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Página 2. BL SOL SPANISH PAN-AMERICAN WEEKLY NEWSPAPER Published every Friday by J. C. Franco Entered as second class matter March 20, 1940 at the Post Office Phoenix, Arizona under the-Act of March 3, 1879 No nos hacemos: responsables de las ideas emitidas por nuestros c¿olaboradores, Para precio de anuncio diríjamse a las oficinas si- túadas en 62 - S. 3rd. St. Teléfono 3-4948. Toda subscripción debe pagarse adelantada, y cuando el subscrip tor desee que se cambie el Envio del periódico a otra dirección, de- berá notificarlo y acompañar la suma de diez centavos. SUBSCRIPTION RATES E Per Year $2.50 Six Months $1.75 . 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Yo desde . ¡o padeciendo un cólico crónico.” Si el de de tratamientos quirúrgicos porque el de detalles, una hictoria del día ¡cieron la cperación” en la que deja atrás mártires y protomártires del cristianismo. Un nutrido número de intelectuales mexicanos: crítigos, co- , historiadores, soció! y cari. tas, ¡ora de Estropajosa. Se han empeñado, con tesón digno de mejor causa, de soste- ner que México, en el concierto de las naciones civilazadas, es tié- rra en donde “en donde todo dolor tiene su asiento.” Podríamos citar ejemplos. a porillo: el talento parradójico de don Francisco Bulnes, intenta barrer con todos los hombres de valer en nuestra historia; Manuel Toussaint, el más agudo crítico de nuestra generación, declara ¡mente que no es afirmar que haya arte mexicano; Mateo Podán, maestro de ironías y editorialista de altura, se pregunta si los “colco- mecas” domo él llama a nuestro pueblo, serán de apren- der a leer y de adquirir siquiera los rudimientos de la cultura; García Cabral se ha em; en plasmar en sus caricaturas los aspectos más dolorosos de la vida patria; Alfonso Junco, de- clara sim; te “que no tenemos remedio”, y los sters del ¡o lanzan a diario paletadas del más putrefacto lodo sobre la vida mexicana. - z En verdad, la crítica social es útil y necesaria siempre que no se convierta en escala de autodenigración. México no es pre- cisamente Jauja, ni la antesala del paraíso, pero, si compara- lo que pasa en el nuestro, con lo que acontece en otros , encontramos que tenemos suficientes motivos para sentir vivimos en una tierra libre que, a e de los pesimistas, ración. espiga. fragua, camino y brote de rica 'e se crió en México, que, Me contaba hace poco un alemán un lapso de cuarenta años su ca ilusión había sido, reunir un tal suficiente para regresar a Alemania y educar allá a sus hijos. Un día vió coronadas sus aspiraciones. Vendió todo lo que tenía y partió feliz rumbo a la “padre tierra” (valga el barbarismo en bien de la claridad). Los meros meses los pasó encantado departiendo con químicamente puros pero, él y sus hijos princi-_ a darse cuenta de que por todas partes encontraban este : “prohibido”; cuando tuvieron que pagar contribuciones hasta por el número de ventanas que tenían en el hogar; cuando fueron obligados a masticar los panes sintéticos y los pasteles con substitutos: cuando tuvieron que cuadrarse ante mílites y encontraron que no tenían libertad ni para visitar a sus amistades a determinada hora de la noche, entonces princi- a e por México, por este alegre muchacho moreno, calzones de manta y rostro sonriente; por este lejano país de libertad. de encanto y de leyenda, hasta qu un día decidieron regresar a la buena tierra. —¡Qué admirablemente nos sentimos (me decía el germano) llegamos a' Veracruz y tomamos café de Córdoba y comi- das mexicanas de esas que no tienen reminiscencias de química sino que incitan con el aroma de las hierbas de la tierra, Sóla- mente los que hemos pasado por una aventura semejante pode- mos saber lo que es la tierra paradisiaca de México. “Los pueblos hispano-americanos (dise Carlos Pereya en su Historia L América) han sufrido la consecuencia “de la tésis autodenigratoria sostenida constantemente durante luengos años hasta formar el arraigado sentimiento de inferioridad étnica que una reacción puede convertir en exceso de vanagloria.” La desestimación de México por los propios mexicanos cons- tituye un vicio que es sario combatir. Veamos a la patria con los limpios y entreguémosla en concepto de orgullo y de belleza a las generaciones que llegan. ¡ COMPRE MAS BONOS DE GUERRA ! EL TEATRO ELEGANTE DE “LA COLONIA MEXICANA. ADULTOS Tax Incluido oz > ¡ COMPRE MAS BONOS DE GUERRA ! SEMANAT:/O POPULAR INDEPENDIENTE Viernes 2 de Febrero de 1945. En la prisión he aprendido a conocer el hambre. La reducción de las raciones, se soportan bien los primeros días, pero muy pron- to se vive contando las horas que ¡faltan para la de comer. Al fín, ¡llega a ser ésto muy pronto, se vive contando la obsesión. Tu- ve compañeros de celda, que se pasaban el día haciendo “menús” suculentos. Llegaron hasta inven tar recetas de cocina. Yo mismo, y aún continúo sin saber por qué, pensaba constantemente en un bote de leche condensada. ... Cuando hacia las seís de la tar- de llegaban las dos ollas enor- mes, una con un líquido sucio y la otra con unas legumbres, sosas, formábamos un círculo a su alrededor y uno de nosotros, se encargaba de verter en nues- tras escudillas un cucharón de aquello. Terminada la distribu- ción, se volvía cada uno a su si- tio, para comerlo, haciendo du- rar cada cucharada el mayor tiempo posible. Aquello, nos li- braba durante una a dos horas de la horrible impresión, horri- ble y deprimente del hambre. Entonces, renacía nuestra mo- ral y teníamos la fuerza necesa- ria para cambiar algunas frases. Ello significaba un poco de dul- zura en la celda; pero pronto, volvíamos a recorrerla, incansa- blemente tropezándonos los unos: a los otros al cruzarnos, Frecuentemente; soñaba en el transcurso de aquellas idas y ve- nidas y llegaba a no ver los ros- | tros demacrados y pálidos y los ojos llenos de angustia de mis¡ compañeros y. a sentir el olor de humanidad que nos envolvía. En una palabra e evadirme por las puertas del pensamiento. Re- vivía mis tiemposade libertad. Pensaba en quienes amo y mal- decía mi inactividad. H Hacia las ocho, se apagaba el¡ foco pálido de la celda y nos su- míamos en la obscuridad más absoluta. Ganábamos entonces nuestros petates y disponíamos nuestros ¡ cobijas del modo mejor para de- fender la piel el mayor tiempo posible de la invasión de los terri bles ' ejércitos de las parásitos. ¡Aquellas noches de la prisión! Todavía me parece oir los sus-' piros y los lamentos de mis ca- maradas y aún no estoy cierto de que aquellos suspiros no fue- ran sollozos. Otros juraban in- cesantemente como si así se de- fendieran de las pulgas y de las chinches. Algunos se levantaban para seguir paseando entre las sombras hasta que agotados o ex citados se dejaban caer de nue- vo en sus petates. Nos aterraba el oir en plena noche el ruido de las llaves enor- mes en la cerradura y el ver lle- gar los uniformes negros de la Gestapo. Nos poníamos repenti- namente en pie, con la apacien- cia grotesca que nos daba nuestra ropa interior sucia y frecuente- mente. ensangrentada, -vestigios de los últimos interrogatorios— pero erguidos y con el orgullo en la mirada. A quien señalaban los agentes de la Gestapo, los se- guían pálidos/como la muerte, pero resueltos a no desfallecer. ( Ya-no podíamos volver a acos- tarnos. Entre las sombras hablá- Prisionero De La Gestapo bamos de aquel a quien se ha- bían llevado. Generalmente, se oían instante después los gritos sordos de un hombre al que ma- tan a palos. Mi corazón saltaba en el pecho y cerraba los puños de desesperación “y me acometía el deseo de matar. ¡Oh conipa- fieros de sufrimiento! Me he ju- rado a mí mismo, vengaros, y os vengaré sin piedad, fríarien- te. Luego, otra vez el ruido an- gustioso de las llaves. Volvía a encenderse la luz. Regresaba el compañero de celda, que entraba en ella por un puntapié o de un culatazo. Una noche fué la victima uno de mis amigos. Volvió medio desvanecido. Se irguió sonriendo amargamente y nos dijo: —De todos modos acabaremos con ellos. ... Le ayudamos a quitarse la ca- misa. El espectáculo era siempre el mismo.:Estaba la espalda co- mo la piel de una cebra. Cruzá- banla unas anchas rayas sanguí- nolentas que eran huellas de bas tonozos o de golpes que daban con las fustas. Y todo su cuer- po ennegrecido y acardenalado. Difíicilmente podían resistir el dolor que les producía el ten- derse y el sentarse. Los cercos negros de los ojos y las orejas Teventadas eran osas que ya pa- ¡ra nosotros, pasaban casi inad- vertidas. Regresábamos a las sombras de la noche con el corazón aho- gado de angustia. Volvían a oirse los suspiros y los lamentos que se alzaban de los petates. El sue- ño, nos hundía al fín en un ol. vido momentáneo y reparador. La evasión era cosa imposible, sin auxilio de fuera. Yo no po- día contar con ninguno. Pero de- cidí intentar escaparme cuando me trasladaran de prisión, antes de mi comparecencia en el tribu- nal que había de juzgarme. Con- taba con que no me esposasen. Pero, ¡ay! que al salir, me enca- denaron por la muñeca derecha a otro francés y nos llevaron a la estación del ferrocarril, muy bien escoltados y ebn cuarenta presos más. Nos hicieron subir a un vagón a la cabeza de un tren de. viajeros. Dos vagones más del Wehrmacht iban engan- chados a continuación del nues- tro. Nos distribuyeron a razón de ocho por compartimiento. Qui- zo el azar que mi sitio y el de mi compañero de cadena, estu- viera en el sentido.de la marcha. El tren arrancó hacia las 7. Desde aquel momento traté de liberarme metiendo en la cerra- dura de la esposa un alfiler que había curvado dos veces. Todo esto ocurría bajo' la mirada vi- gilante de un alemán armado q estaba en el pasillo junto a la puerta. Cada vagón estaba dividi do en cinco a seis compartimien- tos, separados entre sí por tabi- ques de madera que no llegaban al techo. Esto permitía a los guardines de cada uno de ellos ver lo que pasaba en los inme- diatos. Los soldados de la guar- dia, se relevaban cada dos horas. Los dos compartimientos de am- bos extremos del vagón, estaban llenos de alemanes, que descan- saban esperando la hora de su DESDE EL LUNES 5 HASTA EL VIERNES 9 DE FEBRERO SUSANA GUIZAR, “Las Dos Huerfanas” JULIAN SOLER y MA. ELENA MARQUES guardia. ¡ Cerca de las diez, principié a perder la esperanza de llegar a abrir la cerradura con mi desdi- chado aliler. Se me había hin- chado la mufñeca y tenía la ma- no: cubierta de arañazos. Enton- ces, llamé al soldado de guardia y le rogué que me aflojara las es posas. Fuese por piedad o fuese por indiferencia, el soldado mé- tió la llave en la cerradura. En- tonces hice girar mi muñeca. Así gané tres muescas del cierre. Sa- qué luego del bolsillo un trozo de jabón, del que no me separa- ba desde que tuve noticia de mi traslado. Me lamí la rgano y me la jaboné sin ser advertido. Re- blanqueaba. Lamí otra vez mi: mano¡Qué alegría! Tuve la sen- sación de que era seguro que podría: desencadenarme. , Entonces, pedía mi compañe- ro que se levantara para ayudar- me a tomar un objeto de la red. Lo hizo. Levanté los brazos y pude así darme cuenta exacta- mente/de las distancias y de los movimientos necesarios para sal- ¡ tar por una de las ventanas del vagón. Nos volvimos a. sentar, siempre bajo la mirada fatigada del soldado de guardia. Me faltaba aún, abrir una del las ventanas del compartimiento. | Era difícil. Pero con paciencia, lo logré. Viendo desfilar al pai- saje, calculé aproximadamente la velocidad del tren. Cuando se paró en una .estación decidí sal- tar fuera antes de que ya en marcha recobrara su velocidad normal. Hacia la una, marchaba el tren a unos treinta kilómetros por ho- ra. Deslicé mi muñeca librándola de la esposa que mantuve en la mano, para que el soldado de guardia no advirtiera que yo es- taba libre de mi cadena. Me aga- rré a la red, hice una flexión y me lancé por la ventana abierta. por las puntas de los pies juntos. ¡ Cuando me sentí en el vacio, | dirigí mi cuerpo con un movi- miento de los riñones para caer en la dirección del tren. Me encontré tendido y a “con- tra-vía”. El choque fué muy ru- do. Rodé un gran rato, antes de quedar tendido sobre la pierna izquierda. Medio desvanecido, me puse de pié lo más rápida- mente que me fué posible y co-| rrí a lo largo de los vagones y ¡ muy cerca de ellos para tratar de eludir los tiros de los alemanes. Agotado por el hambre y por el golpe que me-había quebrantado mucho traté de seguir corriendo cuanto me fué posible, pero no pude evitar el caer tres o cuatro veces. Quiso mi buena suerte que la vía en aquel lugar encajado en tre dos altos taludes' hiciera una | curva muy pronunciada que me permitió ocultarme a la vista de los soldados alemanes. Cuando llegué al furgón de equipajes, oí chirrar los frenos, y en pocos centenares de metros, el tren se paró Hasta aquel mo- mento había corrido a lo largo l de la vía. Entonces la crucé. Pero tuve la impresión de que ya mis piernas no servían a mi volun- tad. Entonces descubrí un sen- dero que ascendía hasta un puen tecillo sobre los rieles. Trepé ya sin aliento y volví la ca- beza. Del tren, parado ya, ha- bían bajado tres' alemanes que ¡me persiguían. Tuve la fuerza suficiente para atravesar un ma- torral y rodar por el camino que pasaba sobre el puente. Inmediatamente comprendí que no debía continuar por él, porque corría el riesgo de ser visto. Descendí al terraplén de la vía y me precipité en los matorra- les espesos que la bordeaban. Sin ¡ aliento me dejé caer por la pen- diente cubierta de grandes espi- nos. Estaba agotado. No podía no ya correr, si no andar, pero instintivamente logré ocultarme entre la maleza, inmovilizado. Sentía como si el corazón fuera a paralizárseme. 'En un esfuerzo supremo, me obligué a razonar. Volví a respirar profundamen- te. Lo hubiera dado todo por que me tragara la tierra y desapare- ciera a los ojos de mis verdugos. Se me aproximaban con las pistolas en la mano. Veía sus rostros. Uno pasó junto a mí sin verme. Los otros dos, recorrían el campo. A los diez minutos, volvió el tren a ponerse en mar- » cha, sin aquellos tres alemanes. * Pasó mucho tiempo. Dos de los tres soldados, se habían sen- tado junto al puente, a unos dos- cientros metros de donde me ha- llaba. Entonces, resolví alejar- me un poco más. Arrastrándome, anduve cosa de treinta metros sin nada que me ocultase. Hu- biera bastado para que me des- cubrieran que hubiesen vuelto la cabeza. Seguí, pegándome a los setos. Los árboles estimulaban en mí el deseo de trepar por sus troncos. Sentí la impresión de que toda la tierra me perseguía. Así, anduve cuatro nilometros. Crucé una carretera y vi un cam- pesino que con su mujer traba- jaba un campo. Fuí hacia ellos para preguntarles dónde me po- Pasa a la página 3 MORTENSEN and KINGSLEY La Agencia de Funerales preferida por los mexi- canos. Se habla español y se sirve con respectuosa actividad. Contamos con magnífica ambulancia para el transporte de enfermos. Llame-al telefono 4-3119 1020 W. Washington St- Phoenix Arizona NA RRE RADAR '. ¡e > Alianza Hispano - Americana Una Sociedad Fraternal Con Beneficios OFRECIENDO EL SERVICIO MAS GRANDE A LA GENTE DE. HABLA * ESPAÑOLA EN EL VALLE DE EL SO!, Para Información Completa Sobre la única Sociedad - Escriba o Telefoneé para usted, Sr. Gregorio Moreno 1106 So. 14th. » Phone: 3-4411 DINSA ASS IA AI SI ERICA ES ASE RE REDTA Sra. Fidencia Pyente 922 So. 1st. 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