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Página Cuatro. o “EL Un grupo de soldados viejos y encarnecidos en las batallas se MARTIR D en dirección a una magnífica ca sa de campo, cuyos extensos jar paseaba en el rimer atrio del|dines se hallaban a corta distan vestíbulo y en la plazoleta que|cia de la casa de Virgilio. precdía a la fachada del edificio se veía alguna litera y emplea- dos de la casa. Un hombre, casi un anciano, vestido modestamente con la to ga de Jos patricios, salió del pa- lacio del César y saludó con a- mabilidad. levantando el extre- mo de sus anchas vestiduras, a los que se hallaban en la plazo- leta, Todos se inclinaron con mues- tras de respeto. a El hombre de la toga cruzó so- lo el arco del vestíbulo, y Se en- caminó conp aso tranquila hacia la calle ancha que se extendía delante del monte Celio. Su rostro tenía una expresión de indefinible bondad; su cabe- za, cubierta de canas, se incli- naba ligeramente sobre su pe- cho como las ramas como un árbol cargado de frutas. Su estatura mediana, su físj- co delicado y su ademán hu- milde no demostraban en él na- da de extraordinario. Deteniéndose un poco, podía verse que aquel anciano cojea- ba ligeramente de la pierna iz- quierda. De vez en cuando algún trans uente se detenía para mirarle co mo si pretendiera reconocerle. Entonces el hombre de la toga se sonreía con bondad confun- diéndose entre el gentío, y con- tinuaba su camino procurando evadirse de las miradas investi- gadoras que le dirigían. Del. centro del edificio se al- zaba una torre (en la parte más | alta de esta torre se hallaba ta pieza destinada para comedor, pra disfrutar durante la comida las hermosas vistas que ofrecía) | que dominaba toda lap osesión y una granp arte de los catorce cuarteles en que se halaba dis- tribuída Roma en tiempo de Au- gusto. El hombre de la toga entró en los jardines, y cruzando aque- la dilatada calle de árboles lle- gó al vestíbulo de la casa, en donde sobre un pedestal de pie- dra rústica se alzaba una ele- gante estatua de má1mol. Aquella estatua tenia algún parecido con el hombre de la to ga que pasó por su lado, Al cruzar la portería, un escla vo que se hallaba sentado en un taburete de madera se puso en pie. (Por lo general los esclavos estaban atados como los perros de la portería con una cadena. y cuando recobraban su ¡ibertad dedicaban aquella cadena a Sa- turno) s Junto al esclavo se veía un mastín atado con una gruesa ca dena de hierro, y encima del clavo que le sujetaba a la pared podía leerse esta inscriución “Guardaos del perro.” El hombre que entraba acari- ció la nervuda cabeza del can con muestras de familiaridad, y éste cerró perezosamente los ojos, extendió el cuello y alzó la Así cruzó una gran parte de|cola en señal de cariñoso reco- Roma, y atravesando la vía 'Sa- |nocimiento. cra' llegó al monte 'Esquilino' y al Vimal' Luego entró en la casa y subió por una escalera al piso princi- “EL SOL”, SEMANARIO POPULAR INDEPENDIENTE *querido administrador. (Mece- nas fué durante las guerras Ci- viles, administrador general de Roma.) —Ah, mi salud, poderoso Au- gusio, es una niña malcriada. ¡que hace algún tiempo anda des contentadiza por dentro de ini ¡ ser. i Y Macenas, diciendo estas pa- ¡el techo. Mientras tanto, el César se ha ¡bía sentado sin ceremonia algu- na al lado de Agripa, —¿Sabes querido yerno dijo Augusto, dirigiéndose a Agripa, que esta mañana mi hija Julia, tu esposa me ha reprendido por las horas que te robo de su la- do? La pobre Julia no sabe que nos ocupamos en coleccionar las óbras de nuestros queridos ami- gos Horacio y Virgilio, para en- riquecer con ellas»mi biblioteca griega y latina del templo de Apolo. —Las mujeres son egoístas, señor; ninguna de ellas com- prende de sacrificar un instante de felicidad, por el bien público, dijo Mecenas. —Y sin embargo nada les gus- ta tanto como exigir sacrificois de los hombres, repuso Agripa. —Dejando a las mujeres tal cual ellas son, tengo que daros una buena noticia, dijo a su vez el César. Los dos amigos del Embera- dor indicaron con un movimien to que deseaban saberla. —Nuestro muy querido Pisón “e] perfecto de la ciudad”, con- ¡tinuó Augusto, ha logrado poz fin recopilar en un volumen las “Obras de la Sibila Cumea”, y Idesde mañana los numerosos fa vorecedores del teatro de Marce- lo, podrán leerlas en mi biblio- Al llegar a este cuartel, reti- pal, y después de atravesar va- ¡teca Octavia. rado de la populosa ciudad, el rias piezas en las cuales halló¡ —Los dioses lares me conce- rostro del misterioso transuente varios criados que se inclinaban!dan la vida suficiente para ver se entristeció visiblemente y se ante él, se detuvo ante una Puer terminada nuestra obra, excla- detuvo lanzando una mirada ca|ta, y empujándola se halló den-' mó Mecenas. rifñosa sobre una casa de modes |tro de una cámara. ta apariencia que se hallaba en| En aquella cámara había dos teramente cerrada. hombres: uno de ellos se ocu- Alguros árboles de hojas ama 'paba en hojear un volumen; el villentas alzaban sus conas por otro, tendido en un lecho pare- detrás de los muros, como los cía enfermo, a juzgar por la de- cipreses de un cementerio aban macración de sus mejillas. donado por los vivos. El hombre de la toga se llevó la mano a sus ojos, como para Por todas partes se veían grue sos volúmenes esparcidos hasta en la cama del enfermo. Diríase enjugar una lágrima, y después|que aquella habitación era el lanzando un suspiro desde el A fondo de su pecho, pronunció estas palabras: —!Pobre Virgilio! Tus . flores ya no perfuman tu apasionado acento; las aves no cantan sobre las copas de tus árboles, oyendo tus dulces versos. Los dioses in- estudio de un sabio o de un his- toriador. En enfermo era Mecenas; el que hojeaba el libro, Agripa; el que acababa de entrar, Octavio Augusto, emperador de Roma. CAPITULO VII ¿ OCTAVIO AUGUSTO —!Salud al César! exclama- —Pues entonces, a trabajar. ¡ Y Augusto, Mecenas y Agripa .Se pusieron a hojear volúmenes que colocaban luego en orden sobre un estante, formando an- tes un índice sobre largos trozos de papiro que se hallaban exten didos en la mesa. Estos tres hombres pasaron una gran parte del día en esta ocupación bibliográfica, enrique ciendo con sus trabajos las dos bibliotecas fundadas por Augus- to. El bondadoso Emperador apar taba de vez en cuando sus ojos de los libros para fijarlos en el semblante de Mecenas. Luego aquella mirada se en- contraba con la de Agripa su labras, procuró incorporarse en; fermo cuando se observan en un facultativo. Octavio Augusto lo decía siem pre cuando se nombraba a sus cuatro amigos Horacio. y Virgi- lio, Mecenas y Agripa. —Mi mayor disgusto será so- brevivirles. Dios quiso que así sucediera, y les sobrevivió. La muerate de sus dos poetas favoritos le llenó de dolor, por- que hojeando sus versos “pasa- ¡ba las horas mejores de su vida” ¡Cuando algún tiempo después, ' la muerte le arrebató a Mece-| Viernes 10 de Noviembre de 1950. EL G0L Z Avisados Alejandro y Aristóbu'día a Pisón, el perfecto general centes ganados a sus apriscus, lo (téngase presente que'antes de Herodes hubo un rey en Judá que se llamaba Aristóbulo) de que su padre se hallaba en Ro- ma para defenderse de la acusa- ción, se dispusieron para la de- fensa. Mario, el patrono de Herodes era uno de esos legistas que con ¡ el poder de la palabra y el inge- nio de sus recursos para la defen ¡despreciable el héroe más sim- sa hacen del delincuente más pático y digno de la tierrá. Herodes fué defendido con tal inas y a Agripa, que tan bue-¡maestría, con tanta elocuencia, Inos consejos le habían dado du- ¡Con tal lógica, que el tribunal rante su largo reinado, Augusto vió en el Idumeo un hombre de lloró; y su desconsuelo fué tan honor, y en su desgraciada Ma- ¡grande que se dejó crecer la bar¡riamne un mujer viciado y adál ba, y cortando el trato con los;tera. hombres, pasó los últimos años; Se tuvo en cuenta la ley he- de su vida dedicado a su Sobri- ¡brea que manda matar a las es- no Tiberio, en los deberes de un¡posas que olvidan sus deberes y buen rey. Herodes fué absuelto después de de la ciudad, que a ti, que eres ¡forastero. S El nombre de Cingo que apa- rece en la lista, debe excluirse [esclavo favorito. Perdería gusto- so su vida por mí; y además, él no ha hecho otra cosa que obe- decer mis órdenes: pues previen do yo desde Jericó que mi hijo cuerdo, hice a mi esclavo espiar [al último durante mi viaje y su permanencia en la ciudad de Tí- ber. —En las conjuraciones, amigo Herodes, le respondió Augusto, los reyes que como yo, no gus- tan de derramar sangre, se diri- gen á la cabeza para castigarla. Los reyes sanguinarios son bes- tis feroces que: sus pueblos de- berían aplastar como las víbo- ras venenosas. del castigo, porque Cingo es mi! Antipatro y Paulo estaban de a-; y el laborioso campesino regre- isa a su hogar sentado sobre la dura téstuz de los pacientes bue yes, con el rostro cubierto de su- «lor y polvo. Las montañesas de Albano, ro -deadas de sus hijos, sentadas bajo el tosco cobertizo de sus ¡chozas entonan alegres el poé- tico canto de la noche, preludio amoroso que eindica el regreso de sus maridos. Las naves del Tíber ancladas, arrollan sobre su cubierta. los “Htoldos de lona que han librado ¿A tispulante durante el día de ¡los rayos del- sol, y las ligeras golondrinas revoltean alegre3 en derredor de los gallardos másti- les. Y allá a lo lejos, cubierta por un cielo color plomizo, envuel- ta en una densa niebla, se alza Roma, esa ciudad que llena con Augusto conoció la ferocidad|su nombre el universo, y de la Mientras estos ilustres perso- najes se ocupaban con el afán y el interés de un anticuario, en coleccionar los volúmenes para trasladarlos a la biblioteca, He- rodes, seguido de un crecido nú- mero de esclavos y una lujosa comitiva, entraba en Roma por! veinte días de debates. El tribunal, por consejo de Augusto, y queriendo que se res- petara la ley de las “Doce Ta- blas”, entregó sus hijos al pa- dre para que obrara' con ellos según le aconsejara su corazón. Aquella entrega era la senten- la vía Triunfal, y atravesando cia de muerte de Aristóbolu y .el Tíber por e puente Inuícalo se Alejandro, como 'verenos más a- “encaminaba al palacio de César delante, Auáusto. Mientras esto acontecía, el ma El Idumeo llegaba a la ciudad ¡nípulo' de Paulo Atmefiho se des ¡del Capitolio llamado por el em¡Cuidaba por su parte. perador para defenderse de la| Diariamente concurríg 41 cam | acusación entablada por sus hi-'po de Marte en busca de ¿ven- jos. tureros que reclutar para su em Herodes montaba un caballo|presa, alistándoles secretamen- de raza suriaca: a su derecha ca|te en su pequeña legión. balgaba Mario su patrono, a su| Cingo, el esclavo de Herodes, izquierda Cingo, su esclavo ne- fiel a su señor, astuto como una gro. [culebra espiaba al romano sin Luego seguía Paulo Atme con que él se apercibiera, llegando sus trescientos jinetes romanos,¡a tal extremo su astucia y fin- y-en último término una recua gimiento, que Paulo creído en la de poderosos mulos que condu- palabra del etíope, le creía un cían sus tiendas, el bagaje y al-'enemigo irreconciliable de Hero gunos regalos que el rey tribu- des, y no tuvo inconveniente en tario le traía desde Palestina al confiarle su plan. del Idumeo y recalcó las últi mas palabras. Herodes bajó cobardemente los ojos al suelo. Después de estas palabras Au gusto se encaminó a la puerta y alzando un tapiz, llamó a uno de sus lictores que se paseaba enla antesala, dándole algunas órderres en oz baja. j Una hora después el tapiz vol ¡vió a levantarse para dar paso a dos soldados romanos, uno de ellos edra Paulo Atme; el otro lun anciano que vestía el unifor “me de centurión. Augusto detuvo un momento su mirada en el semblante de ¡Paulo, que se estremeció ligera- mente y luego dijo, alargándolc el pergamino que había preser tado Herodes: —Por los dioses del Capitolio ¡ Por la honra de tus padres y po' la gloria del águila que sirve de Cimera al estandarte de tu mar” pulo, te exijo que me digas s' es cierto lo que dice este perga mino. y —Cierto es, César. mortales te arancaron de la tie- emperador. Cuando César Augusto regresó a su casa halló a Herodes y su comitiva esperándole en el an- ch ovestíbulo. La humildad; la modestia del poderoso Octavio, que caminaba a pie y vestía como el último de los ciudadanos de la República, contrastaba con el lujo insolen- te y afectado del escalonita, del rey tributario de Judá, del pri- mer esclavo de Roma. : Augusto recibió a Herodes con la amabilidad que tenía por cos tombre, y le hizo que se hospe- dara en su casa. El bajo y adulador Idumeo, q” debía su corona tributaria a Marco (Antonio, olvidándose de Esta confianza le perdió. Todo estaba dispuesto: la partida se-| --Sólo Aususto levania legio fialada por el César, era el pri-[nes en Roma, exclamó el empe mer día de las Calendas de Ju-[rador con voz amenazadora: n; nio (los romanos dividen los me|die más que yo tiene “derecho -2 ses en tres partes: la primera la [conceder las coronas tributavia: llamaban Calendas; la segunda|jen mis dominios. Tú faltas a la Nonas y la tercera Idus) y Paulo|ley, muére, pues como soldazio estaba nombrado jefe de la es-| Y Augusto, sacando la espa- colta que debía conducir a Je-[da que pendía del. cinturón de rusalén al rey tributario. Paulo. le dijo con vor pneáreina Hasta el tiempo de Séptimo |Presentándosela por la empuña- Severo (año 196 de la Era Cris-|dura: tiana) no se distribuyó el mes|_—Toma. en semanas: usó que nosotros Paulo no se hizo repetir ia orden hemos tomado de los. Egipcios, sin vacilar, sin detnerse. com- según asegura Dion escritor de prendiendo lo que el César le aquella época. quería decir entregándole su Alejandro Adam asegura que|Misma espada, con un valor die no de mejpor suerte, se atravesó l lel uso de la semana lo hemos rra para llevarte a su cielo. E- llos te sean propicios. Después prosiguió su camino $12,0 IF, month after month, you're paying * out hard-earned dollars for rent, your landlord is getting the money that could be buying or building a home for you. AlI that you have to show for your money is a growing stack 'of rent receipts. Home ownership is actually within the reach of practically every family at the costof rent—or less. Under liberal Valley Bank-FHA terms, you can buy or build the kind of home you want with only a small down payment, and take as long as 20 years to pay off the balance. Each 00 wor .. Or a paid-up home of you ron a un tiempo Mecenas y A- gripa. S —Para ti la quisiera yo, mi yerno, y ambos hacían un im- perceptible movimiento de esos que anuncian la muerte del en- t reduces the the current m AR rown? convenient, monthly instalment not only principal, but includes onth's interest, taxes and insurance. The simple interest rate—just 414% plus V4% FHA insurance—is the lowest ever offered in Arizona. If you would like to put your rent money to work buying or building a home for you and your family, let a Valley National Bank home financing expert give you complete information about an FHA Home Loan —thelow-cost way to home ownership. * VALLEY NATIONAL BÁANIK + TWENTY-NINE FRIENDLY CONVENIENT OFFICES IN ARIZONA *k MEMBER FEDERAL DEPOSIT INSURANCE CORPORATION su protector tan pronto como Au'!tomado de los judíos. Pero el ci- gusto se hizo dueño del imperio tado Dion le da origen Egipcio. del mundo después de la batalla ¡A los días de la semana, cuando de Accio, imploró y obtuvo a esta se estableció, se les dieron fuerza de oro y bajezas la pro- tección del sobrino de Julio Cé- | n, cen: Solis, Domingo; Lune, Lu; sar. Imitando a Aristóbulo rey de Jerusalén, que después de cuantiosas sumas regaló una viña de “oro (esta viña de oro,' trabajo preciosísimo de un valor crecido, se colocó en el Capito- lio.—Poujoulat, Historia de Je- rusalén) a Pompeyo, su vence- dor, el escalonita deseando tener de su parte al dueño del mundo los romanos en su tiempo, voFu en la cuestión promovida por sus hijos, y sabiendo la insacia ble sed de oro que predominaba entre los romanos en su tiempo, trajo infinitos regalos para los jueces y unos racimos de perlas para el César, entre log que se halalba uno de gran valor y de un gusto exquisito, pues el artí- fice había colocado algunas per- las negras y bronceadas mezcla- das con las blancas, imitando de un modo prodigioso la aproxi mación de la vendimia. Herodes como era «astuto, no se olvidó de. trasportar a Jeru- salén dos grandes cajones de li- bros hebreos para la biblioteca del César, regalo que Augusto le agradeció. E Cuando a la mañana siguien- te de su rribo a Roma Herodes pidió permiso a Augusto para presentarle los regalos, el Idu- meo entró en la cámara de su señor. —Estos racimos de perlas, ilus tre César, le dijo, te los he traí- do desde Judá para que los man des colocar en la viña de Aristó- bulo, mi antecesor, para que vea Roma que la viña de Judá da fruto en las manos del siervo He rodes. Desde entonces Augusto se propuso escudado con la ley IV, ed las “Tablas”, concedor a Hero des todos los derechos que como «padre tenía sobre sus hijos. los nombres de los planetas, y son los mismos que hoy se cono- nes; Marte, Martes; Mercuri, Miércoles; Juvis, Jueves; Vene- ris, Viernes; Saturni, Sábado. *Cuatro galeras del César es- peran en el abrigo marítimo de Civita- Veochia (cien años des- pués Trajano contruyó un puen- te cómodo y seguro que más tar de el Papa Urbano VIII fortificó. Hoy día en el puerto de Civita- Veochia se considera como el mejord e los Estados Pontificios) para transportarlos a las playas de Cesárea. Todo estab dispuesto y a vís pera de la partida, Augusto con su carácter conciliador, quiso q' Herodes y sus hijos comieran'; con él, creyendo por este medio|¡ se reconciliarían aquellas 'renci- llas de familia. El Idumeo fingió durante el banquete una bondad, una tole rancia para con sus hijos que estaba muy lejos de sentir. A] terminarse el banquete, so licitó de Augusto una entrevista secreta, y ambos pasaron a una pieza retirada. Cuando Herodes se vió solo icon Augusto, sacó una hoja de [pergamino de entre los pliegues ¡de su túnica y se la presentó al César. —¿Qué es esto? preguntó Os- tavio fijando sus ojos en el escri to, pero antes que Herodes le res pondiera, exclamó con doloroso acento: —!Ah! Conque hay en mi im- 'perio quien conspira contra las órdenes que dicto! Conque esos revoltosos hijos de Marte, con- fiando en su clemencia, censpi- ran contra los reyes que yo pro- tejo!,.. 'Está bien, Herodes, está bien... Yo te doy las gracias por tu descubrimiento, que en honor de la verdad más le correspon- el pecho, cayendo ensangrenta- do sobre la alfombra del pavi- mento. —Así deben .morír los tradiro res que amenazan la existencia de los reyes a quienes concedo hospitalidad en mi palacio, vol- vió a decir Augusto apartando los ojos del cadáver de Paulo. Y luego, vciendo que los -dos testigos, Herodes y el centurión nada decían ante aqueu drama sangriento, continuó dirigiéndo- se al viejo soldado: —Tú mi lael Antonio, escolta- rás al rey de Jerusalén, obede- cerás sus ordenes como las mias propias., Disponte, pues, para ha larte mañana, cuando la luz de la aurora salude a Roma, con tu centuria, en el embarcadero del Tíber, y volviéndose a Hero des, continuó: puedes fiarte de él; es un viejo y leal servidor que ha peleado conmigo en Egip to. Poco después los lictores mon- daban enterrar el cadáver de Paulo. CAPITULO VIII FANTASIA El sol comienza a hundir sus moribundos rayos tras las azu- ladas montañas que sirven de pedestal al templo de Júpiter. El bosque del divino Julio, o- reado por las brisas de la tarde, sacude sus empolvados laurelez, que pertuman el ambiente con su aroma. La violeta abre su caliz ir- guiéndose hacia el cielo, y la magnolia de las. Indias inclína su copa de marfil hacia la tie- rra. Las palmeras y los pinos ex- tienden sus sombras hacia el O- riente en busca de la noche. Los ruis-fores, ocultos en los frondos»3 espinos,. ag *.n ale gres sus pequeñas alas, sus in- tganquilas colas, esperando que el céfiro nocturno rice sus plu- mas para enviarle al Hacedor el canto de las tinieblas. Los pastores conducen sus ino cual el mundo fué una provincia Cientemplos pagahos se alzan ¡altivos en su seno: el sol los ba- fia a todos con sus postrimeros rayos. La paz, la molicie ha enerva- do el brazo de sus soldados, Venus ha adormecido el valor de sus héroes. La vía Apia; ese bazar del a- mor y la galantería, ese punto de reunión donde el soldado se convierte en sibarita, donde el epigrama reemplaza a la espa- da y el perfume a la coraza, ese paso favorito de la elegante so- ciedad de Roma, donde bullía la juventud, superficial, esclava de la moda en tiempo de Augus- to, es a donde vamos a detener- nos un momento. Si el censor Aplio Claudio Cra- so se hubiera levantado de su tumba en tiempo de Augusto, indudablemente no hubiera reco nocido aquel camino que él ha- bía trazado cuatrocientos años antes. No era ya la vía por donde lle- gaban a Europa las preciosida- des de Asia y Africa: era más bien un elegante arrabal de Ro- ma. Las casas de campo se hamMan convertido en espléndidos pala? cios; las tumbas en elegantes y colosales * mauseleos. El silencio de la muerte, la frialdad majestuosa de las ur- nas funerarias, importaban muy poco a la elegante juventud de Roma. Cicerón había dicho: “Desde que los hombres no son tan sen- cillos, log oráculos han enmude- cido.” Roma, pues, comenzaba a re- írse hasta de sus dioses. La vía Opia se había conver» tido en el palenque de sus aven- turas amorosas. Los vivos hablaban de amor sentados sobre los cenizas de los muertos. El banco de piedra que rodea- ba la tumba de Scipión, sirvió más de una vez de cátedra a O- vidio para recitar a la juventud su “Arte amandi'. Las patricias se citaban al pie Jel mausoleo de Apio, sentándo- ze sobre los ricos paños de bro- cados de oro. Allí esperaban a sus amant2a3 con la voluptuosa mirada en di- rección al compo de Marte, y a- gitando un abanico de plumas y aspirando los perfumes de un tarro de esencia, aguardaban con la cabeza perezosamente a- poyada en el mármol del sepul- Cro. Los caballeros recorrían la vía Apía desde las cercanías de Al- bano hasta las murallas de Ro- ma, y poco les importaba que el precipitado galope de sus"ligeros caballos númidas turbaran el pesado sueño de la muerte. Cupido empujaba los corazo- nes hacia Venus, y el amor, casi siempre egoísta, lo olvidaba to- do, menos sus goces, sus espe- ranzas, sus voluptousos enste- ños. En aquel mentidero de la cor- te de Augusto se hablaba de mo das, se discutían las pomadas y los perfumes que suavizaban y embellecían el cutis, la anchu- ra de los túnicos, el peso de las sortijas, la dimensión de los mantos, los adornos del calzado, + AMÍ se mantenían disputas a- caloradas sobre el corte de los cabellos y la más o menos longi- tud de la barba. Por todas partes se veían trans currir ligeros tisium con sus ca- jas de mimbre carros tirados por tres mulas enjaezadas con pieles de leojardo y multitud de cascabeles de plata.) Continuará la semana entrante