Subscribers enjoy higher page view limit, downloads, and exclusive features.
Página Cuatro. “EL SOL”, SEMANARIO POPULAR INDEPENDIENTE El Sacrificio Del Hermano Pacifico Pacífico dibujó una risa apa-|mujer; y yo ahora también mej¡1a llorando en los brazos de esa gada y siniestra y lanzó :na mirada de odio tan intensa, que la pobre Isabel cubrió sus 2;*.* con ¡as manos para no volycr.e a ver. —Me d¿ipisteis, Monseñor, q »e os esperara en-Palacio —dijo el pedagogo—; y yo estaba aquí para aguardaros, en la creencia de que me habiáis comprendido —No te entiendo— murmuró Graville, que participaba tam- bién del sentimiento de repul- sión que solía inspirar aque. hombre. El silencio era tan profundo en el salón, que es habría oído volar una inosca. La palidez li- vida del pedagogo se había co- municado a todos los vasallos de Armagnac presentes, hasta el mismo Guillermo de Soles re quería con su crispada mano el plomo de la daga que le pendía del cinto; y er cuanto a los sol- dados y aventureros que habían invadido el castillo, miraban y escuchaban con viva atención sin acordarse por entonces del saqueo y de la orgía que se lez hábía prometido. Sólo Vicencio Tarchino, el ita liano, seguia el curso de loz su cesos fríamente ob:ervándolos con la curiosidad propia de un espectador aficionado a esta clase de escenas, —No me comprendéis —repi- tió Pacífico, cuya voz se 1 ahoga ba dentro de la garganta como el rugido de una hiena— y......, sin embargo, decís que queréis vengaros Monseñor... queréis vengaros en toda regla, ¿no es verdad? Pues bien, escuchad- me; yo hr: pasado aquí un cruel martirio, mien'-as cue todos ns demás eran felices. Ellog dor- mian sobre mullidas plumas cu biertas de terciopelo, y yo: recli- 'naba mi cabeza sobre una pie- dra desnuda. Aun era esto de- masiado para mí, al decir del padre de ese niño que está aho fico con los labios bañados en R río— añadió dejando oír una lúgibre carcajada —!Si supie- rais cuántas veces he llorado 'con lágrimas de sangre, en tan to que ellos reían! El paúre de este niño era un pcderoso mag- nate; yo un montón de polvo, q' no se atrevía si a quejarse. ¿Sa beis por qué me llamaban el hermano Pacííco? Porque me pegaban, p:s4 2 r - insultaban perque me aplastaban bajo sus pies, y porque yo me dejaba pe gar en silenecio, devoraba los insultos sin replicar una pala- brá y ni siquiera intentaba mor der Ja planta que me pisaba... ¿Sabéis por qué? Porque cuan- lla derecha, presentaba luego la izquierda con toda humildad Hermano Pacífico, entendedlo bien. Monseñor, es tanto como decir: el miserable oprimido q” se arrastra, que bebe la afrenta como la esponja bebe al agua espuma —; !a los dos: hijo y madre! —Monseñor— añadió el italia no dirigiéndose a Graville —, ves sois un caballero y no cono ceis más venganza que la de la espada.....y eso no es vengarse! Como Graville no replicara, Pacífico le asió del hombro con una de sus descarnadas manos mientras que levantaba la otra hasta tocar con un dedo armado de una uña descomunal la an- tigua herida que marcaba la frente del noble caballero. Graville sujetó al pedagogo por los cabellos, y casi al mis- mo tiempo el italiano se acercó.! do me abofeteaban en la meji-*hasta tocar la” espalda de su l dueño para decirle: ¡ —Monseñor, eso es un tigre; dejad que haga lo que qui>ra; los va a devorar... —'!Señores!— dijo en alta voz ¡Graville, sacudiendo la cabeza, como si tratara de desechar una dc la vida penetrar en él a quienquiera que sea. vin LA AGONIA Seguía brillando en el inte- rior de la gran sala ducal la más prodiga magnificencia, re- alzada por el brillo de mil luces los pr3c'oscs detalles de aque- pecho del pedagogo. Al oírlo la rodillas delante de ella; un o + Viernes 21 de Abril de 1950. La duquesa hizo un ademán ¡duquesa , instintivamente estre|hombre a quien apenas pdía re- de arrodillarse d+'ynte de él, pe chó a su hijo sobre su corazón, conocer a causa de la extraña ro éste la detuvo, cubriéndose | y el niño Juan de Armagnac se | mudanza que en él se había o-¡la frente de rubor. *guia mirando a Paíico con un terror creciente, forcwjeando jur or: tarse en el regazo de «u ma dr. E pedagogo se di. 'ut* a la lla rica arquitectura gótica, los|r»erta por dond» habían sa'jlo delicados relieves, los brocados,|t nux, y aplicó el oído a la puer los destellos que despedías lon':a; los pasos iban perdiéndose objetos allí contenidos, al res- ¡ya en el fond. del corredor, y impura; es tanto como decir: ellidea fija y obstinada—, la me- maldito que al verse torturado aún de las gracias, o el buton que disimula sus lágrimas es- condiéadose ¡detrás de una 2o- barde sonrisa. Yo, Monseñor, he soportada '” + eso con ta espe- ¡ha sonado ya. 'He aquí al her- de su verdugo! Al decir estas palabras irguió se por completo; sus cabellos se agitaban en derredor de su fren te; un movimiento de horror conmovió a todos los circunstan tes. La duquesa Isabel, consterna- da, soltó a su hijo exhalando un grito de agonía. Olivier de Graville apartó los ojuz de aquella escena, y se oyó sa está ya servida; os he prome tido un. buen festín. !Seguidme, pues! Esto dicho. se dirigió a la uer ta y salió del + .lón sin air: -e-- se a mirar, por Última vez, ¿. la ranza Je que sonaria la hr:a Y" ¡ duquesa. —!Ya los tienes! —dijo el ita- mano Pacífico! !'He aquí al hijo lian oa Pocífico—. !Afila tus dientes lobo! El pedagogo hizo a manera de una reverencia y lanzó un grito de alegría salvaje. —Que todo mundo salga de este saylón —añadió Tarchino, empujando hacia afuera a los vasallos de Armagnac —, y Ccié- rrense luego todas las puertas. Tarchino fué el último en ale jarse, no sin detenerse al llegar ¡a Ja puerta, para dirigir a Pací- a Tarchino que decía- sonriendo fico vna señal de ánimo y valor plandor de las arañas y cande- todo aquel conjunto admirable ble señor duque de Nemours. Parecía todo aquello destina- do tuario de una familia ilustre; esparcidos con encantadora sen cillez los caballos de madera, juguetes des ni* debía »2" r:f3 adelante señor del país de Armapnac, duque +de Nemours, conde de la Mar- che, y par del rey de Francia. Una vez he visto yo un trca- do de baile adornando la fien- te de una moribunda; lo3 bri- ¡llantes despedtinm ravos de luz al lado de unos ojos que se ap: |gaban por momentos; las rosas sonreían juntó a aquella frente mnasiña que iba ya a declinar para “siempre con el postrer des mayo. El mismo efecto producía la gran sala del palacio de la Mar che cuando la abadonaron los vencedores, deiendo solos en éjla al verdugo y sus víctimas. La duquesa había seguido con una mirada indescriptible la saluida de toda aquella ma- sa de gente que poco antes !le- naba el salón; aquélios cru. e- nemigos pero no savones: fué contándolos uno a uno a raedi- da que cruzaban la puerta, y cada vez que desaparecía uno de ellos, Isabel sentía caer so- bre su corazón un nuevo peso. Pacífico miraba tambjen có- mo iban saliendo los soidados de Gravil e y los vasa!.rs de Armagnac; sus miradas pasa- ban de la puerta al tron) con un aire de impaciencia tan mar empezaban a oirse las exclama labros profusamente iluminados | ciones de júbilo de los comernsa les, entusiasmados z la vista ae debía festejar la lelgada del no|l:. opipara mesa preparada en el salén de los festines, Pacífico se dirigió luego a las a saborear la dicha más cum |Ventanas, asomándose sucesiva- plida; su aspecto era el del san- | mente a todas, como si quisiera reconocer algo a través de las en un ángulo del salón estaban |espesas tinieblas de la nocne. Terminadas estas operaciones acercóse a la duquesa, la cual, las armas fingidas v les demás [al verle llegar, encomendó a 0.2111) que | Dios su alma. Cada uno de sus pasos repercutía en el corazón de la víctima. Isabel le veía ahora tirano, después de haber sido esclavo siempre; creíale transfigurado por la rabia y em hriagado por un triunfo que tan to se había hecho esperar. Los pasos de Pacífico fué o- alyéndolos cada vez más cerca, y 'cuando Isabel dejó, por fin, de oirlos, experimentó aquella su- perado. Este hombre no era la criatu- ra por antonomasia, ni el pobre cordero, como le llamaba la A- mapola, ni el tigre que rugía poco ha en medio de la sala afi lando sus uñas. Era un rostro dulce, en el que brillaban un candor angelical y una sublime expresión, hija de los más no- bles sentimientos. A los quince» años entró el po bre Pacífico en ej convento de Mirande, a los ve:nte se casó con Mparión la pastora, y en la actualidad no tenía más que veintisiete. Los que veían acocsado por la miseria no sabía a punto fijo si era un joven o un viejo; a esos seres no se les conoce la edad; el desprecio y el ridículo caen con tanta dureza sobre su fren- te, que acaban lor encorvarse como si se doblegaran bajo el peso de los años. Pero Pacífico era un joven, y la siblime adhesión que =xalta- ba su alma bella, creaba en su —Ha legado el momento de "separarnos señora— continuó diciendo—, Mi primo, el soldado Ripail, tiene dos caballos ensi- llados en la poterna que da ba- jo las murallas de París. tada en uno de ellos con vues- tro hijo , ganaréis pronto la a- badía de San Germán, que tie- ne el derecho de asilo. —Y vos, generoso amigo, ¿no venís con nosotros? —dijo la duquesa. —Yo me quedo aqu: para pro teger vuestra fuga. Si por casua lidad escapo con vida de las ma nos de Olivier, iré a encontraros señora, y en vuestra desgracia y ruina os quedara un servidor. La duquesa trató aún de in- sistir,; pero Pacífico, con respe- tuosa firmeza, la corauvjo hasta la puerta sec.““ta que se oculta- ba detrás del trono y la obligó a Entrar en el corredcr. Isabel le tendió la mero y él la tocó ón sus labios. luezo que hubo pasado, cerró la puerta Pacífico y s2 colocó en pie delante de Mon- Gerredor una verdadera aureolayella. Había echado hacia atrás sus: -—Todavía tengo tiempo cabellos para realizarse, para que pudiera recordar el horror prema congoja que debe ago- ¡de la precedente escena; sus o- biar al desve+turado que siente|jos se habían vuelto dulces co- sobre su caowz1 la cuchilla ho-|mo los de un niño; en sus la- micida. El verdig> que así prolonga la agonía de la víctima, es més que un ver lug .: es un demonio En el vas) presente la cuchi- lla no aca) :b. de caer, e Isabei veía prolan. 1 «e la tortura de una espan.. '1 agonía. Le parecía estar viendo ergui da sobre su cabeza la del escla vo rabioso, creía adivinarsu fe roz sonrisa., y el gesto de sus manos convulsas aprestándose para martirizarla. Y la infeliz se encogia úelan- te de aquel menstruo, se reple- gaba Sobre sí misma y pedía a la teria que se ¿e tragara de una vez. Así transcurri3 tedo un minu- to, o mejor, un sigle entero, dy mute el cual la duquesa sufrió un Crior de cien muertes, Sin la murmuró. —Luego, de improvi- quitar de su fisonomía todo lo |so, llevó sus manos a la frente, exclamando: —'Mis hijos! 'Mis dos hijos! !Ni siquiera le he dicho que cui dara de ellos si yo muero !!Per- bios vagaba una sonrisa de su- donadme, María y ruega por su misión, de bondad y de ternura, [suerte a Dios, porque esos pobre La duquesa llevó sus manos ? |citos no tienen ya padre! los ojos coma para cerciorarse de ia veracidad de su testimo- nic. Una lágrima asomó enton- ces en los párpados del herma- no Pocífico. —Soy yo, mi noble señora, yc mismo— murmuró sóonriendo y sollozando — Perdonadme el miedo que os he inspirado: ha sido sólo para engañarles... Isabel vilvió a recobrar poco a poco el conocimiento, no por las palabras que iba escu chando como por el aspecto Je Un remordimiento punzante le desgarraba el corazón, E Los clamores de la orgía cesa Ton por un momento; después oyóse el ruido de muchos pasos tumultosos en el corredor que eunducía a la sala de los festi- nese, Pacífico volvió a palidecer y sus dientes chocaron entre sí. —'Señor, Dios mío,— dijo con voz alterada mientras gruesas tantc | gotas de sudor frío inundaban . su frente—, tened piedad de mi! He cumplido con mi deber, pero aquel semblante," que reflejabalja muerte me arreda. !Oh, si me un corazón inr:cnso y saturado de noble adhesión. —¿Será preciso, santo Dios, creer lo que estcy viendo? — hubierais dotado de un corazón ivaleroso! Las puertas del salón se abrie ror. estrepitosamente, y los ven- murmuró la Juquesa. cedores embriagados, entraron con frialdad. Estaba ya cerada la puerta, y cado como si sintiera Q'12 Se-re- | uresercia de su hij: que la lla tardara us minuto Ja hora de lnlaara y la vida. Isabel n:5 ha- Pacífico se inclinó delante delen él en confuso pelotón y alga- ella y le besó la mano cor todo |rabía. Pacífico estaba detrás del —¿Pretendes tú ahora que te podía, sin embargo, oírse aún entreguen las víctimas? su voz de tenor que decía: |. —1Sí, a los dos! —gritó Pací-' tro del salón, prohibo bajo pena venganza Tan luego como Tarchino hu- ¿salió un profundo suspiro del 1.0 podido sufrir aqueila hor:1 ble emoción y hubiera caído —Oigase lo que se oyere den- bo cerrado tras de sí la puerta, lexánime sobre el mármol del pavimento. Pero ¿qué había hecho a aquel tigre para que se cebara tan re.peto, dicienda con hermosa sencillez: —Monseñor el duque nabía olvidado a vez» para comnigo la ¿aridad cristiana: y, sin em bargo, señora, bs juro por la sal trono. Temblaba y apenas podía * tenerse en pie. El primero que le vió fué Graville, que le pre- guntó alegremente: —Y bien, ¿qué hiciste de ellos La penetrante mirada del ita YOUR VALLEY BANK DEPOSITS PROVIDE A RESERVOIR OF CREDIT pi cr.almente en su venganza? Isabel creyó oír un:1 voz, que partía, no de encmia de su ca- beza, como esperaba, sino de de lante de ella, o mejor de sus pies. Este rumor le hizo estreme cerse hasta en lo más recóndito de su ser, pues lo conside:5 «c- mo el prólogo de un dilatado suplicio. Y, sin embargo, esa voz no ¡vación de mi alma que habría |liano había ya registrado toda sacrificado mi vida por A>*erder|la sala, y gritaba: : ¡le. ¿Qué no haré, pues, por vos,| _—'Maledizione!, el «miserable :que no me habéis dirigido nun|nos ha engañado. !Monten a ca ca más que palabras de consue|abllo en seguida y persíganles! :lo y dulzura; 'por vos, que ha- | A] mismo tiempo tirózde la ¡béis sido mi providencia y mi espada y se arrojó sobre Pacífi- SS por vos, que sois aquílco. Veinte espadas más brilla- en la tierra lo que la Virgen Ma ban también fuera de la vaina; leía es en el Cielo: la fuerza de ,y el pobre pedagogo, que había ¡los débiles y la alegría de los q”¡hecho de sus manos una panta- FOR YOU AND YOUR COMMUNITY What water is to agriculture, the flow rf bank credit is_to business. The more bank credit that is available, the more business prospers. If you work for, sell to or buy from Arizona businessmen, your own prosperity depends upon their prosperity. The dollars you deposit in the Valley Bank do not lie idle. They are put to work in sound productive loans, building and developing Arizona business. At the present time we are lending approximately $20,000,000 a month, over $200,000,000 a year, to Arizona producers and consumers, You are cordially invited to open an account at the Valley National Bank, where your dollars are put to work for a greater, more prosperous Arizona. VALLEY NATIONAL BANIK MEMBER FEDERAL DEPOSIT INSURANCE CORPORATION SERVING ALL ARIZONA THROUGH 29 FRIENDLY, CONVENIENT OFFICES. ELP BU ILD ARIZONA era la voz que había terminado |padecen; por vos y por ese po- y esperado, sino la misma que bre noble niño a quien yo he ordinariamente solía emplear el pobre hombre, voz humilde y suplicante, tantas veces oída por la duquesa y que tan a me nudo había excitado su genero sa compasión. Decía aquella voz: —Miradme, señor, y tened con- fianza en Dios, Isabel no acertaba a compren der el sentido de estas palabras que llegaron a sus oídos como un rumor vago y confuso. En el grado de estupor y sufrimiento en que se hallaba, no podía comprender más que palabras amenazadoras y ultrajantes. El vino producía ya su efcc- to entre ¿os invasores, y hasta el gran salón llegaba el estrépi- ; to de frecuentes carcajadas y 'visto nacer? La duquesa se había incorpo- rado, tomó al pequeño Juan en- tre sus brazos y le dijo con ge- reroso entusiasma, indicándole al preceptor: --'Hijo mío!, 'hijo mío! !Mira ante tu presencia a un hombre noble y. santo! !Abrázale en es- ta hora suprema, ámale siem- pre y rsepétalo toda la vida Juan de Armagnac, que tem- tiand había ab:er"") los ojos, se se,.rió tendiend> los brazos al hermano Pacífico. Este le estre- lcnó contra su corazón, llorando de ternura. Los gritos de la sala del fes- tín ibn en aumento - invadían ya todo el castillo. Pacífico pare ció que despertaba de un sueño los ecos de mil bláquicas cancio,v devolvió el niño a la d ¡esa nes. Pacífico miró hacia la puer ta y su voz tomó un acento de indefinible inquietud cuando repetía: z —Señora, mi noble señora, os ruego que me miréis y tengáis confianza en Dios. La primera idea que se le ocu rrió a la duquesa fué la de que había pasado los umbrales de go que aún sufría mucho, adqui la otra vida; pero como vió lue- rió la certeza de que estaba to- davía en este miserable mundo. Y dijo para sí: —Ay Dios mío! o estoy soñan do o me vuelvo loca. —Señora, señora, —repitió por tercera vez Pacífico—, el tiem- po apremia y dispongo solamen te de algunos minutos para sal varos. Esta vez la duquesa abrió los ojos, no precisamente porque tuviera conciencia de lo que a- cababa de decirle el hermano Pacífico, sino porque, extenua- da de su lucha contra un sueño o una locura, prefirió entregar se a flogs vencida y desarmada. Y lo que vió acabó de confir- marla en la idea de que era ju- guete de un sueño. —Ez3 recesario h:iir, señora— Aiju con acento breve e imperio so, que ¡a duquesa no había oí- a nunca en aque:!:z labios- Han ll gedo para . >. los días de fatiga y de desgra:.a. !Ple- gue a Dios ayudaros como me- receis en tan terrible prueha! Heos aquí viuda y guardadora de la sangre de Armagnac. Ani maos, señora, Y procurad hace- ros digna de la gran misión que os está encomendada...En vues- tra vida de contrariedades y vi- cisitudes, que las pasaréis en abundancia, Dios consentirá, a- caso, que Os separen del lado de vuestro hijo... Acercóse más a la duquesa, que le oía fascinada, y prosi- guió bajando la voz: —Acordaos, si este caso llega, señora, de que mi' joven señor lleva grabado en el pecho, en- cima del corazón, el escudo de Armagnac. —¿Encima del corázón? —re- pitió Isabel—. Y era por eso.... —Sí, es por eso— interrumpió Pcífico dulcemente— por lo que el traidor Guillermo de Soles me pegó la otra tarde hasta ha- cer brotar sangre de mis espal- Un hombre estaba hincado de* das. lla para no ver relucir aque''os amenazadores aceros, tuvo, sin embargo, fuerza suficiente para exclamar en su interior: —!Ah! Les llevan mucha de- lantera, y la abadía de San Ger mán no está lejos. —'!De rodillas! — le dijo con voz de trueno Tarchino. Pacífico obedeció; arzodilla- do ya, miró las espadas desnu- das, y se vió dibujarse en sus lakiós una sonrisa de grata ser presa: —!Yo creía que habría tem- blado más para morir! — mur- muró., Luego cruzó los brazos sobre /Su pecho, y dijo en voz alta: —'Dios mío! Os ruego que pro tejais a mi señora y a su peque fio hijo. Mi último pensamiento es para los míos q' dejo a vues- tro cuidado. Y yo os encomien- do mi alma. FIN Enormes. depósitos de uranio en el Etdo. de Colorado DENVER, COLORADO — Los más grandes depósitos de Ura- nív conocidos hasta ahora en el mundo se encuentran al sur de la ciudad de Gran Junction, Co- lorado, según el informe rendi- do por el Gobierno del Estado a.la Oficina de Tierras de los Est«dos Unidos. El mencionado informa hace notar que unas 1.500 están dedi cacas actualmente a la produc- ción de mineral de uranio en ia citada región, y que en el pago de salarios solamente se están invirtiendo todos los años unos 700 mil dólares. El Gobierno del Estado reclara, la más pronta construcción de los proyectos de riego y producción de energía hidroeléctrica en la zona de Coll bran. —————.