El Sol Newspaper, August 12, 1949, Page 4

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Página 4. 1 €<FOKÉÁ o oo o a. sc. € Blanca Cuando pacen muchos años y Otra marquesa de Vall de Ibo paes por esta galería y mire es te retrato, quien la acompañe le contará la historia. “Esta fué una pobre chica que tuvo una aventura con mi antepasado y él, por un exceso de hidalguía —las tonterías de aquel tiempo —(porque cuando esto sucederá estos días de hoy, tan moder- nos, serán ya rancios) se casó con ella pero como no la que- ría se tuvieron que separar y la pobre marquesita se murió de tristeza y de nnstaigia en este fpalacio...” -. Pafaél María, con sus.dos €s- trella y su medalla militar, el rojo de-su gorra realzándose so bre e obscuro terciopelo de un sillón con mancha de sangre sorreía feliz, con talante de a- rrogancia, desde el lienzo, A Mercedes le pareció más guapo que nunca en esta tarde de pe. reprinación, cuando como otras veces, le dirigió una rápida «ni rada al pasar Pero pasó. Una puerta abierta, con balco nes recayentes a la fachada principal del caserón, solicitó su curiosidad atenta, Un criado salía de ellas, Apartóse para de jar pasar a su señora. —¿Quién ocupa estas habita- cionés? — preguntó —Nadie, señora marquesa. Son las del señor marqués. Es que de cuando een cuando las a. brimos un poco para airearlas. —Ya. Y sin más preguntas nicomen tarios, ante la mirad piadosa del doméstico (pobre mucha- cha) Mercedes, obedeciendo al mandato de una fuerza interior, penetró en las habitacionts de su marido. Flotab en ellas un perfume muy personal que recordó a Mercedes sus días ed vida ma- trimonial en Roma. ¿Por que es ta tarde de invierno, al apare cer los pormenores de áquella época se le removió en el alma insensible tan viva emoción? Seguramente volvía a estar dé- bil y tendría que darse otra se rie de inyectables. La sensible- ría era seguro indicio de flojera física. Parecía que el perfil de Rafaél María iba a salir de un momento a otro del vecino dor 'mútorio cuya puerta entornala descubría una cama doselada de damascos desvaídos y regios Curioseó todos los rincones de la serie de aposentos elegantes en un cuatro de trabajo, reduci. “10 SUL” SEMANARIO PUPULAB INDEPENDIENTE A A do y cómodo, con señales de ha ber sido muy usado.é Quizás en él fué donde el estudiante pas ósus largas vigilas de exá- menes y de oposiciones. Dióse a abrir los cajones, no por cu- riosidad, sino más bien maqui- nalmente, con cierto nerviosis mo. En tods ellos aparecian cua dernos con apuntes de derecho internacional y civil, escritos a mano, con letras-chiquitas y a- pretadas que oprimieron su co razón al reconocerlas. En otro, había una caja de retratos he- chos con una maquinita de afi cionado; grupos diversos con camaradas y con amigos; uno muy nutrido en el club de Puer ta de Hierro, en traje de depor- tes; fotos de Suiza esquiando en las laderas nevadas, fotos a ca ballo en “Las Golondrinas' mon tando ejemplares de raza que ganaron premios en el Hipódro mo, fotos en la playa de Pollar es manejando. el balandro. '“!sl balandro que les llevó a su a- ventura y que desapareció en la tempestad!... Mercedes cerró el cajón zin querer .mirar ya más fotos y eso que las había tam. bién- de chicas muy lindas que hubiera solicitado su atención de estar en- otro estado de espí- Yitu; pero al cerrar el- cajón a- trancose y no quiso entrar. Miró Era que del ed abajo se habían levantado unos papeles y obs- taculizaron el cierre. Sacólos de un tirón Eran cartas Cartas de María Teresa y de su madre, re cientes por las fechas; cartas q' había recibdo durante la estan cia en Madrid antes de regrezar a Roma Todas ellas eran escue tas y le hablaban sólo de la marcha de la enfermedad de Mercedes dando a entender bien clare con este laconismo la ob- sorbente preocupación que - las bre nosotros cayese una lluvia lugar: -en mis intenciones, des- de pétalos... Iremos solos. Usted pués de mis caídas, en riis di- y yo solos, querido... Esto le ficultades, en todas las miserias compensará de los días de abu del a vida”. rrimiento que debe usted habcr| ¿Y qué más miseria y qué ma pasado haciendo de enfermero |yor dificultad podría haber en junto a la cabecera de su mu-|su vida que toda ésta que la Jer...” aregaba como una formidable La carta estaba escrita en 1n-|9la” En la penumbra de una glés, con una letra absurda. [capill: había un confesionario. Mercedes, sin leer la firma, sa-| Una estola pendía hacia fuera. bía quien la había escrito. La | Acercóse con pasosledos y vaci estrujó entre sus dedos crispa. |lantes.. Dentro, un padre, leía dos y lloró de rabia. Hacia mu-¡en su breviario a la escasa luz cho tiempo que de sus ojos no de la lámpara que ardía ante salía una lágrima. Después de¡el altar. ...Mercedes, se arrodilló esta: carta, ¿Rafaél María, no le junto al confesionario. había dicho que la quería? ¿N XXX él a Roma...? ¿Qué culpa tení le había rogado que fuese con, él de que esta mujer se hubiese [encaprichado «de su persona y le perseguía, vamos a ver? Ella ella sola, era la cupabe. Y de repente, a sobrecogió un horri-| ble miedo.... ¿Y su Rafaél María | al verse desairado por ella —su| mujer legítima— buscase una triaca en el amor de esta otra? ¿Y quién sería el responsable ante Dios de que este hombre caminase por derroteros de pe- cado? Claro.está que mistress ¡Graham sería la principal cul- ¡pable; pero ella, su esposa, la que había jurado ante Dios ser- ¡le fiel y amarle, ¿no tenía tam ¡bién culpa por haberle abando- nado a las tentaciones y a los peligros por haberle negado el escudo protector de su ternura; [por haberle lanzado a una vida en la que por fuerza tenía que mias compensaciones al cari- fio que le faltaba en su hogar tan desiertó, y tan frio? ¿Es q' Rafaél María, por ventura, era de piedra? ¿Es que no era un ser humano con todas sus an- sias y todas sus necesidades? ¿Es que a su juventud normal y sana se le podía pedir una vida de benedictino sólo porque a su mujper se le antojara fo- brrarse de orgullo, de rencores y de egoísmo negándose a volver al domicilio conyugal? ? Nunca como en esta tarde de invierno cintió Mercedes a su | peti. Era el momento de la gra ¡cia; el momento elegido "por ¡Dios para llamar a la puerta ce rrada de su corazón. Confusa, turbada y afligida por temores e inquietudes muy E Cuando lo hubo dicho todo, intió que una gran paz le lle- aba el alma. Parecióle que le an aas para volar hacia un acio nuevo; que el lastre de la soberbia y del rencor queda- ban arrinconados como escoria inservible y las pualabras lle-? nas de caridad y de sabiduría e él con esa reserva mental. Ha demostrado que te quiere. Rafa- él María no se hubiese humilla do nunca a ti, si el amor no le hubiese empujado. Has de creer lo así. Y aunque no lo creyeras, aunque fuese cierto que él na- da siente por ti, has de procu- rar despertar en él ese cariño que necesita vuestra juventud. Te lo dije el día que te casaste. —Lo procuraré., María Teresa Has sdo para mí más que una hermana,no lo olvdaré nunca, Ahora me voy a decírselo a mi madre y a Flora y de paso a ha cer las paces con ellas. Ya sa- brás qu eandaban conmigo un poco cuelliv:ueltas.... XXX La última en saberlo, fué Ma ría Beltrán. La imponía su sue- gra. Comprendía que, aunque no lo hubiese dicho, tenía que haber padecido mucho a cuen ta de su actitud. Llamó a la puerta de scu cuarto, donde se- A A A A —— casi y espera las palabras de Mercedes. —«¿El señor? —Arriba, señora marquesa. Respira, Mercedes. Temió no encontrarle en. casa, porque la espera sólo hubiese servido pa- ra ponerla más en tensión. Hay que acabar, y cuanto antez sen, mucho mejor. Entra, decidida, en el magníí fico vestíbulo. Otro criado, que disimula. mal de- asombro que le produce la vuelta de su due- fia; nueva reverencia y nueva pregunta: —¿El señor marqués? —En el salón azul, señora marquesa. —Bien. Recoja:: usted este e- quipaje y súbalo ami. aposento 'tAh! Y a quí está.el talón del ctro equipaje que viene por fe- rrocarril.. Dígale al mayordomo que se ocupe de retirarlo... Casi al apuerta del salón azul en la galería llena de pantas y flores con pájaros en jaulas de [del redentorista lee iban abien/[lía pasar las mañanas, y tras conciencia gritarle con más im; serios, toda la pasada -piedad ¡ción de su infancia reaccionó en e- ts . |lla y antes de que pudiera dar- Han sido muy-buenas para |se cuenta de lo que iba a reali mí... Y yo.no soy mas. que una 'zar, obedeciendo a una fuerza extraña .— murmuró. interior que la dominab, llamó De repente, sus dedos se-cris- a: la-doncella, la ordenó aue pi paron sobre un papel muy ele- diera e coche y que la vistiera gante de tono rosado, con inijy antes que su exaltación «e ciales de oro en una esquina. |apareciese, se encontró a la «ya: he sabido por Medina q'¡puerta de la Iglesia de los Re dos mujeres- experimentaban la. marquesa está fuera de pe- ligro. Creo que podrá convale- dentoristas. No quiso ni de se ante el Sagrario, Sólo rezó ; cer muy bién sola. ¿no? queri-|una salve a la Virgen del Perpe do? y como yo comienzo mu cru tpuo Socorro Después, unas fra cero en enero, desearía que me ¡sces truncads salieron de su co acompañase al Japón. Los bos-,razón y se desfloraron de sus ques de cerezos cuentan que son |labios, repitiendo la vieja ora- y muy masculinos en su mobi-¡algo maravilloso cuarido están [ción de su infancia.: a Viernes 12 de Agosto de 1949. —continua la extranjera sin” darse por entendida de la iro- n:a de su antagonista. —Sobre todo cuando se le pre sencie en compañía del marido de las demás, ¿no? —Hay opiniones... mistress Graham. —Pues la mía, aunque a us- ted no le interese conocerla, -es muy antiguita. Como que nace . de-un antiguo proverbio caste- llano: “donde va li cuerda, va el pozal”. ¿Usted me compren- de? —Claro: es más elegante que cada cual vaya. por un lado; pero a mí no me convence. Así es, señora mía, que puede -usted ir:pensando en substituir a mi marido por otro: cualquiera, por que por esta vez no pienso ce- dérselo. ¿Está claro? —Yo- no comprendo... —Ni falta que hace. Con tal de que tome usted la puerta y se marche a su casa y nos deje — sonríe ldo en el corazón surcos de luz. ¡de un “adelante” distraído. cn-|bronce que cantan hasta-dar do¡tranquilos, es suficiénte. | Que cuál es tu deber? 'Pues cuál quieres que sea, hi- ja mía, cuál quieres que sea si. no el de reunirte con tu marido ¡si puede scr mañana que no sea : ? Nada importa que no encuentres la felicidad a su la do. Conque encuentres el deber y lo cumplas, es bastante. Lo | demás, Dios te lo dará por aña- didura. ¿Qué mayor felicidad ¡que esa dulce satisfacción de ltu deber de esposa cumplido fielmente? Olvidar, perponar: ; 'esa es la más dulce prerrogati- va del amor. Si quieres -alcan- zar tu salvación, no dudes en [seguir mi consejo No des lugar a que tu abandono sea causa ¡de que ese hombre se encena- gue en vicios que tú pusdes lapartar de €! con tu sola presen "cia. Erres la mayor responsable de todo lo que está acontecien do ¿Fuerzas? -Dios te las dará: ino es El quien se aparta de nos otros, sino nosotros quienes de- ljamos a El. Dios no te faltará, ini te negará su ayuda cuando en el cumplimiento de tu deber lo implores. Mercedes oa con un rerogi. ¡miento y un silencio tan hon- Idos, que e: 1eligciso adivinaba ¡que sus consej:s, iban a se.. se guidos al pie de la letra. —Y no te dejes 1levar a ese falso sentimiento de dignidad que no es otra cosa más que or gullo y que te impulsa a ocul- tarle a tu marido el amor que ntes por él. S. cariñosa, soii. cita... defiende tu bien y tu te- soro. No abandones ni arrojes tus armas, porque entonces, ven drá la enemiga a ocupar la pla za cobardemente abandonada 'No hay desdoro en luchar pur lo que es nuestro hija mía. Tienes el derecho y el deber de guar ¡dar a tu marido contra toda ten [tación y Dios te ha dado un me- idno fácil y valioso pará triun- ¡far en el empeño: tu juventud, tu inteligencia, tu misma her- mosura y esa gran fuerza del amor. Use tró María Beltrán, la vió vestida de calle y se sorprendió. —Pero, has salido ya? —Ya. He ido a la Iglesia. Su suegra, la miró, inquisiti- va, mas no se atrevió a pregun- tar Con esta muchacha recon centrada y nerviosa había que medir las palabras y estudiar las actitudes. Mercedes ,ante el silenio de María Beltrán, con- tinuó: —Fuí a confesarme ayer tar- de y esta mañana he comulga- do. Nuevo silencio de 1a marquez sa y un leve aleteo en su cora- zón. U naleteo de esperanza. —Si: y vengo decirte que, es- toy decidida a volver con Rafa- él María. María Bedtrán tuvo el tacto— no en balde era una mundana experta— de no mostrar la más leve extraañeza. Precesimaente esto era lo que más temía Mer- cedes: las exclamaciones de su suegra, su asombro, hasta su a- lor de cabeza, se tropieza con una doncella que retira un ser vicio de té. Una mirada dejada caer al desgaire- da a Mercedes el convencimento de que el ser vicio es para.dos personas y sin poderlo remediar, siente recelos Mas está decidida a no dejarse dominar ni: por el orgullo ni por los. celos. La doncelia —mujer a fin— es más expresiva que los criados. Lanza una exclama ci.n de gozo al reconcer a la marquesa. Esta, 3onriz, agrade. cida —!Oh, qué. alegría, señora! —murmura la muchacha— Ya nos dijo el señor, que-la señora marquesa. estuvo. muy enferma y que ro. regresaría hasta no estar completamente buena. ¿Cómo le ha ido el viaje a señora? —Bien, muchacha, muy bien. ¿Y mi marido? Rafaél María ya. no piensa en protestar; ni se el ocurre decir a la mistress Graham hay que tratarla con muchas considera- cinnes,porque de lo contrario podría sufrir perjuicios sy ca- rrera. Está enbobada mirando a la delicoisa mujercita que le ha caído del cielo para.defender le .de las uñas de ave de presa de la mustross. La parece un sueño jue después de lo pasado sea ella quien esté aquí -en «su casa, tan cerquita de él... —Ya... Usted viene de España con deseos de pasar otra luna » de miel — insinua malignamen te la mutimillonaria... —Acaba usted de decirlo. Es preciso reconocer que es “usted inteligente. Sí, señora. He descu bierto que estoy enamorada de mi maridohasta las uñas y co mo también él lo está de mi, he decidido no_ hacer el indio —-'Uh!, el señor marqués está .y dejar perder mejores horas muy Lueno. Lo único que senti: | de la vida. Conque déjenos' en |rá, como nosotros,( es no haber paz y no haga cuentas con Ra. sabido que venía la señora pa- ra prepararle un recibimiento adecuado... —No hace falta. ¿Dónde está el señor? Una turbación de la doncella oprimea Mercedes. —AMÍí... —dice, señalando el salón azul cuya puerta está ce- rrada. legría... Pero la señora se Com= tentó con decir con la mayor na tuwalidad, como si fuese la cosa ; más corriente del mundo este - gran acontecimento que la tuvo 1 sin sueño días y meses. —¿Y cuando te vas? Ta lo pregunto, porque quería enviar- le un pasamontañas qua le he 1 liario y desacorado, y llegó has floridos. Sería delicioso sentarse —“... yo es suplico me soco- ta una mesa escritorio colocada bajo algunos de ellos y que soirráis en todo tiempo y en todo A PA FOR AN AMATEUR CARE Mountain climbers, scaling a precarious overhang or tráversing y the smooth face of a forbidding crag, depend on skill, teamwork and judgment acquired only with years of experience. 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A la prinmera que se lo dijo fué a María Teresa, Había tra- bajado tanto por su dicha su cuñada que en verdad era de justicia darle esa, alogría. Cuan lo oyó, abrazóla llorando. —¿No te lo deria, tonta? — exclamó entre lógrimas —!An= tes que te hubierasdecidido! Pe ro, ¿a gusto? ¿Contenta? ¿Fe- liz? Felicísima, María Teresa, Aunque me reciba mal; aunq” no me quiera aunque me tolere sólo por el decir de la gen;te yl por lo que debe a su nombre... ¡El padre me ha dicho que es mi deber y yo estoy decidida a cumplirlo Y creo que en su cum iplimento he de encontrar la mayor felicidad. Ai menos, mi vida ya no será inútil y estéril como lo era ahora; al menos tendré una misión: la de cuidar a mi marido, la de quererle... aun sin correspondencia. —'!No digas gansadas, Merce. des! Mi hermano está loco por ti. Debes creerlo. No vuelvas a estado haciendo. Como me dijo que quería ir a esquiar a los Alpes en cuanto le dieran unos días de licencia... Y si tú vas, ¿co nquién mejor? —Marieta. —Señora. marquosa, —Puedes prepararme un ba. fio tibio. y deshacer algo. de mi faél María. —Eso será la que diga él — se atrevió a desafiar mistress Graham. Rafaél María" acercóse a su mujer, que se» había :levantado para contesta:, quizá un poro violentamente a mistress Gra- iuain, y rodeancola el hombro con su rbrazo la atrajo hacia sí -on evidente ternura. —¿Y qué quiére usted que di. ga un hombre cuando una mu jercíra como: ésta viene de ian —Pues prepáralo, porque yo equipaje. Saludo al señor y Sullejos a decivle qué no puede vi- saldré pasado mañana. .María Beltrán reprime un des tello- de gozo. Tiene miedo de que una alegría demasiado vi. vamente expresad eche a per- der las cosas. —¿Te vas sola? —Con Marieta. —Te podía acompañar Bení. tez. Aestás aun delicada. —Estoy más buena que nun- ca, créeme,; y con unas ganas locas de abrazar a mi marido. No tengas cuidado, que no me pasa nada. María Beltrán se hace cruces cuando la ve salir del cuarto, riendo y corriendo como una chiquilla a la-que hubiesen da. do un juguete; pero apenas ha dejado escapar un suspiro de satisfacción la dama cuando la dulce aparicón manifestóse otra vez y con acento travieso y pí- cara mirada, ruega: —Oye: y no vayas a decirle nada a Rafaél María ¿eh?; que quiero sorprenderle. —Bueno, bueno, escucha... ¿Mando entonces a comprar los billetes para el avión? —Claro está que sq. Y pronto, no vayamos allegar tarde y se retrase el viaje. ¿A qué santo le dará las gra cias, María Beltrán? ¿Cual de todos los de su devoción habrá sido? Porque esto es un milagro XX E z Conforme va acercándose al final de su viaje, el corazón se le va oprimendo bajo el temor de ser mal recibida. Nada ha sa bido de su marido desde el día en qu edijeron adiós en la Sie. rra. No ha escrito para ella; pe- ro a pesar de este silencio, re cuerda sus palabras de despedi da: “Siempre que mudes de pensamiento, estaré dispuesto a recibrté.” Ahora, lo que falta es que no sea él quien haya cambiado, que no llegue dema- siado tarde. Si así fuera, habria vara maldecir su orgullo toda la vida. Cuando el taxi, que lleva con su doncell ay su equipaje de mano, para ante la puerta de su Villa, tan linda y coquetona con sus arriates festonados de pen- samientos en flor y sus estatuas to a mis habitaciones. —-Está bien, señora. Las dos criad3 se retiran, in- quietas. Marieta nota algu ancr nm: en el ambiento; pero Ma |vir sin él? 'Porque eso es lo. qu: dice tu viaje! ¿Verdad queriaa? | —Eco, Rafaél María: que te quiero, que creo en ti, que te pi ¡do perdón por mis agravios y ta es discreta, Ni pr:gunta por mi ridícula soberbia y que a ia compañera ni admite las vengo a ser a tu lado, con tu explicaciones velads que la otra ó con.ienza a facilitaria. Mercedes, ha llzgad> junto a la puerta del salón azul. Jamás estuvo tan emocionada como ea este momento en la histuia amor o sin él, la esposa fiel y abnegada que tú pensaste en- contrar en Mí...... Mistress Graham, quiso reir- se, pero nadie la hizo caso, Los dos esposos tenían bastante que | | de su vida. Pálida y un poco co hibda, se- ofrece a los ojos de Rafaél María que, sentado en un divan, junto a.una mujer muy elegante —sedas, pieles, brinlantes— está fumando uno de sus cigarrillos orientales cu- yo perfume no ha olvidado la esposa. Se levanta con los ojos muy abiertos, al mirarla, y no avanza un solo paso, presa del ¡mayor asombro, —Pero.. ¿eres t07 Mercedes adelanta unos pá- sos, muy lenta, mirándole fija- , | mente, queriendo sonreir, pero tan nerviosa que susonrisa, se convierte en una «mueca. 'Siente un miedo horrible! —Yo.... yo misma. sí, — bal. bucea. La voz ácida de Mistress Gra- ham, rompe el sortilegio violen| tísimo de este momento y ella tiene el poder de hacer desapa- recer todas las timideces del al ma de la esposa para substituir las por impulsos de lucha. ¿A qué ha venido a Roma, sino a defender lo que es suyo? —!Ha sido usted muy oportu- na, viniendo,Mercedes! — dice. con su inglés detestable. —¿De veras? — murmura Mercedes irónica. —!Oh, yes! Llevo media hora tratando de convencer a su ma- rido para que me acompañe a... —Si: al Japón, a viir un idilio bajo los cerezos' floridos. Conoz- co el dicso, señora. Rafaél María, la diríge una mirada profunda, inquisitiva. Al mismo tiempo, la lleva dul- cemente del brazob hasta una rodeándola de almohadones con butaca y la hace tomar asiento una ternura tan patente que conmueve a Mercedes y ella ve de mármol blanco, siente que |en el fondo de los ojos de su las piernas se flaquean. El porimarido como una expresión de tero se! queda de una pieza |liberación. Se siente dueña del cuando ve presntarse ante él la|campo y cobra nuevos bríos. figura easi olvidada ya de su se| —!Oh!, es un espectáculo fora. Se inclina hasta el suelo magnífico, usted no tiene idea... hacer con acariciarse sin. cuidar se de su présncia; y la extran- jera, indignada, se decidió a .re- coger su bolso, sus guantes, sus pieles. —'!Maravillosa escena! La contaré. 'Es edificante! !Un ma trimonío que se reconcilia —Puede. usted hacer lo que guste con tal de que yo la pier- da de vista — remachó Merce- des, mientras salía la mistress viento en popa por-la galería. Y apenas salió, sin que Merce des ni Rafaél María se tomasen el trabajo de tocar el «timbre para que la acompañase un criado, el matrimonio se echó a reir contemplandose con las. ma nos unidas. —!Me parece que ésa no vol verá — dijo. Mercedes. «—!Dios lo haga!.Porque tú no sabes los ratos que me ha: da. dO...... “Sí que lo se. BBueno, me los figuro, porque encontré una —Ya supongo. La carta en q' me invitaba a ir con ella al Ja- pón. Ñ —Por. eso estoy aquí. —¿De veras? —Como suena. De repente: me di cuenta de que tenía el dere. cho de defender lo que era mío.. —Pero oye: ¿tu sabías que yo era tuyo? — murmuró tierna- mente Rafaél María, estrechán dola sobre su corazón. —Sí, porque creí en tí. Mi co. razón me dijo que no mentías. Y vinea defenderte de esa mala pécora...! mira, qué uñas traigo- Risas alegres llenan el salón azul. Los mriados, en la galería se asombraban y se regocijan mientras se miran sorprendidos unos a otros. —¿Y ahora mi vida? ¿Ahora que? —Pues ahora.... lo que tú quie ras, Si me quieres contigo, con. tigo. Continuará la semana. entrante

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