El Sol Newspaper, July 9, 1948, Page 3

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tos ” veda que conducía a un redu. cido patio, del cual emanaba un aire húmedo, nauscabundo, de coles podridas, de géneros ave- CEA POP _.£ INDEPENDIENTE De La ds Y reanudó su marcha; pero e- ra muy peligroso seguir la línea recta en la obscurmidad, a cau- .sa de los innumerables baches y obstáculos que obstruían la ca. lle. Paula había tropezaod ya con tra el ánqulo de una casa y ha- bía dado tan fuerte golpe con. tra una pilastra, que creyó ha. ber aplastado a la criatura. Con este temor la levantó a la altura del rostro, y al percibir un vagido leve, se tranquilizó. Mas, cuando se disponía a se. guir su marcha, una sombra ne- gra se irguió de improviso delan te de ella. —¡¡Ni un grito, o sois muer-. tal— dijo de pronto una voz bronca y sofocada. A Paula se le doblaron las piernas y un espanto inmenso le paralizó todo movimiento. Creyó tener delante el diablo, porque no vió semblante huma no, y sólo sí dos puntos fosfores centes como dos carbunclos que se clavaban en su rostro. —¡Gracia! — balbuceó. —Dame esa criatura que lle. vas debajo de ese mantón si a. precias tu vida. A Paula le castañetearon los dientes, sintiéndose cada vez mas inquieta, pero tuvo valor para responder: —No puedo.. no es mía. —Lo sé, pero yo la quiero— dijo el extraño individuo con a- cento cada vez mas amenazador y extendiendo su raano hacia el brazo de la vieja. —¡Jesús, María y José... gra- cia! —balbució Paula, —¿para qué queréis esta criatura? No he darte'cuenta de mis he- chos... dame ese niño o te sepul. * to este puñal en la garganta. Y una hoja de puñal, sutil y centeleante, brilló a los ojos de Paula. Esta no vió medio alguno de escapar. Se encontraba bajo una bóveda obscura, desierta, donde sus” gritos se hubieran perdido en la soledad, sin ser oídos. Ade más, había cometido la impru- dencia de arimarse a la pared, y el misterioso individuo, que se encontraba delante de ella, le impedía toda retirada. Haciéndose, pues, cargo de su difícil situación, lanzó un suspi- Pero fue cosa de un segundo. Un relámpago de ira brotó de sus ojos y su voz se hizo ronca. —¡No basta! —dijo sombría- mente. Paula tembló y dió un salto como si hubiese pisado una ví. hasta que apunte el día? —Os lo juro. A —Pues bien.. toma, Paula, es- ta bolsa es para tí; pero secreto por secreto. Si hablas, ya sabes lo que te espera. Y sin esperar respuesta, el jo- bora. ¡ven se alejó corirendo. —¡Qué queéris más! — bal- | La lluvia continuaba cayendo buceó. ¡con violencia; pero el herebreo —Quiero que respóndas a al-¡no se cuidaba de ello. Hubiera maravilla porque, después de ha ber atravesado una obsucar bó. riados, corrompidos, se introdujo por una puertecita, a cuya en- trada había sido suspendida una pequeña lámpara de aceite que despedía una claridad debi. lísima, vacilante. Pero, gracias a esta claridad, podíase decubrir una escalera rEulsuna: que parecía condu- cir al paraíso, interrumpida ca- da instante por estrechos rella- nos, sobre los cuales había a de- recha e izquierda puertas car- comidas y corredores obscuros, de los que no se veía el fín. cedor práctico de aquella inter. minable escalera, de estrechos y desgastados peldaños, y subía Florencio era, al parecer, cono | rápidamente, sin buscar punto! —¡Vive!.. clamó. Y volviéndose a la mujer que le había seguido junto con el hombre, que levaba en la mano la lámpara, añadió: —Pronto, Susana... pronto; ahora te toca a tí. . Y mientras la mujer descubría su pecho blanco y lleno, al cual ¡la pobre criatura, nacida una ho ra antes, se agarró ávidamente. Florencio se dejó caer rendido sobre una silla, próximo, al pa- recer, a desmayarse. —Un poco de agua— balbuceó ¡con voz debilísima. —;¡Dios' de Israel! estáis com- ¡pletamente mojado — exclamó ¡el hombre que le había servido de guía, —váis a tomar, en vez del agua, un vaso de vino calien te ¿que tengo ya preparado sobre el 'hornillo. Florencio no contestó, y mien tras el hombre salía de la habi. gunas preguntas que te dirigiré, y quiero, sobre todo, que me en-' tregues la llave de la puerta por ¡querido alas en los pies; dos sen timientos diversos d strozaban su alma: la certidumbre é in- alguno de apoyo. ¡tación miró con ansia febril a su ¡sana, ni el temblor que la había ¡invadido. Cuando se volvió hacia el jo- ven hebreo estaba completamen te tranquila. Florencio la miró. Era hermo- sa, con sus cabellos negrísimos, ondulados, peinados en trenzas que formaban como una diade- ma en torno de su cabeza, con aquellos ojos de un azul obscuro habios rosados, dientes blancos, talle esbelto y formas procaces. El el verdadero tipo de la ne- brea, y no podía tener más allá de veinte años. La mirada que la dirigió Flo- rencio estaba llena de tristeza y simaptía. Este se apoderó de las dos manos de la joven, y |atrayéndola hacia sí dijo con voz alterada: —Susana, ¿no fuí siempre pa- ra tí un hermano, un amigo sin- cero? —¡Oh! ¡si! —contestóle Susa- Viernes de Julio de 1948. ¡vive todavía! —ex. bierto las frescas mejillas de Su¡ésta? —agregó Susana. —Ya te lo dije: confiartela a tí por pocos dias. —¿Y después? — Partir y llevarla conmigo. Ya sabes que hasta ahora me ví obligadoa esconderme como un ladrón, como un perseguido de la policía, pero tenía una misión solemne que cumpjlir, y quería cumplirla; esta noche mi misión quedará terminada. —No te comprendo, pero nada te pregunto acerca de tus secre. tos. So lo sí me parece muy ex- traño que quieras hacer correr peligros a esta huérfana, cuan. do yo sería muy feliz haciendo con ellas las veces de madre. Hablando así, Susana habíase puesto muy colorada, y su cora. zón palpitaba con tanta violen. cia, que hubiéranse podido con. tar sus latidos. Florencio arrugó las cejas. —¿Como? Tú que hubieras sa crificado la vida porque no fue- la cual has salido del palacio. del Conde Mario y donde no has, de volver a entrar hasta que lle- gue el día. Paula, al escuchar estas pa- labras, no pensó ya en el diablo, cesó de temblar y con tono casi provocativo, exclamó: —¿Y si me negase a desobe- deceros? Por toda respuesta el descono cido levantó el puñal. Paula se encogió los héombros. —Ahora no os temo ya, por- que adivino quién sois... señor Florencio... E Al verse descubierto, el joven no hizo ningún movimiento de furor, sino que levantando el ca puchón y dejando al descubierto su rostro dijo con entereza: —Pues bien, sí... SOY YO; ¿y ro de angustia y pasó su fardo a manos del desconocido. La obscuridad de la noche, el capuchón que le cubría el rostro impidieron ver el. rayo de ale- gría que iluminó la fisonomía del misterioso individuo. marriage, divorce, ahora responderéis? —No. —Ten cuidado. Paula; si te callas y no me entregas la llave será peor para tí. —¿Qué podéis hacer más que quietud en que se encontraba respecto a Renata y el temor de no llegar a tiempo de salvar a la criatura. Sentía la cabeza torpe, ardoro sa, y una agitación inexplicable en el cerebro, en el alma; y co- rría como un desesperado, con la respiración afanosa, el pecho jadeante, estremeciéndose a ca. da momento, escogiendo, sin querer las calles más estrecha. como si le pareciesen más cortas A medida que caminaba, su rostro, que había quedado descu bierto, expresaba cada vez mas cólera y dolor; sus labios esta-' ban apretados por un sentimien de piedad y de ira a la vez, las cejas aparecían unidas a conse- cuencia del fruncimientro del ceño. No había llegado a la mitad, cuando una sombra se destacó la pared que parecía el hueco de una puerta, y una voz de hombre preguntó: —¿Sois voz, Renzo? ? —Yo soy. —Ya, poco a poco, he apagado la luz para no despertar sospe- chas, para que no os viesen; dad me la mano. —No hace falta, precededme... conozco el camino. La sombra desapareció en la abertura y Florencio siguió de- trás. Atravesaron en silencio un corredor, tan estrecho, que ape- nas permitía pasar dos personas de frente, a cuyo final torcieron a la derecha para seguir un se- gundo pasillo, obscuro y escabro so. Pocos pasos habían andado Era fácil comprender a donde se dirigía desde el momento en que, habiendo atravesado el ar- co de las Pécoras, se encaminó hacia la bóveda que conduce a la plazoleta de la Fraternidad, matarme? —respuso desdeñosa|a la entrada de la Judería. el aya. Los florentinos miraban en a- —;¡Oh!.. puedo hacer mu-'quella época la Judería como un cho más — dijo Florencio con|barrio sumamente peligroso, cen voz ahogada, fijando en el ros- tro de Paula sus ojos de fuego, — si mañana denunciase a la po- licía a cierta Julia Lamberti.... llamada'la Gigarra... “La mujer avanzó como para de Florencio, mirando con terror en torno de sí. Temblaba como una epulép- tica. —Basta— interrumpió presu- rosa,— haré lo que queréis; pe- ro daos prisa. —¿Por qué? —¿Queréis que muera la criajtal cantidad de comunes oficios tura que tenéis en brazos? Este recuerdo heló de espanto |contrar tampoco tan audaz re- al joven y le hizo estremecer. —Tienes razón— dijo con an-|trados en, un punto solo. gustia,— dame la llave y te de- jo. —Aquí la tenéis. —¿Me juras por tu Dios que no volverás al palacio del conde ,blar todas las lenguas, todos los poner una mano sobre la boca | dialectos del Universo, y en la ¡época de nuestra historia no so- tro de prostitución, horerndo re- ceptáculo en que la miseria y el robo tenían su morada y sus fies tas. Dentro de la Juderí1 oíase ha- lamente estaba habitado por-he! breos, sino que allí se mezcla-' ban toda clase de religiones y se respetaban recíprocamente los out of state pci financial changes—can make [your Will pies Moreover, changing tax and inheritance laws can cause sharp shrinkage in the pul of your estate when it is probated — unless your Will is adjusted to khanging cosditions. . diversos cultos, las diferentes convicoines. Quizás en ningún otro lugar hubiérase encontrado como hubiera sido imposible en.) unión de todos los vicios, concen Florencio, cargado con su pre cioso fardo, no se detuvo en la plaza de Fraternidad, sino que “se introdujo en el centro de la Judería, que parecía conocer a iih age! [deis The wise and safe solution is to review your Will at regular intervals! 1 it is, out-of- date, have your attorney revise it! 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TWENTY-SIX FRIENDLY VALLEY NATIONAL BANIK 1 | , Unlike an individual executor—the Valley Bank has continuous existence, great CONVENIENT: OFFICES: IN ¿ARIZONA ke en él cuando se abrió una puer ta y un rayo de luz vino a disi. par aquelas tinieblas. — ¡Adelante! — gritó una voz fresca y harmoniosa de nmjer. —Bien venido seáis, Renzo. —HI— La estancia donde Florencio y su guía entron no ofrecía" el as- pecto de la comodidad y del bienestar, y debía servir de cuar to de labor, de comedor y cocina Contenía una mesa de tres pies apoyad contra la pared, dos si. llas que perdían la paga, un lar go cofre de madera tosca, un hor nillo, un juego “de herramientas de zapatero, algunos haces de paja y una lámpara de hierro colgada del saliente de una puer ta que parecía la de un armario La estancia recibía la luz por una ventana baja —cuyos vi- drios habían sido substituídos por papeles untados en aceite, —daba sobre el fétido patio por el cual Florencio había pasado. Contigua a esa estancia había otra, a la que daban acceso dos pequeños escalones desgastados en la cual veíase una cama, for mada por un jergón de paja, co- locado sobre algunos cabelletes de madera, un cántaro, un espe-| jo empañado, otras dos sillas, un palanganero, una mesita, y una jaula suspendida del marco de la ventana, con cristales y cubierta con una cortina de per- cal rameado. Florencio, sin responder siquie ra al saludo de la mujer que ha bía corido:a su encuentro, entró en la: segunda estancia, puso su precioso fardo sobre la cama, y desenvolviéndolo febrilmente, de una aber:tura practicada enj ¡conde? ¡Ah! Lo sabré, quiero lle ¡hija que contiuaba chupando [con avidez el pecho de Susana. Esta pareció leer en aquella mirada desesperada. —Es una niña, apresuróse a! decir — una "niña bellísima y| robusta. Florencio sufrió una horrible opresión en el corazón. | —¡Y pensar —dijose—, que no recibirá jamás los besos de su madre! Pero ¿qué ha sido de Re| nata? ¿Has consentido, quizás, ella misma en separarse de su hija, o se la han quitado a la! fuerza? ¿A dónde la llevaba Pau? ¿Cual era su proyecto? ¿Qué encargo habíala dado el M gar hasta Renata, aunque hu- biese de costarme la vida. Este pensamiento le reanimó y le hizo saltar en pie. Las arti- culaciones de sus miembros es. taban entorpecidas y doloridas; peor en su energía moral encon traba una compensación a sus fuerzas exhaustas. Susana no le, dejaba de ojo, sin hablar, y en su mirada ha- bía algo más que una simple cu riosidad. —Decidme, Florencio— excla- mó de pronto con acento conmo- vido, —esta niña... ¿es*vuestra? Una oleada de sangre subió al rostro delhebreo, que a poco se puso súbitamente pálido. —¡No! —dijo con voz ¡no! Susana inclinó la cabeza para no dejar ver el fruto de un deli- to... como el niño? Esta vez su mirada fijóse en el rostro de Florencio que palide cía cada vez mas. —No— contestó con gran es- fuerzo,— es el fruto del amor. —¿Y su madre ha podido a- bandonarlo? —exclamó con ím- petu Susana, estrechando el cuerpecito de la niña contra su seno palpitante. —No la acuses— dijo Floren- cio con voz sofocada y breve, — su madre... ha muerto. Susana continuaba fijando en el joven su mirada escrutadora. —¿Y.. te ha recomendado la¡ niña.. a tí? —Yo era el amigo más íntimo del padre. H —+¿Pero también éste ha muer Lo? Florencio se limitó a inclinar la cabeza y Susana se volvió de espaldas para acomodar en el lecho a la niña, que dormía plá.- cidamente. Aquel no pudo notar firme, lanza un grito de alegría. aa que de repente había cu na conmovida, — y no olvido lo|se conocida tu deshonra, que a. que hiciste por mí, el castigo q' infligiste a aquel condenado cris la horca y por recompensa des. honró a la hija... ¡Oh! ¡¡desde entonces odio a todos los cristia. ¡hos! Florencio se estremeció y su rostro se encendió. Pero no dijo ¡Una palabra. —No olvido tampoco— aña- ,dió Susana,— quep or ti no se hizo pública mi deshonra, que hija. Sólo mi padre me ha asis. tido. —¿Pero que hiciste de-la ni. ña? Florencio. —La odiaba — murmuró con voz tan baja que apenas se oyó, —y mi padre se encargó de des- embarazarme de ella. Florencio palideció y sus ma- nos estrecharon como en una prensa las manos de Susana. —;¡Desgraciad! ¿Acaso tu pa- dre ha cometido un delito? ¿Ha ra inocente? —No... te lo aseguro; la niña ¡vive, pero lejos de aquí. Florencio respiró. —Pero ¿qué quieres hacer con Apetitos — CHITC GUTIERREZ BARBER SHOP 219 EAST MADISON ST. Teléfono: 4-5970 Corte de Pelo, Rasura, Masaje, Shampoo Tonicos de Toda Clase y Tratamiento para la Caspa. — Baños. TRES OFICIALES Especialidad en Corte COMPETENTES de Pelo Para Niños JESUS S. GUTIERREZ, Propietario. Ingrese a la ALIANZA HISPANO AMERICANA La Alianza Hispano Americana es la Sociedad Fraternal de la Raza. 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Florencio estrechó afectuosa. mente en tre sus manos las de lla joven hebrea. —Escúchame, — murmuró con ,voz temblorosa;— ahora te dejo, ¡porque mi obra de esta noche no está todavía cumplida, Si al lle- ¡gar al alba no me hubieses vis. to volver, querrá decir que he muerto. —:¡Dios de Israel! ¿qué peligro te amenaza? preguntó con voz 'sofocada por la emoción. —¡No! ¡no! es imposible que suceda. —Todo es posible— contestó con voz sorda Florencio,— pero no me interrumpas. Si no volvie se, aquella cajita que entregué a tu padre; será para tí y el dine ro que contiene servirá para ase' gurar tu existencia y la de esa pobre huérfana, que te confío, porque solamente la muerte pue de hacerme aceptar mi sacrifi. cio. —Y lo cumpliré hasta lo últi. mo, te lo juro — repuso Susana con conmovedora sencillez. ¡Continuará la semana entrante ¿Quiere Usted Verdaderos Antojitos Mexicanos? SOLO LOS ENCUENTRAN EN: LA CASITA LA CASITA NO. 1 1021 S. Central Avenue Comida limpia y Tops. 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