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Quizá fuera así. Por lo menos así lo pensaron los pocos que lo comentaron. Nadie se ocupó de este cambio en el matrimonio, Mercedes, entraba y salía con sus amistades; visitaba con Me dina o con Norton Brige o con otro cualquiera'todo lo que ha. bía en Roma digno de visitarse —que es mucho— y asistía al caer de la tarde a las reuniones de la gente del gran mundo, escoltada siempre por uno de sus amigos, generalmente por Medina. Y no sabía qué era lo que más ofendía: si la asidua corte que su marido rendía a mistress Graham o la indiferen cia conque miraba la que a e- lla la hacían otros hombres. Si no hubiera sido por el temor a ponerse en ridículo y y darle a su suegra la razón —!címo de cordaba lo que le dijo el día de su boda a propósito de las esce nas de celos! — hubiera arma do a Rafaél María una muy gorda; pero el instinto que a » compaña siempre a toda mujer enamorada la avisó diciéndole que el ridículo el más: gran dc enemigo del aomr y que ra» ra vez perdona un hombre que se le ponga en él. Así iban transcurriendo los dias sin que a Mercedes, en su desospero, sesle ocurriese alzar! la ojos hacia Dios y huscar el consuelo y los consejos de un director espiritual que con su experiencia hubziese podido guiarla, en el absoiuto abando no er que se encontraba: ri madre ni hermana, n, una ami ga de confianza en quien des. cansar su pena ni a quien pedir ura orientación. . RX £ zUna tarde, salió con Norton Bridge. Hacía mucho tiempo q' estaba deseando repetir su visi ta a la Villa Pamphili Doria. Recordaba vagamente que sus . jardines eran una maravilla . Hubiese querido ir sola, sentar. se bajo un laurel y meterse en la intimidad de sus morada in interiores. en la quietud de hon da meditacion, comulgando así con la naturaleza; pero com- prendió que no lo sería pósible desprenderse de Norton Bridge sin descortesía y se resolvió lle varle al lado. Su conversación amena y ilgera —era simpático el agregado naval americano — la distraía poco. Iba hundida en sus pensamientos. Mas de pronto, como disparo que ras gara el silencio levantando la alarma, algo se hizo camino en su cerebro y entró hasta su ecrazón abriendo brecha de suspicacias Algo que estaba di- ciendo Norton Bridge. —Parece ser que salen en ccu cero por el Mediterráneo a la semana que viene. Quieren visi. tar Sicilia, Grecia, Malta, Tur quía y Marruecos... ¿No le pa rece a usted que será un cru- cero delicoiso? !Quiín pudiera tomar parte en él! —- suspiró el muchacho. —¿Por qué no solicita usted liczncia? —inquiri5 élla, ya ocrepletamente aesolen su a- tención? ca un infeliz, y no veía —o no quería ver— log manejos que su parienta se te1ia. —¿Y a Jorge Medina, no lo invitan? —No sé. Pero .si va usted... Jorge Medina ez st sombra. . —observó con resquemor el a. gregado.. —Es un excelente amigo = corrigió Mercedes suavemente. XXX Cuando entró a su casa., sea que la noticia la hubiera pues to en un estado de nervios indo mable, sea que s= sintiese en. fezma por cualquizla otiu eau sa, Mercedes se nci% bastante ind spuesta,. Llamó a su don-e lla y la dijo que no recibía a na diz Después-se hizo desnudar y se envolvió rn una: bata de crespón rosa, tendiíndose en un d:vén junto a ia balco .uda q' descubría, tras de las persianas el más hermoso panorama de la Roma, imperial. Tristemen- te se dijo que difícilmente hu biese podido encontrar otroo es -|cenario más magnífico para vi vir su amor que este maravillo so cuadro que tenía ante los o- —La he! pedido; pero no pve de ser. Estamos comenzando” el período de vacaciones y hay mucho personal con licencia, aparte lo de la situación inter nacional, ¿comprende? No pue- do moverme de Roma ¿Y a us. ted no le han dicho nada? ¿A mí? ¿Quién? : —Mistress Graham, mi prima —¿Qué tiene que ver mis. tress Graham en este asunto? Claro está que tiene que ver. El crucero es en su yate. —!Ya! ¿Y quiénes van? —Muy pocos. La condesa Pao Jitti y su marido; las eñora del primer secretario nuestro, dos señoritas más, americanas, que usted no conoce —4Y de hombres? —Los. hermonas uDcei, el ca- pitán Strington, y su marido de usted. Mercedes recibió la estocada sin pestañear. Ya se lo suponía Es más, tenía la convicción de que el crucero se efectuaba pre cisamente en honor de Rafaél Masía. “!Pues como yo puedo ho va”!, díjose en su fuero in- “|terno. Y su sexto sentido la a consejó la necesidad de proce- der con- la mayor prudencia. —¿De veras? !Qué contento se va poner Rafaél María — dijo suavemente. -— Con lo que a él le gusta el mar y lo aficio nado que es a navegar... «—¿Pero usted no va? —Su prima, místress Graham no me ha dicho nada. —La dirá: seguramente la di rá. Me ha parecido oir que le decía al-marques que quería vi sitarla a usted esta noche. —También me agradaría a- compañarles— afadió Mercedes con perfecta naturalidad. - ¿Conque preparando cruceros y todo, y prescindiendo de ella, naturalmente? Porque eso de que lo invitariaa ers sólo una fantasía de Norton Bridge que CA ad o ÓN jos. Estaba anocheciendo. La doncella entró a preguntarle si no bajaría: al comedor y si que ría que la trajese algo. Pidió una simple taza de té caliente. Cuando Marienta entraba con ella, la vió en el diván inmó. vil, pálida, y como muerta. Le tomó el pulso, asustada. Le a tía débil, muy débil. Tenía los labios morados y apenas. un so- plo dev ida se escapaba entre ellos. —Esto ya me lo estaba figu- rando...— se dijo para sí la in teligente muchacha— .No hay | reales, . Un sudor frío brotaba de las sienes de Mercedes. La donce ¡lla, asustada, salió a Tlama ral ama de lavés. Y el ama de la. ves, consternada quiso llamar a Rafaél María, pero !cualquiera sabía por donde andaba a se- 'Ímejantes horas de la tarde! Te lefonearon a la embajada des de donde les contestaron que nada sabían del paradero del agregado. En el domicilio parti cular del embajador, se supo q' estaba con mistress Graham de excursión. Dofñia Crisanta refunfuñó algo entre dientes al colgar el: recep- tor y dispuso por de pronto. que se avisase. !al médico Cuando éste llegó, la marquesa había y de fricciones y estaba toda. vía tendida en su silla larga von más cara. de muerta que de persona viva. Minuciosamen te la reconoció el doctor y orde nó que la levasen a 11 cama, que apagasen la luz y que la dejasen descansar. Nada m,s por el momento, después de ha berla reanimado con una in. yeción de acéite alcanforado. Al día .siguiente, volvería. Sa lió hasta el vestíbulo acompaña do por el ama de llaves, quien, ansiosa, e detuvo en cuanto se ningún hombre que valga dos|. vuelto en sí a fuerza de éeter'¡ the unseen hazards of a fantastic world, must have professional skill and judgment which can be acquired only with years of experience, One mistake might well be fatal! Settling an estate is likewise no job for an amateur. The responsibilities involved are too great to entrust to an untrained, inexperienced Executor, because here, too, mistakes could be fatal to your tamily's financial security. Efficient executorship requires the specialized skill and collec- tive judgment of many men .. . men who are thoroughly familiar with tax laws, real estate values, investments, property management - and probate procedure. 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Estas seño. ras suelen llevar una'vida muy fatigante... —Se lo diré al señor. —Pero no creo que deban us- tedes alarmarse mucho si la vuelve a repetir el síncope, DOTQU8.00.... - Sonrió el doctor un poco mali ciosamente.... —¿Cuánto tiempo llevan ca- sados sus señores? — afiadió. —¿Casados? Pues... unos me ses. Aun no hace el año. La sonrisa del médico se hizo más amplia y hasta adquirió un matiz comprensivo y algo paternal. —SÍ: eso es. Pues bien, seño- ra.: no me sorprendería nada que dentro de algún tiempo tu viese que atender a un lindo muñeco. —!Cómo! ¿Será posible? —Por dep ronto no se puede asegurar nada. Así es que debe usted guardar una prudente re serva, sobre todo con el señor. A los hombres les molesta riu cho que después de hacerse cier tas ilusiones se les malogren. A la señora... se lo diré maña. na. Buenas noches. . Doña Crisanta se quedó per.! leja en medio de. vertibulo. Lo que menos podía esperar era lo que estaba aconteciendo. Si. quiera que fuera paa bien... —¿Qué ha dicho el doctor” le preguntó Marienta tirándols de la mnga; tan abstraída es taba el ama de llaves. —¿Eh? ¿Qué? —!Que me está usted asus- tando doña Crisanta, por lo3 clavos de Cristo! —!Ah! Nc. Nada de particu. lar. Nervios, cansera de la vida que lleva. tan agitada. Segura mente la enviará al campo, a reponerse. —Pues como no vaya con el señor, mal va a ser eso, porque la señora de lo quiene falta es de perder de vista al loro de ia extranjera, pero Jlevándose ¡a ¡su marido detrás YPo sé lo que digo. —A callar, hijita. —No, si ya callo; pero esu es “su SOL” SEMANARIO ruruLAB INDEPENDIENTA Viernes 1 de Julio de 1949. Pero la señora se le cogió al vitado, No es amiga mía; pero:¡se claramente por la sefnra «o .brazo, lagotera.... —Yo querría' verla también. AArugó el entrecejo, Rafaél María, Sentía -la convicción Ge que en nada beneficiaría a su mujer la vista de mistress Gra ham. —Ya ha oido usted que el doctor ha recomendado que la dejen tranquila .. —objetó seca mente. —!Oh!, qué contrariedad. Yo que quería despedirme de ella antes de salir de crucero... La veré a la vuelta. Usted la p:e sentará mis excusas y mis adio. ses. Y no se 'retarde. Ya sabe que la salida será ttempranito, al rayar el'alba zarparemos rumbo a Sicilia. Rafaél María, no contestó. - Ceñludo, subió aprisa la escaie ra y se detuvo en la antecáma- ra de su mujer donde doña Cri santa salió a recibirle. —Ya me lo ha dicho todc Fé Mx — dijo apresurado cortan- do las explicaciones del ama de llaves— ¿Está acostada? - Apartaba a doña Crisanta pa ra entrar, inquieto y ansios; pero el ama de llaves le detuvo interponiéndose entre él y la puerta. —Perdone el señor; pero Fé. ;tá puedes ir. El doctor creo que ha dicho que necesito 'una tem Iporada de campo. Yo me iré donde sea y tú. —Cállate: no digas tonterías. Tú y yo nos iremos a España. —!A España! — murmuró Mercedes con un deslumbra. miento de felicidad. z —Te alegras, verdad? —Claro está que sí. paña! —Mi madre tiene un cortijo soberbio en la sierra de Córdo ba. Vamos a instalarnos allí los dos, a menos que préfieras uno de mis pazos gallegos... —Mejor el cortijo. ¿Pero es de veras? —Mañana raismo hablaré con el embajador... $ Tendióle los brazos, feliz, co- !A Es. mo una niña. a quien se pro, mete un juguete... Rafaél Ma ría la estrechó sobre su pecho diciéndose que, en efecto, Merce des, estaba en un estado de excitación continua con unas alternativas extrañas. Hacía un momento, al entrar, mostrábase huraña, retraida, Ahora, estaba encantadora. Volvió a besarla, ¡carifioso. y la recomendó que. ino se alterase. —Descansa mientras le pon- :lix no ha podido decísselo todo¡£0 os letras a mistress Gra señora está muy delicada de 1 porque él mismo lo ignora. La los nervios. El doctor cree que se fatiga por la vida que !leva u|y dice que habrá que sacarla de Roma y llevársela ai campo, a que rcpose... El cefio de Rafaél María se frunció mucho más de lo que lo estaba. Esto contrariaba to. ¡dos..sus planes paar el verano, porque tenemos que hacerl> jus| ticia de reconocir que ni pr.r un momento pensó en enviar a su mujer al campo y campar él por otros derroteros, máxime estando delicada. No: adonde fuese Mercedes iría él. Lo sen tía por el crucero y por mistress Graham. —Está bien, Crisanta, Déjerne entrar. Quiero verla. Apartó al ama de llaves y en- tró. El balcón estaba abierto a la brisa del anochecer; lás corti nas de encaje flameaban como Pero, sin embargo, Rafaél ham, excusando mi ausencia. Ahora vuelvo. x xx —Querida. De su semisueño despertó al eco de esta voz amada..; y sus ojos le envolvieron en una mi rada henchida de amor. —¿Ya escribiste? —Sí. Quisiera que leyeras a ver qué te parec. No quisiera pecar de descortés con mistress Graham. Es parienta de Norton Bridge y está muy bien caída en la embajada de su país. Conveniencias de carrera, ¿com prendes? Estas relaciones sue= len ser de mucha utilidad y pre cisamente llevo entre manos ¡cierta comisión del embajador ¡prana para la que está resul. tando de grandísimo prove”ho esta señora. Mercedes no creyó una pala. bra de toda esta explicación; Ma. gallardetes, dejando ver, al a.'ría decía la verdad. Así, leyó la partarse, el paisaje de ensueño Cortés pero escueta misiva bañado por la luz de la luna que salía en el lleno. Se acercó a la cama donde Mercedes esta ba en los nervios en tensión, Le suponía contrariado por tener | Y: se la devolvió satisfecha. —Está impecable. Como tú— dijo, sonriendo. —¿Qué importaba que fuese verdad un pretexto? El hecho que dejar su crucero o quizá fue'era que por esta vez ella nu se se de todas maneras con su amiga y la enviase a ella a con sumirse en cualquier rincón como yo se Jo digo a usté, !Si no la cogía :te la cresta y la re. torcía el cuello como a una ga. Mina. —Tú hasta visto poco mundo. —Lo bastante para darme cuenta de que todos los hom. | bres son unos frescos. ¿Qué le para arrastrarlo! —Bueno; a echarte un canda do y a cuidar a la señora. —Ya voy, dcña Crisanta. Es que me desahogo. Un desahogo siempre es beno... y yo algu. nas vecesc, cuando veo cie tas cosas.. reventaría como una chicharra. Dofñia Cri anta, no respondió. -|Abundaba .en los mismos sen'' mientos. Por algo era mujer A las siete y media, sobre po co más o menos, llegó Rafaél María acompañado de la ameri cana, sonriente, pletórica, llena dle una alegría que en aquella casa resultaba un insulto. —M:rala— se dijo doña Cr!. santa— No sólo se ha hecho con el marido de otra sino que ¡todavía viene a restregárselo por las narices. —¿La señora marquesa, está en casa? — preguntó Rafaél ¡María al criado que le tomaba el sombrero y los guantes. —La señora marquesa, señor, está enferma — dijo gravemen te, con una entonación que en- volvía censura acercándose des de la biblioteca, el mayordomo —¿Enferma...? — y en la voz de Rafaél María había más ex trafñieza que alarma. ¿Mercedes Enferma? Le parecía incr>íble. Si tenía una salud a prueba de bomba! —Su doncella la encontró sin sentido en su cuarto y hemos tenido que llamar al doctor. Rafaél María se puso repenti. namente serio y, ahora, sí una ansiedad se dibujó en sus ojos. —¿Y qué ha dicho el doctor? —Por de pronto, que la dejen tranquila. Volverá mañana. La puso una inyección de alcanto rado.... El ama de llaves, que es taba presnte, podrá informar mejor que yo -al señor. Volvióse, Rafaél María, hacia mistress Graham, tendiéndo la mano en despedida. —Discúlpeme: voy a ver a Mercedes. encontrará de mérito a esa ca-| catúa, camos con la mujer que|jos, temerosa de que en ellos le tiene? !'Le digo a usté que hay!yese todo su amargo resenti. pintoresco de litalia. —Hola, querida; ¿qué te ha pasado? — murmuró inclinán dose y besándola carifñosamen- ¡te en la mejilla, como a una niña, sin pasión ni calor de e- namorado. —¿Eres tú? (sin abrir los o- miento).— Pues nada: un ma. reo estúpido. No sé cómo fué. Nunca he tenido sícopes, y ya sabes tú si he pasado por tran ces fuertes en mi vida... —¿Cómo te encuentras aho. ra— insistió él, sentándose al mismo: horde de la cama y pa sando un brazo en torno a los , hómbros de Mercedes. —¿Aqué venían tant:: mues tras de 'na ternura que no sen tía? ¿Para irse mañana con a cacatúa de mistress Graham?— ¿156 Mt: cedes, —Ahora estoy mejor. La cabe zamareada un poco. Nada. No te inquietes por mi. —!Que no me inquiete por ti!: —reprochó él. — ¿Por quién, entonces? —!Bah! Esto no tiene la me-; nor importancia...y sentiría tras tornar tus planes por esta dispo sición estúpida. Algo en la voz de la mucha cha era paiético y solicito Ta cumpasión y aun, la ternura de Rafaél María. Pens.ó que se sentía enferma, que estaba sola en Roma, lejos de su madre y de su hermana entre criados, sin más amparo ni más solici. tud que la de él, su marido. Y que tenía: el deber de aten. derla. —Yo no tengo más planes q' los que convengan a tu salud, querida —declaró con firmeza y valerosidad— !Si ella pudiera crecer que no estava perdiuo! !Que todavía estaba atiempo de re:.lizar la sofiada conquista! —Lo siento, Rafaél María, Po: mi te expones a perder ese crucero por el Mediteráneo en el yate de mistress Graham...— insinuó, —!Bah! Haré otro, en otra ocasión. —Ya no será igual. —Quizá mejor, si tú me a- compañaras. Ahora no podrías. —No: ni aúnque estuviese buena tampoco hubiera ido. Mistress Graham no me ha in.; ¡lo llevaba y que pronto iba a | tener como cómplice: al campo! de España con su sol y sus flores. CAPITULO X Desde lo alto de la cumhte. Mercedes. oteó al paisaje por úitima vez antes de volve: a ba jar por la senda hasta el lugar cende aguardaban los mo.'0s. Rafaél María, la iba señala!” +5 puntos mas ¿rp tantra de «a comarca. Ni él ni ella, per su cz sto, se arrancaba:. al he-*hi. €. esta contem ación bajo el 301 templado par la frescu:a 1 las cumbres. 1 torno, £lo.ecian las: hier bas sérranas con sus corolas di minutas .de coiores tenues, que llenaban !el aire de balsámico perfume. Llegaban hasta ellos los trémuos de una fauta de ca ña tañida pod algún pastor cu yo.rebaño moteaba de blanco las laderas azules y las coplas truncadas de los gañanes en. su tarea de binar los plantiíos de olivos. El paisaje: era ampliv y tenía perspectivas magníficas. Al fín, Rafaél María., ofreció el brazo Mercedes y la recordó q su madre tenía la costumbre de sentarsea la mesa para el al. muerzo a la una en punto, Este rememorar la presencia de su suegra — tan poco cordial en el fondo, aúnque en la -pariencia se desbordase en atenciones— mo complació a Mercedes. Se sa bía odiada o poco menos porr Mría Beltrán y ella la pagaba en la misma moneda. Este ha bía sido el primer contratiempo de su llegada al cortijo de “Lxws Go.erdrinas”. Raf1él María nc crevó nunca que su madre se encontrase en él y a su llegada a Madrid, cuando María Tere. sa se lo dijo, se quedó un ins tante indeciso entre ir o llevar a su madre a cualquier otra, de sus propiedades: pero Mer-edes corn muy buen sentido, hízole notar que esto podría disgustar co: motivo a la marques: 110 da, porque desde Roma, Ral» ¿l Mería, había escrito al ad::inis trucor diciéndole que pusi-1a la casa en condic:mes para te. sidir en ella una temporada. pues pensaban ir él y su espo sr. Estando ya la marquesa en “Las Golondrinas” debió ente. rarse en seguida por el adminis trador de la próxima llegada de su hijo y de la nuera; y de- sistir, así, de repente y sin nin ma un deseo de 20 convivir con ella : El recibimiento que la mar quesa hizo a su nuera fué. co» rrecto. Nadie hubiera podido decir que la señora no aprecia ba a la mujer de su hijo, todo lo que ella era capaz de apre. ciar a una persona, pueh era María Beltrán una de esas mu jeres de pocas patubras y expre sión limitada, que Caban la im presión de ser secos de corazón. Su cuñada, la duquesa de Caba nes, solía gene ql al hablar de ella: —¿Quién? ¿María Beltrán? IMas enjuta que un" palo! La, estancia' en el campj ha. bía hecho revivir a Mercedes, Saltábale el color —delictoso color— de las mejillas y eran ro jos los labios sin ayuda de reto ques de tocador. Sus ojos tenían una hondura húmeda donde Ra faél María pércibia a asombro no sabemos que recóndita luz de ternura, como un abismo insondable y misterioso... ¿Qué había en el fondo de estos ojos espejos de un alma? ¿Y qué ha bía en esa alma desconocida de Mercedes Sandoval? Mercedes le parecia u Rafaél María desde que estaban en “Las* Golondrinas” una mujerci ta diferentes a la que se casó con él cierta mañana de invier no. El misterio estaba bien guar dado en la cárcel de un corazón leno de amor; pero aunque ella deseaba descubrirlo, espe- raba a que él hubiese ganad> el derecho de ser feliz conocién dolo. Y no se trataba —comu po drá acaso creer el lector— de aquel “secreto de su amor, que ya había pasado a segundo tér mino ante acontecimientos de más importancia, sino del dulce secreto que iba a atarles con el lazo de la paternidad común. Mercedes había sabido por el doctor las probabilidades que existían y estas probabilidados se habían convertido en certi . dumbres al correr los dias. te en esta mafiaana de sol ¿Cuando se lo diría a Rafaél María? ¿Cómo ? .Quizá en la cumbre del monte en 'esta ma. fiana: de sol hubiera sido un momento y un sitio oportunos; pero llegado el instante, una timidez llena de cortedad le ce rró la boca y pensó que mejor sería por la, noche antes de irse a dormir; cuando solos los dos tenían un rato de tertulia en la lintimidad de aquela sola que lunía sus habitaciones. Mejor, Isi: a la noche hablaría. Bajaron la pendiente con las bridas enrolladas al brazo, se guidos por los perros y los mo zos que les habían acompañal do. Y dieron vista al cortijo al filo de las doce y media. Ya desde lejos, le pareció a Rafaél Mafía que ocurría algo anormal en la explanada delantera de la casa. ¿Automoviles? ¿Gen. te.....? —Parece «que ha llegado al. guien... — dijo a Mercedes, se- fialando el cortijo — !Qué fas. tidio! —¿No te alegras? —Estábamos bien solos, nana —A: lo mejor, es gente del pueblo que ha subido a visitar a tu madre. O María Teresa q' ha llegado. —María Teresa hubiesa pues- to un telegrama. No le gustan las sorpresas. La sorpresa que habían de ,|llevar los esposos, tenía que ser enorm> y el disgusto de Mercedes de los que forman época. Tan pronto la marquesa les sintió llegar, salió a recibir les al alegre patrio leno de ma cetas y enguirnaldado de vides silvestres y campanillas azules —Arriba tenéis una visita, hijos. “¿Nosotros? —Sí; una señora muy estram bótica, que habla en inglés y dice que es muy amiga vuestra de Roma. Bañándose está. —¿Amiga nuestra? íY habla en inglés? — preguntó Rafaél María, descuajado. —Me parece que me ha dicho que es de Chicago. Va pintada que asusta. Y por lo visto viene de temporada porque ha traído unas cuantas maletas, la donce la y un perro feísimo. —Por el retrato es mistress Graham y yo no sé lo que me hablo — dijo con ironía Merce. des. Rafaél María, ahogó apenas una interjección y su madre le oyó rezongar furioso: —!Qué fresca! Nadie la ha invitado! gún motivo, podría interpretar¡Continuará la semana entrante