Págin —_——— Así la parecía al escudero. marse la ruta del amor. Encen- dido por la belleza de la mujer fomentado por el misterio y las circunstancias románticas que concurrían, exasperado por la zo zobra de un peligro constante, era como planta que brotara una noche en el silencio y en pocas horas alcanzara su total desarrollo. Hernando, aventure- ro audaz, para quien los lan- ces galantes no debían tener se- cretos, sentíase lleno de profun- do respeto ante el candor y la inocencia de la doncella, comple tamente descansados en su hi- dalguía. De muy buena cepa de- bía ser ésta, cuando su juventud y su apasionamiento tentados por mil ocasiones e incentivos, se vieron aherrojadas por la fir- me voluntad del mozo. Una me- lancolía emotiva ponía su nota poética en este amor: era el a- mor que pasa; el amor que se encuentra en el camino, que po- dría ser el amor de una vida y que el destino se empeña en que sea transitorio y fugaz: a- mor de unos dias tan sólo;-—es- to es mío, puede serlo— sino y' pone en el alma esta frase nos- táliga— este amor que podría ser, que es, mi felicidad, y que y que deja luego esa perdurable sensación de sed ardorosa que no ha de ser nunca saciada. Así, Hernando era avaro de cada mi- nuto de la compañía de Blan- ca; y aquel amor, hecho de ab- negación y de renunciamiento, se jurifica matizándose con la devoción de un culto, —Será en mi vida su recuerdo algo limpio y terso como el cristal... No lo hubiera manchado ni su frente, algunos pormenores Mas aquella ruta, bien pudo lla|de su rostro en lo qug, permitía con un mal pensamiento. Era el| ideal tan exaltado en aquella época caballeresca: el ideal cu- ya imagen alentaría todas las proezas paladinescas de Hernan- do a partir de la gloriosa fecha de su conocimiento. En Blanca, el amor estaba lle- no de esperanzas. Blanca creía firmemente en la posibilidad de llegar a ser esposa de Hernando. ¿No era su igual? ¡Un aventu- rero que encubría su rostro, un vagabundo que erraba a la ven- tura de aquelas extrañas mani- pulaciones que le hacían levan- tarse a media nocvhe y descól- garse por las ventanas para Me- var sin duda misteriosos mensa- jes! ¿Y qué? ¿No era ella una hija de padres desconocidos con la cual ningún caballero entron caría su linaje? Por lo demás, ella uniría su suerte a la de Her nando sin temor y sin repugnan cia; era amable, delicado, tier- no; debía ser joven y. . . quizás bien parecido. Esta incógnita po nía inquiétudes en su ánimo que servían de acicate al amor. ¿Jo- ven? La gallarda esbeltez de su cuerpo, la nota ardiente y apa- sionada de su voz, la tesura de ari NS draw from the air or soil. tendré que apartar a un lado..—|amada mía. Día vendrá... ver el antifaz, convencían a la doncella de los pocos años de Hernando. ¿Bien parecido? Los ojos que se dormían mirándola extáticos a través del antifaz, eran magníficos: grandes, ater- ciopelados, negros. . . unos ojos, sin fondo. Y la boca, con aquel bigotillo incipiente, tenía ese fi- no dibujo que hereden los hijos de madres hermosas. Una boca tierna y dulce que parecía mu- cho más propicia al beso que a las voces ásperas y las agrias pa labras del mando, de la ira, del insulto. .. Porque este Hernando enmascarado y aventurero, que blandía su cuchillo victoriosa- mente tenía en verdad más tra- zas de trovador que de guerreo. Jamás pudo Blanca verle el rostro, aunque al principio se lo suplicó reiteradamente. —¿Nos hemos de separar, Her- nando, sin que yo vea vuestras amadas faciones? En mis sue- fios, ¿habré de recordaros siem- pre con ese antifaz o con el ho- rroroso casco de hierro?— le dijo un día, cerca ya de Zaragoza, mientras cabalaban pausamen- te en seguimiento de Ramón y de Can. —Respetad mi voto, Bianca, Tampoco él pudo hacerle con fesar a ella cuál era su misión ni adónde se dirigía. Ella le hi- zo jurar por su fe de hidalgo y por la salvación de su alma, que no la seguiría más allá de Zara goza, y habían tanta angustia y tanta ansiedad en su rostro que él juró todo cuanto ela quiso des pués de haber borado con sus be sos las lágrimas que se cuaja- ban —al sólo mentar la separa- ción— en aquellos purísimos ojos. Una tarde, hicieron alto en la mesón de una aldea. Pudieron lograr un aposento grande para los tres en la destartalada ca-. sona y apenas pudieron cenar una huevos y unas sopas porq”, según se explicó la huéspeda, la gente del Conde de Urgel había pasado hacia Almunía de doña Godina, dejando la venta más limpia que una patena. Mientras Ramón daba pienso a los caba- llos— ni fiándose de un mozo pero y marrullero al que hubo de 'despabilar aspuntapiés— Her nando y Blanca se habían apo- sentado junto a la ventana abier ta por donde entraban a boca- nadas la fresca brisa del Ebro cercano y el intenso perfume de los campos floridos. Acodados, los dos, hundían sus ojos en la débil claridad que las estrellas ponían sobre el paisaje. Venía hasta ellos el murmullo de las aguas del río y el canto insisten te y delicioso de los ruiseñores. La mano de Hernando había cai do sobre la manecita de la don- cella, aprisionándola, y al hacer “lo molestó sus dedos al roce con “EL SOL” SEMANARIO POPULAR INDEPENDIENTE La Doncella de Loarre una sortija que nunca había vis- to en las de Blanca. Alzó la ma- no hasta sus ojos para eximanar la. Había muy poca luz; más si la suf.ciente para distinguir sus ojos de halcón, avezados a es- carbar tinieblas, todos los por- menores de un blasón. —¡Vive el cielo! —exclamó pa lideciendo.— ¿De dónde sacas- teis esta sortija, Blanca? —¿Conocéis ese escudo? —Si tal, a fe mía. Es el de los condes de Aainsa. Tocóle ahora palidecer a Blan- ca. —¿Estáis seguro? —Tengo mis motivos para conocer muy bien ese blasón. He estado con frecuencia en el cas- tillo de Ainsa. —Con motivo de. . (vaciló, pe- ro se decidió al fín a decir) con motivo de prestar ciertos servi- cios a D. Alvaro de Urrea, que es actualmente el poseedor del título y del castillo de los con» des de Ainsa... —¿D. Alvaro de Urrea no es joven réprobo cuyas audacias tie nen escandalizada a la corte? —preguntó Blanca con curiosi- dad. Sintió sobre su mano una fuer te pdesión de la mano de Her- nando, como si el mozo hubiera experimentado bruscamente un sacudimiento de sus nervios. Su voz estaba un poco enronqueci- da cuando respondió: —¡Bah! Se ha dado en hablar mucho de D. Alvaro, como se dió en hablar también' lo mismo del Conde de Urgel, años ha, cuan- do ero un mozo apuesto y ena- morado. . . La mitad de lo que se cuenta son fantasías. —¿No es cierto que roba a las doncellas y. seduuce a las da- mas de la corte? Bajo su antifaz, Hernando tu- vo una de sus frecuentes son- risas irónicas. —Yo creo que la más hermosa doncella de la cristianidad pn- dría viajar sola con D, Alvaro te, pudiera suceder que el sedu- cio fuese él, ¿no os parece? Don Alvaro tomará lo que le ofrez- can y en eso obrará cuy cuerda- mente; mas no es ese joven li- bertino que os contaron. —Dicen que no hay mujer se- gura con él; que perdidamente acaban todas por enamorarse de su gallardía. —Eso no es culpa, sino ellas. —Y que no teme a ningún hombre, así sea el diablo. Es au- daz, camorista, pendenciero, es- padachín. ... —¡Dios bendito! Malos infor- mes os dieron del pobre caballe- ro y menguada opinón formas- teis de él —dijo Hernando, rién- dose.— Es un mozo pasionado y valiente al cual gusta más el ambiente del placer de la corte de CACTUS THRIVES Because lt Saves! the long, hot, dry spells that kill many other kinds of vegetation be- cause it absorbs and stores every possible particle of moisture it can Every bit of rain after a shower, every drop of dew, is saved against a time of drouth. Like cactus, folks who “absorb and store” a part of what they earn during their most productive years, build a reservoir of savings against financial “drouths.” These people have the satisfaction of knowing that they are preparing for any money-emergency which may arise. If you have not yet started a savings program of your own, you are cordially invited to come in and open a savings account with your very next pay check. Then you, too, can enjoy the real sense of security which comes - with having money in the bank. VALLEY NATIONAL BANIK sin el menor peligro, ya veia lo que son las cosas, Blanca. Y en cuanto a las damas de la cor- — ZA AA que las asperezas de la guerra, tante nada más para besar apa- pero que si se presenta el caso 'sionadamente, una y otra vez, de entrar en liza sabe darle de' firme a su contrario. A veces busca el peligro. Jamás le huye. —¿Ni en la guerra ni en el amor? —Cabal. —¿No es casado? —No, a fe mía. Aún no logra- roni encadenarle, no por falta de intentos, no creáis. Quizá el aburrimiento que le causan las reiteradas proposiciones de ma- trimonio que le ofrecen altísi- mas personalidades, le ha indu- cido a refugiarse en el viejo y solitario castillo de Ainsa donde se dedica a cazar el oso y ja- balí... Pero todavía no me has béis dicho por quí causa lleváis vos en la mano ese anillo con las armas de los Ainsa. —La causa es mu sencilla, Hernando. Me lo dieron como prenda que atestigue la verdad de mis palabras. Debo presen- tarme a personas que me reco- nocerán por este anillo. —Ya... —murmuró Hernando perplejo. —¿No comprendéis nada, no es cierto? —Nada, tenéis razón. —Dicen que cuando me lleva- ron al convento, colgaba de mi cuello ese anillo. Nada más sé. —¿Es vuestro, entonces? ¿Te néis algo que ver con la noble familia de Ainsa? —apremi. con ansia el enmascarado. —No os hagáis ninguna ilu- sión, Hernando. La señora Aba desa de Trasovares, al dármelo, me dijo que no tenía más impor tancia que la de ser de oro y co- nocerlo la persona a cuyo en- cuentro voy. No creo que los con des de Ainsa tengan nada que ver conmigo. Y es mejor así. Vos salisteis del pueblo y yo tam- bién; vos sois un aventurero y yo una hija sin padres conoci- dos. Nada nos separa. Ni dinero, ni alcurnia. .. Hernando se naegaba en amar gura. No dijo más. Besó larga- mente la dulce manecita y en su corazón le dijo adiós, desgarrado y sangrante. Cruzaron la ciudad, llena de gentes ociosas que formaban co- rrillos bajo soportales converti- dos en mentideros. Hernando se resistía a dejar marchar a Blan» ca. Nunca en su vida se sintió más cerca del perjurio que en esta mañana soleada, cuajada de perfumes. El debía quedarsé nia de doña Godina. Suplicóla en Zaragoza y ella partir almu- en vano para que le levantase el juramento'y entre ruegos, en- fados, ternezas y lágrimas que enternecieron hasta al viejo es- cudero, la enamorada pareja llegó hasta la puerta del Casti- llo donde forzosamente debían separarse. Detúvose la menguada cara- vana: un viejo, un mozalbete y A A un perro. El hombre del casco | alzóse la visera un poco, lo bas- la manecita exangue de la don- cella de Loarre. Una frase cáli- da revolvoteó en el aire como ligera mariposa y acarició el alma de la muchacha estreme- ciéndola como roce de alas sua ves: y finas. —¿ Volveremos a vernos, Her- nando? —murmuró Blanca. Y era toda ella una súplica tan llena de agustia y de an- siedal que Hernando —que con su buen juicio acaso estimó más razonable en sus ratos de cor- dura cortar aquel amor con el tajo' eficaz de la ausencia— se sintió ganado de piedad y víc- tima del mismo anhelo de sa- ciarse de este querer tan lleno de pureza, tan sincero, tan cier- to— el amor de él por él mismo, miserable «aventurero sin fortu- na— perdió el juicio al prome- ter acaloradamente: —Si, mi amor, dueña mia: jú- rote que volveremos a vernos presto. . —¡Oh, mi Hernando!— palmo teó Blanca-en un brote de júbilo casi infantil. —No sé, mi vida. Dejo eso al cuidado del destino. Mas cree en mí y reposa en mi palabra. —Te creo Hernando. —Te.amo, Blanca. , . Enlazadas las manos no acer- taban a separase bajo la soco- rrona mirada del centinela qn guardaba la puerta. —Extraño- amigo tiene el mo- cico.. . —murmuró para su cota el hombre, mirando la estrafala- ria traza del encubierto. Ramón, llamó a Blanca, apre- miante. —Ved, mi amo, que aún nos quedan algunas buenas leguas de camino que habremos de - echarnos 'entre pecho y espalda y, ¡voto al demonio!,..que ya ten go harta razón en desear verme comiendo un' buén potaje y dur-. miendo en cama de cristiano. así es que los momentos se me antojan años.:. .. El postrero adiós desunió sus manos. Por no romper, a llorar a gritos, coí todos sus nervios; en franca rebelión, la doncella puso al trote -«a su caballo y sa- lió camino adelante con Can de espolique, al viento los pliegues|-: de su capa. Hernando quedó en pie, subi- do a una gran piedra, devoran- turbios mientras pudo distin- do la senda..con los ojos un.poco guir, hasta perderla en la leja- nía la figura adorada. . . Des- pués miró en torno, asombrádo...| Y la esplendorosa galanía del mes de mayo.que había desbor- DIENTES POSTIZOS' Alineadas y ajustadas en 20 Minutos $2.50 por placa 1 w. 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Cintinuará la semanta entrante — Cuide Su Figura ¿Afectan su Buen Humor. las Dietas Reductoras? PI E Si mientras están sometidas a una dieta notan que se les agria el carácter, abandonenla. Contrariamente a la creencia po pular una dieta reductora no o- casionará el mal humor, o cuan do menos una dieta adecuada Por otra parte, si su carácter es poco agradable, en una palabra, si son malgeniosas, una die-ta científica, rica en hierro y en vi- taminas, puede ocasionar mila- gros, particularmente si dismi- nuyen de peso. — o El carácter de la persona cons tituye solamente una prueba de la dieta, ya que el modo co- mo se siente representa la prue ba verdadera. Deberían tener más energias, no menos. Si se sienten cansadas, habrá algo faltante en sus menús, además de calorías. Quizá no están in- cluyendo en. su alimentación su- ficiente cantidad de proteínas, esto es, carne sin grasa, pesca» do, huevos, queso y leche. Estos alimentos representan la base de una dieta reductora. La car- ne barata contiene tan buena | calidad de proteínas como la car ne más fina y el pescado cons. tituye siempre un alimento exce lente. Viernes 16 de Abril de 1948. Además, no se adquiere nece- sariamente un catarro al dejar de comer con exceso. Una dieta reductora debe ser baja en gra- sas, para conservar bajas las ca- lorias, así que la mantequilla, la crema y la leche con nata de- ben evitarse. Eso reduce la can- tidad de Vitamina A, aquella q' evita los catarros, pero la perso- na que está sometida a esa die- ta puede tomar una cápsula de aceite de higado de bacalao, que proporciona de 6,000 a 10,000 unidades de vitamina A sin agre gar calorias. Las vitaminas que con más probabilidad falten en A y la Bl, así que sugiero un con la dieta de pocas calorias con la centrado múltiple de vitaminas esencailes en cantidades adecua das. Los concentrados no repre- sentan una fuente mejor de vi- taminas que los alimentos, pero agregan vitaminas sin calorias. Si no desean complementar el menú con el concentrado de vi- taminas, coman diariamente un huevo, una cantidad liberal de verduras, algo de queso y leche, así como tres rebanadas de pan negro e hígado, para proporcio- nar vitamina B. Un menú de 1.000 a 1,200 ca- lorias al día hace disminuir me medio a 1 kilo a la semana. —— Tres Años de Servicios A LA GENTE MEXICANA PARA REPARACION DE CALTADO VEAN SIEMPRE EL Taller de Reparaciones JOHNSON'S VENTA DE ZAPATOS REPARADOS 17 S. 3rd St: Phoenix, Ariz ¡ | C. WILLARD Ñ PAUL KRUGER Corren el lugar que está en 230 al Oeste de la Calle Jeff. 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