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Página Seis. A boo Dimas, dsepués de proferir tan terrible amenaza, sacució la cabéza como si las furais del inriezno se agi'atan en torng su; yo cuemándole las sienes con sus ardientes e impuros si:bidos Su: labios entreabiertos, sus o- jos brillantes y hundidos, sú Ía2, dascompuesta, daban a aquel hermoso semblante algo de :e- rritle, de infernal. —Yo era bueno, —votvía a de cir—, y tú me has empujado al crimen: Un mar de sangre se ex tnende ante mis pies, mi vida será infame, mi muerte la cruz; mi cuérpo, dividido en pedazos, se verá tal vez expuesto en los caminos. De todo ésto tú tienes la culpa, viejo avaro de corazón der oca. !Maldito seas! !maldi- to seas, como la mujer impura, hasta la décima generación, Q' o juro exterminar mientras mj braZo tenga fuerza para empu 'fñar el cuchillo vengador! - Y Dimas, como si con aque- llas maldiciones hubiera *exha- lado todo su espíritu, dejó caer la cabéza sobre las manos con Así permaneció por espacio mucho tiempo. La brisa de la tarde cormenzó a gemir entre las copas de los árboles, y aún pernranecía in- móvil. El cífiró nocturno suspiró en- tre las plantas del campo, y Di- imas no se movía de aquel sitic La luna bañó con sus tibios reyos de cilí;.dr:.a y alta torre Cde David, y Dimas aun perma- necía en lo *.3sina postura, mu de y silentí:-0. Las cigueñas. desde los al:0s minaretes de Jeru-alén, comen- zoron a entona: sus dolientes cantos, y un mochuelo, patón- dose entre las ramas del árbul a cuyo pi2 se hallaha inmóvil y silencioso el iiven huérfan», lenzó al viento s:1 tétrico y acom pasado silhi¿o. Entonces Dimas se puso en pie, y miró en torno suyo como si acabara de depertar de un pe- sado sueño. Su rostro había per- El dido la ferocidad que poco an- tes demostrara. Su mirada triste y húmeda aún por las lágrimas de fuego quehabía derramado, era dulce e inofensiva. Un sus- piro angustioso y prolongado se escapó de su pecho. —No..mil veces no—, se dijo hablando consigo mismo.— Ja- más profanaré los cadáveres; nunca deparé sin protección a los niños y a los ancianos. La muerte y la infancia serán siem pre repetadas por Dimas el fa- cineroso. Peftiona, pues, padra mío, Te he vengado en el cuerpo vivo. Deja que respete la mate- ria inerte que sirve de sustento a los gusanos de la tierra... Dimas, durante las horas de triste meditación transcurridas al pie de aquel árbol, había mantenido una lucha horrible entre los deseos de venganza y' los instintos buenos y genero- sos de su joven corazón, y como se ve, el corazón salía vencedor. ¡ Desistiendo de sus planes, sólo un camino se abría ante su pa- so: el de los montes de Samaria Se enecanminó hacia ellos, lle- gando el cuarto día “al declinar lla tarde junto a los muros de la inepugnable fortaleza de los bandidos, y entró en ella del mismo modo que la vez prime- ra. Ya dentro, se encaminó a la cocina; pero estaba desierta. Entonces se tendió en el suelo y esperó. Tenía 18 años, y el sueño en esa edad, cuando se ha camina- do mucho, no tarda en descen- der sobre los párpados. Dimas se quedó dormido con la misma MART “EL SOL”, SEMANARIO POPULAR INDEPENDIENTE Como la habitación estaba obscura no repararon en Dimas. ¡ El Capitán mandó a uno de los bandidos que encendiera luz y poco después las negras pare- des se tiñeron de esa claridad rojiza e incómoda de las resino- sas teas. Entonces vieron a Di- mas dormido tranquilamente sobre el duro y frío pavimento del a cocina. ¡—Me ha cumplido su palabra— | dijo Abbadón, dirigiéndose a los suyos.— creo que de este mu- chacho se podrá sacer partido. CAPITULO VII EL BAUTISMO DE SANGRE Desde aquel día perteneció a la terrible Cuadrilla de los sa- maritanos el huérfano de Jeru- salén. Su juventud, su valor y su gracia personal fueron' entre aquellos desalmados poderosos motivos para que todos le mira- ran con cierta diferencia, que _no escapó a la perspicacia del joven aventurera. Por otra par- te, Abbadón, viejo encanecido en el crimen, comenzó a mirarle como a un hijo. . Su corazón encallecido no ha- bía amado nunca, y ante aquel bello y temerario joven que la casualidad había lanzado ante su paso, comenzó a sentir esa dulce simpatía, ese afán desinte | resado y puro que sienten los | padres por los hijos. Dimas, medianamente instruí do en las Sagradas Escrituras por un rabino amigo insepara- ¡ble del difunto padre, tenía la ventaja sobre todos sus feroce3 compañeros, de saber leer y es- ribir el hebreo con bastante co Irecsión. Algunas noches, cuan- tranquilidad que si se hallara bajo el techo hospitalario de la do los espías no traían nuevas casa de su padre cuando el sue- lfavorables y era preciso permá- ño inocente de la adolescencia ;¡necer encerrados en su madri- sonreía sobre su hermosa cabe-|guera, Dimas, que había com- ZA... Muy entrada la noche, la tram pa que ya conocen nuestros lec- tores se hundió para dar paso a prado en Sichen el Pentateucho, les leía las sagradas y patriar- cales narraciones que el historia dor dogmático, el insigne filó- los forajidos de Abbadón. Isofo, al adorable teologó, el ins- Esta vez venían cargados de pirado urofeta Moisés había es- botín, y en sus fisonomías sal- crito para los descendientes de vajes y feroces brillaba el con- Abraham. Esta sublime inspira- tento. _ ¿ción del Eeterno que transmitió al pueblo israelita su ilustre caudillo y libertador, tenía a- gradablemente entretenidos a a quel puñado de hombres que el crimen había expulsado de la sociedad. obligándoles a vivir en las profundidades de las cue vas como las fieras carnívoras del desierto, A veces, cuando Dimas con dulce y sentida entonación les transmitía las sabrias narraci-- nes del legislador del Sinaí, los seroces bandidos prorrumpían £n esponiáneas exciamaciones, y la aamiración “aria su joven ccinp+ fiero llegaha hasat el en- tusiasmo. Entonc>s, los bandi- dos aconsejaban a Dimas que abandonara su nombre, que nin gún significado divino tenía en- tre los hebreos, y “e pusiera 0- tzo de aquellos que, añadiendo aigunas letras, según su costum bro, cxpresaban una condición celeste u honrosa en el que Hevaba. --Todos le q. eremos como «a un hijo, —gritava un bandido — Pengámosle por nombre Dav'2, que es el nombre que le corr33- nonde. - No. no, —decía otro; — Jeho vá ie ha envizdo entre nosotros; debe llamárs-l2 Samuel. Pimas escurhab1 con la Sst:1- risa en los lanio; ¿+s contiendas de rus compañeros, y acababa pcr ccnvenceri»s de que el nori- bre puestop o: el padre era me- jor y el único “'.c debía llevar el hijo. Así transcucrierar algunos Fn.eses. Dimas fue irsensible- mente inculcanlo en aquellos corazones algunas ideas hum>”- nas, haciéndoles ver que neúa podía enaltecar tanto a los ojds le los israelitas %e convertir sus vandálicas hazañas en ne- roicas y temerar:as empresas de soldados indejercientes. U- na guerra de part.) contra Ec- roles y los romanos era lo q e Dimas se proponía ¡levar a ca bo, parapetad) en los escabro- sos montes de Samaria. Tero sus fe: es compañeros ro se avenían a abandonar fá 2 the entire state. To help meet the urgent demand for the Valley Y The building industry in Arizona is vitally im Bank, during the past four post-war years, — totaling more for almost 50 millior materials, and furnished the money to thousands o, This is typical of the way in which thousands of other Valley Bank depositor you deposit, the more loans we can make to al ) These loans stimulate business activity and, in t and purchasing power. The result is more prosperity for everyone. portant to the economy ui every type of construction, has made over 30,000 loans than $175,000,000. These loans provided substantial paychecks llion man-hours of labor, paid for countless carloads of building” f individuals to buy homes. your dollars — together with those of s — are put to work. 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Abbadón dispuso caer so bre elal, y salió de su madrigue ra, seguido de sus terribles com pañeros. a noche era clara y serena; blancas y vaporosas nubes co- mo pequeños coops de niev se deslizaban por el limpio hori- zonte, salpicando el diáfano a- zul del cielo con sus poéticas y caprichosas oscilaciones, A ve- ces la luna velaba la plateada frente tras las flotantes gasas que se mecían en el espacio, mostrando de vez en cuando la clar luz de sus rayos entre los quebrados bordes de las nubes,. y como las vírgenes de Sión, lanzaba sus mirads a través de su aéreo y delicado velo de en- caje. Noche hermosa y poética, lle na de encanto, de vaguedad, de dulzura, en que el cielo sonreía y la tierra exhalaba los perfu- mes 'de su seno. Porque una no che serena hirige el alma al in- menso tesoro de voluptuosos en- cantos, mientras que la belleza “del día sólo nos habla de los sentidos. El sol arrasa lágrimas a los ojos, y la luna suspiros al corazón. La noche representa la bondad y la dulzura del Hace- dor, y el día el poder, la fuerza de Dios; por eso, mientras la una llora lágrimas dulces y per fumadas como el rocío, el otro fecundiza y abrasa con sus ra- yos de fuego. e, IR DEL GOLGOTA !!” 1 za un otros. de hacer? Bajar al valle, y si ; A e con sus compañeros. —Cuenta—, le dijo secamen El robo, el crimen, se nutrían te el capitán, viéndole llegar. Viernes 2 de Junio de 1950. —— su botín, y a colocar en otros - ¡los heridos que no podían por - su estado hacer el camino a — Efectivamente — contestó | p10e; pero Dimas, que aun herido hervir la sangre, y cuando se en Con indiferencia Uriíes— la cara|nu había perdido la serenidad canece en una profesión se ad- |vana, como nos han dicho, ha¡ni el conocimiento, les detuvo, levantado su tienda en el valle | diciéndoles: de joppe. Todos duermen, came llos y hombres pero he creído ver relucir a la luz de la luna algo parecido a los cascos ro- manos. —Será una aprensión tuya, repuso otro. -| —Cumpañeros, antes de partir demos sepultura a ios muertos cor. lo cual honraremos el cuer- po de nuestros camaradas, y no dejernos rastro de esta catástro- fe que hemos experimentado, q' siempre podría alentar a nues- Tengo buenos. ojos; ya sabes|tros perseguidores. que me engañan pocas veces y sobre toda la noche. —No tiene nada de extraño Esta segunda razón convenció a los bandidos, que .inmediata- mente se pusieron a cavar una que en alguna ciudad del con-|fosa, y poco después romanos y torno —volvió a decir Abaddón |samaritanos yacían sepultados -se les haya reunido algún soul|para siempre bajo el pesado dado. . —O pueden haher perdido mundo de la tierra. Los bandidos abandonaron a- una escolta en Sichén los mis-|quel sitio, mudos, cejijuntos. mos caravane:os— añadió Di- mas. Dimas caminaba a pie al lado de sus compañeros sin despe- —¿Y qué hau rros,?— pregun|gar los labios. —!Por Dios vivo! ¿Qué hamos son romanos o herodianos, lle- varemos sus cabezas a nuestro castillo como trofeo de la victo- ria, —exclamó Dimas lleno de ardor patrio. —Tiene razón el joven; baja- Por sus mejillas resbalaban dos lágrimas. El viejo capitán le había de- mostrado un cariño franco y desinteresado, le llamaba su hi- jo, y el joven agradecido, llora- ¡ba por la memoria del segundo padre que acababa de perder. Bastante entrado el día llega- remos al llano, —volvi.. a decir ron al monte Hebal, y a pocos el capitán. Los bandidos se apretaron las correas de sus cinturones, vie- ron si los puñales salían con fa- cilidad de las vainas, y opri- miendo con sus diestras las te- rribles gabelinas, se encamina- ron en busca de los caravaneros |pasos de la entrada subterránea :se detuvieron. —¿Qué se hace con los came- llos?— preguntó Uríies, dirigién- dose a Dimas como si fuera el jefe de la partida, —Descargadlos, y luego vol- ved sus cabezas hacia el mar, Poco después caysron de im-|dadles la voz de marcha, y que proviso sobre la tienda, envol- |vayan a donde quieran. viéndola como una red. Los co-| —¿No sería mejor venderlos mercientes, sorpreadidos en las|mañana en Bethel?—repuso uno primeias horas del sueño, des- [de los bandidos. pertaron sobresaltados; el páni- co se apoderó de ellos, y desde —Ya os he dicho que -convie- ne desorientar a nuestros perse- entonces sólo pensaron en huir, |guidores, y estos camellos po- dejando en poder de sus terri- bies encmigos los fardos y los c»melNos. Pero no sucedió la trismo a los tres soldados romz- drían descubrirnos. —Tienes razón,— dijeron va- rios bandidos. Descargados los camellos, se 103 que al primer grito de ala--|les colocó como había indicado ma saltaron con ligereza sobre|Dimas, y los ligeros cuadrúpe- sus caballos, armando sus dies-|dos emprendieron su largo trote tras cun la corta y terrible espa | monte en direción al Oeste. fla que les había Lecho dueños del mundo, y se lazanron con £tinpetu sobre los bandidos. Un romano, y sobre todo ro- mano de Palestino en el tiempo _Entonces los bandidos entra- ron a brazo en el castillo el rico botín que tanta sangre les ha- bía costado. Aquella noche Dima fué pro Sin las hermosas brisas de la nóche, sin el sopis perfumado del céfiru nocturno, el mundo se ría un abrasado desierto, un pá "amo inhabitable. La una es la amable confidente, la dulce y aniga, la tierra compañera de ias almas se-“ibles y apasiona- das. Su luz tenaz y delicada «e Quede conter:plar con éxtasis, como los ojos del sér que ama- mos, y el corazón se dilata en su estrecha cárcel admirando la melancólica poesía que brota de su frente casta y radiante. £lla es la madre bondadosa de los hijos de! intortunio. Los hom bres más altivos no se averguen zan de llorar ante su presencia; desahogando los dolores de su corazón, las penas de su vida; porque los rayos de su disco de- rrama sobre la tierra están im- pregnados con la inagotable bondad de Dios, y fecundizan la esperanza. en las almas que su- fren, el consuelo en los corazo- nes que padecen, como el claro manantial que se desliza entre el céspec de la pradera derra- ma la vida y la fragancia con sus fresco3 besos enel cáliz de de Herodes, se hubiera creído | clamado capitán, y al tomar el deshonrado retrocediendo delan | mando les hizo jurar tres cosas. te de seis pudíos; raza vencida| Primera, que ampararan siem y esclava a lo que los hijos del | pre, y aun a riego de la vida, - ed e con insultante [a todos los niños que no llega- lesprecio, . ran a los diez años. Segunda, q' a respetarían, en todas las ocasio- , nes, y aun a trueque de sufrir tropebado por una casualidad |lviolencia o insulto, a todos los Ss ts go y e. ancianos. Tercera y última, que an unido con ella por espiritu jamás dejarían los cadáveres sr Lig Sp a los sol insepultos, teniendo tiempo pa- lados del Capitolio. Los roma-|ra cumplir esa santa faena. - nos, lanzando un grito de gue: Sono les hizo comprender Eee pagan Fin que, ya que la suerte les había ls "¡lanzado a la vida de aventure- dieron las espadas sobre las ca bezas de los bandidas; pero !ay! e et ha papa e aquellos israelitas ni eran los luicdag se hiciera con condicio- débiles y -acobardados hijos del nos más suave, y gue hasta en- la ciudad de Jerusalén; eran Ta | ionces y puesto que su inten- yos de la montaña, soldados fe- | ción +7 era otra que la de enri- 1 desierto, surtidos con ; ga y los pe y des- e dl bite pod > mo, eso se podóa lograr sin ne- A A cesidad del terror y al abrigo de les quintuplicaba las fuerzas. A e E no podían ás q mo buenos israelitas debían a)- zar en defensa de la patria hu- Lea pl ai millada por los 'mpíos romanos á dd ositos Las palabras de Dimas enarde- costar cara cieron a sus compaeñros, y al- Abaddón, el capitán, al que- las violetas, Ce las enémonas y |rer clavar su gabelina en el pe- de las siemprevias. La luna €S,|cho del caballo de uno de los la sonrisa de los ángeles, el rO-|enemigos que le perseguía, reci- cío cedeste que Dios envia todas 'bió una terrible estocada en el las noches desde el cielo para: cuello, por la que en pocos ins- gunos de ellos llegaron a sentir rerrordimientos por la sangre dertemada y el tiempo perdido en cl pillaje y el crimen. Después, olvidando al capitán muerto, se brindó por el capi- decir a los desgraciados: “Espe- rad, confiad; yo no los olvido”. Los bandidos se deslizaban de roca en roca hacia el punto in- dicado por los espías. A la me- dianoche legaron a la cumbre de un montecillo, y se detuvie- ron. Uríes, que era el más prác- tico, se separó de sus compañe- ros para explorar el terreno, pues según sus cálculos, la ca- ravana debía hallarse acampa- da en aquellas cercanías. El ban dido smaritano, arrastrándose como una culebra, llegó sin me- ter ruido al borde de un barran- co, y agarrándose a unos orbus- tos con sus callosas y forzudas manos, Se asomó quedando ca- si suspendido- sobre un abismo, para reconocer aproximadamen te el fondo de aquel solitario va Me. La noche era clara, y la lu- na dejaba ver los objetos sin di ficultad, Uríes paseó sus mira- das algunos segundos por la a- ¡pas ¡ble vega que se extendía a Zuego-1 ss 7 Tue a reunirse | tantes arrojó hasta la última gota de sangre de sus venas. A dos bandidos más les cupo la suerte de su jefe. Dimas mató por su mano a uno de los legionarios arroján- dole la gabelina, que tuvo la suerte de clavarle en el pecho; pero al mismo tiempo recibió una terrible cuchillada en la ca beza que le hizo vacilar, y que indudablemente su enemigo hu biera vuelto a secundar, si Uríes no hubiera salido a su defensa clanvando su puñal en el costa- do del romano, lo cual le hizo caer del caballo. La luna, siempre clara y her- mosa, alumbró con sus tibios y poéeticos rayos aquel combate, aquella escena de sangre en q' seis hombres habían lanzado el último aliento de su vida, y cin co levaban sobre sus cuerpos sangrieentos rasgos. Los bandidos, dueños del campo, se disponían a cargar sus cameos con lo más rico de tán vivo, hasta caer embriaga- dos,, rodando por e! suelo. Desde entonces 1; cuadrilla de Dimas, si bien vivía del 10ho en despoblado vomenzó a ser rrás humana, llegindo con el tiempo a formar, más que una gavilla de bandcleros, un puña- de de hombres libres, que, a- mantes de su ley, de su religión y su independencia, hacían con sus espadas una guerra terrible a los soldados del tirano Hero- des. Ahora retrocedemos otra vez al capítulo segundo de este li- bro cuando a la rojiza luz del relámpago hemos visto des'izar se por los quebrados senderos de las montañas de Samaria o- cho bandidos de aspecto feroz, entre los cuales caminaba un joven armado con una gabelina y envuelto con un matelot de pelo de camello. Este joven cra Dimas, que hacía seis meses ca- Pasa a la Página 6.