El Sol Newspaper, August 20, 1948, Page 4

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—— o e PF a LA HUERFANA; SEMANARIO POPT”"_.R INDEPENDIENTE De La Juderia Detrás del palacio adquirido por el barón Armando extendía- se un vasto jardin, en cuyo mu- ro del fondo, que se elevaba frio y triste sobre la tranquila calle, habia una puertecita secreta de la cual solo el baron poseía la lave. La noche era hermosa, pero muy fria; podian ser las doce cuando una sombra negra se deslizó sin rumor a traves de las alamedas del jardin y fue a de- tenerse junto a la tapia. La puertecita habia sido abier ta, La sombra se detuvo un se- gundo sobre el umbral para 'es- cudriñar las tinieblas de la ca- Jle. Después la puerta se cerró tras ella, y con un ligero y re- pentina salto la sombra se en- contró al otro lado de la acera. Era un hombre pobremente vestido y que parecia desfigura- do, con una cabellera desgreña- da que le bajaba hasta los ojos y que el sombrero andrajoso no le bastaba a cubrir, con una bar ba gris, inculta, y un grueso bas tón en la mano. Parecia un viejo poralosero y borracho, porque caminaba a saltos, describiendo caprichosos giros, balbuciendo entre si, lan. zando gruñidos de ira, fumando en una pipa tosca y corta que despedia un olor nauseabundo, y no cuidándose el frio, tanto que por los extremos de las man gas se descubria el brazo des- nudo, amoratado, musculoso. El pordiosero recirrió la calle Ricasoli, dió la vuelta a la ca- tedral, siguiendo el camino más tortuoso y evitando a los rarisi- mos transseuntes, sin pasar ja- más por debajo de ningun farol: y continuando siempre con su barboteo. Habia llegado ya al Arco de las Pécoras, cuan dootro ser an- drajoso y sudio le interceptó el paso. —;¡Hola! compadre; tendrias que pagar meun vaso de aguar- diente,— dijo tratando de dete- ner al borracho. Este pareció no entenderle. Si... era bueno— barboteaba —<uiero más, dejádme. - —No te dejo si no partes con- migo lo que levas en los bolsi- llos. No me rompas... no llevo nada Y seguia tambaleándose. Está borracho perdido —gruño el otro,—puedo arriesgarme. E intentó registrarle los bolsi. llos con una destreza que demos traba una larga práctica en el oficoi; pero apenas habia puesto la mano en el interior del estro- peado gabán del perdiosero, cuando éste lo aferró por el pe- cho con una mano, que parecia de bronce... y lo echó a rodar a diez pasos de distancia. Aquel no lanzó un grito, se levantó limpiándose la parte ba ja de la espalda, y volvió al lado del borracho. —¡Por Dios! ¡qué fuerza! —ex clamó con sincera admiración, — compadre, te doy mi enhorabue- NA... El borracho habai enderezado su cuerpo encogido y se mostra- ba en toda su estatura. —Conmigo no se juega— dijo friamente,— mucho menos tú, Hormiga. El otro dió un salto atrás. —¿Me conoces compadre? Conozco a todos los peores sujetos de la Juderia —contestó ed pordiosero, cuya borrachera se habia desvanecido. Hormiga se quitó de la cabeza su sombrero mugriento, estro. peado, y se rascó fuertemente. Una sonrisa de compasión aso mó en los labios del desconocido —¿Quizás no me crees, Hor- miga? Pues bien, acuérdate del burdel del Limonar, de aquella herida de cuchillo. —;¡Chito! ¡calla! —. balbuceó Hormiga con acento adespavori- do. —Debes ser el diablo para saber eso. Pues bien, si tiene ne cesidad de mi, mándame... te obedeceré como esclavo; pero ni una palabra de cuanto me ata. fie, como tampoco yo te pregun- to tus secretos. El desconocido sonrió y tendió su robusta mano a Hormiga. —Pues bien... choca aqui,.... seamos amigos... yo no me en- fado nunca; puedes servirme | y si quedo cohtento de ti, te re- compensaré. —¿Qué deseas de mi, compa- dre? Habla, estoy pronto a obe-, decerte, y ya que lo sabes todo, sabrás también que no hay jo-' “en más fiado que yo en toda la | Juderia. Ml palabra hebrea que hizo desapa recer toda desconfianza” del al. ma de Hormiga. —Entonces, ven— dijo, lanzán dose el primero hacia la Juderia El fingido pordiosero le siguió En silencio pasaron la obscu. ra antesala, y con paso rápido y seguro internaron en el centro de la Juderia. De vez en cuando, Hormiga miraba fugazmente al pordiose- ro, pero sin dirigirle la palabra. Y asi, en silencio, lo condujo a traves de las revueltas de un corredor desigual y escabroso, en el fondo del cual habia una trampa carcomida, que levantó mostrando una escalera de una docena de gradas, que conducia a una especie de cantina de al- gunos pies de anchura. Hormigahabia dejado pasar delante a su compañero para volver abajar con cuidado la tampa; Después se reunió a él, cuando ya el pordiosero estaba apartando algunas cubas y pie- dras amontonadas en un ángulo de la cantina. Hormiga quedó tan sorpren- dido, que poco faltó para que dejase caer la linterna. E —¿Cómo sabes tú?...— balbu- ceó. —¿Que aqui hay una entrada del subterráneo? — interrumpió el desconocido riendo, mientras descubria en el muro un aguje- ro negro por el cual salia un ai. re húmedo, templado y nausea. bundo,—yaves... que say prác- tico del sitio. —Entonces, bajemos— dijo vi vamente Hormiga. —No— repuso el pordiosero sin morverse,— tú me darás la linterna porque quiero bajar so- lo. —Pero... no habiamos conveni do... —balbuceó Hormiga con excitaqión. —Que me obedecerias... y na- da más. —Tienes razón... no obstante. —Tú quieres obtener alguna utilidad de tu obediencia —ex- clamó el desocnocido— es justo: ¡€xEOEORÁ XA <cxA—2—24+ A q 44 A KA El desconocido apoyó el indice: sobre los labios sin contestar. Hormiga se quitó el mugrien- habia desembocado en otro de|guido de la policia. Toto, de la derecha, después entró en Viernes 20 de Agosto de 1948. —¡Ah! olvidaba decirte que otro de la izquierda... y apenas |tengo aqui escondido un perse- ven to sombrero y se inclinó hasta el los innumerables corredores de acá. suelo. aquel intrincado labertino, des- La masa negra se agitó, y el —Recoge esas monedas —dijo|cubrió un punto rojo y luminoso |joven,que nosotros ya conoce- el pordiosero,— y vete... no te'como un pequeño faro que anun |mos,avanzó *Tresueltamente hasta ciase el puerto de salvación o|colocarse delante del pordiosero necesito ya. 4 Hormiga, + quien la alegria habia puesto. convulso, se apre- suró a obedecer, y no tardó un minuto en recoger la plata espar cida por el suelo. —¿No necesitas la linterna pa ra volver arriba? la presencia de una criatura hu mana. —¡Natabeo!— gritó en voz al- ta el pordiosero. Este lo miró fijamente y pa- recia contento de su examen. —¿Quién eres tu? —Ya lo has oido: me llamo El eco repitió ese nombre he- |Toto—contestó con cinismo el breo. Y casi en seguida, a diez pa- —Yo veo en la obscuridad co-|sos del desconocido, se irguió una horrenda figura o un hom-[na— dijo en voz baja y feroz el bre semi-desnudo, con ojos in-|preguntado; —pero ¿qué impor- mo los gatos. —Perfectamente; no volverás aqui hasta mañana a recoger tu linterna y ¡ay de ti! si tu curio- sidad te venciese y me siguieras mo se recompensarte, sabria también castigarte. ¡Oh! no temáis, no tengo de- seo alguno de penetrar vuestros secretos. Seré mudo como una tumba; pero acordaos, si alguna vez tenéis necesidad de Hormiga sea de dia sea de noche, lo en- contrarás siempre en su agujero pronto a serviros con la obedien cia de un perro y la sumisión de un esclavo. —No lo olvidare. Ahora vete y buenas noches. Hormiga, sin volverse una vez siquiera atrás, subió en un se- gundo con la ligereza de un ga- to, la escalera que conducia arri ba, levantó la trampa, se lanzó fuera, la cerró con cuidado.. y el extraño pordiosero oyó pronto suspasos que se alejaban, se des vanecian, perdianse en el silen cio solemne de la Juderia. Entonces un profundo suspiro salió del pecho del desconocido, un relámpago brilló bajo su es- pesae incutlta cabellera, y afe- rrando con la mano izquierda la linterna y llevando siempre en la deretha su nudoso bastón, se encorvó para penetrar en la aber tura que habia descubierto: Pronto sintió bajo sus pies los primeros peldaños de una esca- lera tenebrosa que parecia des- cender a las entrañas de la tie- rra, y tantos eran aquellos y tan peligrosos por la humedad y el cieno resbaladizo que los cubria que no tardó menos de cinco o seis minutos en llegar al térmi- no de la descensión. Entonces descubrió ante sí un pasillo estrecho, largo, de bóve- da tan baja, que tuvo que cami- nar encorbado para na dar con- tra ella con la cabeza. Mas, a los pocos pasos descubrió otro a la derecha y ar corta' distancia de éste, otro a la izquierda, y más allá otros, y como quiera que to —Me acordaré, pero no nos ¡toma, yo no regateo nunca ace! | ¿os se asemejasen, el engañarse detengamos aqui... No tengo tiempo que perder... quisiera ha blar con Natabeo. Hormiga se sobresaltó, mien- tras trataba de descubrir, en la, obscuridad, la fisonomia del por diosero. —¿Eres su amigo?— dijo con voz muy baja y escrutando con sus miradas lós alrededores. El desconocido pronunció una ca del precio de los favores que se me hacen. a Y sacando del bolsillo interior de su raido gabán un puñado de monedas de plata, las entre- gó a Hormiga Este quedóse tan asombrado, que algunas monedas rodaron por el suelo de la cantina. —Pero ¿quién sois; —balbu- ceó. A gentleman from California hid $5,300 in his refrig- erator “just overnight.” 'The money was a down payment o a new home. But that very night a burglar broke in, founú , the cold cash, and made off with every dollar. The calamity shows what can happen when much money is kept at home — hidden in a refrigerator, teapot, old shoe, behind a picture or under a mattress — instead of in the bank. A good place to keep money is in a checking account, When you pay by check, your cash is protected against any risk of being stolen, mislaid, burned up or thrown away. Yes, a checking account is safe — and it's convenient, too! You tan pay bills the step-saving, time-saving way — by mail. And your canceled checks are your best receipts. What's more, a checking account has prestige value — reason enough, in itself, | for opening a Valley Bank checking account with your next ) salary check! VALLEY NATIONAL BANIK TWENTY-SIX FRIENDLY CONVENIENT OFFICES IN ARIZONA y r VALLE Y NATIONAL era muy fácil, como fácil era el extraviarse. El pordiosero se detuvo un ins tante. El silencio grave y tétrico de aquel lugar no era interrumpido más quep or el rumor que ha- cian las enormes rátas y los to- pos que pululaban en aquel te- nebroso antro, y por el sonido igual y rítmico producido por las gotas de agua que caan len- tamente de la bóveda a largos intervalos. —Me parece estar en un sepul ero— murmuró el desconocido. Se respira con tanto trabajo, q no se comprende como una dria- tura sana pueda vivir en este lu- gar. = Penetró en el primer corredor ñ fernales. joven. —¿Eres hijo de Judea? —No, soy hijo de una cristia- ta? Yo no conozco otro Dios que —¿Quién eres tú— dijo con |el del vaso, no sirvo y no amo voz gutural, — que vienes a bus-|más que al que me protege y me carme en ese antro? —Soy el envaido de la Judea. paga. ¿Te basta; —No, no me basta. Quisiera Una exclamación de alegria [saber por qué eres perseguido. le contestó. —Por un delito que no he co- —¡Ah! ven, ven... te esperaba | metido. con impaciencia—dijo la horren da figura, acercándose al desco nocido y tratando de verle el ros tro.—¿Cómo has bajado hasta aqui? —Tuvo fortuna; al dirigirme en busca de Jacobo encontré a un joven que me ha servido de gua hasta la cantina. —¿Hormiga? —Si. —Puedes fiarte en él; ven. Natabeo marchó delante; el pordiosero le siguió. —¿Dices la verdad? —Natabeo puede asegurarlo. Los redondos ojos del hebreo despidieron un brillo singular. —Que me caiga la lengua si él miente —dijo. Toto se echó a reir. —Deberia entonces coserse la mia-— exclamó. Y volviéndose al desconocido agregó: Ñ —¿Y tú quié neres? _— —Un hombre que conoce los Enpocos pasos llegaron al pun |secretos de los demás y no con- to rojo y luminoso. Era una lin- |fia jamás los suyos. terna. Natabeo la cogió y, siem- pre en silencio, entró en una es- pecie de antro angosto, sucio, que ofrecia por todas partes Toto hizo un gesto de sorpresa pero ya el pordiosero se habia vuelto a Natabio, y extendiendo la mano le puso bajo los ojos un pruebas irrecusables de que era |anillo de forma extraña que hi- habitado permanentemente. Sobreel suelo, cubierto con pa ja, habia puesta.una mesa; al- gunas cubas viejas y estropea- das servian de sillas; en un rin- cón habia una caja, unas alfor- jas de cuero, y extraños utensi- lios; sobre una altura o repisa, que parecia servir de mesa veia se un frasco, pan y cebollas. So- bre la repisa depositó Natabeo la linterna, mientras el pordio- sero apagaba la suya. Después los dos hombres se examinaron con atención duran. te un minuto, en silencio. Imposible precisar la edad de Natabeo, Su faz angulosa, des- carnada, rugosa, de un coolr a- marillento, no mostraba pelo al. ,guno; sobre el cráneo le apunta ban pocos y raros cabellos tie- sos como púas; sus ojos eran redondos y feroces como los de un ave nocturna, la nariz aplas tada, la bota enorme, el pecho flaco y hundido, los brazos todo musculos; su traje consistia en un pantalón rado, una camisa de color, sin mangas y que le de jaba el pecho descubierto; sus pies estaban enteramente desnu dos. El pordiosero parecia un gi- gante o un coloso al lado de él, y quien hubiera examinado aten tamente su fisonomia no hubie- ra dejado de encontrar algunos rasgos de semejanza con la del barón Armando Vise. —Siéntate— : dijo Natabeo. El desconocido, en vez de con testar, volvió los ojos hacia un camastro que habia en el ángu- lo: más obscuro de la gruta y so- bre el que se agitaba una masa Negruzca. —¿Quién hay ahi? ¿Quiere Usted Verdaderos Antojitos Meyicanos? 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Natavio lo desenvolvió, y Toto que miraba cada vez más sor-- prendido aquella escena, vió al hebreo llevarse el papel a sus labios y en seguida doblar la ro- dilla ante el desconocido. —Mi vida es tuya— dijo hu- mildemente. —No quier o tanto; me basta que obedezcas ciegamente mis órdenes, respondas a todas mis preguntas, y cuando habré sali- do de aqui te vuelvas mudo Co- mo un sepulcro. Estas palabras fueron pronun ciadas en lengua hebrea. —Vuelve a acostarte — dijo seguidamente a Toto; —a ti no pueden importarte nuestros dis- cursos, ni los comprenderias. Aunque no me interesan, pue- do advertir que si necesitarias de un buen brazo y de una len- gua larga puedes servirte de mi. —Lo haré. Toto cogió el frasco que esta- ba sobre la repisa y volvió a e- charse sobre el camastro; pero aunque habia asegurado que no sentia curiosidad por conocer los hechos de los otros, sus ojos no perdian ningun gesto del desco nocido; por más que no compren diera sus palabras. 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