El Sol Newspaper, October 13, 1950, Page 4

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Cuatro. E A o “EL Achiab, al oír el rasgo heróico de los saguntos, exclamó enar- decido: —Pueblo valiente, yo te salu- do y: te venero, tu nombre se grabará en mi memoria. —No concluyó ahí el valor in- creíble de los hijos de España, continuó Herodes mudando el punzó de sitio. Aquí está Numan cia que, situada poco después por Scipción el Africano, tuvo el mismo valor de Sagunto, Los ro manos fueron entonces tan ini- cuos como los cartagineses. -. Herodes, siempre bueno y con : nego con su nieto, se entre £tnía enseñándole de este modo Alneno la historia militar de las Siguiendo mi punzón con» ti nuó Herodes haciendo recorrer sobre el maya el marcador de oro que tenía en la mano, pue- des ver los dilatados reinos que posee Roma y: que pagan tributo a nuestro amigo Augusto. Esto “EL SOL”, SEMANAKIO POPULAR INDEPENDIENTE MA los codos sobre el mapa y acari- ciando la áspera barba de Hero- des: esos reyes de Roma que son hoy día dueños del mundo, ¿fueron siempre tan poderosos? —No, hijo mío; sus dominios se han ensanchado por sus con- quistas. —El origen de Roma tiene u- na historia fabulosa, es casi un cuento. —!Oh! Pues ya sabes que me muero por los cuentos y por las historias, —Oyelo, pues, hijo mío, y no olvides que un rey, por pequeño que sea su reino, puede, con su valor y su prudencia, convertir- lo en grande y poderoso. Herodes abandonó la mesa, y tendiéndose en su mullido le- cho, hizo que su nieto se sentara a la cabecera sobre unos almoha dones, y luego continuó de este modo: . —Amulio reinaba en la ciu- dad de Alba situada en el Lacia gunda vez en poder de su tío Rómulo, al saber su nacimien Amullio, y poco después dió a to, rugió como la hiena ence- luz en un calabozo dos niños q'|rrada en un círculo de fuego, y relato histórico el viejo y el ni- les pusieron los nombres de Me- mo y Rómulo, El rey ordenó a uno de los criados de su confian za para que arrojara al Tíber aquellos dos niños. El criado partió de 'noche a cumplir la triste comisión que ¡le confiaba su amo; pero al lle- gar a las orillas del río que de- lbía servirles de tumba, los dejó sobre el mullido césped, a tiem po que la luna desde el cielo, quebrando el tupido celaje de uña nube, dejó caer su luz de ¡plata sobre las inocentes cabe- ¡zas de los recién nacidos, El cria do, viendo los dulces fisonomías de aquelos niños, se turbó y tu- wo miedo de cometer un crimen tan horible. E Entonces vuelve a cogerlos ¡en sus brazos y se interna en un bosque vecino, dejándolos sobre unos matorrales, y corre al pala es Africa, donde el atroz Masini- |provincia de Italia. Sus fértiles|cio de sus eñor a decirle que su: sa, al frente de sus legeros Nú- midas, hizo huir al vencedor Ani bal, quemando dos campamen- tos y apoderándose de la- ciudad de Zama. Aquí está la Macedo- nía: el desventurado Perseo, su último rey, fué conducido a Ro- ma por Paulo Emulio, su ven- bre entre las negras paredes de un calabozo. Esto es la Grecia y esto las Indias Británicas. Ju- lio César fué el primero que des embarcó sobre las encrespadas rocas de sus riberas, sometien- do poco después la Galia, Asia, Siria, el Ponto, la Bitinia y el reino de Pérgamo. Siguiendo es- ta línea encontrarás a Egipto, donde Marco Antonio, el amigo de César, llegó como conquista- dor, y terminó siendo esclavo de la reina Cleopatra, que supo a- dormecerle con sus hechizos, Y esto, por fín, es nuestra hermosa Judea, reino que yo legaré a tu padre y que tú regirás algún día como dueño y señor. —Y dime, querido abuelito, ex clamó Achiab en un' aranque de infantil curiosidad, colocando ¡campos, su cielo azul y sereno, y al mar Meditarráneo que be- Isaba sus hermosas playas, la ¡hacían una de las más pintores- cas y ricas provincias del mun- do. Amulio había usurpado el tro el ¿no a su hermano Nunmita, calabozo con sus hijos, Laso y| Rea Silbia. Amulio hizo asesinar a La- so, heredero de Numita, y ence- rró a Rea en un templo donde ise adoraba a la diosa Vesta. ¡Las vestales tnían la abligación “de alimentar continuamente el fuego sagrado, y a la que lo de- jaba apagar se le condenaba a ser enterrad viva. Ademá,s las vestales no pddían casarse. Por este medio Amullio asegu raba la corona sobre sus sienes. Pero los dioses habían dispues to que la hermosa Rea fuera ro- bada del templo por un mance- bo valiente que algunos dan en decir que era el dios Marte, a za los hijos de Alba. 1 La desgraciado Rea cayó se- [a dos adoraban en forma de lan órdenes estaban cumplidas. Le Providencia veló desde: aquel ins tante por los dos niños abando nados. Una liba que habga per- dido sus lobeznos, en vez de de-! vorarlos, los condujo a su cueva, donde los alimentó con su leche ¡ ardiendo en deseos de vengan- za, logró reunir algunos pasto- res.atrevidos como él, y entran- do una noche en la ciudad, ase- sinó a su tío Amullio, y abrió log calabozos de su hermano y de su abuela Numita, que hacía cúarenta años que se consumía en su lóbrega cárcel. Acostumbrados:a una vida sal vaje y libre, se ahogaban en la ciudad, y dejaron a corona a su enciano abuelo, ansiosos'de lle- var su antigua e independiente vida de cazadores. Un día que lós hermanos nc sabían qué hacer, se les ocurrió fundar una ciudad para vivir en ella con sus compañeros a su antojo. Buscaron y eligieron ez sitio que debían ocupar, ambos, co1. el ardor natural de la juventud comenzaron a ahondar el fosc que les debía marcar el muro del nuevo pueblo. Entonces se les ocurrió una duda; cuál de los dos le pondría «s nombre, y convinieron que a- quel que viese mayor número de buitres al vervel la cabeza. Remo, dijo que había visto co hasta que un día fueron halla-' mo diez; Rómulo aseguró que cedor, en donde murió de ham- cual lloraba su desgracia en un¡dos por unos pastores. apacentar las cabras. Pero Rómulo era violento: por ¡el motivo más fútil armaba u- na pendencia con los guardias lde Amullio. Un día se, llevaron ¡preso a Remo, que inmediata- mente fué encerrado en un ca- labozo. A Rómulo, hambriento de ven- gar a su hermano, y perseguido ¡por los soldados del rey, vagaba por las vcercanías de Alba, cuan ¡do una casualidad hizo que -se 'encontrar un día con el viejo Fástulo, que era el mismo cria- do que les había perdonado la vida engañando a su señor. Se hablaron, y entonces al sa- ber Fástulo quien era Rómulo le contó su historia. había visto doce, De aquí surgió Remo y Rómulo crecieron en-¡unad isputa acalorada, y Rómu- tre los pastores ocupándose de; lo arrojando sobre la cabeza de su hermano una maza de hierro le dejó muerto en el acto. Los primeros cimientos de la ciudad d Roma se empaparon con la sangre fratricida. Poco tiempo después Rómulo fué proclamado por sus compa- fieros el primer rey de' Roma. Tenía dieciocho años. La ciudad nueva fué el asilo de todos los vagabundos y cri- minales de los países vecinos. Ni una sola mujer. se atrevió a penetrar dentro de aquellos muros, en donde - vivieron los hombres solos hasta que una es trategia de Rómulo dió órdenes más tarde: al robo de las Sabi naS.... CAPITULO 11 How To Make Your Dreams-That-Cost-Money Come True THE NEW; EA lan / Y WAYeTO SAVE p-? Jhe new Budget Savings Plan is the safe, sure, easy way to accumulate money for the things you want. It's the ideal way to save money for the down-payment on a home of our own, a bang-up vacation or a new car y , . . . for educational expenses, new clothes for the whole family or modern household appliances. Or perhaps you want to save to lighten the annual burden of taxes, insurance premiums or mortgage payments. MEMBER FEDERAL DEPOSIT INSUR The Budget Savings Plan makes it easy to save because it calls for small, regular weekly deposits of a fixed amount, What's more, you receive a cash bonus for your thrift, You can start a Budget Savings Account at any time, and any number of payments may be made in advance. Look at the chart and decide how much you can put aside each week. Come in, open a ANCE CORPORATION Dee a] Budget Savings | sonus | “Ree | Account... start saving for the [__200 | 100 | 101.00| [__20.00 | 10.00 [ 1010.00] this easy Way. Viernes 13 de Agosto de 1950. LAS VIBORAS DEL ESCLAVO del que pendía una pequeña ca|nas deribadas conservarán Embbecidos se hallaban en su ño, cuando una mano apartó la pesada colgadura que cubría la puerta del camerín de Herodes, y detrás de esa mano apareció entre los ondulantes pliegues de seda la figura de Verutidio, ge- neral romano. El valiente mercenario lleva- ba el traje de campaña, con sus jinmensas botas de cuero y su casco de bronce. Su barba y cabello negro co- mo las alas del cuervo se halia- ban cubiertas de polvo, y el mar. to de lana azul arrugado y me- dio desprendido del grueso cia vo de oro que lo sujetaba sobre el hombro . > Todo indicaba en él que ha- ía hecho una larga jornada a caballo. Herodes, al verlo entrar, apar- tó suavemente a su nie.o que 3e hallaba a su lado, y se incor- oró: sobre los biandos almoha- dones. - $ El romano se acercó con ade- mán familiar hacia el lecho, y besó por cumplido la mano quí le extendía el rey de Judá. —!Ah! Por fin te dignas venir a este pobre rey enfermo, mi va- liente general, Supongo que me traerás nuevas de esos caudeos. —Señor, le respondió Veruti- dio, los babilonios, “a quienes Jú denita de bronce, y de ésta un puñal ancho y corto que se pe. la mía sobre mis sienes.” . Herodes se decía todas estas' pa día entre los profundos pliegues |labras par sí mismo como si es- de su alquicel. Cingo era el ejecutor dg Hero dés, el espía de confianza de Idumeo. Cuando el rey tenía necesidac de saber algo y de llevar a cab« una venganza, le llamaba a st cámara, y después de enterarl de sus deseos, el fiel esclavo de jaba su traje de corte y corría a vestirse de modo como le hemos descrito,, y con este traje y la bolsa bien repleta de onzas ru manas a pie o a cabaiio segu las circunstancias, recorria .. dominios de su señor como u simple mercader. “Si a víctima designada por s rey debía morir sin escándalc entinces Cingo se deslizaba co mo una culebra hasta el lech: del sentenciado que debía mo rir, alzaba la planca de plata de su calabaza, y depositaba sob: su cuello una de las víboras encerraba de aquella redoma d la muerte, La mordedura era mortal; Ci: go, sin embargo, permanecí por los alrededores de la cas: hasta que por sus ojos veia e cadáver de su víctima. Entonces regresaba al palacio a participar a su señor que esta ba servido. Herodes, al ver asu esclavo, se piter confunda, protegidos ta! vez por-su D:os Belo, lu. logra do escapar de nuestras pesqui- sas. Los silos del Carme!o, los bosques de aSmaria, ei desieriu de Judá.la vía sangrienta y la riberas del mar Occidental, han sido registrados con escrupulo sidad po: 1mis valientes soldados Pero todo.en vano: les ha sidc imposible tropezar con su rastrc Herodes abarcó con una mi- rada al romano. De sus pardas pupilas se desprendieron dos chispas de ira; y deslizándose del lecho se acercó a Verutidio apoyándose en el hombro de su nieto, que con la curiosidad pe- culiar de los niños escuchaba sin comprender las palabras del ¡general y sentía la agitación ner viosa que la mano de su abuelo comunicaba a su cuerpo. —¿Y Arquelao mi hijo, qué! ¡lice? Preguntó el Idumeo de un mod extraño, pero queheló la sangre de su nieto. —Tu hijo, le contestó el roma no, se halla en tu palacio de Je- rusalén entregándose a todas las furias del averno. —-!Oh, la enfermedad me ha- ce impotente!...Y Herodes se lle- vó.la mano al pecho rasgándose el magnífico túnico de escarla- ta, como si un áspid le hubiese mordido en el corazón. —!Que la” diosa Ceres ' aparte de mí.sus favores si tu hijo Ar- quelao no siente en este momen to tanto como tú la misteriosa desaparición de los Magos! Yo le he visto arancarse las barbas de rabia cuando tus herodianos han regresado sin ellos. Yo le he 'oído poner un precio exorbi- tante por sus cabezas. Créeme tanto como hallar obstáculos en el cumplimiento de las órdenes que le comunicas. —-!Ah! Los coldeos me han fal _|tado a su palabra, murmuró He rodes con nervioso acento; pretendía burlarles y he sido yo Mesías. Por fortuna aún no se ha perdido todo...los reyes se han fugado, pero el niño caerá en mi poder...Cingo . aun no ha vuelto... y Cingo tiene ojos de lin ce y es intencionado y precavido como log chacales. Estoy seguro de que él me traerá buenas no- ticias. Y como si estas palabras hubieran sido pronunciadas por una pitonisa, como una evoca- ción se descorrió un tapiz de la pared, y la obscura y feroz figu- ra de Cingo apareció en la cá- mara de Herodes. l- Cingo llevaba el pintoresco tra je de los árabes de Nigricia; su alquicel listado de vistosos color es, su túnico negro con ramos de grana, su turbante de lino, le 'daban un aire de salvaje a su negro y reluciente semblante, cuyas pronunciadas facciones tenían una dureza feroz. Sobre su pecho cruzaba un cor dón de seda verde a cuyo extre- mo colgaba una calabaza peque fia simétricamente tapada con una plancha de oro. Sus pies descalzos se hallaban salpicados de lódo y cubiertos señor, a tu hijo nada le digusta | sonrió con una ferocidad indes criptible: Cingo permaneció im- pasible como una estatua. Ni ur. solo músculo de su rosiro Se conmovió. É —Verutidio, amigo mío, exc! mó Herodes, espérame en la ar tesala, tal vez necesite de tu servicios. —Y tu, Achiab, ya es 10.2 € tomar el baño, vete. Achiab besó la mano de su : buelo y se salió. Verutidio hiz lo mismo, pero no sin lanzar a tes una mirada de desprecio a esclavo negro, cuya favor con e rey le disgustaba aliamente su calidad de general ¿omarn —Herodes y Cingo se uedar: solos. —Habla, le dijo el primero. —Malas son las nuevas qu traigo señor. Herodes lanzó un rugido, pc ro indicó con un gesto a su es clavo que continuara. —Los judíos creen liegada 1: hora de la libertad; por tod: partes se habla de la venida de Mesías. Y sin embargo, si se exceptú: 1 unos pastores de belén y. algu no que otro hebreo, nadie eso hi visto, todos ignoran dónde se hi lla. Jesús es el nombre del niñc y dicen que es el Rey de Judá ha nacido en un establo de Be lén. Pero debemos tener en cuer ta que hace como seis meses nz ció otro niño en Ain, que goza de tanta o más popularidad en- tre los israelitas que Jesús, Este niño se llama Juan, y es hijo de sacerdote Zacarías, Se cuentan cosas pasmosas entre la plebe de estos dos niños, —Pues bien, Cingo, emp:ea tus víboras en esos dos niños. . —!Oh! Eso no me ha sido fá- cil esta vez. Toda mi astucia, to do mi dinero invertido para ave- riguar su paradero, ha scido in- útil, no puedo encontrarle: he recorido casa por casa de la ciu tantes me han dado por respues ta, encogiéndose de hombros: “no sé de quien me habláis... no le conozco...” En cuanto a Juan, el hijo de Zacarías, ese me ha sido más fácil saber dónde está y espero tus órdenes. —¿Conque es decir que los be lemitas se han propuesto ocul- tarle?... Pues bien... tanto peo! para ellos... Yo pensaba arran- car sólo una espiga, y ellos se oponen.... Cingo, será preciso se gar todo el campo. El esclavo inclinó la cabeza en señal de acatamiento, aun- que no comprendía las palabras de su señor. La historia es el gran libro q' debe regir a los reyes, ella-es el sabio maestro que les aconseja en las situaciones críticas de su vida. Los hombres adulan al po der o por miedo o por ambición; pero la historia, franca como la verdad, aconseja sin miedo y sin codicia. Sus ejemplos deben servir pa ra evitar las grandes catástro- fes que amenazan las cabezas de losm onarcas. , Amullio y Rómulo, Athalía y de polvo. Su mano derecha em- puñaba grueso bastónó de acero Por su cintura se enrollaba un cinturónó de piel dóe gamuza Joas, vosotros sois mis conseje- ros en esta ocasión... ostendré tuviera solo y dando largos pa.- sos por su cámara. y La presencia de Cingo no le * impidió murmurar aquellas re- flexiohes históricas que enseña- ban sin máscar el fondo -de .su alma, porque Cingo era sordo y ciego. cuando su señor hablaba. Su lealtad probada en cien'o- casiones, le había demostrauo q' aquel negro terible, aquel escla vo sin corazón, se hubiera sepul tado en la garganta el puñal q' pendía de su cinto, si su señui se lo hubiera mandado, j Por desgracia, los tiranos «que han cruzado la tierar con la frente coronada como una mal- dición como una azote del cielo, han tenidos siervos leales, eje- cutores fieles de sus horribles designios, que no han vacilado en dar su sangre por ellos. Porque la ferocidad, el crimen el saseinato, suelen tener tan- bién sus admiradores. Almas empedernidas, seres degradados y repugnantes que lamen ccari- fiosamente la mano ensangren- tada del verdugo y se sonrien con despdecio ante las lágrimas de la inocente víctima que im- plora arrodillada a sus pies una clemencia que desconocen. E Cingo era una de estas cria- turas. : 3 Por su señor hubiera sacrifica do a sup adre. Herodes estaba seguro de ello por eso no tenía secretos para aquel negro, para aquel terrible y mudo agente de sus senten cais privadas. El señor y el esclavo perma- necieron algunos momentos sin pronunciar palabra. Herodes combinaba tal vez en aquel momento el plan de un crimen monstruoso que llenó de asombro a las naciones: la de- gollación de los niños belemitas Cingo esperaba en silencio las - Órdenes de su señor. : El uno paseándose por la es». tancia agitado y descompuesto el semblante. El otro clavado en la alfom- bra, inmóvil junto al rico apiz de la puerta, parecía una figu- ra de las que adornaban la pa- red, que habí adaelantado un pso, cansada de su eterna inmo- vilidad. De esta situación vino a sa- carle el ardiente y penetrante sonido de un clarín, al que si- guió después ruido de armas y pisads de caballos. Herodes se acercó a la venta» na que daba la plaza del pa- lacio, y descorriendo un poco la pesada cortina de damasco, lan zó una mirada; pero antes que tuviera tiempo de formarse una idea de lo que sucedía en los pórticos del palacio de Jericó, una vcoz que pronunciaba el nombre de !padre! !padre! con alguna preciptación le hizo vol- ver la cabeza hacia el interior de su cámara. A Aquella, voz era la de Antipa- tro, el segundo de sus siete hi- jos, a quien van a ver nuestros lectores por la vez primera y del que nos “hemos de ocupar en el transcurso de este libro. Antipatro tenía unos veinte a- fios de edad: era rubio, afem-i nado y de estatura más que me- burlado. Tanto peor para ese ni-idad de Belén, y todos sus habi-!diana. "|ño a quien apellido el vulgo de En sus ojos azules, claros y rasgados, brillaba algo siniestro Su nariz recta y bien formada sus cejas arqueadas y extrema- damente pobladas, se juntaban sobre el extremo inferior desu ,|respejada frente, formándo una punta aguda que caía sobre la nariz. Sin pelo de barba aún, erise- fiaba sls labios sonrosados :y en extremo sutiles; sus dientes cla ros revelaban la falsedad y la astucia; era, en fin, un joven hermoso, cuyo semblante hubie ra inspirado desconfianza á,un fisonomista. : Su traje usual, y al que mos traba más predilección, pues de nada servían las represiones de su padre, era el de los babilo- nios, porque gustaba lucir sus di minutos pies blancos como la le che, en cuyos dedos se colocaba profusión de sortijas preciosas, pues el calzado se reducía a una plantilla de metal sobre la que se colocaba el pie, que sujeta por el empeina con una correa incrustada de piedras preciosas, dejaba en descubierto los dedos. Un saco de cachemir blanco, adornado de pequeñas borlas de oro y sujeto a la cintura por dos presentes y vuestra sangre guar|cinturones de paño de grana cu adrá la mí¿a, y vuestras coro- Pasa a la página 5. ' RTIR DEL GOLGOTA”

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