El Sol Newspaper, July 16, 1948, Page 3

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A PP a SEMANARIO POPT" -aR INDEPENDIENTE ¡rr e a. LA HUERFANA De La Juderia En aquel omomento, entraba el hombre que había servido de guía a Florencio, llevando una taza de vino humeante. Ese hombre era el padre de Susana. Tendría unos cincuenta años; era moreno, seco, angulo. so, con cabellos crespos, ojos un poco bizcos, y una sonrisa fina. mente irónica. Este obedeció... y casi en se. guida su sangre se puso a cir cular más rápida por sus venas sus ojos brillaron en todo su esplendor, sus facciones reco. braron la calma, en su frente resplandeció fuerte y tranquila fiereza, y sobre su hermosa. boca apareció una expresión casi de desafio. —Gracias, Jacobo— dijo, —tu licor me ha reanimado comple. tamente. Ahora quisiera repa rar el desorden de mi traje. No tengo necesidad ya de esta mal. dita capa, ni de ocultarme el rostro como un malhechor. Susana abrió un armario y sa có un traje completo de hombre y ropa blanca limpísima. —Aquí lo tenéis todo, Floren- cio— dijo—, —podéis vestiros aquí, mi padre y yo nos retira- mos. El joven hebreo, al quedar so lo cerró bien la puerta para que nadie pudiese verle mientras contemplaba por primera vez a su criatura. La niña, envuelta en un sim. ple paño blanco, tenía los ojos cerrados, dormía plácidamente como si estuviese en el regazo de su madre. Era verdaderamente una bellí sinia criatura llena de yida, con un cuerpecito fuerte, perfecto. Florencio examinó fijamente sus facciones... y por un momen to parecíale ver reproducir en ellas la dulce figura de Renata, en otros encontraba la suya. De pronto, descubrió en torno al cuelo de la niña, una cinta ce leste. Quiso quitársela porque le pareció que aquella cinta la ha bía de sofocar, y vió con sorpre- sa que tenía atada una medalla una de esas medallas bendeci. das que acostumbran a llevar los niños cristianos. Al principio, Florencio la mi- ró con horror; aquella medalla le pareció un insulto, una ver- guenza para él, que era hebreo; la sangre le afluyó a los ojos; recordó el bofetón del conde y su mirada se impregnó de una especie de indecible ferocidad, su mano se levantó como para hacer pedazos contra la pared aquella medalla. su rostro de una palidez cada. vérica, experimentó como un ca lofrío por todo su cuerpo, sus ojos se le llenaron de lágrimas, y dejándose eaer de rodillas jun to al lecho, llevó como un desa. tinado la medalla a sus temblo rosos labios, murmurando: —¡Perdón Renata, perdón! Quizás seas tú, santa criatura, la que pusiste este signo bendi. to al cuello de tu hija para reco nocerla un día; quizás esta me- dalla posaba antes sobre eu co- razón; ¡perdón Renata, porwón.. ya sabes que por ti he renegado de la fe de mis padres, de mi Dios, porque tu amor es mi úni- ca religión, y si tú lo quieres, si tú me lo impones, nuestra hija será cristiana. Con gran delicadeza Florencio volvió a colocar la medalla en el cuello de a niña. Pero su mano temblaba, un frío glacial recorría sus miem. bros; un sudor frío inundaba su frente. ss Casi le parecía que el alma de su hija, con aquel signo, no le perteneciese ya: aquella sacu dida violenta lo hizo tan débil como un niño. Notó que estaba llorando, y tuvo verguenza de sí mismo; se secó deprisa las lágrimas, se in. elinó para rozar con sus labios la frente de la niña y, murmuró con voz débil: S —¡Es mía... es mía! Luego púsose resueltamente en pie y giró en torno de sí una mirada escrutadora. Continuaba solo. Entonces se puso a vestirse rápidamente, y pocos minutos después, se presentó en la estan cia contigua, bajo un nuevo as- pecto. Estaba todavía palidísimo, pe ro su rostro aparecia tranquilo, impasible, y con su traje negro de corte irreprochable, parecía aún más alto, arrogante y vigo- rosO. Cuando sus miradas encontra ron lás de Susana, ésta bajó los ojos. —¿Nos dejáis ya, Florencio? —preguntó Jacobo. —Síi— contestó el joven con calma;— es preciso, pero volve- ré; espero volver. —Sed prudente— añadió Susa na,—no sé por qué motivo tengo tristes presentimientos y me pa- rece que vuestros misterios: se obscurecen cada vez más. Florencio se encogió de hom- bros. —Te pones muy lúgubre, Su- sana: vaya, valor, todo marcha rá bien; pero en caso contrario, Pero, casi de repente, cubrióse ¡ acuérdate de lo que me has pro * metido. La hermosa hebrea enrojeció imperceptiblemente. —No lo olvido, Florencio, es- tad seguro. El joven tendióle la mano, pe ro Sana no lo advirtió porque te nía los ojos bajos y fijos en el suelo. Aquel salió en compañía del padre que almbraba el ca- mino con una lin terna. Entonces Susana alzó la fren- te impetuosamente, y apareció más esbelta, más alta; sus ojos azules centellaron, sus labios rojos decubrían el esmalte de sus dientes blanquísimos, uni. dos. —Ha mentido... me ha enga- fñado— dijo,— esa niña es suya.. lo sé cierto.... ¡Ah, si conociese a la madre! El gracioso rostro de Susana se ofuscó algún tanto, pero pron to cambió de expresión, adqui- riendo nueva belleza. —;¡Y bien! ¿Que me importa? || —exclamó.— Ahora la niña está en mis mands; nadie me la qui. tará, ni aún Florencio. Sé muy bien lo que he de hacer: será mi desquite... Y estas palabras las pronun- ció.con un impetu salvaje y ex- traño. En aquel momento llegó a sus oídos el vagido agvdo de la niña, que se había despertado. —Voy, voy—gritó Susana ya más animada, —tú misma me llamas; no tendrás yo otra ma- dre que yo; ¡eres mía, eres mía! Jacobo entraba en este instan te, solo y pensativo, haciendo balancear la linterna que lleva- ba en la mano. Iv El conde Mario parecía sor- tos había en que creía perder la cabeza; caminaba arriba y aba jo por la habitación de Renata, murmurrando palabras si senti. do, y. tedeniéndose a cada ins- tonte junto al lecho de su hija, aplicaba el oído a sus labios pa- davía. recía todavía mács cruel; sus ojos negros, ardientes, lanzaba a breves intervalos, .relámpagos de odio y de ira vivísimos. y esperar a que recuperara sus fuerzas para castigarla. | Inclinóse sobrel a pobre pa. ciente, descubrióla bruscamente el pecho y púsole una mano so- bre el corazón. Los latidos eran imperceptibles; pero demostra- ban que un resto de vida alenta ba aún en aquel cuerpo inerte. Y, sin embargo, el rostro de Renata tenía un tinte cadavéri. co; dos círculos lívidos se dibu- jaban en torno de sus ojos cerra dos; de su boca brotaba sangre manchando la barba, el cuello y las franjas finísimas de su cá- misa; el cuerpo que hubieran a. batido a un atleta; después de la última catástrofe, Era un fenómeno de la cien- cia misma no hubiera sabido ex plicar. —¡SÍíÍ... vive! ¡Vive todavia! — repitió el conde levantándose.— ¿Por qué pensar lo peor? La sardónica amargura de su isonrisa hacía estremecer. —Pero, al volver en sí, lo recor su hija, se revolverá contra mí, invocará el nombre de su mise. rable amante! ¡Ah! qué terrible influencia ha ejercido ese hom- bre sobre ella, ha condenado su alma, arruinado su cuerpo.... ¡y yo le dejé huir... para no provo- car un escándalo, cuando mere- cía un castigo atroz, terrible, san griento.! El conde vaciló y nada faltó para que cayese sobre el borde de la cama; pero pronto se en. derezó livido, convulso, aplican- do atento oído. Habíale parecido oir forcejar una puerta, Paula debía haber regresado. Cogió una palmatoria para salirle al encuentro. En el corredor, por poco la llama se a- paga. Una ventana que daba al patio habíase abierto de par en par al impulso del viento y a la fuerza de la lluvia. —Este ha sido el rumor que he percibido— exclamó .el conde furioso, irritado, dejando la luz ¡en el suelo y apresurándose a [cerrar la ventana. —¡Qué horrible noche!— aña dió.— Eso sin duda el diablo que celebra el nacimiento de esa criatura o es el cielo que se prendió é inquieto por la prolon;enfurece por el horror de ver es- gad aausencia de Paula. Momen ¡Capar un alma cristiana. Recigió la luz y se disponía a regresar a la alcoba de Renata, cuando oyó ruido de muebles y como un jadear afanoso. En conde Mario, asaltado por un temor-supersticioso, miró ha- cia el fondo obscuro del corre-: ra convercerse de si respiraba to¡íor, pero no vió a nadie. Dió algunos pasos en el corre- La fisonomía del conde apa-!dor, pero de pronto lanzó un gri ¡to y poco faltó para que no deja n lee caer la luz que levaba en la mano. Un hombre estaba ante El, pá- —¡Si muriese! —pensaba! —l1do.como un fantasma, pero re ¡Qué escándalo para mi casa! Cuelquier médico que la visitase comprendería la causa de su muerte, encontraría las huellas de su deshonra, las señales de mi violencia. He sido muy im- prudente, debla haberla engaña do, decirla que vería a su hija, VALLEY NATIONAL BANK TWENTY-SIX FRIENDLY CONVENIENT OFFICES HOME OFFICE: PHOENIX, ARIZONA Statement Of Condition June 30, 1948 Cash And Due From Banks. U. S. Government Bonds. Bank Buildings . Furniture And Fixtures Customers” Liability on L/C Other Resources Total Resources Deposits ... Unearned Discount Letters Of Credit Reserves For Taxes, Interest, Etc.. Reserve For Capital Funds — Preferred Surplus Reserves Total Liabiliti enccarcnsticnós Common Stock. ..... Undivided Profits RESOURCES LIABILITIES Dividends ..................-..==..-» PS Stock ............5 700,000.00 3,000,000.00 4,000,000.00 . 1,148,953.06 . 1,131,800.00 $ 46,163,893.87 66,443,881.00 14,068,423.09 111,058,598.24 1,396,505.96 397,021.69 15.00 954,682.71 114,043.08 650,888.30 "5 241,247,982.94 ...$ 228,008,504.76 1,741,735.52 114,043.08 1,214,166.52 188,750.00 9,980,753.06 $ 241,247,952.94 suelto, implacable, fiero. Ese hombre era Florencio el hebreo, el seductor de su hija, el infame que había deshonrado su casa, condenado el alma pu- ra, cristiana de su hija. El conde Mario no se preguntó de qué modo aquel hombre ha- bía llegado hasta él. Comprendió tan sólo que Flo- rencio estaba en sus manos y una sed ardiente de venganza le oprimió la garganta. —;¡Vis, vis! —dijo con voz que parecía un rugido. —Yo, si,— contestó Florencio dará todo— añadió —¡querrá a; 'mi hija— contestó con altivez, 'bia afanosa. sin inmutarse,—yo que vengo a pediros cuenta.... de vuestra hija El conde dió un salto, como si hubiese puesto el pie sobre una culebra: realmente daba miedo mirarle. Sin contestar, con un punta- pié abrió de par en par una puer ta que había a la derecha del co rredorí y con voz ahigada por la cólera balbuceó: —¡Entrad aquí! Florencio, sin mostrar signo alguno de timor, pasó delante del conde y atravesó .el umbral de la estancia indicada. El conde Mario le siguió, y ha ciendo potente esfuerzo sobre sl mism.o, consiguió adquirir una apariencia de tranquilidad. Pero era una tranquilidad te- rrible, bastante peor que la más violenta cólera. La estancia en que se hallaba tenía la apariencia de un estu- dio, y estaba amueblada con u- na severidad que imponía a pri- mera vista. La tapicería era de un color tan obscuro que daba la sensa- ción de una cámara fúnebre. So- bre la pared de la derecha, vei. ase un gran cruficij ode plate, que se destacaba majestuoso so bre aquel fondo negro, lúgubre como una pavorosa visión. En las paredes de enfrente habia, altísimos estantes, cargados de; libros; en medio de la estancia una mesa redonda de ébano, con las patas taraceadas; dehajo del crucifijo una ancha mesa de es critorio y una amplia poltrona; a su lado un diván forrado de cuero y dos sillas iguales. En la ventana cortinas de damasco. Con pliegues rígidos, tiesos, pe- sados, que no debían dejar pa- sar un hilo de luz. El conde Mar iocerró la puer- ta tras si, dejó la lámpara sobre la mesa, se apoyó de espaldas en la escribania y examinando atentamente al joven que se mantenía fiero, inmóvil, pero con la cabeza descubierta, delan te de él, dijo lentamente, con un sonido de voz extraña: —Repetid: ¿que es lo que que réis? Florencio fijó su mirada ecn. telleante en el rostro del conde: —Quiera ver a la madre de sin ningún temblor en la voz ni en su persona. El conde Mario no se esperaba esta respuesta, y saltó de nue- vo. d —Y vos ¿venis a buscarla a- quí.. a mi casa? ¿Quien es la madre de vuestra hija? ¿La co- nozco yo quizás? —aulló con ra Florencio sintió helársele la sangre en las venas. —Vos... ¿renegáis de vuestra hija? —exclamó con los dientes apretados. —¿Quién habla de mi hija? ¿Como os atrevéis a pronunciar ese nombre ante mi? ¿Qué pue- de tener de común la “hija del conde Mario Ariani con el he- breo Florencio Servi? El jiven sintió subírsele la san gre al cerebro: ¿el aristócrata se burlaba de él? Habíase propuesto mantener- se tranquilo, pero comprendía que no podría resistir por mu- cho tiempo. Dió un paso hacia el conde, que no se movió y continuaba sonriendo con sangrienta ironía. —Dejádme ver a Renata— di- jo con acento convulso,— un so El j=l=l, A E E EVE E GUTIERREZ BARBER SHOP 219 EAST MADISON ST. Teléfono: 4-5970 Corte de Pelo, Rasura, Masaje, Shampoo Tonicos de Toda Clase y Tratamiento para la Caspa. — Baños. TRES OFICIALES COMPETENTES Especialidad en Corte de Pelo Para Niños JESUS S. GUTIERREZ, Propietario. =Y/) YU PENE para sus niños. Teléfono; 3-2304 IA IA EE E ngrese ala | ALIANZA HISPANO AMERICANA La Alianza Hispano Americana es la Sociedad. Fraternal de la Raza. La A- lianza expide pólizas de seguro para toda la familia a precios muy cómodos. Además se imparte protección a los so- cios. 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Florencio se acaloraba cadu vez más; la angustia que opri. mía su corazón, no era tanto por el insulto recibido, cuanto poF la pean tremenda de ignorar lo que hubiese sido de Renata, , —Queriáis añadir a vuestras infamias una infamia mayor— agregó el hebreo con acento cruel y terrible, —arrebatasteis una inocente criatura a su ma- dre.... la confiasteis a una mal. vad mujer para perderla; pero velaba yo, el padre ¿compren- déis?... y esa inocente criatura lo momento... después, partiré, | por mí salvada, será un dia el instrumento de vuestro castigo.. que la niña, confiada a Paula, os lo juro... y no me encontraréis jamás. ¿No habéis satisfecho aún bastante vuestros deseos de venganza? ¿Y sois católico, y habláis dé Dios? ¿Pero que Dios es el vuestro, que permite tanta crueldad, tanto martirio? ¿Cre. éis que yo no tengo también un corazón, yida y sangre que bu. lle, que se resuelve? S irguiéndose ante el conde, con las cejas fruncidas, con ges to altanero y amenazador, y dando la sus palabras un tono fúnebre: —Dejadme ver a Renata— re- pitió,—lo quiero. Una sonrisa “siniestri continua ba encrespando los labios del conde. —Debéis estar loco— dijo con acento despiadadamente burlón — por que no sé de quién que- réis hablar. El joven hebreo tenía suficien tes fuerzas para ahogar al horm- bre que se burlaba de él, de su dolor. Sin embargo, se contuvo. —Y vos, sois un vil, un misera ble, indigno del título que lle- váis— dijo en voz alta y excita da,— ¿entendéis.... conde? Y sOy yo0.... yo , el hebreo, quien os lo dice... sí, el hebreo Floren cio Servi, a quien vos abofeteas- teis un día..... —¡Y abofetearé todavía!— exclamó el conde, con la espu- ma en los labios, levantando la mano. Pero aquela mano no cayó. Florencio habíala aferado, la a- pretaba, la trituraba, obligando al conde a doblegarse bajo el a- troz dolor. —Déjame — rugió. Tenía el rostro lívido, y sus la bios encrespados dejaban ver los dientes que rechinaban co- mo una fiera. —¡Ah! ¿queréis repetir la san grienta ofensa? —continuó Flo- rencio en voz temblorosa, con los ojos centelleantes, feroz— a mí, que si os ofendí. fué por ha ber osado alzar los ojos sobre vuestra hija para amarla y ha- cerme amar por ella... que me arrastré a rodillas a vuestros pies implorando perdón... que os ofrecí mi vida para que perdo- narais a Renata. ¡Pero no! Vos queriáis cometer un asesinato, ¡os lo juro! El conde Mario, que hasta en. tonces se había contentado con rechinar los dientes, con force- jar para librarse de aquellos dedos de acero que le estruja- ban como unas tenazas, al oir estaba en poder del hebreo, lan. zó una imprecación sofocada, u- na blasfemia imposible de repe tir, y con un esfuerzo violentísi. mo y desesperado se desembara zó del apretón de Florencio. —Si tu hija se me escapa, tú no me escaparás— gritó. Y con movimiento más rápido que el relámpago, saltó al otro lado del escritorio, agaró una pistola y apuntó sobre el hebreo 600D YEAR SHOÉ SHOP Expertos en Reparación de Toda Clase de Calzado Operarios Competentes 15 S. 1st Avenue ¿Quiere Usted Verdaderos Antojitos Mexicanos? SOLO LOS ENCUENTRAN EN: LA CASITA LACASTANO, 1 1021 S. Ceutral Avenue Taquitos a 10 centavos, Burros. Comids limpia y Apetitos — CHITO Y MELL%, Props. LA BOTICA RAMONA "Es la Botica de los Mexicanos"' £l más Escrupuloso y Rápido pa de Recetas. Se' surten retetas de todos los médicos, por menos precios. Su dollar compra más en la Ramena. Vendemos el legítimo PULMITOL Gerente. V.R. CANALEZ y 325 E. Wáshington. St. Teléfono: 3-9135 Phoenix, Arizona. POSE LOLI Si id VUELE USTED BAVELINE? A MEXICO! Visitar por avión las ciudades de Hermosi- llo, Guaymas, Ciudad Obregón, Culiacán, Mazatlán, Cananea, N. 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