pedro, se decidió a adelantarse hacia el grupo. Llegando a él, se hincó y besó con respeto el anillo | pastoral, besó la mano de Fray Pedro y presentó la frente a su padre, para' recibir de él un ósculo a guisa de saludo —Cómo estáis, hija mía? —preguntó el virrey, Doña Blanca intentó hablar, pero rompió en llanto y se cubrió la cara con ambas manos. —Un nuevo crimen de Delbadillo—logró decir, al fin— me ha horrorizado de nuevo. ¡Ha matado al padre de uno de los niños que asisten a la doctrina! El Obispo Zumárraga oprovechó aquella escena para insistir cerca del virrey: ¿ No podéis tener mejor testimonio que las lágrimas de -esta criatura que es todo corazón y pureza, En tan inoportuno momento. un alabardero anunció: —El capitán Delgadillo. ¡Que pase inmediatamente!—ordenó el virrey, Dpña Blanca se excusó: —Disculpad que me retire, pero no presencia de ese hombre. Salió con pasos blandos y ligeros, al propio tiempo que aparecía, gallarda, enhiesta, indomeñable, la figura del ca- pitán español, de mediana estatura que él pugnaba por alar gar manteniéndose siempre muy erguido, de recia comple- xión de músculos elásticos, ágil y vivo en todas sus accio- nes, el capitán Delgadillo era un esclavo de lo que creía su deber. Frente a los ciérigos sostenía la tesis de que, de no haber capitanes de España no hubiera clérigos en Amé- rica. Hizo una reverencia y quedó cuadrado: —¡A vuestras órdenes, Excelencia! —Os he mandado llamar, capitán Delgadillo—dijo el Virrey—, porque son ya muchas las quejas que contra vos he recibido. —Siempre hay quejas contra quien cumple con su de- ber, ; —Pero vos habéis abusado, capitán Delgadillo, —Es que los indios son rebeldes, Excelencia, Aparen- tan obedecer, pero no lo hacen nunca, Hay que someterlos por la violencia, pues soalmente atienden las órdenes de Temoc, que los incita constantemente a la resistencia y a la rebeldía. Pronto olvidó el Virrey las quejas de los clérigos y preguntó al capitán: Y ese emperador Temoc, ¿no podrá ser sometido? El Obispo, terco en su tesis pacificadora, apuntó: —Mucho me temo, Excelencia, que en torno de Temoc se haya tejido una leyenda. Aunque Su Ilustrísima no se dirigía personalmente a él, Delgadillo le respondió direetamente: —Bien sabe el señor Obispo que Femog permanece pa- gano y que es el peor enemigo de la religión eristiana. Co- ma último de los príncipes aztecas rebeldes a la corona de España, vive en un palagio eculte y aún tiene millares de súbditos que le son fieles, No mentía el capitán Delgadilló, militar acaso axage- rado en sus procedimientos, pero devoto de la verdad. Te- moc representaba la razón de la última resistencia en los aborígenes. Sentado en su trono y ricamente ataviado, pen- diendo sobre su pecho el gran collar jerárquico, presidia ahora una reunión de sus súbditos principales. Ixtla, primo del emperador, hablaba muy exaltado: —Cada día que pasa, los blancos convierten más súb- ditos tuyos a su religión, noble señor. Y esa religión es men- tira, porque mientras predicag lg bondad, y nos dicen que somos hijos de su Dios, queman nuestros jacales y matan a nuestros hermanos. Aún no hace una hora, noble señor, que en tanto que la hija del yirrey enseñaba lo que ellos llaman los mandamientos de Dios, el capitán Delgadillo y sus hom- bres blaneos mataban a infellees que ellos mismos habían convertido, El emperador Temoc, con voz solemne y emocianada, se dirigió a sus guerreros; —Mi primo Ixtla ha dicho la verdad, Los blancos nos han privado de la libertad y nos tratan peor que hestias. Nos ofrecen el cielo para quitarnos la tierra. Lo único que nos ha quedado en el corazón es la religión de nuestros ante pasados. Los blancos han desruído el gran Teocali, consa- grándolo a su divinidad, pero mientras podamos conservar nestra lengua y la religión de nuestros padres, nuestra na- ción subsistirá, aunque dominada y humillada. Y el día en que nuestros hermanos abandonen nuestra religión, el pue blo azteca habrá desaparecido para siempre. puedo sufrir la BISEMANARIO POPULAR INDEPENDIENTE Así habló Temoc suavemente y con voz despaciosa sus palabras y sólo quisiera interpretar sus gestos, no podria sospechar la gravedad de las circunstancias a que se re- fería. Ixtla tomó de nuevo la palabra: —Entre los blasfemos y los traidores a nuestros dio- ses. ¡no cuentas a Quetzal, que ahora se llama Juan Bgrnar dino? —Mucho lo conozco—repuso Temoc— y sé también lo que ha trabajado para que nuestros hermanos se bauticen. Según nuestra ley tengo preparada a él la muerte que debe darse a los traidores y yo mismo le heriré con mi propia mano. Vivirá entre horribles sufrimientos hasta que el sol haya salido dos veces detrás. de los volcanes, pero morirá infaliblemente, aunque pida a su dios blanco que lo cure. Xóchitl, la sacerdotista, se adelantó hacia el príncipe: —¡Bravo Temoc, hijo de Cuauhtémoc! Que los dioses guién tu brazo para que la flecha envenenada castigue la traición de Quetzal .. . Que el veneno que se extienda por su cuerpo purifique nuestro pueblo del veneno de la religión cristiana. E —Tu justicia—sugirió Ixtla, hablando de nuevo—no sólo debe alcanzar a castigar a los traidores; debe también encontrar el modo de impedir las crueldades que con noso- tros comenten los hombres malos, + —¡Yo tengo ese medio!—afirmó la sacerdotista—. To- dos los días, al salir el sol, la hija del virrey blanco viene de cacería por estos bosques. Si tú la haces cautiva, su padre no podrá negarte nada. El plan sugerido por la sacerdotisa fué llevado a la práctica. A la mañana siguiente, doña Blanca, con el corte- 'jo de unos pajes, trotaba confiada, llevando en su brazo iz- quierdoun halcón y poniendo una nota discordante en su ¡ carácter de bondad al dedicarse a la caza con tal ave de pre- sa. Surgió, al fin, una banda de palomas y doña Blanca li- bertó al halcón que levantó el vuelo y logró alcanzar y he- irir a una de las palomas. Juan, uno de los pajes, corrió hacia donde calculó que la paloma hubo caído; pero «en aquel momento una flecha disparada desde un grupo de indios arteramente escondidos, le artavesó el pecho. Impaciente doña Blanea por la tardan za del paje, desmontó y dijo a otro de sus servidores: —¡Ven conmigo, Pedro, que nosotros la encontraremos! Y fueron aproximándose al lugar donde Juan había caído, cuando una nueva flecha derribó también al otro sir- viente, Doña Blanca, horrorizada, lanzó un grito de angustia, que repitió aumentado cuando vió que. un grupo como de diez indios avanzaba con sus arcos hacia ella. Víctima de poderoso terror, la hija del virrey cayó desmayada al suelo Francisco, el tercer paje, que se habla quedado con los caballos, oyó el grito de su ama y acudió en su socorro, pe- ro sólo pudo encontrar los cadáveres de sus dos compañeros, Todo asustado y temeroso, se dirigió al palacio del virrey para dar cuenta de lo sucedido llevando consigo el sombre | ro de doña Blanca, que encontró derribado por el suelo, El virrey y el capitán Delgadillo escucharon atentos la relación que les hacía el paje Francisco. Nervioso y acon- gojado, trataba el virrey de aclarar los informes que daba el paje. á —¿Y no viste quiénes fueron ni sabes que rumbo toma ron? ¿No seguiste sus huellas? —Yo no escuehé más que el grito de la amita y sólo ví a Juan y a Pedro muertos, —No se afane Su Señoria—intervino el capitán Delga dillo—que de éstos no se puede sacar nada en claro... Y pensar que no más ayer Su Señoría me reprochaba que yo usase rigor con esas gentes, que ahora tienen en sus manos la vida de doña Blanca. , a Tenéis razón, capitán Delgadillo, pero ahora lo único que importa es encontrar a mi hija. —O0s juro que no descansaré hasta hallarla. Pero ten- go motivos para sospechar que en todo esto anda la mano de Temoc. ——Capitán, os doy los más amplios poderes para que me traigáis a Temoc vivo o muerto. Y no olvidéis que de cada minuto que pasa está pendiente la vida de mi hija. Mientras tanto, en el palacio de Temoc doña Blanca yacía desmayada, entre la sacerdotista Xóchitl que le Nle- vaba unas hierbas a la nariz y el emperador Temoc, absor- to en la contemblación de “aquella espléndida belleza rubia. Volviendo en si doña Blanca, abrió lentamente los ojos y al ver a Xóchitl y a Temoc junto a ella, hizo un gesto de sor- presa, —Nada temas, hermosa señora—tranquilizó el empera dor—. No te alarme la vista de nuestra presencia. Estás ba- jo la protección de Temoc, hijo de cien reyes. —¿Por qué me tenéis aquí—interrogó asustada doña Blanca. Xóchitl la explicó: Desde hoy eres cautiva de Temoc, hasta que los blan- cos dejen de matar a nuestros hermanos. Doña Blanca quedó silenciosa, meditando sobre su si- tuación. Alzó sus ojos hacia Temoc y vió que éste tenía su mirada fija en ella. No había en sus pupíilas serenas arre- bato iracundo ni el odio del enemigo, sino un dejo de ad- miración y tenura hacia su cautiva. Il En el fondo del Valle de México, rodeado de cerros, en una pequeña planicie que dominaba el Valle, estában los jacales de Bernardino y Juan Diego. Al pie del cerro había una vereda que serpenteaba hasta llegar donde se encon- traba un pozo. A la derecha de éste se alzaba el jacal de Bernardino y junto a él otro donde moraban Juan Diego y Lucía, su esposa. El cerro era rocalloso y crecían en él los nopales, los órganos, y algunos magueyes. Bernardino era un indio ya anciano, de pelo cano casi blanco, de rostro plácido y amable. Su sobrino Juan Diego, bondadoso y tí- mido, alcanzaba entonees la madurez de los treinta años, y la esposa de éste, Lucía, muy bella, mostraba la lozanía ; Página 4 de los veintiañeras., Ya dejaban de brillar las estrellas en la luz lívida del amanecer y en el jacal de Juan Diego se oía el rumor ca- racterístico de una mujer haciendo tortillas. —¡Tío Bernardino! ¡Tío Bernardino! —llamó Lucía des de la puerta de su jacal. —¡Ahí voy, mujer! —contestó Bernardino saliendo a su puerta—. ¿Qué te pasa. —Ande, tío, venga a comer, que Juan Diego tiene que irse a Tlaltilolco, Ya Juan Diego, puesto en cuclillas, había comenzado su yantar. Comía despacio, reposadamente, cuando Bernar dino se sentó junto a él, tomó su cazuela y comenzó también a comer con aire pensativo. Al advertirle tan silencioso y cabizbajo, Juan Diego le preguntó: —¿Qué le acaece, tío, se siente mal? —¡No sé por qué el corazón me dice algo malo va a suceder! ¡Claro que algo va a pasar, tio—rió Lucía—. Pero va ser algo bueno. Ya le encargué a Juan Diego que de paso por el tianguis, me traiga unos chayotes, calabacitas y unos elotitos tiernos. Ya -yerá qué comida tan sabrosa le hago para el día domingo, Si, tio—dijo Juan Diego—; Lucía quisiera que yo le trajese todo lo que hay en el tianguís. Bernardino repuso desde su preocupación: ” — El corazón me dice que Temoc se quiere vengar de mí, porque propago la religión cristiana, - Sl algo teme, tío Bernardino, yo me quedo en su com pañía—propuso Juan Diego. —No. Vete sin ciudado, que Dios nos ha de protejer. Ve a oír la misa como todas las mañanas, y ya me contarás lo que dijeron los sacerdotes, Había terminado Juan Diego de comer, se incorporó y tomó su ayate, su sombrero y su bardón. —Adios, Lucía, Adios, tío. Y emprendió su camino, vereda adelante, seguido de las miradas de Bernardino y Lucía que habían salido a la puer- ta para despedirle. —Buenos días, Quetzal . . . quiero decir, Bernardino. El anciano volvió el rostro hacia el sitió de donde ve- nía aquel saludo irónico. Era Popoca, indio tlachiquero, que llevaba al hombro el cuero en el que iba metido el aco- cote, ; —Buenos días te los dé el verdadero Dios, Popoca. —Buenos días, Zempoala . ... quiero decir, Lucía— insistió el indio. —Buenos días, Popoca—respondió la mujer—.¿Cómo están tu esposa y tus hijos? —Mi esposa está bien y manda saludar a la bella Zem- poala aunque ella no me quiera hablar desde que se hizo cristiana, s —¿Que no te quiero hablar desde que me hice cristia- na? Llevo tiempo de serlo y siempre te he hablado lo mis- mo. ¿Cómo está mi. querida Zenzontle? —Muy bien. Anoche me dijo que quería venir con mi- go, pero no la quise traer. —No la quisiste traer, no se fuera a hacer cristiana. —Si he de decir verdad, esa es la razón. No quiero que se haga cristiana como ustedes. —¿Y por qué no?—preguntó Bernardino, que hasta entonces había permanecido en silencio. —Nada quiero ver con las blancos—repuso Popoca—. Son unos hombres malos que han venido a robarnos nues- tra libertad y ahora la emprenden con nuestros dioses pa- ra quitárnoslo todo. —¡Mira Lucía, lo mejor es no ponerse a discutir con es- te hombre!—dijo Bernardino, alejándose de allí. Popoca lo vió marchar con mirada socarrona. Lucia permaneció allí, sin embargo. —Pero, Popocpa, ¿tú sabes que si no eres cristiano no irás al cielo? —;¡Mejor para mí! Yo no quiero ir al cielo con los blan cos.. Yo iré al paraíso de los antepasados. S —¿No quieres ir al cielo con nosotros? ¿Con todos tus hermanos que se están haciendo de Cristo? —¿Y quién te ha dicho que nosotros no podemos ir al mismos cielo que los eristianos? . .. ¿Quiénes son esos cris- tianos? Los blancos mentirosos. Dicen en su ley “no ma- tarás” y nos matan. Dicen “no desearás la mujer de tu prójimo” y se llevan a nuestras esposas y a nuestras hijas. Y tras ello ¿van al cielo sólo porque son blancos? . . ¿No- sotros no podemos entrar porque no somos de su color? No; yo no quiero ser blanco—reflexionó gravemente Popo- ca. E iniciando su marcha hacia los magueyes, afirmó te- naz—, Estoy muy contento de ser indio. Lucia entró en el jacal de Bernardino: —Muchos de los hombres que encontramos nos salen con las mismas preguntas de Popoca. Yo quisiera, tío, que me dijeres cómo debemos responder. —Yo mismo no podría decírtelo ,»hijja mía. Pero hay que creer en Dios. No hay que dudar nunca y algún día ten dremos la respuesta. Al salir Lucía, Bernardino la vió marchar tristemente y volviéndose después hacia la imagen de una cruz, se hin- có de rodillas e imploró: —Señor y Dios mío, ayúdame a contestar las pregun- tas de los que no creen en tí y defiéndeme de Temoc, que me persigue por servite. Pero si es tu voluntad que muera, que mi muerte sirva para que todos mis hermanos vean tu luz, (Continuá en el Número después de Christmas) Boletín De Santua- rio del Corazón De María El miércoles, 9 de diciem- bre se celebró el Matrjo- monio de Benito González con la Srita. Margarita Rene Fuller, en el Santuario del Ido. Corazón de María a las 4 de la tarde. BAUTISMOS CIRIACO NICODINI, Jr., Hijo de Ciriaco Nicodini y Adelina Fimbres. Padrinos Candido D. Córpuz y Sara Velasco. ALBERTO RODRIGUEZ Jr., hijo de Alberto Rodrí- guez y Victoria linan. Pa- drinos Francisco y Eva Cata lan. FRANCISCO VAZQUEZ, Jr., hijo de Francisco Váz- ¡quez y Aurelia Castro. Pa-_ |drinos Eusebio y Martina Co FRANCISCO DE LA CER DA, hija de Rómulo De La Cerda y Rosa Martínez. Pa- drinos Francisco y Refugi MARGARITA BURRUEL, hija de Ernesto Burruel y Virginia Federico. Padrinos Bruno López y Lucy L. San tana. PRESLEY V. HILL, hijo de Frank R. Hill y Anto- nia Valdez. Padrinos Pirro- tta y Aurora Montaño. FRANCES SERRANO, hi ja de Tomás Serrano y Jo- sefina Romero. Padrinos:Jo- sé y Velia Salazar. ARCELIA. NAPOLEÓN, hija de Rafaél Napoleón y Dolores Castro. Padrinos: An tonio y Refugio Traslaviña. CELIA IRENE COVARRU BIAS, hija de Jesús Covarru bias y Dolores Martínez. Pa drinos: Luis Martinez y Noe lia Reveles. Confirmaciones en el San- tuario del Ido. Corazón De . María El próximo Domingo ; 13 de diciembre. A las 11 de/ la mañana y a las 2 y 4 dé la tarde. f ys o -DIAGZLGZ GATA | HOTEL PARIS / 226 E. Jefferson St, Telefono 3-4304 ; Cuartos bien ventilados Comidas a la española » : 600D YEAR SHOE SHOP 15 S. Ist. Ave. Phoenix, a Ariz. 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