El Sol Newspaper, March 20, 1953, Page 3

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Ra- món ocupaba el piso principal, y Mendozita, como todos le lla- maban en la oficina, el piso "cuarto, donde, una viuda le da- ba por módica cantidad alber- gue, comida y ropa limpia. Des- de el día primero que vió a Ma- tilde, ya no tuvo un solo minuto de sosiego; era aquella la mu-| jer que Dios había puesto en el mundo para él; pero no era tan fácil allanar los despegos de la niña, que había contestado con | repulsas secas a las palabras y escritos amorosos que en distin- tas ocasiones se había permitido dirigirla. Una noche llegó su desespera- ción al último límite; subía la escalera de la casa en el mo- mento en que D. Ramón' bajaba con toda la familia para ir al teatro. Quiso aprovechar la oca- sión que le proporcionaban los saludos para estrechar la mano de Matildita, pero ésta reitró la suya y siguió la escalera abajo, teniendo Mendoza que emplear sus cariñosas salutaciones en su jefe, la esposa de éste y los her- manos de la niña. —No me quiere, exclamó en cuanto llegó a la buhardilla. ¡Ni saludarme! Si yo tuviera dinero, no me despreciaría, y nos casa- ríamos al momento... ¡Si ahora sucediese lo que antes, que lla- maba uno al diablo, .le vendía su alma y daba todo el dinero que le pedía!... pero ya, ni eso... ¿Por qué no vendrá aho- ra Satanás? ... En aquel momento sonó la campanilla de la habitación, y a los pocos segundos la patrona entraba en el cuarto de Ramiro seguida de un caballero elegan- temente vestido. —Este señor que pregunta por usted, dijo ella: y abandonó dis- cretamehte la estancia. Mendozita procuró serenarse, y sin saber por qué sintió que un miedo muy grande se apoderaba de toda su alma. El recién veni- do le miraba fijamente, sonrien- do de un modo desagradable. —¡Con quién tengo el honor de hablar? preguntó Ramiro. —Con Satanás, contestó el des- conocido. Mendoza dió un salto hacia la puerta y abrió la boca para pe- dir socorro; pero el visitante le cogió de un brazo y le hizo sen- tar, imponiéndole silencio con | una mirada terrible. —Me ha llamado usted, Sr. D. Ramiro, me ha llamado usted | con verdadera fe, y yc acudo siempre a donde me buscan. Lo que hay es que en vez de bajar por las chimeneas, llamo a las puertas; en vez de gritar, hablo; en vez de asustar, adulo... en una palabra, he variado los pro- cedimientos; pero, créame usted, el negocio de comprar almas no lo he abandonado nunca. Estas palabras hicieron en Mendoza una impresión contra- ria a lo que había experimenta- do al recibir a aquel señor, y empezó a sospechar que se tra- taba de una broma, y envalento- nándose cuanto pudo, exclamó: —Señor mío, de mí no se bur- la nadie impunemente, y si no estuviera en mi casa se lo de- mostraría en el acto. Una. carcajada de timbre me- tálico, horrible, interrumpió a Mendozita, y le volvió a quitar todos los ánimos. La risa de aquel señor era sobrenatural. —Perdemos mucho tiempo, dijo Satanás cuando acabó de reír, y este asunto hay que despa- charle pronto. Usted está ena- morado de Matilde; necesita us- ted dinero para que ella le dé su mano; y a cambio me ofre- ce usted su alma... Pues bien: aceptado. Mendozita ya no dudó; aquel personaje era el mismo demo- nio, porque sabía cosas que él MAQUINA SINGER DE COSER Gabinete con cabeza nueva de coser. Cose para enfrente y para atrás. Tiente bobina redonda. 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Es- tos dos mil reales se los pide us- ted al prestamista que frecuen- ta el Ministerio a que usted per- | tenece. También eso de los prés- tamos es Conque ya lo sabe usted: el día 24 pide usted la mano de Matil- de, que no se la negarán, y ten- drá usted para siempre a la mu- jer que adora. Mendoza sentía un júbilo muy grande oyendo estas promesas, y le daban ¡ganas de abrarar diablo; pero esperaba oír las condiciones que a cambio de tan- ta felicidad iba a imponerle. Satanás por fin se levantó y tendió su mano a Mendozita. —Celebro mucho haberle co- nocido, dijo. Ya nos veremos. Us- ted esperaría que yo le pidiera algún documento donde consta- se la cesión de su alma. No ha- ce falta; me la otorgará usted de buena voluntad. Abur. —Una última pregunta, dijo Mendozita. ¿Me será fiel Ma- tilde toda la vida? —Toda la vida, respondió Sa- tanás, y abandonó la habitación saludando ceremoniosamente. Diez años hacía que el millo- nario D. Ramiro Mendoza había contraído matrimonio con Matil- de, la bellísima hija de su jefe de negociado en el Ministerio de Hacienda. Y de todo este tiem- po puede decirse que la felici- dad no había durado más que quince días en aquel hogar. Cuando Ramiro, con el premio gordo de Navidad en el Banco, se acercó a pedir la mano de Matilde, hubo consejo de fami- lia en casa de ésta, y se deci. dió por unanimidad que debía aceptarse a un chico tan hon- rado, tan laborioso y tan afor- tunado. Matilde, acostumbrada, a obedecer, no opuso resistencia; sólo se atrevió a decir a sus pa- dres que no tenía muchas sim- patías por Ramiro; pero éstos la replicaron que eso no importa- ba, que el trato engendra cari. ño, que al fin se acostumbraría a quererle y sería muy feliz con aquel hombre y aquellos millo- EFE Ed ala EA EL LEE E PAL ERE A LA EE Ll que sin duda leía: institución de casa.! EL DINERO |nes. Los primeros días todo fué jú- bilo en la familia; Ramiro gas- taba como un loco; hasta quiso que el padre de Matilde se ju- bilase y fuera con su mujer e hijos a vivir a su costa en el lujoso hotel que adquirió para estzenarlo el día de la boda; pe- ro poco a poco todos aquellos ¡espíritus exaltados por la rique- za inesperada volvieron a su cau- ce. La vida tenía las mismas monotonías que antes del pre- mio gordo, aunque no había es- casez que temer; todas las tris- tezas interiores del alma que de- sasosiegan al hombre volvieron a presentarse en cuanto la abun- dancia dejó de ser novedad; los pequeños disgustos del genio, del carácter, del humor, que pa- recían acallados para siempre, surgieron otra vez en todos los personajes de este cuento, y la existencia de aquella familia, en lo moral al menos, recobraba las mismas formas que tenía antes de que la fortuna viniera a sa- ludarla. | Todo había vuelto a su nivel la los diez años, excepto el co- ¡razón de Ramiro, que en la es. lfera de la felicidad era víctima Ide una depresión creciente que lle sumía sin remisión en un abismo de tristezas fnexplica- bles. Matilde, el ideal de su vi- da, por quien había dado su propia alma al demonio, era su esposa, suya para toda la vida; aquello lo que su amor había vislumbrado cuando puso en sus ojos en ella; no debían ser asi otros matrimonios y otras muje- res que él veía todos los días. Matilde, perfectamente educada, cumplía severamente sus debe- res de esposa: pero allí faltaba algo, sin ningún género de du- da. Era una esposa modelo, pe-, ro no era una esposa tierna; te- nía todos los acentos de la ama- bilidad para su marido, pero le faltaban los de la pasión; le obedecía con buena voluntad, pe- ro sin júbilo; le complacía re- signada, pero sin agrado; en una palabra: era una esposa que estudiaba y cumplía sus obliga- ciones, pero no las sentía. Su ca- riño por Mendoza no parecía bro- tar del corazón, sino de la ca- beza. Ramiro buscaba en vano la ra- zón de esto. En su hogar había frío, y eso era lo único que él podía decir; la causa no se le alcanzaba, porque la conducta de Matilde era tal, que ni pedir explicaciones podía por que ni tenían forma real, ni quizá habría palabras para con- cretarlas si se hubiera propuesto hablar del asunto. Una mañana de las muchas en que Matilde iba a confesar- se, Mendoza tuvo la ocurrencia de acompañarla, y dentro de la liglesia, la soledad del templo y lla falta de luz le sugirieron una idea diabólica: la de oír los pe- cados de su mujer. El pensa- miento era fácil de realizar, por- ¡que el confesionario se hallaba en una capilla oscurísima que Escuchen Serenata Nocturna CON: Efren Valenzuela LUNES A VIERNES _10p.m.a 12p.m. KR IZ . 1230kilociclos cosas Viernes 20 de Marzo de 1953, comunicaba con otra capilla me- nos alumbrada todavía. Todo es- taba reducido a entrar por esta última y quedar escondido tras de la pilastra. 4 Estaba ya cerca de su escondi- te, y un estremecimiento de mie- do le hizo detenerse; pero la cu- riosidad venció todos los terro. res, y se situó en el sitio esco- gido de antemano. Se oía todo perfectamente. El sacerdote, de avanzada edad, necesitaba que le hablasen fuerte, y contestaba a su vez en forma tal que se oían claramente todos sus con- sejos. Cuando Mendoza llegó a la pi- lastra, hablaba el cura. —Ya le he dicho a usted mu- ¡chas veces, decia, que eso no tie- ne remedio. Usted hizo muy ma: en casarse con un hombre que no amaba. Ahora tiene usted el deber de sufrir con resignación el infierno que usted misma se ha proporcionado en esta vida jurando ante los altares un amol que no sentía, y engañando de esa manera a un hombre. que creía en la sinceridad de sus pa- labras. El sacrificio que ahora tiene usted que hacer, ofrézcalo usted en expiación de haber mentido al celebrar el santo sa- Cuando usted haga un llamado se logrará dos cramento del matrimonio, y a- cuda usted mucho a la oración, pidiendo fuerzas todos los días a Nuestro Señor Jesucristo para que haga de usted una esposa modelo y constituya la felicidad de su marido. No quiso oír más Mendoza, y sin aguardar a Matilde corrió furioso a su casa. No me quiere, pensaba; no me ha querido nunca... lo he de- bido conocer antes. ¡y para eso vend? mi alma al diablo!... Ha sido una estafa, una estafa infame de Satanás! ... Que ven- ga a buscar mi alma después de lo que acabo de saber! Que venga! No se atrevería, segura. mente! Amenazando en su interior al demonio, llegó a la puerta de su hotel. El portero le anunció que un Caballero enlutado le espe- raba en su despacho hacía unos minutos, y que según había in- dicado, traía un asunto urgentí- simo que tratar. Mendoza subió apresuradamente las escaleras y se encontró en su despacho con el propio Satanás y en la misma forma en que se le presentó ha- cía diez años. —Querido amigo, le dijo ten. (Pasa a la página cinco) Yo Puedo Ahorrarle -su Tiempo llamado de larga distan- cia por favor deme el número. si lo tiene. 'Su veces más rápido! P.S. Usted ¿e dará cuenta de que es una buena idea el guardar una lista personal de los números de teléfonos de afuera de la ciudad. The Mountain States Telephone £ Telegraph Co. A LOS SUBSCRIPTORES DE EL SOL ATENTAMENTE Les suplicamos etngan la bondad de pasar a pagar su Subscripción. Pueden traer en persona su pago a las Oficinas situadas en 62 al Sur de la Calle 3ra, o pueden mandar su pago por correoaP. O. Box 1448, Phoenix, Arizona. Les enviamos por adelanta- do nuestras más sinceras gracias. ALA a EEES

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