El Sol Newspaper, July 21, 1950, Page 4

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¡<> “EL SOL”, SEMANARIO POPULAR INDEPENDIENTE PR o ¡€ íáx mw — Viernes 21 de Juiio de 1950. “EL MARTIR DEL GOLGOTA” Desde entonces, los romanos | comenzaron a infiuuir en los des tinos de Is:ael acabando por ha cer a los judíos tributarios dal! Capitolio. Pompeyo, general romano a- salto la ciudad santa y colocé a Hizcano protegido suy> en el reino de Israel, pronibiéndole q' usara diadema. Las profecías de Jacuh iban a La primera de estas conducía a una plantaciones de árboles frutales muy frecueñtados en a- quella época por la gente joven en los días festivos; la segunda a Samaria y Galilea, la tercera a Nattol y Betté, dejando a su iz quierda el estanque de las Cu- lebras y a su derecha el monte del Escándalo. Como hemos dicho, las torres currplirse: la venida dei Saiva-|eran trece a saber: la de los Hor dor no podía tardar; el cetro «e[nillos, la ngular, la de Hananiel J:: :4 había pasado a manos ex- traaguras. y la Torre Alta , lá de Meha, la Torre Grande, la de Silcé la de . Algunos años después un idu David, la de Psefine, y las cua- meo ocupaba el trono de David y Salomón. * Jerusalén en tiempo de Hero- tro restantes se.llamaban torres de las Mujeres. Jerusalén se dividía en cuatro des conservaba en gran parte su|ciudades separadas las unas de antiguo esplendor, * las otras por una especísima nta La muralla de Nehemía la, ro|ralla, para hacerl más inexpuz- deaba con sus robustos brazus nable en cuso de ataque; pero de piedra y sus trece torres y 12 todas ellas se comunicaban las puertas aun podían «lesafiar elfunas con las otras. enojo de los extranje:os. Por el frente oriental costean- Jo el valle de Josafat y a vista gel monte de los Olivos, se ha taban las cuai:, puertas del “H¡ema”, la del “Valle”, la “Do- rada” y la de las “Aguas”. La primera caía sobre la fuen _te del Dragón y la segunda con- ducía al pueblo de Getisemaní, la tercera a Eugddi y al Mar Muerto y la cua.ta al Jordán y a Jericó. El frente meridional de las murallas etnía dos puertas, una conducía al monte Erogo; la o- tra a Belén y Hebrón. + ' Dominando el despeñadero de los Cadáveres por la parte de tas oe los “Pescados', la puerta; “Judiciaria? y la puerta “Genath” Saliendo por la primera se en contraba a una distancia de cin! cuenta pasos que conducían in- distintamente a Belén, Hebrón, Gaza, Egipto, Emaús Joppe y al mar. La segunda conducía a Silo y Gabaón, tomando la derecha, y a la izquierda al sepulcro del pontífice nanías, y 2 la derecha al monte Calvario. La tercera era una dependen- cia ácl palacio de Herodes: per- imanecía casi siempre cerrada, pero a través de su magnífica verja de hierro, los curiosos po- dían contemplar los elegantes jardines del Idumeo, con sus bosques de pinos, palmas y sico- moros, sus caprichosas fuentes, sus magníficos estanques, por donde se paseaban perezosamen te e-cuadrones de cisnes y se veían correr bandadas de gace- las por en medio de aquellas de La ciudad de David, o superio ra, encerraba en su circuito la montaña de Sión el sepulcro de David y los palacios de los re- yes de Judá, de Anás y de Cai- l£ás. La ciudad inferior se enorgu- llecía con el templo que ocupa- ba aproximadamente una cuar- ta parte, el palacio de Poncio Pilato; la ciudadela Antonia; el Xisto, espacio de puente donde arengaban al pueblo los gober- nadores romanos; el monte A- cre; el palacio de los Macabeos, y el teatro fabricado por Hero- des ed Grande en honor del Cé- sar, sobre el que descansaba raelitas. La segunda ciudad, era habi- tada.por las personas de distin- ción, y en ela tenía Herodes su palacio y sus magníficos jardi- nes. La última se llamaba la ciu- dad de Bezeta, donde vivían los comerciantes de lana, caldere- ros ropavejeros y quincalleros, Tal era la ciudad de Jerusalén bajo el poder de Herodes. Ahora entremos en su glorio- so recinto, destinado por la im- piedad de sus hijos a ser hasta la consumación de los siglos un montón de escombros. Su nombre lléna al mundo; pero lo_llena con su recuerdo, porque en la cumbre de uno de sus montes fué sacrificado el Salvador del mundo. CAPITULO V LOS PEREGRINOS El nacimento de Jesús fué un grito alarma para las divinida- des paganas. luna águila de oro, ave que tenía ltierra sagrada y sobre los santos Occidente, se hallaban las puer'desvelados a los verdaderos is- hogares. troducido en él. vieron a lo ju; los altivos mt-1 Milton, ese gran poeta, ese sa¡naretes, las gallardas torres y bio inglés que tanto honra a la patria que le sirvió de cuna, ese| gran orientalista que admiran las naciones civilizadas, en una de sus primeras poesías ha des- crito con esa robustez admira- ble que poseía, los errores del paganismo antes de la venida al mundo del Redentor del hom- bre. Vamos a extractar algunas de sus estrofas, sirviéndonos de la traducción del abate Orsini: Dicen así: “Los oráculos enmudecen; nin guna voz, ningún murmullo si- niestro hacer esonar palabras falaces bajo las bóvedas de los templos. Apolo, abandonó con un grito de desesperación la colina de Delfus, no puede pronosticar ya el futuro. Ningún éxtasis nocturno, nin- guna inspiración secreta, salien do de una caverna profética, se hace sentir al sacerdote de ojos espantados. lén. Cerca del camino que seguian murmuraba el claro arroyo de una fuente, y los viajeros inlus- tres se de:1vicron. A una voz del jefe del convoy, los dromediarios se echaron en el suelo y los reyes se apearon. Entonces cuatro esclavos afri- canos extendieron una rica al- fombra de paño de grana reca- mada de oro sobre la fresca yer- ba, y sentándose en ellos los sos dátiles y enroscados mich mich, desayuno frugal de los o- rientales. Otros esclavos encargados de los dromediarios, dieron a éstos su pienso de habas sccas. —'La estrella, la estrella ha desaparecido! Z Melchor y Baltasar se pusie- ron en pie, apartando de su bo- ca las frutas que iban a condu- '| cir sus manos. La estrella había desapareci- do entre las flotantes nubes que se mecían sobre la ciudad tribu- taria. ” Los reyes vieron con dolor q' su radiante y misteriosa guía les abandonaba, y como el náu- frago a quien se le escapa Te en tre las manos la tabla que ha ha creído ver su salvación, lan- zaron un grito de doolr. Pero uno de ellos, extendien- do el brazo hacia Jerusalén, in- terrumpió la silenciosa medita- ción de sus amigos, diciendo: —Prosigaitos nuestra nodie peregrinación: la estrella ha . desaparecido, pe:o no importa, ante nosotro; se levanta una gran ciudad, digna de servir de cuna al Rey de los Judíos; mar- chemos a Jerusalén. —Sí, sí, prosigamos nuestro camino; las misterivsa estrella que nos ha conducido desde el Tigris al Jordán, no puede ha- bernos abandonado sin un po- deroso motivo, exclamó Baltasar . —Y después, ¿quién habrá en a Ciudad de los pastores, no sepa dónde ha nacido el Me- sías? Con sólo preuntar al pri- mer transeúnte que encontre- Sobre las montañas solitarias y alo largo de las murmurado- ras riberas, sólo se escuchan llantos y lamentos. El genio: se ve forzado a ale- jarse de los valles que habitan! en medio de los pálidos chopos. : Las, ninfas, despojadas de sus guirnaldas de flores gimen a la sombra de los espesos matora- les. Los lares y las larvas hacen oir sus quejas nocturnas en la Las unas y los altares despi- denden sones lúgubres y desfa- lecidos que espantan a las flá- mides ocupadas en sus servicios y el mármol helado parece cu- brirse de sudor mientras que ca da deidad abandona su sitio ¿crestumbrado. Peór y Baal huyen de sus opa- cos templos con el dois arrojado de Palesctna, Astaroth, bajo el nombre de la Luna, reina y madre del cielo al mismo tiempo, ya no brilla cercada del santo resplandor de las ancorchas. El Hammon de la lidia oculta sus cuernos, a hijos de Tiro llo- ran en vano su Thamuz herido. El sombrío Molok se escapa cejando en la sombra a su ídoio reducido a negros carbones; en vano el ruido de los instrumen- tos y la danza llama a un rey feroz cercado de un humo ar- diente. E Los dioses de Nilo, de la raza cirá al pie de la cuna de esa rey a quien buscamos. Jerusalén por la puerta Judicia- Tia. Pero !ay! la ciudad no presen ld Sólo Dio3 podía conseguir tan inmenso triunfo. Sólo a Dios le era dado arran- car del corazón del hombre la ; liciosas florestas. Por último, el Septentrión se hallaban las puertas de las tres torres de las “Mujeres”, la de “Efraím' y la del 'ngulo.” nubio sigue a Isis y a Osiris. Travelers Checks- Vacation Fun Lane e 'acationtime is a time for fun and relaxation . . . for doing exactly what you want to do, free from worry and workaday cares, Don't risk having your precious vacation spoiled by the loss or theft of your travel money! 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Por fin los reyes magos, des: Iponzoña que el error había in- | pués de trece díaz de marcha, de los brutos, se alejan también taba el bullicioso y alegre cua- rápidamente, y el perro de An- ro que esperaban, Las calles se veían desiertas, y las rosas, el mirto y el laurel, no altombraban su dura pavi- mento. Las arpas de los hebreos no entonaban alegres melodías; las doncellas de Sión no elevaban sentidos cantos a Jehová. La mirra y el incienso no se derramaban ante los altares del templo. s El óleo no ardía en los pebe- teros, y las lámparas de oro no alumbraban ricos trajes de los sacrificadores. Jerusalén, muda, silenciosa, casi desierta, recibió en su recin to a los peregrinos de Oriente. Algunas mujeres curiosas, en- vueltas en sus ligeros mantos, se asomaban las azoteas para ver pasar a los viajeros. Los reyes tristes, desalentados caminaban calle adelante. La esperanza se iba enfrian- do en su corazón. Poco apoco fueron agrupándo- se en torno de la oriental cabal- gata algunos curiosos. Ss —La est lin Ge Jacob aun no ha nacido ;:::a los israelitas, iu! las fuertes murallas de Jerusa-|replicó un ¡ariseo. —Locos deben ser, murmuró un soldado romano mirando con desdén a los magos, —Demos parte a nuestro Herodes, repuso un escriba. —Si, sí, démosle' parte, excla- mason varios herodianos que se hallaban entre la apuñada mul- titud. Los reyes viendo que eran inú tíles sus preguntas, pues nadie les indicaba de casa del Mesías, torcieron por una ancha calle rey Magos, les sirvieron en delica-¡que conducía al antiguo palacio dos canastillos de palma sabro-|de David, y se intalaron en uno de sus ruinosos patios. Aquel palacio, un tiempo en- cantadora mansión de un rey sabio y poderoso, no era en la época del nacimiento de Cristo más que un montón de ruinas; pero los magos sabían por la tradición hebrea y por los vati- cinios de los profetas, que de la rama de David debía nacer el Mesías libertador del pueblo de Israel. Perdida la estrella que con tanta insistencia venían siguien do desde sus lares, les quedaba una esperanza. ¿ —Tal vez bajo los pórticos del Rey David, se dijeron, encontra remos al Mesías prometido; tal vez junto a aquellos derruídos torreones, donde el arpa del rey profeta acompañaba con melan- cólico gemido los cantares del vencedor de Goliat, hallemos al gún indicio que nos oriente, y una vez allí mandaron levantar las tiendas, encerrándose en una de ellas, se pusieron a deli- berar. CAPITULO VI HERODES EL GRANDE En el año del mundo 3932, y 63 años antes de la venida de Jesucristo, nació el sanguinario Herodes, terrible plagiador de la inhuman Athlía. Su patria fué Escalón, ciudad marítima de la Hurquía Asiati- ca en Palestina. Negra. como su alma, fría co- mo su impiedad, tempestuosa co Guejmo las pasiones que dominaron en su corazón, fué la noche en q” desde el seno de su madre nació para ser el azote de Galilea, el mos, estoy cierto que nos condu- [opresor de una raza. Los huracanes desencadena- dos saludaron su venida al mun Acordes los magos volvieron a|do, haciendo estremecer los edi- montar en los ligeros dromedia- |ficios con su poderoso aliento. rios, poco después entraban ex; Los olas mugidoras de los ma res bramaron, como si legion2zs infernales se agitaran en medio de sus aguas. Los vientos irritados hicieron temblar con el veloz empuje de su carrera los altos cedros y las! robustas higueras de las cerca-¡ nías de Escalón. * ' Los ríos salieron de madre, y Gesbordando por los campos sus turbulentas y rojizas aguas, !le- raron de pavor y miseria a los infelices moradores de las al- Jdeas. —Herodes fué como el torren- te desbordado que todo lo arro- lla ante su paso; como el rayo que todo lo encendía, con 3u caída; como la peste que todo lo mata con su aliento. Esclavo de sus pasiones, im- perioso y colérico, llegó a la e- dad de veinticinco años, cruzan do por una senda de crímenes y escándalos, Su padre Antipater, que había; prestado al César vencedor de Pompeya y señor de Roma, ser- vicios importantes en el cerco de Alejandría, alcanzó del dictador romano el gobierno de Alejan- dría para su hijo Herodes. Su edad frisaba en los veinti- cinco años cuando subió las pri Entonces Gaspar, que iba ade|meras gradas que debían con- lante, se inclinaba sobre -el ner- |ducirle al trono de Jerusalén. vudo cuello de su dromediario, Herodes era arrojado y ambi- y dirigiéndoles la palabra a los|cioso. curiosos espectadores, les decía: | —Decidme jerosalimitanos, ¿vosotros sabréis en dónde se halla el Mesías prometido por los profetas, el Rey de los Judíos que acaba de nacer? Entonces el pouulacho se mi- raba con asombro, y no hallan- do palabras que responder a los viajeros, hacía un movimiento de hombros. Baltasar a su vez preguntaba a los que tenía más cerca. —¿Dónde está el Mesías, el Rey de los Judios? —En Jerusalén no hay más rey que Herodes el Grande, nues tro señor, le respondió un alca- balero con hosco acento. —Nosotros hemos visto una estrella desconocida en el cielo, replicaba Gaspar, y esa estrella, no nos cabe duda, es la que pre- dijo Balaam. Los obstáculos no existían pa- ra él, Había soñado una corona, y el crimen, el oprobio, la bajeza, no detuvieron su paso. Por lograr su fin, no hubiera retrocedido aunque se hubiera visto precisado a pasar por en- cima del cadáver de su padre de sus hermanos, de su raza en- tera. Una corona, una 'corona soña- ba su ambición, y despreciando los obstáculos, siguió el camino que podía conducirlo a la reali- zación de sus ueños con la fren- te erguida. Pero la suerte le fué contra- ria: vencido por Antígono, su ri- val, rey de Judá, se vió precisa- do a refugiarse con su familia y su riqueza en un castillo de Idu- mea. j Herodes se ahogaba en aquel | rincón de la Arabia Pretea. Cuando algunas tardes, desde los torreones de su inexpugna- bble fortaleza, con suh brazos cruzados sobre su pecho, la mi- rada torva, extendía sus san- grientos ojos por aquellas sole- dades de estéril arena y calcina- das rocas, lanzando un rugido desde el fondo de su agudo co- razón solía exclamar con bron- co acento: —!ldumea, Idumea! Mansión de los chacales, patria de los lobos, tú no eres más que un esqueleto, y sólo presentas a mis hambrientas fauces huesos que devorar; pero yo necesito una tierra dónde el hueso esté unido a lac arne, para aplacar este apetito que me consume. !Jerusalén, Jerusalén! Tú eres el plato que ambiciono en el fes tín de mis sueños...yo seré tu rey y tú, mi esclava; sobre tus altivas torres ondeará mi pen- dón de escarlata y oro, tus hi- jos besarán el polvo que levan- te la fimbria de mi regio manto, y tus.doncellas cantarán him- nos de gloria ante las aras de Sión, por tu señor Herodes... Por fin, el desterrado de Idu- msa abandonó una noche su fortaleza, y arriesgando muchc en su atrevida empdesa, pasú a Egipto para captarse la volun- tad de Cleopatra. Herodes había calculado bien confiando sus ambisiosas espe- ranzas en la'reina de Egipto, tan célebre por su hermosura como por sus crímenes. Sólo una pantera podía com- prender los instintos de un tigre. Herodes, recomendado por Cleo- patra a Marco Antonio, pasó sin perder tiempo a la orgullosa y degradada ciudad de Roma. El senado, resentido con Antí gono porque había pedido auxi- lios de los Partas, enemigos a- cérrimos de Roma, se puso de parte del ambicioso ludmeo; q llegaba a las puertas del Capi- tolio a implorar protección. El viento de la fortuna comer zó a caer los dorados ensueño: del verdugo de Belén. Antonio apadrinó las ambicio- sas aspiraciones de Herodes, y accediendo a los ruegos de la q' más tarde debía de compartir con él su tálamo nupcial y su sepulcro, ofreció a su recomen- dado la corona tributaria de Je- rusalén. Herodes, al aceptaría se con- virtió en el primer esclavo del Capitolio. : El César romario era desde entonces su señor. ¿Pero qué le importaba cuan- do iba a sentarse sobre un tro- no, cuando sus sienes iban a co ronarse con el verde laurel que entretejía el senado para sus favoritos? Activo en demasía y anhelan- do el momento de su elevación al trono, levantó tropas sin pér- dida de tiempo, juntó con su oro legiones de mercenarios en la ciudad del Tíber, y acatando las lórdenes irrevocables de Antonio, dió el mando de sus tropas a Verutidio, favorito del César. Hechos los aprestos militares y hambrientos de venganza, sa- lió con sus soldados de la corte de Roma, 'y se encaminó a mar- chas forzadas a Jerusalén. Antígono, avisado por un ami go de los prepartivos de Herodes y el favor que le dispensaba el César, aprestó su gente y se dis- puso a castigar la osadía de sus enemigos desde las altas mura- llas de la ciudad santa que de- bía maldecir más tarde el Már- tir del Calvario. Herodes atacó con firmeza a- quellos baluartes de piedra y acero que se colocaban ante él como un obstáculo como na valla a su ambición. a sangre corría a torrentes. Jo sé, hermano del sitiador exha- 1ó un último suspiro en uno de los asaltos, Por fin, el cortesano de Cleo- patra, eil adulador del Capito- lio, el esclavo del César, entró en Jerusalén, y el águila roma- na fué colocada sobre el templo de Zorobabel. Tintas sus manos aún con la sangre del feroz deguello, corrió al templo a unirse con la bella y joven princesa. Miles de habitantes perecie- ron bajo el sangriento filo de las espadas parciales. Ni uno solo de los partidarios de Antígono se libró de su furor sobre todo, si tenían bienes que confiscar. Roma pedía oro, y Herodes era esclavo de Roma. Queriendo entonces asegurar la corona sobre sus sienes repu- dió asu mujer y se casó con Ma riamna, nieta del Aristóbulo rey de Judea y prisionero en Roma, a donde fué llevado por Pompeyo su vencedor. Los jerosolimitanos enjugaron por una orden de su nuevo se- for las lágrimas que enrojecían sus ojos, y se vieron precisados a cantar y danzar en las fiestas reales que celebró el tirano. Un rostro afligido era una sentencia de muerte. Una lágrima d>:ramaa,c Cos- tata une cabeza. e Maquin+a,. astuto y receloso, para su ny: 3.:3uridad conry - dió la lta “:¿n a. de sumo sa- cerdote a A.1s'ctulo, su cuñado, a pesar de sus pr<c: años. Aquel joven gallardo y queri- do de 'os israelitas uyuel des fraciado bijv de! cauitia Je t0- ma, había nacido para ceñir la ¡corona que le usurpara el espo- so de su hermana. El pueblo comenzó a demos- trar el amor que por él sentía, y Herodes, celoso de -aquel cariño que él no había sabido inspirar, mandó ahogar a su cuñado en un baño de Jericó, y fingier.io después un dolor hipócrita por su muerte, supo justificarse a los ojos de los fariseos y altos dignatarios de Jerusalén. E: senado de Roma atendió en esta ocasión más a los 1ega- los del asesino que a! a justicia que reclamaba la ino:encia sa- c'ificada. Jamás monarca alguno sobre la tierra derramó tanta sangre inocente, ni dió cabida en su pe cho a tan bajas pasiones, como Herodes el Idumea aquien la historia dió el dictado glorioso de Grande. Fué poderoso, carec:endo de todas las virtudes que honran y engrandecen a los monarcas, Cruel y sangriento, se gozaba en el dolor de sus víctimas. Hizo morir al viejo Hircano, gbuelo de su es, sa, el cual le había sa:vado la vida siendo gobernador de Cajilea. ; Los años y la alta dignidad de Hircano no detuvieron el bra zo de su ingrato asesino. El delito del pobre anciano no era otro que el de sospechar su verdugo que había recibido al- gunos dones del rey de los ára- bes. Su esposa Mariamna, la prin- cesa más bella de su tiempo y que poseía un talento nada co- mún, murió asímismo asesina- da por oráen de su marido, y po co después cupo la misma suer te a Alejandra, madre de la des graciada Mariamna. Temeroso de que su hijo Feli- po vengara a su madre, le dió muerte, sin que la voz de la na- turaleza se levantara para dete nerle desde el fondo de su cora- zón. El pueblo, indignado viendo aquel río de sangre que hacía correr un bárbaro opresor, co- menzó a agitarse como un cam- |po de espigas sacudido por dos ¡vientos encontrados. Herodes, protegido siempre ¡por Roma, cortó aquellas cabe- |28s que se erguían ante su paso desafiendo su poder. Una corona de laural compra- da en el Capitolio con el oro del rico. y la indigencia del pobre, manchaba su frente lena de re- ¡ mordimientos. Porque su vida era un remor- dimiento contínuo. Sus intranquilos sueños siem- pre se veían poblados de fan- tasmas aterradores, de visiones horribles que, girando en enfer- nal tropel por su cerebro, le a- margaban sin cesar por una las sangrientas horas de su maldi- ta existencia. Herodes no tenía para oponer- se a la abierta rebelión de su pueblo más que sus sicarios, sus cortesanos y la secta baja, despreciable y reducida por los herodianos, que al recibir de su señor el oro a manos llenas, ha- bían pretendido ejevarie sobre el altar de Sión y adorarle, co- mo a un Dios. Los fariseos, potentes y atre- vidos, le negaban el juramento de fidelidad. Los indómitos “Esenios' se- guían el ejemplo de los fariseos Los jóvenes entusiastas, los valientes discípulos de los doc- tores de la ley de Moisés, llenos de noble indignación, conspira- ¡ban desafiando a la muerte, en mitad del día, soñando siempre en el dichoso momento de la venganza, en el venturoso ins- tante de la libertad. ¡Continuará la semona entrante

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