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“EL SOL”, SEMANAKIuU POPULAR EN DEPEN DIENTE “EL MARTIR DEL GOLGOTA” de la esclavitud se esculpia con aprobio en sus frentes batidas. Las setenía semanas de Jacob se habían cumpldio. El Mesías Cuando la noche ubróc con sus espesas sombras el sangriento cuadro, cuando se hallaron con los mutilados cuerpos de sus hi- jos en brazos, sentadas en uno de los rincones de sus casas, cuando sus ignorantes esposos|La raza humana contaba entire sus hijos al Salvador del mun- regresaron del campo ansiando ] endulzar las fatigas de un día ¡do. Pero los judíos olvidaron a de penoso e ímprobo trabajo con la sonrisa y los besos de sus hi- y; se hallaron con la increí- ble,pealidad ante sus absortos o- jos¿y el dolor, la desesperación, las¿lágrimas y los ritos de rabia y venganza fueron fueron incal- culables. Aquellos sencillos israelitas no ; podían dar crédito a lo ue es- taban. viendo. Aquel mismo día, pocas horas antes, cuando el lucero de la; mañana asomaba su disco reful- | gente: tras los pelados riscos del ' valle de Josafat ellos habían a- bandonado sus casas para diri- - glrge al campo... La; mañana era hermosa. El ambiente perfumado con las yer bas; aromáticas del Carmelo, el ciele.azul y sereno de Judá, la sontisa de sus hijos que en bra- zos de sus esposas se asomaron a las ventanas para darles el a-! diós. cuotidiano todo les anun- ciaba un día de trabajo, pero fe-;¡ liz y: alegre, Pero aquel cielo sin nubes, a- cuella mañana risueña había si- do «reemplazada por una noche de ¿dolor; pero un dolor tanto más terrible, tanto más inconso- lable, cuanto que estaban muy lejos: de esperarlo. Pero !ay! aquellos padres des graciados, aquellos infelices is- raelitas acabaron por llorar, co- mo .sus esposas, sobre. los san- grientos cadáveres de sus hijos. Pueblo son caudillo, raza en- vilecida: porel yugo extranjero, puñado de siervos que la orgu- losa «Roma .encadenaba a sus pies, .eran “entonces los descen- dientes de Abraham, Isaac y Ja- cob. baba de descender de los cielos la luz y los oídos a la verdad, y escupieron la santa íaz de Cris- to, e.evaron sobre el Gólgota un madero para cruciiicarle. Una maldición etrribie pesa desde entonces sobre la misera- ble raza de los descreídos. Sin patria y sin hogar, sin leyes que les proetjan, sin templos sanios que les admitan en sus senos pa ¡Ta implorar ante el Dios ofendi- do, el perdón de sus culpas; ra- iza maldita y despreciable, su “suerte es vagar errante sobre la' ¡ancha superficie de la tierra hasta la consumación de los si- glos. " Hasta la pacífica y tranquila morada de Elizabeth habían lle gado los dolorosos lamentos de temiendo por la suerte de su hi- jo, comunicó sus temores a una ¡de sus criadas que había nacido en su casa. Zacarías se hállaba en Jerusalén ejerciendo los ofi- cios de su sacerdocio; pero E!j- zabeth no retrocede en su propó sito y apenas el último destelio del día desapareció tras las mon gar levando en sus brazos ai pt- queño Bautista, y seguida de su fiel sirvienta, llegan al Carmeiu y se instalan en una de sus pro fundas e ignoradas grutas. Un puñado de hojas secas Sir- ve de lecho a las dos mujeres y al santo precursor de Cristo. Pe- ro nada les arredra; allí, al me- nos, se creían libres del furor de Herodes, MiBentras tanto Cingo, y sus compañeros llegan a la ciudad de Ain e interrumpen el pacífico sueño de los criados de Zacarías Aquel pueblo privilegiado, a-. Preguntan por Juan el primo- génito, y sus preguntas se que- quella familia de héroes elegida dea Dios para cuna del verbo Di- dan sin respuesta porque todos vino, ya no. contaba entre sus hi- ¡ignoran su paradero. Amenazan Jos, a un Moisés que ilustrara, | con la muerte a los criados, y a mn Elias que hiciera llover fue|éstos se arrojaron a los pies de go del tieló sobre sus enemigos, |sus verdugos derramando un a un David que les elevara, a un|mar de lágrimas. Salomón cue'les erriqueciera y| Cingo necesita una víctima Aa un Josué que haciendo parar|para aplicar la rabia de su señor el sol en su carrera, les cubrie- Pregunta por el anciano sa- ra con _los-láureles del vencedor. |cerdote, y se le dice que se halla Sn último caudillo, el heroico|de semana en el templo de Je- Judas Macabéeo, el adalid fabu- |rusalén. Joso de Istael; el caudillo inven--| Part de Ain, lelga a Jerusalén, oia de Judá, al derramar la úl|penetra en la cámara de Hero- tima gota de su sangre por la|des por la puerta secreta, con el indenendancia de su pueblo, ha|objeto de enterarle de su desfgra- bía foriado las eadenas de las¡ciada comisión, y se “detiene a la doce trihus de Israel, y desde en¡vista del espectáculo que se tonces la: ignominosa mancha 'presenta ante sus ojos. anunciado por los Profetas aca-| sus Profetas, cerraron sus ojos a | El Iduraco se ha.ia tendido en su! lecho .anzando lo.ribles blas femias eni.emezcladas con dolo rosos gemidos. Presa de una ho- rribie convulsión se revuelca so- bre los muliidos almohadones. En pocas horas el semblanie del enferimo se ha desfigurado espan.osamente. Su cuerpo exhala un hedor in- ¡sufrible y repugnante. Multitud oe úlceras gangrenosas man- chan la lívida piel de su rostro. Un sudor pega;osol inmundo, surca la fren e, y sus ojos hun- didos y empeñados dirigen mi- radas vagas. y armortecidas en las belemitas. La noble anciana, | tañas de Judá, abandonó su ho-' torno suyo. Salomé, su he:mana, agita un abanico de plumas sobre la ca- lbeza del enfermo para refrescar lia atmósfera mientras Alejo su ¡cuñado rocía de vez en cuando con esencias olorosas la 'cama y ¡el cuerpo de Herodes. | A un extremo de la sala se ha llan sentados cluatro ancianos alrededor de una mesa. | Una lámpara de plata derra- ma-“su luz sobre un grueso vo- lumen que se halla abierto. Estos ancianos son los médi- ¡cos del rey que deliberan en voz baja. O:gamos lo que dicen: —La enfermedad se ha descu- bierto por fín; es un cáncer en el estómago; el mal es terrible, incurable. —Nunca deben perderse las es peranzas, repuso otro; el médico tiene el deber de arrebatarle su ¡presa a la muerte, E —En, nuestros libros no existe el remadio para el cáncer, vol- vió a decir el primero. —*l otro 'ado del Jordán, 'vol- vió a deci: el segundo, se encúen tran los baños cálidos de Calli- to?; sus armo»s.á que van a Caer en el mar Muerto, son medicina - les y gratas al paladar; mi pare cer es cue el rey se bañe en Ca- [ces que preparen la sábana de ins para envolver su cuerpo, porque su muerte es segura. | ——Aun nos falta intentar, dijo otro, los baños de aceite aromá- tico. aLs úlceras de la piel se ce- |rrarán y el hedor del cuerpo des laparecerá. —Todo ees inútil, renlicó e? primero; pero nuestro deber es aconsejar, y opto por los baños de Calliroe. : —El rey tiene sesenta años: con esa. edad y con ese mal, el médico más sabio solo nuede en gañar a la muerte algunos días: Calliroe. Este parecer fué el de un an- ciano que no había despegado sus labios hasta entonces, fué a probado por sus compafieros y ses en voz baja, uno de los mé- YOU CAN SAVE: AS in just FIFTY WEEKS! $50: new, : ']- 505.00 | [__20.00 | 10:00.|- 1010.00] You can start a Budget Savings Account. atany time, and any number of deposits may be made in advance. DEPOSIT INSURANCE ¿MEMBER FEDERAL Ios true! You can save from to $1,000 in just 50 weeks — with the help of the systematic, bonus-paying Budget Savings Plan. + Systematic saving is the easiest way to accumulate money for the things you need and want. The Budget Savings Plan makes it easy to save because it makes saving practically automatic. It calls for regular weekly deposits of a small; fixed amount—from $1 to $20 —for 50 weeks. And the plan offers a very real incentive, to0. You receive a,cash bonus when you complete your 50-week saving schedule. Decide how much you want to save .. . how much you can budget every payday. 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Pedid oro, pero dadme salud: !ya que habéis es tudiado el remedio de los males del cuerpo, apagad este infierno que devora mis entrañas!... —Ía ciencia aconseja los ba- fos. —¿Pero la ciencia me respon de del resultado? —El porvenir está en manos Jel Dios invisible. —Enionces no, sabéis nada. —El hombre es imperfecto, —Entonces dejáis mi cuerpc en brazos de la casualidad. —No. L apráctica es nuestre maestro; y ella nos aconseja l que nosotros te acocnsejamos. —, Pero no conoces, desdicha do, que apenas puedo moverme” Mi cuerpo se hincha por momen tos, estas úlceras se agrandan ¿ [cada instante, mis carnes se pt dren, según el hedor que exha lan..... ¿Cómo queréiis que me ponga en camino, si todos. lo: *ormentos del infierno no serár “¡nada comparados con lo que voy a sufrir durante el viaje.? —Una litera conducida por tus esclavos puede trasladarte sin que sufras por ello más de lo que sufres ahora. —Está bien, volvió a decir He- rodes exhalando un suspiro do- loroso; yo me pango en vuestras manos; haced de mí lo que os plazca, pero Salvadme la vida... porque no quiero morir aún..¿lo intiendes”? —Entonces dispón que se pre pare todo para el nuevo sol. —'Ptolomeo,... Ptolomeo!... ex clamó Herodes dirigendo la pa- labra al viejo guarda sellos: ya lo oyes, disponlo todo: la luz del alba no debe sorprendernos en Jerusalén. Las órdenes de Herodes nunca se demoraban... todos fueron sa- liendo de la habitación para dis ponerse para el viaje. De vez en cuando se estreme- cía, y cubriéndose el rostro con la colcha murmuraba estas pa- labras: —'Pasad, ensangrentados fan tasmas, no quiero veros.... no quiero... no, no, no! CAPITULO XV LA PROFANACION - El rey se quedó echado en su lecho. La lámpara lanzaba sus rayos melancólicos sobre la faz lívida y contraída del enfermo. El semblante del dumeo daba horror. Aquel enfermo, a pesar de su lecho de marfil, sus colchas de _JEgiptc y sus almohadones de Miamasco, parecía un viejo asque oso y repugnante. E! remordimiento en la hora de la nm:uerte imprime una man- ¡ena espantosa en el rostro del c:iminal. Cingo que había permanecido oculto tras los pliegues de una cortina, entró en la sala apenas vió que su señor se hallaba solo El esclavo, andando de punti- ¡las par no meter ruido, se acer |có al lecho de su señor. L nía los.ojos cerrados, parecía un cadáver. El “eslavo” lo contempló unos instantes. Aquel negro infame, aquel hombre cruel y sanguinario que todas cuantas víctimas le seña- laba su amo, parecía conmovi- do ante el lecho de su dueño. bronco y prolongado suspiro se escapó de entre sus gruesos la- Bios. El esclavo adoraba a su señor, Su cariño sin límites le hubiera colocado como un dios en el al- tar de Sión, Porque para Cingo, el rey Herodes era todo en el mundo. E El enfermo abrió los ojos y se haló con la negra y sombría figura de su esclavo a la cabe- cera de su lecho. —!Ah! ¿Eres tu, mi leal Cin- go? le dijo con desfallecido a- cento. ¿No lo sabes?... os médi- cos desconfían.... la ciencia es impotente y me dejan morir... Pero !ay de ellos!,.. Mi último suspiro será su sentencia de muerte! —Señor, le dioj el esclavo,; si la salud... si la vida pudiera transmitirse: cómo la riqueza, —Pero yo sufro horriblemente Es preciso que busquen a.go q | En este momento Herodes te-! inmolaba bajo su puñal asesino | us ojos se humedecieron, y unj- tú no morirías. —¿Cómo? —Poique yo te daría mi vida y mi salud para saivarte. —o sé Cmo, lo sé... tú eres bueno y leal, yo no ie he olvi- dar en la hora de mi muerte... q' no está lejos;, seún Creo... —Vive tú y no te ocupes de o- tra cosa; tu salud es para mi más que la libertad y la fortuna -Tú no .eres mi. esclavo,.. eres i mi confidentes. —En cuanto me vea libre de esta horrible enfermedad... te nombraré general de las debio: nes herodianas,.. te daré la pa- ae de homb,e iibre, y tendrás in palacio en Jerusalén y otro 2n Jericó. —Déjame tu esclavo. Sólo am- bociono servirte, aunque esta no che me ha sido imposible obe- decer tus órdenes. —No et comprendo. —Elizabeth, la esposa de Za- carías ha huído de su casa lle- vándose a Juan su primogénito. —¿An dónde? preguntó Hero- des incorporándose y como si a- quella noticia le hubiera “curado de esus padecimientos. —Lo ignoro. —!Ah! -—Pero tengo un medio de des zubrir su paredero. —Habla. —Zacargas es sacerdote. —Lo sé, continúa. —Se halla de semana en eli templo. —¿En la ciudad? —Sií, en Jerusalén! —¿Y piensas...? —Que el padre nos indique el sitio en donde se halla el hijo escondido, —Se negará; los israelitas son tercos... —Entonces... y Cingo acarició el mango de su puñal. —Es verdad, Cingo; con esos soñadores ternos, con esa raza | terca y atrevida de Aarón, los reyes que ocupen el trono de Je- rusalén es preciso que se jue- guen el todo por el todo! sólo la muerte extermina a los enemi- gos .irreconciliables.... Mata Cin- go... mata si es preciso. los Al otro día, Es de eoficoi, los bajo herodianos que anhelaban elevar a su señor sobre el altar del santo. templo ¡ como a un dios, saludaron a He-;¡ rodes con furiosas y repetidas vivas apenas se presentó en la plaza para trasladarse a los ba- ños de Calliroe, Herodes: no era' corbarae; pero en los últimos días de su vida tuvo miedo a dos fantasmas que se elevaban en su calenturien- ta imaginación al todas horas: La rebelión Gue: le cercaba por todas partes, y los niños Juan y Jesús aclamdos en voz baja por los israelitas como los libertado- es de las doce tribus. Esto le quitaba el sueño. Antes de abandonar la cuudad santa, quiso mostrar a sus le- gionés “sú munificiencia, sú es- plendidez para, con .los ¡leales servidores .de .S trono. distribu yando cincuenta dracmas a ca- fla soldado y doscientos a cada capitán, sin contar muchísimos dones que distribuyó a sus ami.- | ps: NI y Seguro por su parte de la fide- lidad de sus legiones, porque el, ejército entonces aclamaba por su señor.al que con más largue- 1 pagaba Sus .aclamáciones, sa: ió. de la ciudad santa seguido le ún brillanté “acompañamien: “o, entre el que se-hallaba una;¡ narte de su familia y lós médi- | “os. de cámara. Cingo se quedó en Jerusalén, 1E negro debía derramar saán- are inocente y manchar con ella la casa de Dios. El santo.sacerdote Zacarías ed padre del Bautista, el sabio preceptor: de. la Virgen, estaba sentenciado a muerte. Sus verdugos no retrocedieron ante el horroroso y sacrilegio- cri men que iban a cometer. Cingo y sus infames compa- fieros se presentaron en el tem- plo de Sión eo nel puñal homici- da en la diestra. El anciano sacerdote se-halla- ba desempeñando sus santos aficios en el atrio intérior de la casa de Jehová. Los verdugos le preguntaron por su hijo, él, que ignoraba su mnaradero, respondió sencillamen te que estab en su casa de Aín, y que si allí no se hallaba, le e- rta imposible conocer su parade- To. Esa respuesta sencilla y verí- dica fué tomada por una nega- itiva burloña -y- despreciativa, y Viernes 8 de Diciembre de 1950. «el pobre anciano cayó a los pies de sus asesinos bañado con su sangre inocente. Los fieles huyeron con horror de lacasa de Dios ante aquel a- sesinato sacrílego. La noticia corrió con la velo- cidad de la desgracia por todos los ámbitos de la ciudad. Algunos pacíficos comercian- ies cerraron sus tiendas, y ocul- “Os en el rincón más apartado se sus casas comentaron el he- zho en voz ba¿a y amedrentada antonación, . Las ptarullas de los soldados romanos pasearon por las calles Algunos jóvenes atrevidos; en señaban a los soldados, en se- áal de amenaza, sus puños ce- rrados, porque aqel crimen que nanchaya ja morada de Dios ha bía llenado de espanio a los m: drosos y de odio y venganza a los valientes hijos de la abati- da raza de Israel. Treinta años después, esta muerte sacrílega e injusta hizc exclamar al Mártir del Gólgote estas palabras: “Sobre vosotro: caerá toda la sangre inocente de rramada en la tierra; desde l: del justo Abel hasta la de Zaca rías a quien habéis quitado “le a _|vida entre el altar y el templo.” La muerte de Zacarías fué e sangriento epílogo con que ter minó la terrible tragedia de los mártires' de Belén. La sangre del justo manchaba los mármoles de la casa del San io de los Santos. No esiaba lejano el día en que a sangre de Dios debía corre por las ásperas pendientes de ¡ólgota. LIBRO SEXTO EL AGUILA DE ORO 6. Porque ¿cómo podré yo su- «rri la muerie y el estrago de m pueblo....? 7. Y respondió el rey Asuero ¿ la reina Esther y al judío Mac docheo: He dado a Esther la ca sa de Aman, y he mandado qu fuese fijado en una cruz porqu se atrevió a extender su man: contra los judios. —(Libro de E ther. cap. VIID, CAPITULO 1 LA VIA SANGRIENTA Herodes llega a Calliroz baños ds aquellas auas «mn cinales, tan célebres entonces empeoraron su salud. Una real orden emvoca a te dos los médicos de Palestina a rededor del augusio enfermo. La ciencia discute mientras q el ma. avanza y devora el cuer po. Por fin, se adopta el bkaZlo d ateite «.ómico,á y los exclavo: sondu.o.r a su señor desde su le cho al baño; pero. el miserable ve:dugo de Israel, apenas es su mergido en el suave líquido, pie: de ei conocimiento, y los que le rodean, creyendo llegada la úl- tima hora del enfermo, lanzan desconsoladores gritos. La familia, los médicos 'acu- den. Herodes es casi un cadáver. Inmed'atamente es envuelto en una sábana perfumada y tras ladado a su lecho, y “allí a fuer- za dea esmero y cuidados logran reanimarle, y el enfermo, entre- abriehdo. sus vidriosos ojos, ex- hala un susxpiro apagado. Sus labios cárdenos se agitan convulsivamente como si quisie- ran hablar; pero todos los esfuer zos son inútiles. Por fin, después de una hora ¡de angustia y horrible lucha, Has palabras que se ahogaban en ¡la garganta llegan ligadas a la lengua, y Herodes exclama con desfallecido acento: —'!Tengo. hambre... hambre!.., mucha Salomé consultó. con una mi- rada a los médicos; peró éstos, que han perdido la esperanza de salvarle y que temen desobede- cer las órdenes de un rey bár- baro y cruel que puede mandar- les degollar ante su presencia, contestan que se le de a comer todo cuanto quiera. Entonces los esclavos incorpo- ran al rey en su lecho y le sir- ven una comida espléndida. * Herodes se lanza sobre los. manjares como una bestia fe- roz. Cuanto más come, más ham- bre siente y pide más, y aquel miserable, castigado por lo ocul- ta mano de Dios, inspira lásti- ma al último de sus esclavos. Por fin, rendido se deja caer en la cama, derribando sobre la colcha las viandas y el vino. Herodes estaba borracho, y en su embriaguez pide a grandes voces que le trasladen a su pa- lacio de Jericó. Todos temen desobedecerle y|!Continuará la semana entrante' , Dadme algo que co-| mer, porque me muero. sus órdenes se cumplen al ins- tante. Llega a Jricó, pero !en qué es- tado! Su boca sólo se abre para blas p femar o decir que tiene hambre y sed, sus extremidades se han hinchado, su piel se ha vuelto cárdena; no puede moverse sin. : 21 auxilio de esus, esclavos. Montones de gusanos brotan... de las úlceras que manchan su rostro. Su aliento pestiefro demuéstra la opdre de que está lleno su cuerpo, y su respiración fatigo: Lsa da un claro indicio de que el cáncer va minando interiormen '' te aquella existencia que con ' ' trabajosos dolores se despide del '*' madito cuerpo que la encierrá.' Los médcios, acediendo a lo3 ruegos de Salomé la hermana de Herodes, se disponen a atacar con mano vigorosa la enferme- dad, aunque la creen 'incurable. “+: Prohíbese la entrada en el" cuarto del dey a todo el mundo; * nadie puede -darle, aunque lo' pida, más que lo que los médicos * ordenan; y sus esclavos, creyen do que su señor ha muerto, es- parcen esta noticia que corre la Judea, llenando de júbilo a cuan tos la oyen. . Dejemos por algunos instantes a Herodes bajo la salvaguardia de los médicos, y fijemos nues- tra atención en un jinete que a galope tendido cruza por una 'de las tortuosas y pedregosas vere- das de los montes de Judá, Imposible es imaginarse camino más tétrico, brío, más espantoso. un más som- Profundos *bararncos; TOCAS. 8803 carpadas, que amenazan con su caída la vida del viajero, pro- fundas cuaves abiertas en el se- no de aquellas áridas montañas, por las espantosas sacudidas de la tierra, eterno e impenetrable refugio de los, bandidos. árabes y: las salvajes fieras, encuentran por todas partes la intranquila mirada del viajero. La naturaleza no posee un tea tro más terriblemente dispuesto para el crimen, que los barran- cos de los montes de Judá... El puñal del' ¡Asesino les si dado un nor a, aquella tarias veredas! la “Vía Sangrien ta.” Célebres por la sangre derra- mada, el viajero apenas distin- gue sus espesos matorrales, sus tétricos barrancos, siente latir pl su corazón y piensa en Dios y en... ¡la muerte. La noche de que nos ocupa: mos, la luna estaba en su lMeno,,; pero los apiñados escuadrones. de blanquecinas nubes que trans curren por el firmamento, ocul- tan la clara luz de su casta fren te, dejando en completas tinie- blas la tierra. El nocturno. caballero. parece: »-: práctico en el terreno que cruza, y el caballo le' mispifá “al pare- cer una confianza” completa, pues las riendas flotan al vien» to sobre su robusto y reluciente Cuello. De vez en'.cuando el aéreo; te.:*; laje dé un nube, se quiebra, y. un rayo de: na de la noche ¿cae desde el cie- lo, bañando: con su dulce: ys a etada luz las “obscuras siñuosida' * des del camino. + El ardiénte.corcel, ajeno a las emociones que indudablemente agitan el corazón de su amo, e, a tales horas, de-la noche. cru: tan solitarios caminos, sigue ga: El noble animal demuestra... con sus fatigosos respolidos que* comienza a: sentirse fatigado. Sus ijares laten con precipita; * da violencia, y un sudor espumo:. so empieza a manchar la. fina piél de su pecho... . 1d De pronto el Jinete, que ha: lan ñ zado en torno suyo una mirada escrutadora para reconocer el. sitio en que se halla, coge las bridas y tira con fuerza hacia sí; y el caballo detiene su galope., y apoyándose con fuerza sobre: el cucarto trasero, se queda. rado junto a un espeso a cuyo pie nace una sen añ ¡gosta que condueé a un barranco” —Aquí debe sér, murmuró en voz baja el jinete. Después hecha pie a tierra, y pasando las bridas por su brazo derecho, comienza a descender en dirección: al barranco segui- dopor el. dócil ¡animal. De este módo anduvieron ca- ballero y caballo sobre un:s qui nientos pasos. Una vez allí, se detuvieron, em cf, PEA