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Página Cuatro. €IIAÁáÁáAAM AAKÁA AX a “EL SOL”, SEMANARIO POPULAR INDEPENDIENTE A e o a a y 19) “¡EL MARTIR DEL 60 Su retiro en el templo no fué una clausura monacal. Sus pa dres; que desde el momento de la presentación se avecindaron en Jerusalén, la visitaban con frecuencia. No- podían vivir le- jos de aquella tierna hija, blan ca y pura paloma que todo lu períumaba con su presencia co mo la magnolia ¿e Oriente al averir su aromático cáliz, Tocas ias tardes después de las abul» ciones, cuando los 1ayos del sol comenzaron a buñar con la ro- | a luz del crepúsculo vespertino les cordilleros dei Tabor, y las águilas, abandurando sus ne gros nidos del Líb:no, se ce* nian con perezoso vuelo sob.e los blancos y elevados minare-| tes :e Jerusalem, María, cubier- s“a con el pudor»so veio de las virgenes y seguida de sus com- pañeras, entenab1 con fervoro- so acento al pie del ara las pie: garias de Estra, y el Dios se María permaneció hasta la e- dad de quince años en el templo de Salomón, siendo el modelo de virtud y de santidad entre susco mpañeras. Las horas que le dejaban libres los oficios di-|¡ vinos las empleaba en bordar y ahcer otras labores delicadas y en el estudio de los sagrados li- bros. Su habilidad, sin igual en neradora msiión a que estaba destinada, desde el momento que su pecho virginal respitó ¡en la tierra de los hombre: el primer soplo de vida, tan sólo luna mujer tocada en el corazón por el soplo de Dios podía llevar la a cabo. Por eso Dios, que la había elegido para que e! mun do la envocase en lo venidero hilar el lino de pechera, ha lle-,con el excelso nombre de su Ma gado hasta nosotros en una tra¡dre, hizo que María fuese casta dición oriental, que designa con'como Susana, bella y valerosa lel nombre de. Hilo de la Virgen esos encajes fines y delicados tu yo tejido parece que va a des- componerse con el menor soplo de viento. A los quince años, María era, según San Dionisio Areopagita, - contemporáneo de la Virgen y que tuvo la incom- parabzle ventura de ver la cas- ta luz de su mirada y vír la dul- zura de su voz, hermosa hasta deslumbrar y que la hubiera adorado com» a un Ljos, si no como Esther, la judía que evitó el exterminio de sus compatrio- tas; prudente como Abigail, la esposa de David; previsora co- mo la profetisa Débora, que su- po gobernar a los hebreos y sal- varlos de la dominación de los cananeos, y sufrida y resigna- da como la madre inmortal de los Macabeos. Terminaremos el relato de la ¡Virgen con decir qíue hablaba poco, que era sencilla en sus pa Sión indudablemente vía su dul hubiese sabido que no hay más labras y rrodesta en su porte, y ce súplica, que desde el de 2 tierra se “elevaba hesta cl savitrario de su pa/iso, expresa- d» cn este poétic» y santc es- 19; — “10h, Dios!.... Que vuestro nombre sea glorificado y santi- ficado en este mundo que vos habéis creado, según vuestra voluntad: haced reinar vuestro reino: que la rendición flo:ezca, y que el Mesías venga pronta- mente.” Esto entonaban al son de las melodiosas arpas las Vírgenes del Templo, y el pueblo: les res- pondía con fervoroso acento, in- cinando las frentes al suelo: —“'Amén, amén.” en el siglo IV, nos la describe de este modo: Su talle era algo más que mediano; su tez ligera- mente dorad, como la de Sula- mita por el sol de su patria, te- de Egipto; sus cabellos eran ru- bios; sus ojos vivos; su pupila tirando un poco a color de acei- tuna, sus cejas perfectamente arqueadas y de un negro el más hermoso; su nariz, de una per- fección notable, era aguileña; sus labios sonrozados, el corte de su semblante hermosamente ovalado; sus manos y sus dedos eran largos. María, pues, según el dicta- “Y luego desata a los que es- tán encadenados: el Señor ilu- mina a los que están ciegos”. “El Señor levanta a 'los que están caídos: El Señor ama a los que son justos.” men de aquellos sabios comen- tadores de la Sagrada Escritura, encerraba en sí sola todos los ri- cos tesoros de la beleza, clari- dad, valor y virtud que podría reunir el grandioso catálogo de nía el rico matiz de las espigas ' El Señor guarda a los extran-|las mujeres de la Biblia. En el, jeros. El tomará bajo su protec-¡puro e inmaculado vaso en que ción al huérfano, a la viuda, y [se encerraba su ser se habían destruirá los caminos de los pe- [reunido todas las perfecciones cadores.” que el Eterno puede otorgar a polvo que un solo Dios. San Epifanio, no le gustaba dejarse ver, a pe- isar de ser joven y hermosa. Así se halaban las cosas cuan do en el cielo sonó la hora para [que comenzaran las lágrimas a ¡empañar las limpias vupilas de la Virgen. A Dios le plugo que diera principio la prueba terri- ble a que la había destinado. Zacarías, gran sacerdote y pa riente de María, entró una tar- dee n su cela y le dijo: Cúbrete la cabeza con tu man to y sígueme . —¿A dónde, señor? —pregun- tó la joven. - —Un hombre lanza en el le- cho de muerte el último soplo de vida; Jehová le llama a la casa de los vivos y antes de a- bandonar a sus parientes quiere bendecirte. —'!Mi padre! — exclamó Ma- ría, lena del más cruel dolor. Sí, tu padre— le respondió el sacerdote con religiosa entona- ción. —oaquín. murió como mueren los justos: rodeado de su fami- lia, y oyendo en torno suyo las “El Señor reinará en todos los una criatura. La madre de Dios oraciones y los sollozos de sus silos: tu Dios, !oh Sión! reinará'no se concibe de otro modo La parientes y amigos. María le ce| ¡importante, la dolorosa, la rege- rró los ojos y acompañó con su en la*Si en todos los linajes!” |madre el cadáver a la última morada, según la costumbre de los hebreos. | Pero !ay! este golpe cruel no! vino solo; otro le siguió en pos, ! más terrible si cabe, que dejó desconnsolada y huérfana a la ¡inmaculada María, Su _corazón comenzó a traspasarse con dos heridas crueles que fueron el preludio de otras mil que le esperaban. La lámpara mortuaria no se había apagado en la habitación del a Virgen. El grosero camelote envolvía las delicadas formas de la Vir- gen., y los pequeños pies lleva- ba aun descalzados, cuando un segundo emisario fué al templo a anunciarle que su madre es- taba expirando. La joven,, acom pañada de una de las matronas, corrió junto al lecho de su ma- dre. Era de noche: junto a la modesta puerta de la casa de Ana vió María una ploñidera acutrucada que lanzaba al vien- to sus dolorosos gemidos. —Mujer—, le dijo— ¿es la ma; dre de mi alma muerta, por des gracia? —No, Virgen, —le respondió— aún vive; pero mi lanto anun- ¡cia su última hora, que está cer El 10cía de sa mañana, al des cender de los cielos, encontró el alma de Ana, que se elevaba al trono de Dios. María cra huérfana, y como tal, libre y dueña de su albedrío de su dolor, que pedía oracoines para su difunta madre, y ayunó por espacio de once meses todas la:. semanas el mim día en que quedara huérfana. María, aunque pobre y huér- fana, tuvo tutores de orden sa- cerdotal. Zacarías, esposo de E- lizabeth, padre de San Juan Bau tista, predecesor de Cristo fué el tutor que eligió Joaquín para su — ¡to sin pronunciar la más leve ¡queja. Los delicados trabajos do! templo, los p+ríume3 de la surta casa, iba na tr. arse en breve por las rudas y penosas fatigas de la mujer del pobre. Pero María, fuerte de espíritu, confiaba en que el Señor le da- ¡ía fuerzas para sobrellevar tan ¡pesada carga. Aunque destina- ¿da a ser esposa d eun carpinte- HU e a TO. no Se creyó degradada, ¡.- que toúo israelita era artesano, pues por alto que fuese su jerar ¡quía, el padre tenía la obliga- ciónó de enseñar ei oficio a su hiio, a emnos decia la ley, que n quisiera de él un ladrón; y adomás José, aunque pobre jo: - ralero, descendía de David, y ¡Sangre de reyes circulaba. por ¡sus venas. Los desposorioz de José y Ma- ría se celebrarm con esa senci- llez poética de Jos tiempos pri- mitivos. El novic, en preseñcri del 05 :* «entes y + *.dotcs, O- freció un anilo de oro liso de «scaso valor a su futura esposa, Jiciéndols: Si tú aceptas en ser mi esposa, sa, acepta esta prenda. hija en la hora de la muerte. CAPITULO NI . EL ANILLO DE ORO Moisés había dicho: El que no dejara descendencia en Is- rael ea maldito. La ley, pues, obligaba a María a tomar espo- SO. Los padres del Bautista, de ese mártir del capricho de una reina impura, vivían en Ain, pequeño pueblo que se halla si- tuado dos leguas al Sur de Jeru salén, y desoyendo las repetidas splicas de su ahijada, que se obstinaba en permanecer por el resto de sus días en el templo . de Sión, convocwron a todos los purientes del tinaje de David y de la tribu de Judá, lna descendiente de David inc podía sustraers» al yugo del' Los escribas extendieron el matrimonio. Lcs profetas ha- ¡contrato en esta lacónica forma: bían anunciado que de una ra-| “Yo, José, hijo de Natham, ma verde y frondosa saldría el.he dicho a María, hijo de Joa- Mesías deseadoá el Salvador de quin: Israel, el cual debía colocar el ¡Sé mi esposa según la ley de verde estandarte de los Mace- | Moisés y de Israel. Yo prometo beos sobre los templos paganos!honrarte y proveer a tu mante- de la impura Roma, y los judíos nimiento y a tus vestidos, según gozábanse viendo en sus sueños'la costumbre de los maridos he- Pero ella eligió la casa de Dios como refugio de su destrozado corazón. $n dolor fué angustioso, gran de pero resignad)». Desde el fon do de su alma virginai, se exha laron preciosas y abundanta ¿A- £grjinas, porque su corazón, fren te de inagotable ternura, no se secó jamás; y -levando al cielo su rostro dolorido: y sus anega- do: ojos, exclamó con doloroso acento, apurando el cáliz de ia amargura: —'!Oh, Jehová! vo .untad! 11: igase tu de venganza el asombro y estu-!breos, que honrar a sus muje- por con que los esciavcs del Tí- [res y las mantienen como con- ber leerían estos rojos caracte-|viene Yo doy desde luego la su res de su gloriosa enseña: ma prescrita por la ley de dos- ¿Quién de entre los dioses es se¡cientos zuces y te prometo, ade- mejante a ti, oh Eterno?? Estojmás de los vestidos, alimentos era la esperanza del pueblo he- |y todo' lo que te sea necesario, breo, desde que el asirio, arro- [la amistad conyugal, cosa CG- llándolo con sus vencedoras |[mún a todos los pueblos del legiones, le transportó cautivo [mundo.” a las orilas del Enfrates. Israel| Entonces se hacía una pausa lloró lágrimas de dolor a la im'y todos los circunstantes toma- pura Babilonia, las arpas de Ju-;ban asiento alrededor de los es- dá perdieron sus dulces melo- (tribas. Firmaban el marido y días, y los vasos sagrados del templo de Sión fueran depusita- María encendió la lámpara nagoga, mudo heraldo on Arizona Farms and Ranche = s! - - You may never have branded a calf or even milked a cow — but the dollars you deposit in the Valley National Bank are “top hands” on many an Arizona farm and ranch! In the four postwar years, 1946-1949, we have loaned $194,000,000 to Arizona farmers and ranchers. 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María, pues, era una espe lranza para el pueblo de Abra- ¡ham. “La perfumada violeta de Nazareth, el verde retoño del Rey de los cantares, debía unir- ¡se con un hombre de su raza cuya limpieza de sangre fuera tan pura, tan inubaculada vo- mo la quecirculs bh: por las azu- lallas venas de li Estrella del Mar. E Según las sagradas tradicio- nes, veinticuatro aspirantes se presntaron a la mano de la jo- ven Virgen. Entre ellos se en- contraba José, el carpintero de Nazareth, y Agabús, al noble jerosolimitano. José era pobre, humiide, y ga- naba su sustento con el modes- to jornal de sus maros. Su eúzd frisaba en los cuarento años y su venerable cabeza se hallaba cubierta de canas. Agabús era joven, rico y her- moso. Su linaje alto, y su fami- lia de las más poderosas de Ju- Uno le ofrecía una vida de privaciones. Otro una existencia de lujo y abundancia. José, el humilde sayo del ¡0- pre sobre su cuerpo, y el durc run del jornalero en sum esa. ¿gabús, hubiera arrojado a to y adornado sus brazos con oro y perlas de Persia; pero los socerdotes despreciaban la rique za, y eligieron al pobre carpin- tero de Nazareth, porque Dios les había recordado el vaticinio de Isaías, que decía así: Saldrá una vara de la raíz de José y de su raíz subirá una flor pre ciosa. A Veinticuatro varillas de al- mendro depositaron en el tem- plo por la noche después de orar los pretendientes, Una tradición antigua, relatada por Sun Jeró- nimo, refiere que la seca vara de José, hijo de Jaco», hijo de Natham, se encontró verde y florida al día siguiente. Agabús, desesperado por este prodigio que le mostraba el cie- lo, cerando toda puerta a su es- peranza, rompió resignado su vara y corrió a encerrarse en una gruta del Carmelo con los discípulos de Elías. Su dolor fuá inmenso, pero su fe, tan grande como su dolor, le hizo crístiano, y murió con los honores de sam- tidad. Los tutores manifestaron a los testigos, y luego seguía de este modo el contrato: “María ha consentido en ser la esposa de José, quien de su voluntad, para formar viueddad 'conforme asus propios bienes, lanade a la suma anteriormente indicada la de ochocientos zu- ces. Después de estas ceremonias se elevaron alabanzas al Dios ¡bendecidos los esposos por un sacerdote que representaba al difunto padre de María, meses, durante el cual los pa- rientes de los desposados, pre- paraban la segunda ceremonia, que era entre dos israelitas ¡a más importante. Llegó por fin el día aviazado, que era un miércoles del ines de enero. La luna extendía su frente de plata sobre las tranquilas aguas del estrecho mar de Galiiea, cuando en alegre cuadrilla se de Jerusalén hacia la casa de María una multitud de donce- llas ricamente ataviads. Las.an torchas que empuñaban las ca- llosas manos de los esclavos a- lumbraban el paso de las don- cellas, bañando de clara y roja luz los ámbitos obscuros de la calle, haciendo brillar los cin- turones de oro y las tiaras cha- ltas, a estilo de Persia y las re- decillas de diamantes de las llas antorchas mil: chispas brilla doras como las estrellas de una noche obscura y serena. Un pa- lio, sostenido por cuatro jóvenes judíos, aguardaba a la esposa. La Virgen se presentó en los dinteles de su puerta. Las arpas y las flautas de los tañedores lanzaron al viento delicosos rau dales de dulce armonía, y los amigos y los parientes agitaron en señal de regocijo los ramos de palmeras y de mirto que lle- vaban en las manos: La comitiva rompió la mar- cha en dirección al templo, José iba adelante, rodeado de sus go- zosos amigos. Por su venerable cabeza se arrollaba la corona de azufre y sal. La danza y los gritos de ale- gría comenzaron, y las mujeres, deramando esencia sobre los vestidos de la esposa y flores por la tierar que pisaba, grita- ban con toda la fuerza de sus pulmones: —'Bendita sea, bendita, la descendiente de David! Una muchedumbre inmensa lesperaba a los esposos en las de Israel, siendo a la conclusión ' Transcurrió un espacio de 5| dirigían por una angosta calle María el nombre y la clase del grads del templo. penas los vie- esposo elegido, y María lo acep-'ron a la claridad de las antor- Viernes 16 de Junio de 1950. . 'chas, exclamaron a coro: —-'Benditos sean los que vie- nen! ¿Cómo calificar este inmenso placer, esta alegría entusiasta que rebosaba en todos los cora- zones, en las bodas de dos cria- turas tan humildes como María y José.? Dios sin duda, que reservaba a la Madre de Jesús la calle de la amargura, quiso darle un dia de triunfo en Jerusalén, como a su Hijo, en cambio de las dolo- rosas lágrimas que debía derra mar en iumbre del Gólgota. El patio recibió bajo: su 2u- fusto toldo a los esposos. Am- tos se sentaron. María ilevava cubierto el semblante con un ve lo y José arrollaba su talet por su cuello, He aquí—dijo José, colocando un segundo anillo en el dedo del corazón de María,— tú eres mi mujer, segín el rito de Moi- sés y de Israel. —Extende un lienzo de tu ca- pa sobre tu sierva,— le dij> el sumo sacerdote con voz pausa- da. —Obedecido eras, — le contes- ú la patriarca, desarrollando el t: lot y cubriea:» con úl la ca- beza de María. Luego un pariente llenó de vino una taza de vidrio, y des- pués de aplicar en ella sus la- lbios, la dió a los esposos para q' bebieran también. Entonces el sacerdote arrojó al aire un pu- fiado de trigo en señal de abun dancia, y cogiendo la copa de mano de los esposos, la preson- tó a un niño de seis años. Es rompió la copa con una varit de plata. La ceremonia nupcisl había concluido; el festín iba a corienzai. Mientras los convidados se en tregaban al bullicio encanto de los comentarios y la conver ción, José dijo en voz baja «s tas palabra a su esposa: —Tú serás como mi madr>, y yo te respetaré como al 1imisino altar de Jehová. Siete días duraron las fiestas; al octavo, los esposos abando- inaron Jerusalín para trasladar- se a Nazareth. Algunos parien- [tes, según la costumbre, los a- compañaron hasta la primera parada, despidiéndose de ellos con qls lágrimas en los ojos y al sentimiento en el corazór. CAPITULO IV EL ANGEI. GABRIEL Nazareth, flor de Galiiea, recí ,bió en su amoroso seno a los ¡castos esposos. Jesús, rosad el campo, lirio del valle, iba a ser concobido en las vírgenes entrañas de la Es- trella del Mar. José y María vivian contentos Ly felices en la humilde habita- ción de Santa Ana. El patriarca ejercía su profesión de carpin- tero en un cuarto bajo de doce pies de ancho y otros tantos de largo, separado de la casa de Ana como unos sesenta pasos, Siguiendo una antigua tradición de Oriente, ejercía su oficio de carpintero en otro local aparte- ¡del en que vivía su esposa. Ca- ¡ritativo en extremo, había levan tado sobre la puerta de su casa de trabajo una especie de ten- dal hecho con ramas de palme- ra, 2 cuyas sombras los fatiga- dos viajeros tenían un banco ¡Serge descansar, «gua fresca ¡con que apagar su sed, sabroso Iran amasado por la Virgen con que matar el hambre, un techo: ¡Sus pies preciosas telas de Egip¡vírgenes despedían a la luz de; hospitalario que los libraba de los ardientes rayos del sol, y un rimbre bueno y afable que con la scnrisa en os labios les ofre cía su pobreza. A lí, según dic» O:s.ni, el laoorioso artesano cuustruía arado3, yugos, y Ca- rros de labranza, y algunas ve- * ces levantaba las cabañas de las aldeas. Allí, según San Jus- tino Mártir, fué donde más tar- de el Hombre- Dios ayudó a su padre en atn pesados y rudos ¡trabajos. El brazo de José era fuerte, y ¡más de una vez el santo jorna- lero deribó al golpe ae su ha- cha los robustos árboles del Car melo, Mientras tanto, María, la esposa inmaculada, la tierna Virgen de Sión, molía con sus dejicadas manos el grano de tri go y amasaba la harina en re- idondas tortas. Diariamente, cu- ¡bierto el rostro con el tupido ve- lo, y la pesada urna de los r.2- zarenos sobre la de'cada cabe- za, tomando el cam:no de Nopa- les, se dirigía a una fuente pna- co distante del pueblo a llenar el cántaro. Terminando los que- haceres de la casa, la Virgen ¡empuñaba el tocso huso y el ás. Pasa a la página 5. |