El Sol Newspaper, April 9, 1948, Page 3

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ln Págin (>-— “EL SOL” SEMANARIO POPULAR AR INDEPENDIENTE La Doncella de Loarre El emisario tenía una pista: las pisadas del corcel de Her- nando. Y si no era lerdo — y no debía serlo cuando le encomen- daron tan delicada emisión — había de comprender en segui- . da que el ladrón daría con sus huesos en la venta de Maese Sota, ya que en el pliego de ins- trucciones que acopañaba al mensaje se fijaba la venta co- mo punto de destinó, con estas palabras por coletilla. . . “donde se os darán instrucciones más detallados sobre el modo y ma- nera de entrar en el castillg de Loarre y entregar a la señora Abadesa de Trasovares el plie- go que conducís?” En la venta había toda una compañía de aquellos condena- dos gascones. En cuento el emi- sario, rabioso y. maltrecho, lle- gase a lg venta y se descubrie- se el engaño, era bueno de pen- _sar que se habían de arrojar contra el enmascarado como a- vispas. A un paso gimnástico, sortean do las escabrosidades y acortan- do la distancia con el uso de ata jos, Hernando llegó de nuevo a la venta. Tode estaba igual que cuando la abandonó. El centi- nela iba y venía, pesado, con más ganas de dormir que de ve- lar. Hernando aguardó a que le diese la :«espalda y, cautelosa- mente, con la blanduza de un reptil, fué hasta el mismo pie del copudo olivo cuyas viejas ramas rozaban las paredes del casalicio Trepó en un instante el rugoso tronco. acomodándose en la misma cruz del árbol y allí se mantuvo conteniendo has ta la respiración porque el cen- tinela volvía ahora y le daba la cara. No era miedo. Le hubie- ra sido muy fácil tumbar al sol- dado de un par de puñetazos o estrangularlo con un esfuerzo de sus nervudas manos; mas Hernando no era de los hombres que gustaban de derramar san- gre sino cuando las imperiosas exigencias de la guerra o de la propia defensa le ponían en el duro trance de hacerlo. Así, espe ró a que el descuidado centinela le volviese nuevamente las es- paldas para lanzarse audazmen- te, balanceándose en flexión so- bre una rama de olivo, al alféi, zar de la ventana. Al ruido ine- vitable que sacudiendo el rema- je produjo, el soldado, giró la cabeza y miró en derredor. Des- de dentro de la pieza, recatado en la sombra Hernando le hido una mueca y el soldado, en vis- ta de que por el contorno no se veía alma viviente, tornó a su ronda con la creencia de que el ruido podría proceder de alguna raposa que merodeara a la que- rencia del bien surtido corral de la ventera. Con pasos sigilosos, Hernándo fué a la puerta, sin llegarse siquiera a la cama don de reposaba la muchacha y a- brióda cuidadosamente. El viejo, que servía de escudero a la don- cella de Loarre, se irguió todo receloso y alarmado al sentir q' huragoban en los pestillos de la puerta. —¡Cristo me valga! —excla- mó al ver la estralfaria .traza de Hernando cubierta con su cas co. —¡Silencio, belaco, si no que- réis perdernos a todos! —¿Qué decís? —Levantaos en el acto y pre- parad vuestros caballos y el mío si gustáis. .. Yo voy a des- pertar a vuestro joven amo. Es preciso partir. Dentro de una ho- ra se habrá armado un terrible zafarrancho en la venta. A me- nos de tres leguas de distancia hay una mesnada del señor de Urrea con'muchas ganas de co- ger por su cuenta a los gasco- nes. .... —¡Mala peste para unas y pa- ra otros! ¿No hay manera de viajar tranquilamente en esta desgraciada tierra? —Me temo que habréis de su- frir bastantes contratiempos. Mas si éste podemos evitarlo, ¿por qué no hacerlo? —¿Cómo supistéis? —Vengo de hacer una ronda, Ramón. Prometi vuestro señor gúardarle y cumplo mi palabra: ya lo veis. Le guardo. Ramón envolvió a Hernando en una larga mirada en la que palpitaba cierto recelo. Can, en cambio, le lamía las manos y le obsequiaba ton expresivos me- neos de cola. —Sois desconfiado. Can me comprende mejor que vos. Can sabe que no miento. Huele mis ropas y se convence de que en verdad anduve de ronda. .. muy lejos. z —¿Por dónde salisteis, demo- nio? —Os estimo el apelativo. No es la priméra vez que me obse- quian con él. Salí descolgándo- me por la ventana. Ramón tornó a mirar fijamen- te a Hernando y de pronto deci- dióse a obedecerle. —Despertad a mi amo si gus- tais. Voy a ensillar los caballos. —Llevadlos bajo la ventana de vuestra estancia. —¿Estáis loco? —No, a fe. Es preciso que no se dé cuenta de nuestra partida el posadero, ni esos soldados q' duermen abajo. —Pero. ... —;¡Callad, tunante, o voto al diablo que yo contaré a la Aba- desa cómo la bellaquería de sus servidores pone en peligro la vi- da de la persona que les con- fiaron!. —Os odedezco, señor, os obe- dezco. Mas, ¿y el mozo? ¿Pen- sais que será posible ensillar los caballos sin que se aperciba, pe- cador de mí? ¿Acaso no sabéis que duerme sobre una yacija en el establo? —Al mozo se le tapa la boca con este bolsillo, Y «con gesto casi regio, el en- cubierto lanzó al aire una bien cebada bolsa de cuero dentro de las monedas. Ramón cogióla al vuelo. Completámente dominado por el festo y juzgando contun- dente el argumento, giró sus ta- lones y marchó a obedecer la or- den. Hernando vióle bajar las escaleras dominando aún el ges to de impaciencia que en él le- vantó la terquedad del viejo. Después, se volvió 'hacia el pe- rro, que no había querido seguir al escudero. —Bien, Can: tú y yo seremos grandes amigos. .... —Pues tened presente que Can no concede fácilmente sus favo- res. . . — dijo una voz cristalina a su espalda. Volvióse rápido Hernando y en toda su actitud vibraba en encanto dichoso. —¡Ah, sois vos! teis? —Todo. ¿Qué hablabais de en cuentros entre tropas de Luna y de Urrea? —Lo probable. Hay dos com- pañías contrarias a punto de en- zarzarse: los gascones que duer- men abajo y las gentes de Urrea que están en la Venta de la Ru- bia. —¿Debemos huir? —A menos que no os importa perder vuestro incógnito. . . y correr serios peligros entre la desmandado soldadesca. . - —¡Oh, no! Salgamos de aquí. —¡Temblais! Por Cristo que no comprendo cómo os atrevis- teis a salir de Loarre en estos tiempos y de esta guisa. Si fué por gusto, capricho, loco fué; si os enviaron. . a muchos os ex- ponen los que tal hicieron y en muy poco estiman vuestro ho- nor y. vuestra vida. | —No habléis así... —murmuró ¿Escuchas- Blanca con una crispación. — Fuí yo quien se ofreció. Yo lo daría todo por. . . —¿Por quién? Y los celos llameaban en el acento de Hernando. Mas la don cella le. "respondió enigmática: —No le envidiéis. Es desgra- ciado. , —Hay tantos modos de amar. la —dijo con honda amargura muchacha. Y al mirar la tristeza que en- sombrecía sus bellos ojos, Her- nando comprendió que no debía mirar como un rival al hombre —fuese quien fuese— por quien la doncella se atrevía a desafiar tales peligros. Besó su linda ma- no con unción y apremió. —Preparaos a marchar. Hemos de saltar por la ventana. —¡No podré! " —¿Qué decís?? —Podre yo por vos. “Que os bajaré en mis bra- zos. Sospecha que debéis pesar menos que una pluma. —¿Y Can? 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Subió de un brinco al olivo y del olivo al aiféizar. —;¡Pronto, criatura, que me va la vida y no quiero dejaros a merced de esos bárbaros!— gri- ¡tó, entrando en la estancia. ... —¡Oh. . . ¿Por iué volvisteis a la venta? ¿Por qué antes ha-! beis salido de aaquí no seguis-' teis vuestro camino? Ya podrías estar a muchas leguas de distan ia... Hernando, cogió a Blanca, que se había envuelto en su capa, y la tomó en sus brazos amorosa- mente. —He vuelto... tabais aquí —Exponeis vuestro vida. —Es porque os amo. ... porque vos es- Ella calló, con un dulce son- rojo de emoción. El apretó con- tra su pecho, jugando al amor a dos dedos de la muerte. —Ceñidme bien los brazos en torno al cuello y' no hayáis mie do. Soy fuerte y sereno. . . y lle- vo mi gloria junto a mi... Los. caballos piataban ya bajo la ventana. Hernando bajó cui- dadoso, sin sentir la menor va- cilación ni perder la serenidad pese a la gravedad de los difí- ciles momentos. Puso a Blanca en su silla, silbó quedamente a! Can, que de un salto soberbio se echó sobre el césped y des- pués de invitar a Ramón a mon. tar hízolo él bizarramente so- bre su magnífico alazán. Los tres juntos y el perro, hen dieron las tinieblas del paisaje como una evocación fantasma- górica. El viento traía por la par te del norte el ruido claro y dis tinto del rebotar de cascos de caballos, quev enían al galope. Bajo su casco de hierro, Hernan do sonreía. —Por esta vez, paréceme que hicisteis tarde, amigos. Corrieron juntos tantos peli- gros que éstos les unieron con lazos más fuertes de lo que ni ellos mismos pudieran sospe- char jamás; de todos los cuales salieron idemnes merced al áni mo esforzado y al extraordima- rio ingenio del hombre del casco |, Ramón hubiera creído: de buena fe que tenía parte con el diablo si no,le hubiese visto rezar ante los Cristos en las encrucijadas ly acer una devoción la seña: de la cruz cuando en plena ruta las campanas de una ¿g!esiu lle vaban en medio de los campos ssu ecos de bronce para decir a los labriegos, que araban sus tie rras a a las viandontes que se- guían su camino, que en el altar el sacerdote - alzaba la Sagrada Hostia. Además, cierta noche .en que compartieron los tres un menguado cuartucho en una ma la posada, al quitarse el pesado casco —cara a la'paréd para y' no sorprendiesen sus facciones— con objeto de substituirlo por el antifaz, Ramón había vislumbra do la cadenilla áurea que rodea ¡ba su cuello y al decirle, más tarde, insinuamente: —¿Llevais una medalla o un amuleto? + +. + había contestado ¡graves mente: — Yo 'no gasto amuletos ni talismanes, ni creo en nadie más que en Dios y su Madre... —¿En el diablo no?* —¡Pchs! El diablo, a. ratos, “suele parecerme un personaje ¡harto menguado. para que uno se tome el trabajo de creer en él, Pero al fín, creo, como ló man da la Santa Madre Iglesia. Des- cansad en vuestras aprensiones, Ramón: lo que llevo al cuello no es otra cosa sino una medalla de Nuestra Señora del Pilar que me colgó mi madte cuando me puso en el mundo. Y con esto se tranquilizó * el ánimo escrupuloso de Ramón q' en fuerza de convivir cor"sus re verencias las benditas Madres de Loarer se había. vuelto sobra damente pulcro y remirado. . Al principio había pasado un miedo horrible por Blanca. No temía auna legión lanzo en ris tre ya que era soldado viejo y avezado a la lucha; pero le ho- rrorizaba el pensar en aquelals ¡noches que Blanca —que para el enmascarmado era un mozal- bete, por lo menos en esa creen- ¡cia vivía el escudero, ignorante de que el incógnito de su ama ha tiempo que se había desva- necido —tenía que -pasar encé-; rrada forzosamente con Hernan. do, ya que las posadas tanto de los pueblos como de los caminos solían: estar infestadas de Pg dados maleantes y gente áven-| turera a quienes la anarquía | ofrecia ancho campo para sus manipulaciones y no solía darse , con frecuencia la oportunidad | de poder ocupar cada cua] cuar- to separado. ¿Que-iba a acon- DIENTES POSTIZOS Alineadas y ajustadas en 20 Minutos $2.50 por placa. 11 W. Adams (arriba) Reline Laboratory Cuarto 221 Tel. .2-11413 CONTRA DOLOR USE BALSAMO SALVADOR insuperable para alivio de dolores de Espalda y Pecho “ Causados por Resfrio : De Venta En Todas Las Boticas. ng QS .. 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Que” lo descubrirá seguramente. Cada hora le traía una zozobra al es- cudero en aquellos primeros dias. Cuando amaánecía y se a- bría la puerta del aposento que compartieron en comun, les mi. raba la cara con el alma de un hilo. —No, aún no ha descubierto ¡voto al mismísimo demonio!, que ha pasado la noche encerra do con la hermosa doncella de Loarre. ¿Pero hasta cuándo po- dremos mantener el engaño? Poco a poco fué tranquilizán- dose conforme iba tocando al término de su viaje. La actitud de Herhando y de Blanca era de franco compañerismo. Continuárá' la semana entrante Muete el Señor — Manuel Cruz de Tolleson, Arizona El día-3 del actual murró el Sr. Manuel Cruz, de Tolleson, A- rizona. El Sr. Cruz era jefe de Una de las familias más promi- nentes de Tolleson, habiendo. causado su muerte general cons ternación entre la colonio mexi- cana de esa parte del Valle. So- breviven' al Sr. Cruz, su esposa, la señora Manuela Vda. de Cruz, IEEE EEE EE Viernes 9 de Abril de 1948. sus hijos: Socorro, Manuel, Fran cisco y algunos niños. Los fuae- rales del Sr. Cruz, se verificaron como sigue: Velorio el martes a las siete de la noche, en la casa del a familia, en Tolleson. El funeral se verificó el miérco- les. Todas las familias de Tolle- son, acompañaron a la familia Cruz en su profundo dolor y mu- ¡Chas y muy hermosas ofrendas florales rcibió el Sr. Cruz como último homenaje a quién en vi- da fue un verdadero caballero, un padre modelo y un esposo magnífico. Socorrito, hoy la Sra. de Mariscal, es una muchachita virtuosísima y digna, goza en Tolleson de muchas simpatías y antes de contraer matrimonio, era la Secretaria del Club Cató- lico de Tolleson. Tanto la Cruz Azul Mexicana, como la Comi- sión Honorífica, de Tolleson, en- viaron hermosas ofrendas de flores a la casa de la familia Un grupo de señoritas de la Cruz Azul, a quienes encabeza la inr- teligente señorita Nellie Alco- cer, hizo guardia durante los ser vicios fúnebres en la casa. En- viamos nuestro muy sentido pé- same a tan distinguida familia y pedimos a Dios les de resig- nación y consuelo. E A V Tres Tres Años d de Servicios A LA GENTE MEXICANA PARA REPARACION OR CALZADO VEAN SIEMPRE El Taller de Reparaciones JOHNSON'S VENTA DE ZAPATOS REPARADOS 17 S. 3rd St. Phoenix, Ariz | Fo, C. 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