El Sol Newspaper, September 23, 1949, Page 4

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———, 3 CAMINOS —-Chico, y es verdad!... El campo de gules con es castillo de argento y el lobo de la leyen da y el hombre rojo. Las armas de los Oraluces, tienes razón — continuó Javier. —¿Y como dón de has adquirido tú esta sorti- ja, Caminito? —-!Ay, hijos, me estáis ponien do en aprensión...! (Camino se había quedado muy pálida, no era su palidez la del culpable a quien cogen in fraganti sino la del inocente que recela que se ha metido en un mal paso.) Verás, Javier a mí me lo regaló mi madre el día de mi cumple- años, Desde luego es antigua, y por eso me la regaló; ella la tenía en su joyero; pero no la usabá porque le venía muy chi- ca..... !buena diferencia va de sus dedos a los mios!, y yo se . la había pedido infinidad de veces. Hasta que me la dió al cumplir los veinte años, este mes de noviembre. ¡y en el escudo el blasón de mi familia materna! —preguntó cortésmente aunque con cierta ansiedad Rafaél. Doña Bala y Pancracio Luque cruzaron una rapidísima mirada en la cual se hubiera podido ver revolar cierta sospecha indefini- ¡da; pero tan rápida fué que na die hubo de advertirla. Doña Ce ¡ledonia poh sup arte, puso ¡os ojos en Rafaél Torres-Arias con la misma expresión de una fie- ra acorralada; hasta tal «xtre- ¡mo er ahostil, salvaje y liena de odio esta expresión, que e mo- zo hubo de contemplarla atóni- to. Pero, ¿por qué le miraba así aquella mujer? —Sí, señor, ¿por qu éno? Co- mo no la he robado, no tengo por qué andar con tapujos, Esa sortija vino a mi poder entre las demás alhajas de mi tía, ¡a de Sevilla, doña Flora Canseco. que me dejó muchísimas. Si ni me- interesa — decaró desabri- —Pues mira: lo más particu-|damente. lar no es que tú lleves el sortijo sino que yo tengo otra comple- —!Mira tú que gracia, hom. bre, como en los cuentos! —“0- ¡Luque — !buen par de gatos pa | : : ra dejar escapar una rata! — no mentó Lolita ePna. Ahora sólo falta que tenga por la parte de dentro una leyenda sin ter. minar y que haya que juntarlas las dos para complrtarla. Caminito, ni corta ni peresosa se quitó la sortija y, más pálida todavía que antes, murmuró alargándola a Rafaél: - —Toma; aquí dentro hay gra- bado algo, pero está tan desgas- tado por el roce que no he po- dido nunca ponerlo en claro. Javier Guadaveloz sacó una lupa del bolsillo y a alargó a Rafaél, quien no necesitó esfor- zarse mucho para deletrear con cierta complaciencia este nom- bre: “Alvaro Hurtado de Men- deza.” —¿Me permites un inomento Caminito? Ysin esperar respuesta se lan .z26 hacia doña Celedonia, segui- do de todo eu grupo de jóvenes excitando con ello la atención de los que jugaban al tresillo o departían en el otro extremo del - salón.” —¿Quería usted decirme, se. fiora, por qu medios, debido a qué circunstancias, ha llegado a poder de usted esta sortija q' lleva grabado en el ard el nom- bre de uno de mis antepasados pa Rafaél Torres. Arlas :uvo la lintención de que Doña Celedo- tamente igual — saltó Rafaél. ' nia mentía con el mayor desca ro. En Doña Bala y Pancracio fue intuición sino ecrtidumbre porque advirtieron, al mirar instintivamente a don Bernabé Rubio de la Grana que se po- nía primero como la ídem, y luego de color de pajuela; y no sólo eso sino que hasta empezó a temblar comó un perlático. Doña Bala no encontraría jamás mejor ocasión de fastidar al aborrecido matrimonio que lla- imando en aquel precioso irs- tante la atención de todos sobre los ridículos Cresos de Guadave- —¿Qué le pasa a usted, don Bernabé? !Caramba!, Zorrilla, usted que es médico, mire al se fior Grana que se ha quedado verde! !Si está temblando!.. !Ay, este pobre señor se ha puesto malo!... —No, señora, no...no es nada Déjeme usted, Zorilla, no vale la pena. Es el flato ese que me da, hombre, y justamente esta noche, que me dejé el bicarbo- nato en casa... (Don Bernabé todo corrido). —Como que ya te dije que no salieras , que ya tenías muy ma la cara... (Doña Celedonia con 'ganas de ahogarlo). ' —Riiin, riiin, riiin.... ' —Un vaso con agua y una cu- 'charada de bicarbonato, De ilas |soperas, ¿eh?...Pero en seguida. 1 Todos los contertulios habían ¡formado un apretado corro en ltorno al Conde que cotejaba las dos sortijas; la de Caminito y la que acababa de traer Rafaél Torres. Arias. —Trabajo del siglo diecisiete ..?eh, mister Davys? Asentimiento en el interesado —Iguales, exactamente igua. les. S.ólo que la de Rafaél es más grande, como hecha para un dedo de hombre, y dentro lleva la siguiente inscripción “Leonor Téllez de Alvarado” Se- ría curioso poder eer en lcs docu mentos del archivo de la casa de Oraluces, el origen e h E de estas dos preciosas —continuó el conde devolvién- dolas cada una a su dueño. — Sólo que de ese archivo quedan apenas unos restos y eso porq' los confió al Marqués don Nuño a la casa de su hermano, el ba- ¡rón de Campal, cuando ante cl temor de la invasión francesa se ausentó de -Guadaveloz. Por cierto que en esa huída debió perder mi pariente, y antecesor de Rafaél, no solamente todos ?- si también sus alhajas y su dine- ro, encerrado en un cofre de en- ¡cima que intentó lievarsc consi go ¿ ¿Intentó, dices 11 vnio Palaél, que ha1bia escucha ¡do atentamente. —Digoa intentó por decir algo, ya que en realidad todos uque- llos hechus están envueltos un el mayor misterio, pues mi Ía- ¡milia, como la suya, huyó ante ia invasión y nada pudo decir «sobre los sucesos en cuestión. ¡Hay quien cree que se llevaron el cofre y hay quien supone que los franceses no les dieron tiem po para ello y que se apodera- ron del palacio y de dniero. —También es muy verosímil —opinó Paquito de Sochantre, —Pero sería de todas maneras muy fácil reconstruir la historia un poco romántica de esos dos anillos, que debió fabricar un lafamado artífice, por expreso mandato de don Alvaro Hurtado de Mendoza, glorioso antepasa- do de Rafaél q mio al mismo tiempo; el cual don Alvaro ha- bía de entregar uno de ellos a su esposa doña Leonor Téllez ; precisamente el que hoy luce en la mano de Caminito. Es de notar que el anillo de la mujer tenía grabado eyl nombre del marido y viceversa. Y desde laquella época lejana todos los novios de la casa de Oraluces, han debido obsequiar a sus no- vias con el famoso anillo. Aunque el Conde harzase cn serio y sin ninguna intención, Caminito no pudo evitar que > ¡Quinta vez, aquella. noche.... cui dado si estaba estúpida, nija! Y ese pavo aumentó al levantar los ojos —¿incidentalmente? — A gentleman from California hid $5,300 in his refrig. erator “just overnight.” The money was a down payment on a new home. But that very night a burglar broke in, found tne coid cash, and made off with every dollar. The calamity shows what can happen when much money is kept at home - hidden in a refrigerator, teapot, old shoe, behind a picture or under a mattress — instead of in the bank. A good place to keep money is in a checking account, When you pay by check, your cash is protected against any, risk of being stolen, mislaid, burned up or thrown away. 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LEY NATIONAL BANK EFRIENDEY CONVENIENT OFFICES “IN: ARIZONA HS MEMBER FEDERAL DEPOSIT INSURANCE CORPORATION ¡sus documentos de familia. sino; una llamarada de sonrojo le en; cendiese la cara por cuarta o | “AL SUL” SEMANAS PUPULAR INDEPENDIENTE e A ÉÁá ¡y encontrarse con la mirada lu- 'minosa e insistente de Rafaél fija en ella, ¿Será casualidad que al cabo de tantos años de estar rota la tradición y andar la sortija dando tumbos por el mundo y divorciada de su com- pañera, el destino o la Providen cia la haya puesto en tus ma- nos para que se junte con su ge mela... y se reanude la leyenda esa de que luzcan los famosos anillos en los dedos de los pro metidos?” parecía decir la bri- llante mirada del mozo. —¿ Y cómo explica usted en principio el hecho de haber se encontrado separadas las dos ¡sortijas? — insinuó con eviden-! te curiosidad el Registrador. —Si usted fuese de Guadave- loz, coforme es forastero, no me preguntaría eso —sonrió el Conde, amablemente, — porque todos aquí saben que la casa de Oraluces perdió su fortuna, sus alhajas y parte de su documen- tación, en la invasión francesa. —Sí., ya lo había dicho usted antes. —Por lo tanto, está perfecta- mente explicado que ese anillo que luce Caminito y que era el que perteneció a la marquesa de Oraluces, fuese a para a Dios sabe qué manos, cómo irían a parar otras alhajas muy valiosas de la familia, de las cuales hay una reación en los archivos de mi casa y de a casa de Fuentes, que proceden de la de Oraluces.... Aquí, Doña Bala, que no per- día de vist aa doño Celedonia, hubo de advertir que rápidamen te se llevaba las manos a las minutos después las introducía en el monedero de mallas de plata, la astuta viuda se dió cuenta de que los orejas de la vinatera no colgaban los histo riados pendientes de filigrana de oro y zafiros que solía llevar últimamente... Lo que ella (la los llevaba aquella noche... Ga- te usted ahí una distracción que Doña Bala no se perdonaría en suv ida, —¿De manera que usted cree que el anillo encuestión, esta. ba entre las alhajas de aquel famoso cofre que, según" os antiguos, robaron los france- ses? — dijo la viuda, con un mundo de ironía en los ojos y lanzando de través una mirada asesina a doña Celedonia. —Indudablemente. —¿Y cómo no había en el co fre más que uno? — preguntó el doctor Zorilla. —Porque el otro lo 1levaba puesto en el dedo el marpués de Nuño, y por eso pudo legarlo a sus descendientes, como puede | comprobar el hecho de que hoy se encuentre en manos de Ra- faél por herencia directa de su madre, que tuvo derecho, como ¿él lotiene, al marquesado de ¿Oraluces, extinguida como esta ¡en el hermano de mi prima, la :madre de Rafaél que murió sol- ¡tero, la rama primogénita de ¡a familia. —Ya. —Y se explica que el anillo estuviera en el cofre, porqu> al marqués cra viudo. —Ya. —Los ladrones debieron ven- der las joyas sin esperar a lle- várselas a Francia y eso explica también el que doña Flora Can. seco, pudiera adquirir la «sortija En un impensado, junto al piano, donde Caminito ha acom; pañado al tartistazo de Paquito. la romanza de bajo de “La Bo- heme”: Ñ | “Vechia ziamrra....” . py donde va a acompañar a Ru. faél, que the una estupenda voz de tenor, la hermosísima ¡carta de “Maruxa”... Todo esto en honor de míster Davys, a pro puesta de la Condesa y contri todo el torrente de la voluntad de doña CeJedonia que hubiera sacado a puñaodos a su hija de junto a aquel niño gótico, pobre tón, roñoso, amasado en cas; de doña Celedonia que se estre mecía de rabia bajo la mirada socarrona de la viuda, que mal fin tuviera por bachillera, chis- mosa y méteme en todo, !'Mer:- tira parecía que “su prima Luz” tan señora, recibese en su casa semejante bicho! —¿De manera qu ahora re- sulta que mi sortija es tuya?-— balbució Caminito Rubio hacién dose una violencia enorme, mientras hace como que busca en lar partitura Ja famosa “Car- ta”. —No, niña; es tuya y muy re tuya, porque a doña Flora Can- seco le costaría muy buenos cuartos.. y además, porque si yo tuviera algun derecho sobre e- lla, no pediría mayor felicidad que verla en esa mano —decide con esa mirada insistente y fi- ja, que va siendo ya para la viuda) no podía precisar, era sí; Rafaél, aplastando a Caminito,; muchacha un tormento; de tal manera vibra y se estremeca bajo ella. —Gracias. Eres muy galante; pero esas razones son espacio- sas, Rafaél. En ley, la sortija te pertenece, y aquí la tienes (qui- tándosela y dejándola sobre la tapa del piano). Y Dios quiera que tengas la suerte de podérse- la poner, co nmuchísima ilusión a una novia muy guapa y que te quiera.,.como tú te merces... —<concluyó Caminito, con los o- jos recatados— !diabl ode niña, ¡Y qué empeño en ocultar aque- llos dos luceros! — y un tem- blorcillo especial en la vocecita dulce y jacarandosa. Rafaél Torres -Arias, no con- testó. Tomó de sobre la tapa del piano la histórica sortija y, sin más explicaciones, volvió a co- locarla en el dedo de Caminito. —¿Qué haces, Rafaél? — mur muró toda pálida. S —Nada. Volver el anillo al único sitio donde puede y debe estar por... muchísimas razones que no son del caso.. Y ni una ¡palabra más sobre el asunto, 'ni no quieres que yo te niegue... hasta el saludo... —'No lo quiera Dios! —Pero, niños...¿tanto cuesta eso?¿Se canta o no?— apremió doña Celedonia, con todos los nervios disparados, en vista de lo que iba durando ya el aparte diar, Un instante después, 11 voz clara, armoniosa y apasio- nada de Rafaél , decía las inten sas frases ingenuas del pastor, llenas de una ternura tan sen- tida por el cantante, que Cami- orejas, cubiertas totalmente por¡nito se notaba desfallecer de e lla melena tintada, y cuando un: moción; la emoción que sacudía como un latigazo, al auditorio, Icada vez que el demontre del [chiquillo aquel decía: “Voy a ¡cantar.” Estalió al final un estruendo- so aplauso y aquí dió fín la ve- Mada.. Comenzaron las despedi- das y los cumplidos y el discre- teo de la gente moza. —Cada vez que te pongas es. ta sortija, piensa que te une a mi un lazo espiritual, Camino; que es un símbolo...y que yo da- ría diez años de mi vida por te- ner sobre ti los derechos que mis antepasados tuvieron sobre las lindas damitas en cuyos de dos la pusieron, como yo te la he puesto a ti hace un rato... —'!Tonto éste! (sofocada, ro- ja, tartamudeando). —Pero niña, Caminito, ¿no vienes? (la madre, exasperada) —En seguida, mamá. Para llamar a Camino, doña Celedonia había adelantado ha cio donde estaba la muchacha; la viuda se apercibió de que ha bía dejado la “echarpe” de piel de su silla, y el monedero sobre el asiento ¡ Una idea rápida germinó en su mente: si doña Celedonia lMlevaba pendientes y se se los ¡había quitado hacía un rato, debían estar en el monedero, luego para cerciorarse no había como abrirlo y mirar. Sólo que eso no podía hacerse allí, a la vista de todos... Como una cen tella, doña Bala metió la mano por bajo del “echarpe” y sacó el bolso, deslizándolo bajo su amplia manteleta de ana gris paldas dentro de casa; era muy con la cual se abrigaba las es. friolera. Después recigió las la- bores de la Conferncia, en un cesto que para ello había, y en lugar de dejarlo sobre el costu- reró, como todas las noches, se fué con el canasto a la habita- ción contigua, qu era la biblo- teca, Estaba apenas iluminada por una tenue lamparita verde enchufada sobre la mesa de es- cribr. Rápidamente, abrió el bol so y escarbó dentro de él. —'Mira tú si me daba a mi el corazón que los llevaba pues- tos, la tunanta! —murmuró con aire de triunfo /Pues cuando se los ha quitado, por algo será, que el que teme, algo debe. —Bueno: ahora ya había vis- to lo que deseaba ver. A meter. los otra vez en el monedero, 1 cerrarlo, a dejarlo entre los do bleces del jersey color puga, que estaba tejiendo doña Ceedo nia, y a poner el cesto sobre el costurero, como todas las no- ches. — —Mi bolso, que se me ha per dido, hija. Y no lo siento más sino porque llevo dentro un vi- gésimo de la Lotería de Pascua que me trajo ayer de Sevilla, Angustias, la de la Cooperativa. —Pues no puede perderse,- yo se lo he visto a usted hace un momento en la mano (doña Ba la, más fresca que una lechuga) Y yo. —¿Han visto ustedes bajo la alfombra? —Sí, hija: lo primerito. —Caramba, pues si que es u caso raro. —Miren ustdes otra vez. | —Oiga usted. ¿No se le ha- YCaminto empezó a prelu- | IIVRN OPIO Appz pe gov e pra brá quedado entremetido de la labor? Se supone que la autora de la ¡frase es doña Bala. —¿En la labor? 'Vaya una o. ¡ currencia! Si lo tengo toda la ¡noche en el respaldo del sillón, colgando de esta perilla. (men- | tira.) —Bueno, pues no cuesta nin- gún trabajo mirar, A veces don' de menos s= piensa, salta la lie; bre— indicó la Condesa. Y ella misma fué al costurero, metió la mano en el canasto, sa | có el jersey color de pulga... y de dentro de él cayó al suelo e perdido monetero de doña Ce ledonia que lo recibió un si es o no es escamada y perpleja. —Pues no sé... no sé como ha- ya podido ir a parar ahí. —mur- muró preocupada. —¿Oiga; ¿ha mirado usted si le falta el vigésimo? —'Pancracio, por Dios-! Mira que se te ocurren unas cosas... Doña Celedonia se había sul- furado, pero no de indignación, sino de miedo porque la verda: era que no llevaba en el bolso ningún vigésimo, ni maldita la gracia que la hacía sacar a 1. luz pública contenido del mon: | dero. 'Digo, y delante del Conde jy de Pancracio Luque que de- ¡bían conocer al dedillo la rela- ción de todas las alhajas de los Oraluces, ' En la puerta de la calle, cuar ¡do Paquito y míster Davys se c ¡frecían amablemente a acompa- ¡far a su cas de la calle de Pó- ¡sitos a la simpática viuda, ésta ¡dió disimuladamente un fuerte ¡tirón del gabán a Pancracio Lu- que. | —No, muchas gracias por li fineza, pero ustedes tienen que dar un, rodeo y a Pancracio !-» coge al paso...Todas las noches me acompaña. —¿No tienes miedo de que se ¡entere Carmen, tú? —Carmen sabe que es el altar ¡mayor — afirmó gravemente ¡Pancracio. —Pero es que aquí, doña Bal: está todavía como si estuviera veinte años y... . —Calla, deslenguado; no men ciones la edad. Estoy como es. toy a fuerza de revoque y de a- rreglos, no te hagas ilusiones A los cincuenta cumplidos no s' pueden hacer milagros. Conque buenas noches. —A los pies de usted, doña Ba la. —“Good night” , Y, sin hablar ni una paiabri. ta, resonando sus pasos sobre el empedrado de una calle típica en el silencio completo de la no che, que ya dijimos era crudís:- ma, anduvieron unos cuantas metros doña Bala y Pancracio Luque, hasta que, al entrar er la calle de Pósitos, la primera se paró en la. puerta misma dol Asio de Niños, que regían las Hermanas de la' Caridad de San Vicente de Paúl, y preguntó a quemarropa a su acompañante: —Oye, Pancracio, ¿tú tendrías ¡ocasión de echar una ojeada so ¡bre esa relación de alhajas per tenecientes a la casa de Ora- luces, que ha nombrado el Con de hace un rato. —Las alhajas que debían ser de Rafaél si los franchutes no se hubieran hecho con el cofre, querrá usted decir, ¿no? —Las mismas. AA nieras a mí a estas horas con semejantes alicantinas! —Conque usted dirá. —'Calla! Ya se me ocurrió. Podríamos colgarle el gato a don Ramiro, ¿no? Le dices al Conde que don Ramiro te ha en cargado unos datos para cierto estudió histórico que está ha- ciendo. —Pero, señora, por la Virgen, ¿no ve usted que el diablo va a tirar de la manta y que esto va a ser el pecado escondido y cl rabo fuera? En cuanto don Ra- miro aparezca por acá o Rafaél Vaya a la Huerta de las Gallom bas, todo descubierto. —Entonces.... —Bueno, déjeme usted a mí que ya veré cómo me arreglo. Diga usted, —Pues has de averiguarme si en esa relación, de alhajas están, además de las sortijas q' lleva Caminito Rubio, unos pen dientes de filigrana de oro con topacios, digo con zafiros... U-= nas piedras azules ¿eh? —Conque unos pendientes de filigrana de oro co nzafiros...Ya Algo así por el estilo de los que suele llevar doña Celedonia, ¿no? A la luz del farol que alum- braba la esquina, doña Bala y Pancracio se miraron fijamente. Acaso también se comprendie- TON.. —Doña Bala, ¿qué es lo que usted recela? —Hijo de mi alma, por ahore nada... pero tengo el olfato muy fino y me está a mí dando un tufo... Etse guisao tié mosca. E —Ya hablaremos si sale aleo n limpio, y si no, punto en bo- ca que no me pjerdonaría si es lusted zorra y solapona! —Buenas noches, aiño. Y avara de palabras y ligera de piernas, pese a sus cincuen ta y a su corpulencia, doña Bala se puso en un decir Jesñús, en la puerta de yu case, metió la llace en la cerradura, abrió el postigo, entrose en e ¿aguán, y tras un último adiós a Pancra cio Luque, cerró suavemente girando luego con mucho tiens vo la llave por dentro y corrion- do sin ruido aldabas y cerrojos. CAPITULO II La musa del poeta “Eres la carne de mi carne, el hueso de mi hueso, y en la prosperidad como en el inforiu- ña) [nio, mi suerte será sismpre la ¡tuya.” Caminito Rubio Carabanchel tenía unos veinte años; era or gullosica, pero simpática. No era una belleza. Alta sin exage- ración, muy morena sin pasar de la raya, lo que quiere decir que no era mulata ni mucho me nos; el color no era bueno, más bien tiraba a verdoso en ocasio nes, lo cual solía ella subsanar | dándose una discreta capa de colorete en las mejillas. No es- taba perfectamente formada, en honor de la verdad sea dicho, pues tenía las piernas harto del gadas para el tamaño del resto del cuerpo y el talle demasiado grueso para a esbeltez de la per sona; sin duda, os escultores de la antiguedad no la hubieran tomado por modelo y, sin em- bargo, el conjunto de esta chi. quilla era atrayante, por su ¿i- taneríía y su salero, dentro ce su orgullo de pueblerina acomo —Pues mire usted, la verdad: ocasión sí que tengo, aunque a va a ser muy notado el que yo ponga mano en el archivo, por- que eso, como usted sabe — y si no lo sabe se lo digo yo aho- ra — es de la incumbencia del secretario del Conde y, natural- mente, he de llamar mucho la atención el que yo hociquee por terreno vedado. A ho ser que rhe esperara a quo el secretario vuelva de su pueb). —¿Va a tardar mucho eso? —-Creo que lleva licencia para después de Reye3.... —No, no puedo esperarme tan ito. Ha de ser antes. —¿Y si le encargara yo a Ra- faél o a Javier, como cosa mía, que buscaran lo que a usted se le ofrezca?? —No., que por la choza se sa- ca el menseguero y no necesito yo que Rafaél se entere de to- dos estos pasos que estoy dan- do por su bien. —Pero, ¿qué es lo que usted se propone, doña Bala? —Por ahora no puedo decírte. lo; antes tengo que aclarar cier tos extremos, porque acaso pu- diera' equivocarme y no soy yo de las que acostumbran a qui. tarle %l pellejo a nadie sin mo- tivo. Pero, ¿eres tú o no eres amigo mio?.., A ver si ahora vas a andarte con escrúpulos y con meticulosidades de monja reco- leta y me haces la bendición con la mano izquierda. —No, señora; ya presumo yo que no irá usted a hacer ningún mal uso de los informes que yo le proporciono. —'Buena estaría que me vi- dada, aunque menos acumoda. da de lo que ella creía y dab1 a entender. Gustaba, sobre todo, por sus ojos. Los ojos enemigos que Ra faél cantaba en su sonetos. Cá- minito Rubio Carabafichel era eso: toda ojos. No era mala ni carecía de talento y, aunque presuntosilla por defecto de edu cación, tenía muy buenos arran ques; pero influida por el met. dio ambiente de su casa, entre ur. padre ebsorbido enteramen te por el afán de hacer dinero; que no servía para otra cosa que para el negocio, ni sabía hablar más que en términos comerciales; y una madre fanfa rrona e hinchada como un saco de vanidades, la muchacha ha- bía llegado a adquirir una pseu do personalidad que ocultaba s uyo verdadero, el cual habría que buscar muy adentro, entre la hojarasca de tanto materialis mo y tan vanidad.Ejemplo: lo que estaba ocurriéndole con el sobrino del Conde, Continuará ¡1 semana eutrante NECESITAN DINERO... ? Obtengan Dinero en Efectivo con JACK Compramos y Vendemos Armas, Muebles, Implementos, Ropa, Etc.. Nuevos y de Segunda Money Back Jack 510 E. WASHINGTON ST. Teléfono: 8-0904

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