El Sol Newspaper, July 22, 1949, Page 4

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Sin decir una: palabra a su doncella, que la desnudó, metió se en la cama después de orde nar que la despertasen a las diez. “Rápidamente había com-.|¡ binado su plan. Pasaba pof la estación uri iren a las cuatro. A Ja mañana siguiente, cuan do ella se leventí, Rafeél Ma- ría y su amiga, «a aguarlaban e. el patio. Al verla llegar, pá- lita y seria, ristress Giaham, la recibió con risas alegres y tío tó de disculparse de su embria guez de la noche pasada. —"Tuvo la culpa el vine espa- fñiol! tDelicioso! !Oh, cuando yo locuente en mi tierra! Nadie le contestó. Rafaél' Ma ría estaba ceñudo p por las tra zas no había pegado el ojo en toda la noche molesto por el re mordimento de su improceden- "1 SOL” SEMANARiw PuruLAR INDEPENDIENTA A A K—Á tamente a un gañán que Sutil se a caballo y se encaminase i por atajos a preguntar a las gentes de !.- cortijos verínos si habían vis. a la señora, mientras él m.sn. puso en mar cha su coch2 y se metió dentro áe él, recha.andc a mistress * Graham, que es empeñaba en acompañar!>. Marieta observó este pormenc. con una sonrisi. ta satisfecha anca ,morzaremos, Que son las dos. —Ya se lr dine yo a la señora marquesa cuantiy la vea — Se dijo. Nada, en el puesia, nadi» ha bía visto a la marquesa de Vall de Ebo. Todas las pesquisas re- ¡Sultaron inútiles. Francamente o z ¡alarmado, Rafaél Marfía, co- —La señora no está en sus monzó la búsqueda de su mujer habitaciones. M2 lo ha dicho su; todos los tecovecós 'dtl con: —No, señor. —Pues hage cl favor de decir le que cuanó) quiera bajar, al doncella. a —¿Que no esiá en...? ¿Y don de puede estar mi mujer a e3- tas horas? Ella no es aficionada a salir al campo. —La doncella dice que la se fora no ha salido. —Dígale a la doncella que venga. E Ko —¿Llamaba el señor mar- qués? —¿Qué me están diciendo de la señora? ¿Ha ido a algún si.- tio? ¿Han mirado ustedes en el oratorio? A veces suele bajar a te conducta de Mercedes. Si no hubiese sido tan orgullosa; si hubiese descendido a dar una disculpa, todo hubiera quedado arreglado entre el matrimonio, dl des, en el fon:io, rezar sus devociones. —Miraremos en seguida. xXx No tuvo paciencia para espe- Bajó él mismo a mirarlo. No es torno: sierras, barrancos, desfi. laderos... Todo fué explorado. La guardia civil recibió de sus jefes la orden de buscar hasta en los rincones más i¿norados. ¡Se pasaron dos 'o trez dias h.:si [bles durante los cuaias, Rafaél María, vivió bajo el temor de recibir la nueva de qu esu mu- ier había sido encontrada muier tu en cualquier sitio insospecha do. Y al fín, des?mcercado, lu- mó otra vez a la doncella. —Marieta, dígame la verdad, Usted tiene que saber algo— rogó, angustiado. —Si yo supiera. algo el señor también lo sabría. Yo no puedo decirle nada al señor sino que después de formar aquel día es ¡rar a que lo mirasen los criados desayuno con el señor y con mistress Graham, la señora su- no deseaba otra cosa sin perdo-l 5. corrió todo todo el ve-¡bió a su cuarto y me mandó q' nar. Pero estaba él harto enco- le: todavía para presntar - y, además, la presen cia de la forastera oraba como un estimulanite sobre su rebel- día. Varias veces le había dicho que no era hombre; que sólo era un muñeco manejado a pla cer por su madre y por su es. posa. Sobre todo por su esposa, (Ya sabía la astuta señora ol que se hacía pulsando esta cuerda.): Terminó el desayuno y Merce des vió como el enfurruñado Ra faél María era arrastrado del brazo por la, : hasta per derse entre las frondosas arho- ledas de las riberas del cercano arroyuelo. Ni uno ni otra invi. táronla a seguirles. CAPITULO XI Hacia la una y media, regre- saron. El, continuaba malhu- morado y ella, en contraposi - ción, atornabá los ámbitos con sus carcajadas fuera de lugar. Sentáronse en el patio y oyeron tocar las dos en un viejo reloj de caja. Rafaél María, tocó el timbre, Se presentó un criado. —¿La señora no ha bajado de sus. habitaciones? tusto caserón, lleno de recove- Icos, sin encontrar rastro de ella La doncella dejábale hacer con una semisonrisa que hubiera despertado el recelo de si sabría la muchacha algo más de lo q' ¡aparentaba, pero como no se le [ocurrió mirarla no pudo verla. Vacio loz roperos de Mercedes, nervioso, francamente alarma- do,.. Sólo faltaban un traje sas tre gris y el sombrerito que ha cía juego. Todo lo demás, has ta su ropa interior, estaba en su sitio. —Si se ha ido, no puede ha- ber ido muy lejos — observó mistres Graham. Tenía razón; pero esto aumen taba la alarma de Rafaél Ma- ría, porque muchas veces, para irse al «pueblo a comprar cual- quier futesa, Mercedes solía vestirse aquel mismo traje sas- tre, ya algo usado. Lo que no se explicab Rafaé María era pa ra qué se habría llevado el fuese ala huerta y le cogiese un ¡limón. Ya sabe el señor que la ¡huerta, entre ir v venir, estáía un buen cuatro d> hora. —YYa lo sé, sí. —Pues bueno; cuando regresé con el limón, la señora ye no estaba en su cuai.r», Todo ceta» ba en orden. No pensé en Nuw!.. Creí que se había cansado de es pera»me y se había ido a dar una, uelta, —¿Y usted que li tratala tan de cerca no not3 nada anor- ma!? Recogióse en sí misma, Marie ta y dejó caer con cautela. sín darse por enterad de la presen cia ce mistress Grahr: - —La se'ora no durmió een to. da la noche. Se disgustó mucho con lo de la verbena. Yo la sen tí dar vueltas y levantarse va- rias veces desde mi cuarto. Pos la mañana tomó un baño frío y me mandó que la diese un poco de carmín. Me sorprendió porq' Estaba como una muerta. Detúvose, indecisa, —¿Por qué se calla usted? — | apremió Rafaél María. —No sé sí debo continuar... —¡Por los clavos de Cristo, no se ande usted con circunloquios santa mujer de Dios! —Mientras la peinaba, la se- fiora estuvo llorando todo el ra- to. Tenía mucha pena. 'Lloraba de un modo que daba compa- sión! Rafaél María, cerró el puño y los nudillos le blanquearon. —¿Y usted qué cree? —Pues yo creo, con permiso del señor, que la señora debió tener, con quien fuera y por lo quef uera, que eso yo no lo sé, un disgusto muy gordo. Rafaél María, se encendió, y bajó los ojos, confuso. —Bien. ¿Y qué cree uste] que habrá sido de ella? ¿Usted cree 'que puede haberse... La palabra “matado” flotaba en el ambienet; pero el espanto de Rafaél María se atenuó con la enérgica. protesta de la dori- celia, —!De ninguna manera! !'No lo piense el señor marqués! 'La señora marquesa es dema- [siado buena cristiana para eso! —Pues sencillamente, la se- fiora se ha marchado. —¿Usted lo sabe? 1 —!Yo qué he de saber! Me lo figuro. —¿Y adónde? —A uno de estos dos sitios, señor: la señora no tiene otros a donde ir: o a casa de la seño. ra marquesa, la madre del se- "hor, o a casa de la señora de Sandoval, su. madre. Reflexionó un instante Rafoel María; pero era hombre de de- ¡cislones prontas y rápidamente trazó su plan. Lo primero, salir ¡para Madrid. Una vez allí, bus- ¡car a Mercedes y en cuanto la rencontrase.... tya le diría lo que hacía al caso! Estaba furios. Las horas que había pasado y las que aun presentía qle le a. guardaban, se las tenía que pa gar Mercedes. El creía cuando dijo de marcharse que se trata ba de una amenaza sin conse- Cuencias; una de tantas cosas que uno dice cuando está de malhumor o enfadado y que en el fonodo no piensa cumplir. Pero, !dará el escándalo! !Des- parecer de aquel modo' !'Pone:s- le en la picota! Pocos comen- A o lisura de la carretera. Llegó a casa de su suegra, en furecido. No dudó un momento de que su mujer hubiera ido a refugiarse a casa de su madre Qué cosa má. natural, después de todo! Per se encontró con le novedad de que Mercedes no estaba allí. Había estalo, sí. Y Rafaél Ma.:u respiro; y al mis mo tiempo que respiraba y. se aflojaba la tensión de sus ner- vios, junto al alivio de saberia sana y salva sintió la ¿cólera mayor que en su vida habia sentido. ¿Cuánto la cogía y la sacudía un par de azotes come a una chicuela malcriada? Y había contado no sé qué histo- rias (hablaba la señora Sando- val) pretendiendo que la diesen su madre y su hermana la ra- zón contra su marido. Pero no se la habían dado. La recrirni. | ¡narno por su ligereza y su poco tacto; la dijeron que su deber era volver al lado de Rafaél Ma; ría y aguantarle con paciencia, lsomo él seguramente la aglan taría a ella. Y a Mercedes — que era también muy orgullosa | y que parecía estar muy resen- tida— sentóle tan mal que no le liesen la razón, que sin más había dado media vuelta y.se había marchado. —¿Dónde? — inquirió otra wez, alarmado. Rafaél María. —Nosotras creíamos que €s. taba contigo; que había ido a buscarte,... se angustió la se- fiora. * —!Como no haya ido por otre camino distinto del que he traí- do yo! —Puede haberse ido en el ex- preso de Andalucia mientras tú venías por' carretera — sugiré Flora, , 3 Lleno deirg, Rafaél María se dijo que no iría a buscarla, ya que huía sin motivo ya que no quería atender los consejos de las personas que con tanta -pru ¡dencia la guiaban. Allá ella. El se vovería a Roma y laría cual- quier pretexto a la gente para disimular la verdad, a ver si entretanto aquella loca colvia sobre sus acuerdos. ¿Qué se na bía creído? ¿Que iba a jugar con él como estab ajugando pos una tontería? (Para ¡Rafaél María, todo lo qu eestaba pa- sando con mistress Graham era una tontería). Que aprendiera a tener más mundo y ser más tolerante. Telefoneó a su ayuda de cá- >>... desde luego, no es que lo discul pe,— todo eso, si es que quieres hacerlo, fuera de tu casa, don- de no ofendas a tu mujer con el cuadrito, Ya, Alguna agarrada habéis tenido ¿no? Si cuando yo saló de allí estaba el am - biente muy enrarecido? Y aho- ra te digo que yo no la he oído a ella, pero sin oirla le doy la razón... —Sería el colmo! Viernes 22 de Julio de 1949. condite. Rafaél María, con los nervios desatados, unas veces quería remover el mundo para encon. trarla y una vez hallada estre charla entre sus brazos y decir= sa que le había hecho paaecer como a un condenado, y otras dejarla como cosa perdida y el ala que buenamente apareciera y se la tirase al «a car, ahogarla - si por su culpa se había malo. . —'!Ya lo creo que se la doy! grado la esperanza de un here. !'Como que yo me vine huyendo¡ dero de la casa de Vall de Ebo. por no perder la educación que|£n sus momentos de arrebato, tengo! !Porque me daban unasjfinsistía en poner el asunto en ideas de levanarle las faldas y|manos de la policía para que la darda de azotes... donde yo sacaran del fondo de la tierra me sé.,.! !O de agarrarla del pe si era preciso. !No había dere- lo y zamarrearla como ciertos ¡cho a juga. así con la tranqui perros zamarrean a las ratas!!|lidad y con el honor y con las tarlos, a cual más poco carita|mara para qle inmediatamente tivos para él, se !estarían h2-|se presntase en Madrid con su efendo a estas horas en el con-|equipaje y con la doncella de sombrero, pues en el campe noj|la señora no suele gastarlo. Tie. lo usaba nunca, como no fuese ¡ne un color maravilloso y no lo para defenderse del sol.,... ¿Y q' necesita —añadió, lanzando u- ocurrencia le había dado de irse 'na. mirada despreciativa hacia en pleno mediodía, con aquel mistress Graham, pintada como ¿chicharrero?... Mandó inmedia- un ídolo.— La miré extrañada. LEAN EL SOL torno y en el pueblo! Se vistió en dos puñados, man dó a su ayuda de cámara que preparase un maletín con lo más indispensable y a la pre- gunta del criado la señora y, duró si irse a un ho tel o a casa de su madre. Se de. cidió por lo último, bien tran- quilo sobre el temor de encon- trarse en ella a su mujer. De sobras sabía que su madre no Claro, la pobre muchacha ha. brá perdido los estribos y.... —Tu-imos una pelea ella y YO... Pur cierto que fué a causa de tu venida. Y te daba la ra- zón como una fierecilla. !Es maravilloso ver la bien aveni- das que estáis desdo algún tiempo a esta parte — dijo con un mundo de ironía Rafaél. Los ojos de Maria Beltrán perdieron su dureza de expre - sivun y en sus labios floreció Je pronto una dulce sonrisa, que sorprendió al mozo, acaso mu. cho más que sus pa'abras. —Es que hay entre nosotras algo tan de las dos, que nos UN€.... —¿Sí? Pues tú no la has que Irido nunca. —Ahora sí. —Ya, ya lo veo; pero sigo sin comprenderlo. * —Los hombres sois torpes, topes, torpes.... Si tú hubieras comprendido lo que yo sé.,.. !'Ra faél María, hay que buscar en ¡seguida a esa pobre criatura y tratarla con todo el cariñ) y to= dos los miramientos! —No. A mí me la ha hecho y te doy mi, palabra de que me la paga. ó —¿Podrá más el orgullo que el amor a tu hijo? Rafaél María volvióse hacia su madre sin acabar de :0m2- prender o que le estaba insi nuando. —¿Eh? —Sí, hijo sí: tu mujer está encinta. —'No me lo digas! —¿Te disgusta? Recogióse un momento «n sí mismn, el muchacho, antzs de poder dominar su emoción —Me horroriza pensar ¿u que he estado haciendo con Merce. Ges! —Más vale tarde que nunca Bien. Convendrás en que hay que ir abuscar la, —Claro *stá que sí: inmedia. terente — reaccionó Racaél María. (aterrado —¿Acompaño al señor mar- |le podía ver y que Mercedes lai Todo el ¡csentimiento estaba qués? que dejó sin respiración al buen muchacho. correspondía en igual moneda.| Un tanto cuellivuelta encontra. | ría a su madre; pero Rafaél Ma ría sabía que sus enfados se di. pasado. Ahora se sentía culpa. ble de tatas cosas... 'Y hubía llegado ¿. araenazarla, a l=van- tarle la mano, él, el padre de [pero Rafaél María, cuando ¡peeción; supieron algo de eso La batalla, con quien tuvo q'|luían rápidamente bajo unos refiirla, fué con mistress Gra. |cuantos besos, como acontece jham, porque se empeñó en a-|por regla general a todas las compañarle “en este trance di madres por enérgicas y duras fícil y penoso de su vida” (de-[que sean. Y como en el fondo él cía con lágrimas estlidiadas). [reconocía que se había portado sejmal en el incidente habido «a causa de la extranjera, aunq' a no. pedir perdón, porque era demasiado soberbio para humi. durante la guerra. Toda -aquella |llarse — n aun a su madre, — voluntad decidida que parecía |le pareció que debía ir a darle monopolizada por la extranjera | — como una especie de desa- en los últimos tiempos, resur-|gravio— la noticia de que ha- gió de golpe, respondiendo al¡bía fletado a mistress Graham. pinchazo de la realidad, tan iu; Encontró a su madre, en vfec ra y tan cruda y tan desagrada-|to, muy tiesa y ceñuda.—Mas ble para un marido. Se encon-|apenas le dió cuenta del motivo tró de pronto dueño de sus virijde su viaje; el ceño de la ma- E con un “no” tan seco, .ponía. a ser duro y firme, era una roca. Los soldados de su. PJ uaveJó TRIED Y BANKING BY MAIL Valley National Bank-by-Mail service lets you handle checking and savings deposits and with- drawals right from your own home or office. 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Cuántas cosas tristes y a. ¡margas se hubiesen podido evi¡del cortijo sin decir a dónde za a una sincera larma. —¿Que Mercedes ha salido | [ tar!) y mistress Graham le cojiba? — exclamó aterrada. noció bajo un nuevo-aspecto. A sus lagoterías, a sus melosas|un súplicas, a sus instancias relte. radas, respondió escuetamente, sin tomarse el trabajo de cubrir con un baño de amabilidad la aspereza de su frase. ' —¿Quien? ¿Usted conmigo a ¡Madrid? !No lo pjiense usted" Hastante hay ya de usted y le sus cosas, mistress Graham. Pa ira cortesía ya lo juzgo suficente i¿no le parece? De manera, que haga preparar usted sus bártu ¡los a su doncella y disporga de uno de los automóviles de esa «cas para llevarla a Sevilla o a Cádiz... o adonde a usted 'mejor le convenga. Las calurosas protestas de imistress Graham, la incipierite ipataleta, de nada sirvieron. Fue ron cortads bruscamente por Ra faél María y la mistress sintió el despecho de ver como por todo consuelo o sus lamentacio- nes sentimen:ales, el marqués de Vall de Ebo se metía en su cochecito y daba por sí mismo un furibundo portazo... Y mo - mentos después el Balilla no fera otra cosa que una nube de ¡polvo informe sobre la blanca —Sí, mamá: ni una carta, ni' indicio; pero no te asustes, que ha llegado a Madrid sin no Ivedad y ha estado en casa de su madre; y como su madre no le ha dado la razón, parece que la niña se ha enfurruñado y no sabemos dónde se ha marchado —Pero, ¿tu te das cuenta de lo que significa eso? ¿Piensas en el escándalo que va a armar se? ¿Qué has hecho, desgracia- do, di queh as hecho para obli gar a esa criatura — con la pa- ciencia que tiene — a echarse por el disparadero? —¿Que qué he hecho yo? Na da. Lo de siempre, é —Justo: lo de siempre. Y aun no te da verguenza decirlo! Lo de siempre! Meerle por los ojos a esa cactúa, posponerla e esa birria como me has pospuesto a mí, tu madre, humillarla, poner la en ridículo delante de los criados, que veían como a a- bandonabas por la otra..... !Pa- rece mentira que un hombre «te mundo caiga en esa torpeza sin darse cuenta Hasta para ser sinverguenza se necesita ser in- teligente y elegante, hombre. Todo eso —mal hecho siempre, su hijo! !'Qué bárbaro! !Qué |salvaje! No: su madre tenía ra zón: La buscaría, la pediría per don — esa seria la mayor repa ración, sacrifico costoso a su soberbia — y la restituiría a su hogar con todos los honores. ¡ Rápidamente, tomó sus deci. [siones. Algo nuevo iluminaba ¡las negruras de su alma.' Ahora comprendía que no sólo era có. lera lo que sentía porque ella I le hubiese puesto en ridículo, garramiento cruel como si den ¡tro de su espíritu se rompiese la cuerda más. delicad. ¿Por legítimas esperanzas de un hombre! Gracias a que María Beltrán no perdió el sentido ni ta nociónde sus conveniencias particulares y fué en osta oca. sión la mujer serena que Jogró evadir con su inegable dignidad de slempre el peligro; porque como ella se esforzó en hacer comprender al desesperado mu- chacho. lo último que debía hacerse era dar publicidad al asunto: que nadie pudiera hur gar en esta desdichada intimi. dad; que no trascendiera; que se evitara a toda costa el escán dalo. Bastante sentía María Beltrán que conocieran algo del episodio los criados y que sos. pechasen los vecinos de “Las Golondrinas” Paciencia. Había quet ener paciencia. Todo lo de más, buscar a un agente de in. vestigaciones privads y confiar le la misión de averiguar el pu radero de la fugitiva... Xxx Lo que más apuraba a Rafaél ¡María era pensar que su licen- cia se acabab y que tendría q' salir hacia Roma +olo, y sin una evbolicación plausible que dar a sus cor.pañeros. —Les dices que tu mujer quie re dar avuz en Madre] y que se ha 'quedado conmigo .. —sugiró la madre.— Y entretanto, Dios dirá. Ha de ap:ecer. Ella no tie ne medios de fortuna para per mitirse el lujo de irse por el mundo en el est11!, en que se encuentra. Si nc luera por eso, acaso podríamos pensar en una ¡colocación; pero asi, está des. cartada usa sosvecha. Un día, se le ucuriió + Ralici María i. al aSicrra, dond” para tan unas semána: su hermana. y su cuñado, en ciería finca «ue éste poseía. Queria relurit le a María Teresa lo que le a. contecía. M.tría Teresa era muy inteligente y ruy comprensiva Seguramente no salbrín nada. Llegó a la finca a media tar. de con tal aspecto. de desola ción, tan desmerzc: 1), tan fl. co, tan hecho polvo, que María Teresa se quedó miríndole asus tada cuando se abrazaron baja los arcos “< la rosaleda donde ella hacia li «+ tricntras sus niños jugara1 y su marido pes caba tructa; en us remanso cercano. —¿Qué te pasa chico? ¿Has estado enfermo? —¿De veras no sabes lo que . me pasa? — murmuró con ra- bia el mozo dejándose caer so. bre un banco de azulejos, con un sobrinito en cada rodilla, É —Hijo, como no me lo expli. ques... --í10la que mamá te había huyendo del cortijo sino un des[U' ho algo. Continuará la semana entrante e esperanzas paternales llenas DIENTES POSTIZOS qué? Y a la luz de este alborear ¡les energías (!ojalá hubiese, rea dre desapareció para dejar p!a[de ilusión, el mozo comprendió que siempre había amado a la mujercita que le cayó en suerte por medios tan extraños. Su an gustía, su apuro, su dolor del presente, lo decían a gritos. No era ya el “qué dirán”, no era el orgullo.... Era algo mucho más tierno y delicado lo que se setor cía en su corazón y clamba por ella a grandes voces. De repen te, se dió cuenta de que una amplia felicidad había tomado poseión de todos los rincones de su alma. Xxx La búsqueda fué laboriosa, infructuosa... Ni rastro de Merce des por ninguna parte; ni idea de dónde pudiera haberse refu. giado. —¿Salió de “Las Golondri - nas” con dinero? — preguntó María Beltrán a su hijo. —Con unas doscientas pese. tas — díjome la doncella. —¿Y alhajas? —Casi ninguna: los pendien. tes, el anillo de esponsales y no sé si la pulsera de pedida. Ya sabes que ella, de ordinario», no era aficionada a cargarse de co- sas. Alineadas y ajustadas en 20 Minutos $2.50 por placa 11 W. Zdame (arriba) j Reline Cuarto 221 DR. PEASE DENTISFEA Extracciones sin dolor cou e sio gas 245 Toy. Theatre Bldg. 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