El Sol Newspaper, December 1, 1950, Page 4

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A po “BL SUL”, SEMANA4IU PUPULAR INDEPENDIENTE Viernes 1ro. de Noviembre December de 1950. “EL MARTIR DEL GOLGOTA” La n'ños sonreían en sus bra- Dios.” zos y elas saludaban con ama- bilídad a sus verdugos mostrán- | doles gozosas el adorado fruto ' de sus entrañas; y así fueron lle táculo!... CAPITULO XI . LAMENTOS DE DOLOR “Gran martirio! !Cruel- espec- Desnúdase el alfange, gando uná tras otra hasta que sin haber causa qu lo desnude. se llenó el local. Be Cingo extendiendo | 1 “Ensangriéntase furiosa la en- vidia sin que nadiee 1 opusiera ada de sangre sobre a- resistencai, y recibía la ternura me legado el momento de e- 1 ladro de maternal cariño los golpes que no había podido agitaba en torno suyo, provocar. “La amarga queja de las des- ; jecutar las Órdenes de su señor. | oladas madres superaba al ge- Una madre se le acercó para mido triste de los degollados cor «preguntarle cuándo se les distri- 'derillos. Luchaba la naturaleza buía el galardón ofrecido. * Aquella infeliz llevaba a dos. niños; el más pequeño dormía ' libando la sabrosa leche del pe- cho maternal; el mayor, hasta de dos años de edad, sonreía a- poyando su brazo izquierdo('có- mo si el negro y reluciente sem blante del esclavo le hubiera hecho gracia. —¿Cuándo se distribuyen los premios señor? preguntó la ma- dre inocente. Yo tengo prisa: -los quehaceres de la casa me aguar dan. —Ahóta mismo quedarás libre y dueña de tu volunatd, le res- pondió Cingo; y extendiendo su Crioda mano antes de que la madre infeliz se diera cuenta de ello, se apoderó del tierno vásta- go, y arrancándole. del nutritivo pecho, lo estrelló inhumanamen te contra el ángulo del muro. La madre abrió los ojos con espanto, y lanzando un grito ho- rrible, aterrador e inexplicable, cayó sin sentido sobre el palpi- tante y despedazado cuerpo de su hijo. Aquel grito fué la señal de la matanza... ¿Dónde hallar colores tan po- derosos para bosquejar el cuadro de los. Mártires Belemiats, con la verdad horrible y sangrienta, cuando sólo con traer a la me- moría tan incomprensible barbe rie exhala un grito de espanto el corazón y una lágrima de do- lor brota de los ojos? San Agustín con su fecundo y poderoso genio, con su santa y elevada inspiración, con los ini- mitables rasgos de su inmortal pluma, ha escrito el cuadro de la degollación con una verdad, con un sentimiento a que es muy difícil aproximarse. Oigamos, pues, por un momen to al africano convertido (San Agustín nació en Tagasto, ciu- dad de Africa, el año 319 de la era cristiana; a los treinta años de dead pasó a Cartago en don- de sus costumbres se corrompie ron. Pero movido por los discur- sos de San Ambrosio y los rue- gos de su madre Santa Mónica, recibió el bautismo y se convir- tió) al padkeoss autor de “Las Confesion: A Y A A “La Ciudad de agraviada en sus amorosas. pren das, y apelaba a las leyes de la compasión anegada entre san- grientos girones. “Arrancábase los cabellos la infeliz madre cuando los feroces verdugos le arrebataban de sus; amorosos brazos la miatd de su alma. “Cuántas diligencias umplea- ba para ocultar al tierno infan- ¡ te, otras tantas practicaba el i- nocente niño para descubrirse. *No sabía callar, porque 'aún nó había prendido. a temer, y luehaban' a' brazo partido el ver dugo y la madre; ésta por rete- ner y salvar a su querido hijo, taquél por arancar de su seno al ierno mártir. —“¿Por. qué apartas de .mí, le decía al sayón la triste madre al que engendré en mis entra ñas? “Mi vientre le dió el ser, mi pecho le alimentó; nueve meses abrigué cuidadosa al que tú des;j pedazas con mano cruel. y san- grHenta.... Ahora acaba de salir de mis entrañas y tú le arrojas contra la dura tierra!... “Otra madre, viendo desconso- lada que despedazándole la prénda de su corazón la dejaban con vida, decíale a su verdugo: —¿Para qué me dejas sola?... Si hay culpa esa es mía... ¿Mía, mo lo oyes?... Si no hay delito y es sólo por el placer de matarle. entonces junta la sangre mía n la de mi hijo, y líbrame de te modo del dolor que siento. “Otra afligida decía: “A uno buscéis, y a muchos destruís; y a ese uno que buscáis jamás encontraréis. “Mientras otra infeliz, apretan do-contra su dolorido corazón el cuerpo ensangrentado de su hi- jo, exclamaba elevando sus llo rosos ojos al cielo: “Ven ya, Salvador del mundo! Por más que te busquen a nin- guno temes: véate al trano y no quite la vida a nuestras queri- dos hijos.” Hasta aquí San Agustín. La sangre inocente enrojecía la tierra. El dolor de algunas madres era atn inmenso, tan terible, q' se sentaban en el suelo con los destrozados cuerpos de sus hijos, en los biuzos, y comenzaban a mecerlos y a cantar.es como, pa ra dormiros. Aquellas desgraciadas tenían los ojos sin lágrimas, la sonrisa en los labios, y caniaban, porq” habían perdido la 1azón. Otras más varoniles y menos resignadas con su suerte, al ver maltratados a los queridos tro- zos de sus entrañas, se avalan- zaban contra los verdugos como las panteras heridas y hacían presa con sus dientes en las ma nos de los sayones, cayendo des pués de una lucha desesperada, _Anegadas en su sobre sobre el cadaver de sus hijos. Más de sesenta Belemitas sa- edificados al furor de Herodes ya cían degollados en el ancho pa-| tio de la piscina, 'El cuadro era horrible, espan toso! La historia lo'recuerda con asombro, sin ejemplo. La cruel matanza había ter- minado y los verdugos se dispo- nían a abandonar aquel inmen so bazar de sangre y dolor, cuan |¡ do vieron a una mujer que se dirigía hacia aquel sitio con un, ¡niño en los brazos. |. Aquela infeliz, ignorante de lo | que le esperaba, se iba acercan- do hacia el matadero de los no- | | ¡centes entonando alegres can- | tareS. De vez en cuando elevaba a la altura de su frente los delicados piecesitos del infante, haciendo ¡que los apoyara sobre-su cara, y los besaba. a El niño se re;a de las etrnezas que le tributaban. ca Cingo salió al encuentro de a- quella mujer, y sin desplegar los labios, extendió su callosa una pierna. La inocente criaturilla quegó colgando de a mano del verdu- go con la cabeza hacia abajo. La madre lanzó un grito de sorpresa; el niño prorrumpió en in lloro amargo. —!Ay de tí, miserable escalvo, exclamó la mujer con las fac- ciones horriblemente coniraídas o. el a:ombro y la rabia, si to :as un solo cabello de ese niño —Nada temas, le respondió Tingo sonriéndose ¡de un modo le:oz; Jo que es él no me denun ciará alos jueces de Jerusalén. —Tiembla infame, volvió a de cir la mujer, a quién satélites de Cingo habían sujetado: ese niño es el heredero de la corona de Judá, es hijo de reyes, y está destinado, a ocupar un trono. Al oir estas palabras en el obscuro semblante “de Cingo bri- 1ó una alegría feroz. —!Ah! ¿Conque este niño es el rey de Judá? le dijo: pues a éste buscábamos: la sangre de YOU CAN ACTUALLY SAVE MONEY. REGULAR OR SPECIAL CHECKING ACCOUNT y Regardless of your income, you'1I find a checking account mano y se apoderó del niño por. is a time-saving, trouble-saving, money-saving convenience. 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ARIZONA x* VALLEY X NATIONAL BANK FEDERAL DEPOSIT INSURANCE CORPORATION e e 5 5 e, rramda podía bien haberse evi lado; y haciendo girar al niño como un molinete sobre su Ca- veza, lo despidió por es aire con toda su fuerza. us compañeios lanzaron una carcajada horrible y recogieron con sus manos aquel cuerpo q' su jeíe les enviaba por el aire. Uno de ellos separó con su es- pada la tierna cabeza del inocen te cuerpo, y se la presntó a su jeie doviando una rodilla en el 3ue.o y diciendo con incalcula- ble cinismo: —Cingo yo te presen:o la cabe za de un ¡ey: no te olvides de darme el galardón. La infeliz mujer no pudo re- sistir aquel sangriento espectá- Culo, y cayó de espaldas sin sen ¡tido. Cingo, ató la cabeza del niño a un exiremo de su manto y sa- lió de la piscina seguido de sus feroces soldades, Las madres se quedaron solas en aquel sitio de horror y san- 'gre. Espantadas, llorosas, sin dar- ise cuenat de lo que les aconte- “cia permanecieron horas y ho- ras junto a los restos destrozados de sus hijos, como si una mano poderosa las sujetara a pesar su- yo, en aquel sitio. Llegó la noche, y la luna cla- ,ray hermosa derramó la lluvia ¡de plaat que brota de su frenie bre aquel campo de sangre. Diríase que el astro luminoso de las tinieblas, por voluniac suprema, brillaba con más cia adad que anunca, para que la.. uimas de ¡os inucentes belemi- tas legaran al cielo guiadas po: sus tibios y radiantes resplan- dores. Los padres regresaron a sus casas terminadas sus cotidia- nas faenas del campo. Su dolor, su asombro, fué gran de al saber la horrible tragedia durante su ausencia. * Pero !ay aquellos infelices e indefensos labradores, ¿qué o- tra cosa podían oponer ai furor de Herodes y al poder de los ro- mános, que sus lágrimas? Lloraron... sí, lágrimas de fue- go; lamentos de dolor inexpli- sable se oyeron en Belén y sus cercanías que legaron hasta las tumbas de los muertos, y estos uieron su lágrimas y sus lamen os con los que les habían sobre venido para presenciar la incon “ebible escena de la Degollación de los Inocentes. Eelén, patria de David, cuna de Dois, fué la madre de los pri- _]meros mártires del cristianismo. La sonrisa de aquellos ánge- ¿les inmolados bajo la mano de 'un rey sanguinario, cae aúh be- néfica y fecunda como un rocio matinal sobre las flores, endul- zando las amarguras de las al- mas Cristianas que doblan su ¡frente ante Leño Santo que ha sembrado la fecunda semilla de la liberatd del hombre, de la ca Pe y de la mansedumbre. Los destinos del Eeterno co- menzaban a cumplirse desde a- quella noche fatal. | Dios se había salvado para mo rir más tarde; la sangre de la redención fué precedida por la sangre de los inocentes belemi- tas. CAPITULO XIII LA SANGRE EN EL ROSTRO * Los verdugos de Belén llega- ron a la caída de la tarde. Cingo distribuyó entre sus fe- roces compañeros el precoi. de 3u horrible asesinato, y aquellos iserables” se desparramaron por'la ciudad, ansiosos de aho- gar con los'vapores del vino el remordimiento del crimen que acababan de perpetrar, Aquella noche, los habitantes de Jerusalén, a cuyos oídos ha- bía llegado la noticia del san- griento drama,-presenciarón es- cenas de increíble cinismo. Los compañeros de Cingo trans- currían por las calles beodos, haciendo alarde de su brutal fe- rocidad y disputándose el núme -o mayor de víctimas que había inmolado su cruel cuchilla. Uno de ellos enseñaba su bra zo cubierto de heridas a sus a- migos, diciendo: —Yo he cortado veinte cabe- dres. us compañeros soltaron una feroz carcajada; pero en' medio de aquellas risas salvajes, in - comprensibles, flotaba una co- sa sombría. Era el fantasma terrible del remordimento que clavaba sus envenenadas saetas en los cora- zones de aquellos miseragles a- sesinos. Más tranquilo que sus satéli- tes el esclavo favorito, se enca- minó hacia el palac.o de su se-, ñor. go. Y Rebeca salió de la cámara del rey estrechando contra su caminando de espaldas hasta Ipuerta. El rey de Jerusalén quedó al/- Como siempre, penetró: en elipecho el cadáver del inocente ¡gunos momentos en mitad de ou dormitorio le Herodes por la puerta secreta. mártir. Cingo iba a hacer lo mismo, cámara, como si con la userícia de su esclavo hubiera senti: un El Idumeopaseaba con gran-|cuando Herodes exclamó incor-|avcío en su corazón. des muestras de agitación cuan- do Cingo entró a su cámara. Una sonrisa feroz apareció en sus labios. porándose: —Espera.... —Señor, cstígame, soy digno de tu enojo; y Cingo inclinó la De repente su semblante tor- nóse lívido y desencajado, sus ojos se hundieron, y todo su euerpo se contrajo de un modo mal —Cingo. cabeza, como si esperara el gol-|horrible, —Estás obedecido. pe que debía vengar a su rey. * Algunas manchas de un color —¿Todos? —No temas, Cingo... la fatali-|purpúreo asomaron a-la piel de —Todos, respondió el esclavo | dad colocó bajo el filo de tu cu-|su- rostro, y su boca, contraída, con su acostumbrado laconismo. —!Ah! Y Herodes exhaló un suspiro desde el fondo de su corazón. —si hemos de dar crédito a ina de ¡as mujeres que se que- Jó liorando en belén, volvió a decir Cingo, el Rey de Judá no debe inspirarte el menor recelo; he aquí su cabeza; el esciavo | desdoblando la punta de su mañ ¡to, presentó la cabeza del niño aa tan crueumente había arre- batado de los brazos de la últi- ma belemita. Herodes dejó aquel miembro insepulto sobre una mesa, y Co- menzó a examinarle en silencio LaLs vidriostas pupilas del Idu meo se fijaban con-.una tenaci- dad extraña en el lívido sem- rante de aqueiia cabeza ensan- ¿rentada. De vez en cuando se restrega- va los ojos, como si algún estor bo le impidiera exam.nar a su acer aquellas facciones inani- madas, —Es extraño, murmuró des- pués de “una pausa; se me fig ra que yo he visto esta cara an: tes de ahora. Cingo nada decía. Orgulloso con haber desempeñado tan fiel, mente la texyible misión de su; señor, esperaba impasible la re compensa que, según costum- bre, debía seguir al servicio pretsado. Herodes, preocupado siempre con el examen de la cabeza y como si una duda le atormenta- ra, cogió por los cabellos ensan-; ,¡grentados el cráneo del niño y! lacercóse a la ventana, como si quisiera con los últimos rayos del sol poniente, que iban a mo- rir sobre el cancel, desvanecer las dudas que sentía. En este momento alzóse el pe- sado tapiz que cubría la puerta, y una mujer pálida, ensangren tada y con los ojos hinchados por el llanto, se presentó en la sala. La mujer lanzó un rugido re- conociendo a Cingo. Herodes, volvió la cabeza. —-Tú aquí, Rebeca! le pregun tó el rey con extrañeza. —!1... sí... yo! exclamó la mu- jer con ronco y nervios acento. 'Yo,.. que vengo a entregarte al rey de Jerusalén el cuerpo de su hijo, para que lo una con la ca- beza que tiene entre sus. manos! Y Rebeca arrojó a los pies de Herodes el 'mútilado tronco de un niño que levaba oculto bajo” sum anto. —!Ah! exclamó el Idumeo re-¡ trocediendo algunos pasos. Con que esta cabeza? —'Ec la de tu hijo... del hijo que encomendaste a mis cuida-; dos... que yo he alimentado con el jugo de mi pecho; tu hijo, q' den tuya... ! ese infame ha asesinado por or- Y Rebeca extendió su brazo en dirección a Cingo. Herodes: lanzó un grito y: dejó caer la cabeza, que rodó por el suelo, produciendo un ruido hue co y frío. Luego se llevó las manos a. la cara para ocultar a sus ojos el cadáver del último fruto de su amor; pero aquellas manos es- taban tintas en su propia san- gre, y aquella sangre le manchó el rostro. chillo el cuello de mi hijo...Cul-|por el dolor, se abrió para dar El esclavo no despegó sus la-. pa es del Dios enemigo de mi raza y no tuya... pero... escucha: la sangre derramada será inútil si no logramos apoderarnos del hijod e Zacarías y del rebelde Antipatro... a tu celo encomien- do la tranquilidad de mi: reino Corre, busca... no perdones nin- gún medio para que se realicen mis deseos. Mientras Juan y Je- sús vivan, mientras Antipatro goce de libertad, la corona vaci- la en mi cabeza, el poder se es- capa de mis manos... el puñal de mis enemigos me amenaza por todas partes... mi sueño es intranquilo, mi vida una agonía lenta y prolongada que me con sume... Porqué tú lo sabes... Cin go... esta enfermedad cruel que me devora, alienta a mis ene- migos.... Allá donde dirijo mis o- los les veo alzarse amenazadores codiciando mi cetro y mis te- sores.... Por todas partes levan- ta la cabeza la conjuración. Los fariseos, los asesinos, cada día más terribles y provocativos, conspiran hasta en el Templo de Sión y en las calles de la ciu dad para enardecer los ánimo: de los israelitas. Pero tú, mi bra vo Cingo, destruirás la esperan - 'za del os hebreos. Corre...corre.. "pues en ti solo descansa mi tro- ino.... Los romanos son indpolen- tes.... y se hacen pagar muy ca- ros los servicios que prestan a su señor... y además que estos asuntos deben desempeñarse .en secreto... y se debe preferir la noch al día..... es más callada. Herodes se detuvo... sus hun- ¿didos y.-vidriosos ojos se fijaron! ide un modo tenaz en el impasi- ble semblante de sú esclavo, co mo si quisiera sorprender el e- fecto que habían producido sus palabras; pero el etíope, acos- tumbrado a oberecer ciegamente las órdenes de su señor, inclinó ligeramente la cabeza y enca- minóse hacia la puerta. El rey le detuvo cogiéndole por el brazo. tremecr al esclavo. —Si tú logras presntarme la cabeza de Juan y Jesús, yo te o- frezco en recompensa un talen o hebreo, y te devuelvo la li- bertad. Herod»3 dijo estas palabras poco arocu y como delándolas caer en <«' corazón de Cingo, El esclavo contestó con impa- sibilidad. —Eros, el esclavo de' Marco An itonio, ha inmortalizado su nom bre muriendo a los pies de su se ¡for, mi única ambición es inmor talizar el mío muriendo por ti. . (Shakespeare, el célebre trá- gico inglés ha inmortalizado el; ¡nombre de Eros el esclavo de Marco Antonio, en su tragedia “Antonio y Cleopatra”. Antonio el amante de Cleopatra, al ver- sp cercado por todas partes de los soldados de Augusto, llama a su esclavo Eros y le ofrece la libertad a treque de que le qui- te la vida; pero su esclavo, con esa serenidad que sólo acompa- ña a los héroes, sepulta su es- pada en su corazón y cae baña- do en sangre a los pies de su se for. “!Esclavo cien veces más noble que yo”, exclama Antonio, “tú me enseñas !oh bravo Eros! a hacer por mí mismo lo que debo y tú no has querido hacer. "Aquella familiaridad hizo es-» sobre los hombros el quicel 5 I zas, ved las dientes de las ma- bios; esperaba su sentencia, y ajMi reina y Eros, con este ejem- través de su negra piel se le vió| plo de. valor, se sobrepondrán a palidecer. mi gloria en las edades venide- Rebeca, cual la sombra del re|ras.” — (Traducción de Don Je- mordimiento, terrible, amenaza-|rónimo de la Escosura. “Historia dora y después de un momento; |de Egipto.”). pero .llevaos ese cuerpo ensan-| Herodes tendió una mano a grentado de mi presencia, Su [aquel bravo y leal servidor, que vista me quemo los ojos y hace|no tenía más voluntad que la de arder mi corazón. su dueño. Rebeca recogió el destrozado Cingo besó aquella mano que cuerpo del niño, envolviéndolo|su rey le 'alargaba, y en sus ne- en su falda, y luega, lanzando|gros y penetrantes ojos, en sus una mirada amenazadora al es|gruesas y toscas facciones pudo clavo, exclamó con tono profé- [distinguirse bien claramente la tico. inmensa alegría en que rebosa- —-Ay del asesino de los primo|ba su corazón. génitos de Judá! Su nombre se-| —Parte, y no te olvides que rá maldito por los siglos de los|te espero. siglos, y én la última hora de| —Jamás descanso cuando mi su muerte, las furias del averno |señor me encomienda algo que Gea A A se gozarán en destrozarle las entrañas con sus leguas de fue- le importa. El esclavo salió del asopsento paso aun prolongado gemido. Llevóse las manos al estóma- go, y su cuerpo agitado por una convulsión nervisoa, se desplo- mó sobre la mullida alfombra gritando: —'!Socorro , Socorro! que me muero! Herodes se revolcaba por el suelo como un mondenado. Por su boca salían borbotones de espuma, un temblor convul- sivo agitaga su cuerpo. Diríase que el soplo del infier no le estaba quemando las en- trañas. Su: familia acudió precipitada mente y le trasladó'a su lecho. Los médicos le rodearon pres- tándole los auxilios de la cien- cia; pero la enfermedad se ha- bía declarado sin máscara. Te- nía un cáncer en el estómago, y este horrible mal había de con- ducirle al sepulcro muy en bre- ve, después de hacerle padecer de un mod incalculable. Dios, harto de los crímenes del feroz Idumeo, le comenzaba a castigar dándole una agonía lar ga y dolorosa. La Providencia es muda, in- visible; pero su mano poderosa y justa, reparte desde el cielo los bienes y los males con una justicia irreprochable. CAPITULO XIV PRELUDIOS DE LA MUERTE Cingo era hombre de clara y rápida imaginación para conce- bir y coordinar los golpes de ma ¿ho que le encomendaba su señor Bastáronle unos minutos pa: ra formar el plan de sorpresa q' debía seuir en la ardua comisiónw que se le confiaba. Lleó 4 la planta baja del pa- lacio, y cruzándo un corredor en- tróse a la cuadr adestinada los esclavos. Una vez allí, eligió cuatro hombres de su confianza, y man dándoles que sacaran de las cua dras caballos y que se echaran de los mercaderes árabes, sin olvi- dar el puñal de damasco en la cintura. 1 Hechos los preparativos, enpe- ró impasible que el sol dablara las espaldas de Occidente, y entonces a favor de las tinieblas salió seguido de sus satélites de la ciudad santa. Una vez en el campo, enteró a sus compañeros de la impor- tante comisión que le había cocn fiado el rey; y después, con ese silencio que preside a los asesi- nos, se encaminaron hacia el Sur de Jerusalén en busca de la ciudad de Ain, Patria del Bau- 'tista, :Cingo, como hemos dicho ya, había calculado el modo de eje- cutar su lan. Se había dicho: —Juan es es- timado en más por los israelitas que Jesús: apoderémonos prime ro de Juan, En cuanto a Antipatro, el hijo de Herodes, tenía la esperanza de hallarle en Jericó, en casa de la esclava Enoe. Ain dista sólo dos leguas lar- gas de la ciudad santa; pero co- mo el camino es de herradura y montañoso, y la noche oscura en demasía, los perseguidores del hijo de Elizabeth llegaron casi mediada la noche a los ara- bales de la ciudad. Cingo dispuso que uno de sus compañeros se quedara guardan do los caballos en un bosqueci- llo inmediato a la ciudad, mien- tras él acompañado de los tres restantes, se llegaban a la casa de Zacarías. El terrible- drama de Belén ha- bía alarmado a las madres de Judá. continuará la semana entrante remo. Para Oír Mejor prueben el peque- fio aparatito: MICROTONE Ayuda a Oír No tiene Botón en el Oído ¡ ARIZ. HEARING AID CO. 39 al Oeste de la Adams A a O A A o ¿AAA A a.

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